A veces, la realidad tiene estos episodios que parecen de ficción y te encuentras leyendo que las orcas han hecho varios ataques a los yates aparcados en las costas. Como una venganza de clase en manos de cetáceos inmensos, más perfeccionada que la escena brillante e inacabable de los vómitos de primera clase en El triángulo de la tristeza. Paralelamente a los asaltos costeros, mi timeline de Twitter empezó a llenarse de otra noticia alarmante: la plaga de cucarachas que nos espera en Barcelona por culpa de la sequía. En esta vida, señoras y señores, no hay nada peor que el miedo y la obsesión juntos. Así que me las leí todas, me informé de los tipos más comunes, de las diferencias con los escarabajos, de las curiosidades, escuché entrevistas y (muy mal hecho) me miré todas las fotos de aquella cara del mal hecha bestia que hay en Google. Las empecé a temer como temes marearte en el autocar de la escuela. No pienses. Si piensas, pasará. Pero este consejo, que nos han dado y hemos dado toda la vida, no tiene ni cabe ni pies. Porque pensar no pensar ya es pensarlo todo el rato.
Empecé a temer las cucarachas como temes marearte en el autocar de la escuela. No pienses. Si piensas, pasará
Entonces pasó que una noche, bastante dormida, entré en la cocina a beber agua y tuve una visión confusa, rápida, de alguna cosa pequeña corriente como una sombra mentirosa cabe debajo el armario. Un segundo, a medianoche. Él, que sabe cómo el amor encuentra la palabra justa, dijo lo que necesitaba: "Te lo debe haber parecido, no sufras". Pero alguna cosa se me había hecho el clic dentro y ya tenía la desazón en la cabeza y el nervio en el estómago cada vez que lavaba los platos o que hacía una tortilla y la imaginaba pasándome por el lado de los pies. El miedo como una cucaracha que te corre por la sangre y no te deja tranquila. Todos sabemos que en las películas asusta más el mal insinuado que la escena en que vemos los ojos al monstruo: saber que en cualquier momento se confirmará lo que llevamos temiendo una hora y media.
Asusta más el mal insinuado que a la escena en que vemos los ojos al monstruo: saber que en cualquier momento se confirmará lo que llevamos temiendo una hora y media
La obsesión avanzó en forma de sueños en que aparecían en multitud y fila india. La invasión de los crustáceos terrestres, del otro, del enemigo con antenas negras que te va cogiendo la casa con un andar acelerado y aterrador. Una cosa interesante de las cucarachas, sin embargo, es que son completamente inofensivas. Asquerosas y sucias, pero inofensivas. También desmentí mitos como que sobrevivirían a una catástrofe nuclear, aunque después de los bombardeos atómicos en Hiroshima, el único rastro de vida entre los edificios en escombros eran las cucarachas, desconcertadas y victoriosas, capaces de soportar una radiación diez veces superior a la que resistimos los humanos (tenéis que saber, sin embargo, que las moscas de la fruta, por ejemplo, resisten mucha más).
Desmentí mitos como que sobrevivirían a una catástrofe nuclear, aunque después de los bombardeos atómicos en Hiroshima, el único rastro de vida entre los edificios en escombros eran las cucarachas
He imaginado que orcas y cucarachas se alían en una lucha en que boicotean embarcaciones y pisos de lujo. Quizás tengo argumento para una novela. Y lo cierto es que, aunque mi angustia constante mientras la vida por casa transcurría como siempre, no ha habido rastro de ninguna cucaracha y empiezo a pensar que sí que me lo pareció. "Lo ves", dice Él, que está acostumbrado a que el tiempo le dé siempre la razón. Pero sé que eso también es una trampa. Porque la calma va venciendo la desazón. Y sé que me cogerán con la guardia baja. Quizás están todas detrás de la nevera esperando el momento en que haya conseguido olvidarlas y por fin respire tranquila. Sé que será justamente cuando deje de temerlas, que me invadirán sutilmente. Con aquel andar acelerado y aquella cara del mal hecha bestia.