Los debates sobre la privacidad y el mal uso de las redes sociales están cada vez más presentes a las series modernas, y en las de Netflix en particular. En la mayoría de casos son producciones que entran en la categoría de "necesarias" porque visibilizan el tema y tienen un cierto foco, pero acostumbran a cometer el error de dejar que el discurso se acabe imponiendo a la forma, es decir, que acaba importando más lo que se dice que la manera de decirlo. Por lo tanto, dan la sensación de ser mensajes significados sobre realidades muy complejas que pierden unos cuantos acentos por el camino. No es lo que le pasa, afortunadamente, a Intimidad, la mejor serie española producida por Netfflix y una espléndida demostración de cómo hacer una ficción de denuncia sin caer en obviedades ni recursos fáciles.
Los debates sobre la privacidad y el mal uso de las redes sociales están cada vez más presentes a las series modernas, y en las de Netflix en particular
Una serie poliédrica
Una de las principales virtudes de Intimidad es su vocación de poliedro. Hay una trama aparentemente principal, centrada en una política vasca que tiene que afrontar la filtración de un vídeo sexual, pero también explora otras situaciones y contextos en que la mujer es sistemáticamente culpada, cosificada o difamada. Y ya no sólo por sus acciones, que son sometidas a un juicio moral que nunca se aplicaría a un hombre, sino por el solo hecho de existir, vertiéndola a sobrentendidos, adocenamientos y humillaciones. Encontramos desde la trabajadora de una fábrica que tiene que dar explicaciones por su pasado hasta la hermana de esta, a quien no se le tolera que suba la voz; desde una policía que ha tenido que vivir su sexualidad en silencio hasta una spin doctor aferrada a su instinto de supervivencia.
Lo que convierte Intimidad en una serie tan recomendable es que resulta elocuente y combativa sin tener que forzar nada ni hacer decir cosas de más a los personajes
Mirando la intimidad ajena
Cualquier crónica de una injusticia se articula a partir de la tensión entre las ganas de hacerla evidente y la manera de narrarla. Lo que convierte Intimidad en una serie tan recomendable es que resulta elocuente y combativa sin tener que forzar nada ni hacer decir cosas de más a los personajes. Aborda temas como la privacidad, la violencia machista y la doble moral con rigor y un gran trabajo de planificación, en que a menudo el discurso emana de las sutilezas y no de los golpes de efecto argumentales. Tiene una estructura que bascula entre el thriller psicológico y el drama íntimo, y en ambos casos funciona al mismo nivel. En el primer estilo, porque evita en todo momento ser cómplice de la misma morosidad que denuncia (es más, te hace consciente de que en el gesto de mirar la intimidad ajena hay una connivencia que no te hace diferente del que filtra un vídeo) y en el segundo, porque cada personaje está muy bien explicado, consiguiendo que algunas decisiones creativas arriesgadas (la voz en off, por ejemplo) sean inesperadamente efectivas.
Lo que acaba consagrando las virtudes de la serie es su reparto, encabezado por una Itziar Ituño que capta perfectamente el conflicto de la protagonista
Un guion meritorio
El mérito es del guion, que sabe ir al fondo de la cuestión gracias al realismo de las situaciones (es ejemplar sin ser aleccionadora, que siempre es difícil), pero también de la dirección, que juega hábilmente con los matices (cada relato tiene una atmósfera propia pero no rompen nunca la cohesión del conjunto). Lo que acaba consagrando las virtudes de la serie es su reparto, encabezado por una Itziar Ituño que capta perfectamente el conflicto de la protagonista, y con unas excelentes interpretaciones de Ana Wagener, Patricia López Arnaiz, Emma Suárez, Verónica Echegui y Marc Martínez. De hecho, el tratamiento del papel de este último, el típico rol que en cualquier otra ficción sería casi testimonial, da la justa medida de la seriedad y la solidez de Intimidad.