Las luces se apagaban de repente en el Palau Sant Jordi para empezar el concierto de uno de los grupo de heavy metal más emblemáticos de toda la historia. Estaba el ambiente de las grandes ocasiones en la pista y en las gradas, donde prácticamente no se cabía. Y es que un concierto de Iron Maiden es un acontecimiento musical que hay que meter en una categoría reservada a pocos artistas. Dos horas de una intensidad sonora al alcance de poquísimos. Y con una dimensión épica difícil de igualar.
No hace falta que seas un fan del género para disfrutarlo. No hace falta que lleves greñas, las uñas pintadas de negro o ningún tatuaje. No hace falta que te hayas pasado la adolescencia con pósteres de grupos como Megadeth, Black Sabbath o Metallica colgados en la habitación. O que hayas tratado de emularlos en una terrible banda de instituto. Solo hay que tener orejas y cierta predisposición para abrazar el show.
"Sois gente hardcore"
Irrumpían con un chasquido de humo los miembros del grupo y atacaban enseguida Caught somewhere in time, el tema escogido para abrir los conciertos de la gira The Future Past Tour 2023. Pero, a pesar del título, los integrantes de la formación no parecían para nada atrapados en el tiempo. En la sesentena, pero con la voz sin desfallecer, se movía por el escenario Bruce Dickinson, el vocalista, Nicko McBrain, uno de los guitarras, daba vueltas sobre sí mismo moviendo la cabellera rubia, ponía una pierna sobre el amplificador y hacía girar su instrumento alrededor del cuello cada dos por tres. Y Steve Harris se prodigaba con el bajo a cada momento.
Era un gran día en Barcelona para los fans del metal pero también para los lateros que se reunían en las puertas del Palau Sant Jordi, tratando de vender cerveza a cualquiera a quien vieran vestido de negro. Seguramente muchos hicieron ayer el mes. Los oyentes más expertos llevaban tapones en las orejas en el concierto para protegerse de la potencia extrema del ruido, que ponía a prueba los tímpanos más sanos. Y la mezcla generacional, desde niños a personas prácticamente en la tercera edad, demostraba la capacidad de perdurar de la música de la 'dama de hierro'.
La mezcla generacional, desde niños a personas prácticamente en la tercera edad, demostraba la capacidad de perdurar de la música de la 'dama de hierro'
Resistían heroicamente al calor los fans que ocupaban la pista, especialmente los que bailaban casi sin espacio en las primeras filas. Incluso Dickinson hacía referencia al calor desde el escenario. "Sois la gente más hardcore", decía animadamente, "porque con este calor...". Y añadía un mensaje prudente antes de atacar Writting on the wall, uno de los temas de su último álbum, Senjutsu (2021). "Cuidaos, no quiero que nadie se desmaye. Todo un detalle por su parte.
"¿Qué harías si se pudiera volver 1.000 años atrás en el tiempo?", preguntaba también al público el vocalista del grupo. Y empezaba una disertación sobre el pasado y el futuro, con referencias a Retorno al futuro y al Delorean incluidas. Era, claro está, el preludio en The Time Machine, una de sus canciones largas, que ya es mucho decir, también de su último trabajo. Y el concierto bajaba momentáneamente la intensidad gracias al sonido de las guitarras acústicas y los primeros compases de la balada. Una pausa que, como todas las otras del concierto, fue una ilusión: en según irrumpían con toda la potencia las guitarras eléctricas, el bajo y la batería.
Un concierto de metal también tiene una parte de coreografía improvisada, espontánea y extrañamente hipnótica. Los miembros de la banda se vierten sobre la guitarra y el bajo como si la quisieran cubrir. Y se mueven sincronizados en los movimientos que marca el riff de turno, exhibiendo una concentración total. Lo pudieron exhibir en The Prisoner, uno de los temas celebrados de la noche, que con su introducción parecía que hablara precisamente de esta particular danza: "caminamos en formación".
Guiño a la lucha de Catalunya
Iron Maiden incluso tuvo tiempo de dejar entrever su vertiente más política. "Puedes exterminar un pueblo durante miles de años, pero si tienes una lengua, una cultura, y una tradición, nunca se podrán deshacer de ti", decía el vocalista Bruce Dickinson, en una clara referencia a Catalunya. Y lo remataba: "esto no es la muerte de los catalanes, esto es la muerte de los celtas" antes de cantar Death of the celts.
No podía faltar tampoco la aparición de rigor de Eddie, la terrorífica mascota de la banda a la mitad del concierto, mientras sonaba Can I play with madness?. Lo hizo en forma de figura de dos metros, que parecía salida de una película de serie B y que hacía empatizar enormemente con la persona que se había disfrazado y tenía que andar sobre zancos. Incluso simuló un combate con Dickinson, disparando rayos de fuego con una especie de cañones. Ahora bien, pocas cosas sorprenden en un formación que cogió su nombre de un instrumento horripilante de tortura ideado por los romanos.
En la parte final del concierto reventaron de alegría los fans cuando empezaba a sonar el inconfundible riff the Fear of the Dark, una de sus canciones más conocidas. Las linternas de los teléfonos se levantaban entre el público y Dickinson reía contento. El concierto entraba en una parte en que el grupo dejó de lado los temas de Senjustu, el último álbum, y tocó un buen puñado de sus grandes éxitos, con la excepción The Number of the Beast.
Dickinson: "Puedes exterminar un pueblo durante miles de años, pero si tienes una lengua, una cultura, y una tradición, nunca se podrán deshacer de ti"
Sonaron Iron Maiden, canción homónima y Hell on Earth, en que Dickinson jugaba a ser director de orquesta haciendo mover las manos al público. Más tarde también lo hizo The Trooper, inspirada en el episodio histórico de la Carga de la Brigada Ligera, un ataque suicida de las fuerzas británicas durante la Guerra de Crimea, y Wasted Years, la invitación a disfrutar del presente, con la cual han cerrado el concierto.
"No pierdas el tiempo siempre buscando los años malgastados, date cuenta de que estás viviendo los años dorados", cantaba la banda en el estribillo de la canción. Y la frase servía como colofón ideal de la actuación y de una formación que con casi cincuenta años de carrera en los hombros parece que todavía esté en periodo de gracia. Un final perfecto para desfilar hacia casa con un silbido en una de las orejas y una sombra de dolor de cabeza que solo se puede calificarse de deliciosa.