"Sé que es una película incómoda", admite de entrada Isabel Coixet (Barcelona, 1960). La cineasta catalana presenta en el Festival de San Sebastián su nueva película, Un amor, que versiona una novela de Sara Mesa de la que se ha hablado mucho y que está nominada a los Premios Goya. No hay que coger la bola de cristal para pronosticar que esta adaptación al cine también provocará reacciones de todo tipo, quizás, quién sabe, entre los mismos miembros del jurado que tendrán que decidir si tiene números de llevarse algún premio.
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Con Laia Costa, Hovik Keuchkerian y Hugo Silva como protagonistas, Un amor sigue la peripecia de Nat, una mujer en la treintena que huye de un día a día marcado por su trabajo como traductora en una organización que vela por los derechos de los refugiados migrantes. Angustiada para ser testigo de tantas tragedias, superada por sus propios conflictos personales, también perdida de una manera muy íntima, la protagonista decide instalarse en un pueblo perdido, en medio de la España rural, en una casa no demasiado condicionada para vivir, donde los agujeros del techo convierten demasiado a menudo su interior en una piscina. Nat tendrá que enfrentarse, primero, con la hostilidad del dueño de la vivienda, y, después, con la desconfianza de los vecinos. Todo se precipitará cuando uno de los habitantes del pueblo, un hombre a quien llaman el Alemán, le hace una insólita proposición sexual.
"Sé que es una película incómoda", decíamos que nos explicaba Isabel Coixet en una charla con Revers en Donosti. "Hay mucha gente que se identificará con la protagonista, y mucha otra que no lo entenderá. Pero yo pienso que el cine, si no molesta un poco, si no incomoda... ¿para qué hacerlo? El cine tiene que poner al espectador delante de algo que le haga sentir alguna cosa", afirma. La cineasta catalana nos explica que admira la literatura de Mesa: "He leído todos sus libros, me parece que es una de las voces de la literatura contemporánea española más interesantes que tenemos, pero curiosamente ninguna de sus novelas me había empujado a querer adaptarla como me ha pasado con Un amor". Coixet se explica: "Vi rápidamente que yo me identificaba mucho con Nat, yo he sido esta persona en algunos momentos de la vida, quizás no en las mismas circunstancias; sin embargo, igual que ella, yo también me he metido en sitios que probablemente tendría que haber evitado".
¿Este tipo de situaciones donde una persona se pone a prueba, y, de alguna manera, llega a rincones que uno mismo no tenía muy identificados? "O te pegas una hostia", añade la directora. "Pero sí, sí, hablamos de estos sitios que pueden hacer que llegues a descubrir cosas de ti misma y entenderte mejor. A ver, yo ya sé que haciendo películas no cambiaré el mundo, pero sí que intento explicarlo un poco". Isabel Coixet sigue hablándonos de Un amor como "de uno más de la galería de retratos femeninos que he hecho durante toda mi vida. De alguna manera, Nat podría ser la otra cara, una vuelta, de Florence Green de La librería. Quizás esta es una película que estaría a medio camino entre La vida secreta de las palabras y La librería, y que tiene cosas de las dos", puntualiza, para seguir desgranando algunas de las claves argumentales de su nueva propuesta.
Un amor es uno más de la galería de retratos femeninos que he hecho durante toda mi vida
"Es una historia individual que nace de un drama humano que situado fuera de la vida de la protagonista, que en este caso tiene que ver con su trabajo de traductora por comités de refugiados. Pero también está el elemento de su llegada a un pueblo pequeño, que podría ser cualquier lugar, en el que las microagresiones siguen estando muy presentes". Sin hacer un retrato costumbrista del entorno rural donde se sitúa la trama, la directora sí tiene claro que era un marco muy potente para establecer todas las ramas del relato de Sara Mesa. "Siempre se dice aquello de pueblo chico, infierno grande, y, aunque las cosas que le pasan a Nat también podrían ocurrir en una ciudad, es verdad que en un entorno pequeño todo está mucho más a flor de piel. No se difumina tanto como en un marco rural, y, por lo tanto, cinematográficamente también tiene más interés. Yo paso mucho tiempo en un sitio de 800 habitantes, y sigo alucinando de cómo todo el mundo lo sabe todo de todo el mundo".
Llega el momento de hablar de la gran cómplice de Coixet a la hora de rodar un filme tan intenso. "Conocí a Laia Costa en un bar de Berlín, acababa de verla en Victoria y pensé que hacía un trabajo impresionante. Yo haría todas mis películas con ella", afirma después de esta segunda experiencia teniéndola a sus órdenes, después de dirigirla en la serie Foodie Love. "Es una actriz extraordinaria y una mujer excepcional, y, además, alguien que no tiene ninguna vanidad. Le pides un corte de pelo feo, o ir sin nada de maquillaje, y si te ha salido un grano en la cara, la vida es así. Y no pone ningún problema, es de esas actrices que no se mira nunca al espejo".
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Acabamos preguntándole a la directora de Mi vida sin mí si hay alguna línea directa entre la intensidad del texto que vemos en Un amor y la que se pueda trasladar en el rodaje. "No, la verdad de que la angustia estaba en tener solo cinco semanas para rodar todo lo que teníamos que rodar. Pero nada más. Hacemos cine, no estamos fabricando una medicina contra el cáncer, y a mí me gusta que los rodajes sean espacios divertidos, hacer bromas... No te tienes que poner dramático, no tienes que forzar a tus actores a sufrir. Hay algunas escenas de sexo en la película, por ejemplo, y tuvimos una conversación adulta con Laia y Hovik sobre qué quería quién y sobre qué pensaban que podrían sentirse bien haciendo. Las cosas se tienen que hablar claramente. Fue un rodaje agradable, y en el pueblo donde rodábamos nos trataron muy bien, nos regalaban miel, chorizos, mermeladas... nos cuidaban mucho. Los rodajes no tienen que ser intensos, no tengo ningún interés en torturar a mis actores y mi equipo", remata.