Entrar en el estudio del pintor Isidre Manils (Mollet del Vallès, 1948) es como traspasar un telón y adentrarse en un mundo aparte. "Cuando entré en tu nueva exposición, en el Museo Can Framis, también tuve la sensación de aventurarme en una película hecha de imágenes y sensaciones", le confieso mientras me quito el abrigo y él me señala en qué butaca se sentará para hacer la entrevista. "Es mi trueno, aquí es donde me siento para pensar, para descansar e incluso también para pintar," me dice. Es lunes, son sobre las doce y media del mediodía y hoy este estudio, que Manils me deja muy claro que es el taller de un artesano, se convertirá en El café de la granota.

La primera gran obra que el visitante se encuentra en la entrada de Fora de camp, la exposición que desde el pasado mes de febrero Manils tiene en activo en la Fundació Vila Casas, es una película de 91 metros. Una película sin introducción, nudo y desenlace, y sin ningún león de la Metro Golden Meyer bostezando antes de empezar el film, pero una película, en definitiva: una sucesión de recortes de revista enganchados el uno detrás del otro, como imágenes aleatorias sucediéndose y creando un relato donde el argumento no lo genera ninguna historia, sino la cromacitat de los colores. "Com a pel·lícula em va semblar avorridota, Isidre" le confieso a Manils con confianza, "però com a performance em va semblar fascinant", añado, ya que realmente ayuda a comprender a la perfección el universo creativo de este artista desde siempre ha considerado el cine y la pintura como las dos grandes artes de la mirada.

El pintor Isidre Manils en su taller de Sabadell. (Montse Giralt)

La educación sentimental de Manils se encuentra en el viejo cine Ateneo de Mollet del Vallès, del cual su abuelo era propietario. Fue allí, en los años cincuenta y sesenta, donde las películas que se proyectaban en la sala familiar configuraron todo el corpus creativo e imaginario que años más tarde estallaría en forma de pintura, por eso todavía hoy confiesa que él, en realidad, quería hacer cine. A pesar de la primera obra de la exposición sea un filme de 91 metros, sin embargo, Fora de camp es sobre todo una retrospectiva completa y exhausta de la obra reciente de Manils, donde especialmente destacan dos series de cuadros bien diferentes entre ellas. Una, con obras abstractas pintadas en 3D y que reclaman unas gafas de tres dimensiones para apreciar el cuadro. La otra, con cuadros que muestran imágenes realistas y que, más que haber sido pintadas, han sido borradas: primero, Manils pinta negro con carbón de Siberia, y después, con una goma de borrar, despinta para crear la imagen que quiere.

Manils observante uno de sus cuadros de tres dimensiones. (Montse Giralt)

Seguramente por eso, visitando la exposición, es difícil no tener ganas de descubrir un poco más al artista que se esconde detrás de aquellas creaciones tan poco convencionales. Un artista, las cosas como sean, todavía hoy demasiado desconocido para el gran público. Pintar borrando, hacer películas con recortes de revista o crear cuadros más dignos de figurar el el viejo Imax 3D Puerto Vell es una buena carta de presentación, pero es que además un servidor comparte con Manils una debilidad: yo también aprendí a amar el cine de bien pequeño, cuando los domingos iba con mi abuela Enriqueta al cine Tivoli del Vendrell, del cual mi tía postiza era la propietaria. Ella era una cinéfila de las de antes, más de "Cine de barrio" que de Filmin, para entendernos, y vivía literalmente en el piso de arriba de aquel cine que no existe, como tampoco existe el cine Ateneo de Mollet del Vallès y como tampoco existen la mayoría de cines donde muchos, quizás incluso tú, querido lector, aprendimos a entender la vida a partir de imágenes.

¿Cuál es la disciplina artística de un pintor? ¿Qué se hace en el taller, cuando las ideas no brotan? ¿Por qué despintar para crear borrando, cuando seguramente sería más fácil dibujar con lápiz, como se ha hecho siempre? ¿Cuál es la diferencia entre la palabra artista y la palabra artesano? ¿Y sobre todo, qué es aquello que diferencia el arte y el mercado artístico? "T'aviso que tinc moltes preguntes a fer-te, Isidre" digo a Manils antes de empezar a charlar, y él, sonriendo, me dice que no tiene ningún problema al responderlas y que acerquemos la estufa de butano, ya que si tenemos que charlar, más vale estar calentitos. Le confieso que su taller es tal como me imagino siempre el taller de un artista, ya que por culpa de Ed Harris y su film Pollock, siempre que pienso en un taller imagino los colores, los pinceles, las obras inacabadas, los garabatos por todos los sitios y aquel desorden necesario que se ve en la película. "Mi primera exposición se tituló Metonimias precisamente por eso: el título fue de Carles Hac Mor, y venía a decir que el cine plasmaba con imágenes una sensación o instante concreto de la vida".

Isidre Manils y Pep Antoni Roig durante la grabación del podcast El café de la rana. (Montse Giralt)

Quizás es cierto. Debe ser una metonimia, pues, que cuando cuando quiero describir un orgasmo, pienso en los cristales empalagados de un coche de época y la mano de Kate Winslet deslizándose abajo, como en Titanic. Incluso cuando oigo aquello de "al fascismo se le combate", lo primero que me pasa por la cabeza es la chilena de Pelé y aquel gol de Evasión y victoria a los nazis. No puedo hacer más. Cuando quiero escribir sobre la elegancia, recuerdo la caída de gafas de sol de Marcello Mastroianni en 8 e mezzo de Fellini. Cuando me preguntan qué es la sensualidad, digo que es Rita Hayworth sacándose el guante de una mano en Gilda. Y cuando pienso en el silencio, viajo hasta el ghetto de Varsovia recreado por Polanski y veo a Adrien Brody andando solo entre las ruinas de su ciudad vistiendo una casaca del ejército alemán sencillamente porque tiene frío. También debe ser una metonimia, confieso a Manils, que cuando vi sus cuadros pintados con goma de borrar en el Museo Can Framis pensé en alguna escena de Hitchcock, quizás porque mi abuela Enriqueta tenía pósteres de Psicosis o Los pájaros colgados en su habitación, y quizás porque ver un cuadro creado a partir de borrar fragmentos es como apreciar una obra que rompe la linealidad narrativa lógica, como Christopher Nolan a Memento. O quizás, mirándolo bien, es como echar atrás la moviola de la vida y volver a abrazar, ni que sea de forma ilusoria, a aquellos que ya no están.

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