“Este libro puede salvar vidas”, clama la escritora Edurne Portela sobre El invencible verano de Liliana (y nosotros hemos tomado prestada la sentencia para titular esta pieza), publicado por Random House, premio Pulitzer de memorias 2024, de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza. Y no os imagináis cuánta razón tiene. El también Premio Rodolfo Walsh 2022 relata en un formato de diario de investigación o mejor dicho, un diario de introspección, la historia de Liliana Rivera Garza, estudiante de arquitectura asesinada el 16 de julio de 1990 en México DF. Como podéis intuir, Liliana era y es la hermana de Cristina Rivera Garza, una escritora que ha sabido hacer de la tragedia personal un relato de reparación y de reivindicación sobre la lacra de los feminicidios en su país.
La escritora ha sabido hacer de la tragedia personal un relato de reparación y de reivindicación sobre la lacra de los feminicidios en su país
La narración de este texto te atrapa, te absorbe como una máquina del tiempo y te sitúa en todos los escenarios gracias a los testimonios. Cuando acabas, crees conocer a Liliana, crees saber de sus amores, de sus sueños, de sus esperanzas, de sus manías, de sus miedos. Liliana no tenía “el perfil de una mujer maltratada”, una maldita frase que nos ha hecho creer que hay un perfil de mujer que está abocada a vivir en una espiral de violencia hasta su destrucción. Y no es así, no hay perfil, nadie podía imaginar lo que estaba pasando esa joven estudiante de arquitectura. Por eso su hermana, Cristina Rivera Garza, hurga entre sus diarios, pregunta y repregunta a sus amigos y familiares. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta de que Ángel González era un agresor y un asesino en potencia? Durante la narración, su figura, su presencia, se lee como se escucha una sirena de peligro.
El también Premio Rodolfo Walsh 2022 relata en un formato de diario de investigación o mejor dicho, un diario de introspección, la historia de Liliana Rivera Garza, estudiante de arquitectura asesinada el 16 de julio de 1990 en México DF
“Mientras mi hermana menor daba su primer beso, yo entraba en la universidad”, la omnipresencia de Cristina te rasga el corazón en cada frase, el anhelo de su presencia, la tristeza, la culpa. Lloré en cada frase de resentimiento y de vacío existencial, vibré con cada frase sobre Liliana Rivera Garza y me desmonté con los testimonios de los padres. Recuerdo una sensación similar leyendo Cometierra de Dolores Reyes, escritora argentina, una novela que recomiendo también sin duda, pero con la advertencia de su poética de la víscera y de la entraña. O también Los divinos de Laura Restrepo, escritora colombiana. Tenemos muchos ejemplos de cómo las mujeres escritoras latinoamericanas están tomando la palabra, alzando la voz contra las violencias machistas y tomándose el relato.
¿Cómo es que nadie se dio cuenta de que Ángel González era un agresor y un asesino en potencia? Durante la narración su figura, su presencia, se lee como se escucha una sirena de peligro
Una asesinada cada dos horas
En México en 2023 fueron asesinadas más de 3.000 mujeres y muchísimos casos siguen impunes, como es el caso de Liliana. La narración de la violencia puede ser una manera de combatirla, poner nombre y apellidos a las víctimas, a los agresores, también para ponerle palabras al miedo, a la denuncia, a la resistencia. En su día ya lo hizo Emilia Pardo Bazán con cuentos como El viajero, amores que quieren mal, o Dulce Chacón con Un amor que no mate. La literatura o, mejor dicho, la escritura puede ser una herramienta igual de efectiva que la justicia. En este libro permaneceréis con la piel erizada hasta la última frase, con los ojos encharcados y con esa frase de Albert Camus: “Me di cuenta, a pesar de todo, que en medio del invierno había en mí un verano invencible”, un mantra resonando en la cabeza de la protagonista. Liliana Rivera Garza fue víctima del patriarcado, ella no lo sabía, muchas no lo saben. Recordad: no morimos, nos matan.