No sé si habéis tenido alguna vez la tentación de explicar una vida inventada. Tiene que ser un contexto muy específico, es cierto. Un encuentro circunstancial, alguien que no tengas que ver más, alguien que no tenga conexión con tu vida real. Un rato corto, muy corto, de estirar caminos inexplorados: un trabajo muy diferente del tuyo que conoces bien porque se dedica un amigo, unos estudios, un hijo, incluso. Aquella época que viví en Roma (porque has estado tres veces y te la conoces un poco). Fabular, fantasear, ficcionar. Ni siquiera puedes tener el objetivo de impresionar al interlocutor, es un poco como dejar de ser tú un rato. Como representar a un personaje a una obra de teatro, pero con la gracia que nadie sepa que haces teatro.

El relato del taxista

Decía que no hay muchos contextos en los que se pueda hacer de manera accesible. Hay uno perfecto: un trayecto en taxi. Y os lo explico porque hace un par de semanas cogí uno, yo no me inventé nada. Pero escuché pacientemente el relato del taxista, que se vio alimentado a medida que yo asentía y hacía pequeñas muestras de escucha activa. Era el miércoles 29, se empezaba a saber la tragedia de València. El comentario fue fácil. Y no sé si empezó él o fui yo, pero lo tuvo servido en bandeja: él entendía de lluvias torrenciales, porque tenía una casa en el Caribe. Y yo: ¿dónde del Caribe? En Cuba, en Playas del Este. Os prometo que no tuve que preguntar nada más, arrancó solo. Había sido muchos años alto ejecutivo de una multinacional. Dijo que la mejor ciudad del mundo para vivir era Dubai, pero que lo enamoró el azul de aquel mar y la felicidad de un país donde siempre hacía calor. Era un relato cautivador, detallado, emotivo. Lo retuve todo para poder comprobarlo después. Dijo que formaba equipos para abrir sucursales a los países donde viajaba. Dijo que había ganado mucho dinero porque viajando tanto y con los gastos cubiertos por la empresa, había ahorrado mucho. Y ahora el dinero era para gastarlo y, por eso, se iba a buscar a su hija, que no soportaba la comida de la escuela (en la zona alta), y se la llevaba en un buen restaurante. También encadenaba temas de política, de la ciudad, del turismo.

Pero a mí me interesaba cuándo hablaba de su vida privada. Era cuando había una verdadera ostentación narrativa. Por eso decidí hacer alguna mínima pregunta para que el relato volviera a su yo. Dije: ¿y qué pasó con la multinacional? Hizo una pequeña pausa y me miró por el retrovisor, aquella pregunta no le sorprendió: no pasó nada, terminé. Ya había llenado lo suficiente los bolsillos (utilizó esta expresión). Entonces, yo: ¿y el taxi? El taxi había sido su sueño desde joven, era feliz conduciendo, se sentía como en una película y encima ganaba dinero. Se lo compró antes de llegar tan arriba en la empresa. Y pensé: ¿y con tantos viajes, qué hacía con el taxi? Pero no lo dije. Tenía que pensar bien qué preguntaba y decidí volver al inicio. ¿Y a la casa de Cuba, vas? Sí, a temporadas, me estoy meses, una casa delante del mar del Caribe es lo mejor de la vida. Él no me preguntaba nada, tuve tentaciones de jugar y le dije que sabía de qué me hablaba, que tenía familia viviendo en Punta Cana. Pero no lo hice y después de esta información tuve claro qué tenía que decir: ¿y tu hija, cómo lo hace con la escuela? Un segundo de respiración. Se queda aquí con la mama. Y yo: ah, marchas solo. Y añadió: antes, cuando era más pequeña, venía conmigo y la mama se quedaba trabajando (me había explicado que su mujer también tenía una muy buena posición en la misma empresa, de hecho era de uno de los equipos que él había formado). Volvió a decir que me dejaba e iba directo a buscarla a la escuela. Silencio. Y yo: termina temprano de la escuela (no eran ni las doce). Él: a la una. Pero así puedo escoger un buen restaurante. Para alguna cosa tiene que servir, haber trabajado tanto y haber ganado tanto dinero. Llegamos al destino, se despidió satisfecho. Sé que tenía muchas cosas más para explicarme.

He leído que en Barcelona hay 10.500 licencias de taxi. Yo cojo pocos. Aunque cogiera cuatro cada día durante un año, no me volvería a tocar el mismo. Tengo, sin embargo, la matrícula y el modelo de coche. Ya sé que no hago nada con una matrícula y un modelo (pero es peliculero, un poco como lo que me explicó él). He estado pensando. Me gustó que se moviera por la línea en que la verosimilitud se desdibujaba mínimamente. Y ahora tengo una obsesión: encontrarlo para comprobar si me da la misma versión de su vida. He anotado en una libretita los datos más importantes de lo que me dijo. Imagino posibilidades, él no me reconoce nunca. La que me gusta más es una donde solo subir al taxi y viendo que hace un sol radiante, le digo que me hace pensar en Cuba, que yo paso temporadas largas en Playas del Este, una casa delante del mar del Caribe es lo mejor de la vida.