Hace pocos días corría por redes una entrevista a Anna Castillo en que reconocía que, según cómo, ella es feliz pidiendo una pizza y mirando La isla de las tentaciones. La confesión gustó por la sinceridad y por la empatía que nos genera a los que, una vez o unas cuantas, hemos caído en el placer culpable de mirarnos el programa de Telecino. La idea ya la sabe todo el mundo, diría: cinco parejas heteros en una isla paradisiaca separados en dos casas (en una ellos y en la otra ellas) llenas de cámaras, piscinas, camas enormes. Y los tentadores, solteros que intentan provocarlos, calentarlos o enamorarlos. La premisa del programa es la siguiente: poner a prueba su amor, salir (si salen juntos) fortalecidos. Es decir, se buscan unos hipotéticos aprendizajes morales sobre cómo amarse mejor.
Se buscan unos hipotéticos aprendizajes morales sobre cómo estimarse mejor
Pornografía emocional
Me parece que así explicado todavía suena más ridículo. De hecho, ya me parece un poco absurdo escribir un artículo sobre La isla, pero es que las declaraciones de la actriz me tocaron de lleno, por esta vergüenza que oyes cuando te lo miras pensando que no lo admitirás nunca ante nadie. Si de caso dirás que te suena, que has leído alguna cosa. Y si lo reconoces será dejando muy claro que es desde la distancia absoluta, irónica, o desde una profundidad que no es la del target del programa para poder analizarlo y criticar que triunfe un programa "de estos". O como hago yo, que digo que me lo miro para entender por qué los jueves por la mañana mis alumnos llegan más dormidos que de costumbre y defienden o critican a los concursantes como si fueran sus primos mayores.
Me parece un poco absurdo escribir un artículo sobre La isla, pero es que las declaraciones de la actriz me tocaron de pleno, por esta vergüenza que sientes cuando te lo miras pensando que no lo admitirás nunca ante nadie
Es así, nos gusta poner la nariz en la intimidad ajena: las casas de los otros, lo que comen, lo que les hace sufrir, poder leer las charlas de whatsapp y las cartas de amor. En La Isla, los concursantes ven las imágenes de las infidelidades de sus parejas y nosotros los vemos como se las miran y como sufren y aguantan la respiración. Pornografía emocional prémium. Ya nos pasó hace veinte años con Gran Hermano. Aquí, además, nos venden una pretendida realidad que no es más que una calculada narrativa televisiva, porque el programa está totalmente editado y guionizado, seleccionando unas u otras imágenes de manera que podrían salir veinte programas diferentes en cada emisión. Pensad que en una edición fueron capaces hasta de hacer desaparecer por completo todas las imágenes de uno tentador que, una vez se emitía el programa, fue acusado de una agresión sexual.
En La Isla, los concursantes ven las imágenes de las infidelidades de sus parejas y nosotros los vemos como se las miran y como sufren y aguantan la respiración. Pornografía emocional prémium
Creer que somos mucho mejores
Nos lo miramos, sí. Con la culpa de cuando sales a fumar otro cigarrillo. De cuando necesitas cruasanes de chocolate ultra-rellenados, ultraprocesados y mortíferos que sabes que son uno menos cien en la Yuka, pero que disfrutas como un camello (como una excepción necesaria en la judía tierna de proximidad y en el cine europeo de culto). Nos lo miramos, quizás, porque la miseria y la ridiculez son una constante en las relaciones amorosas. Y verlo en los otros siempre hace que uno se sienta menos patético: actuar a pesar de saber el dolor que causarás, desear que te deseen. Añorar. No querer perdonar.
Nos lo miramos, quizás, porque la miseria y la ridiculez son una constante en las relaciones amorosas
Y también nos lo miramos con el aligeramiento y la superioridad moral de saber que nuestro mundo, por suerte, ya no es de aquella manera. Entendemos la nocividad de lo que genera. No creemos ni en la heterosexualidad normativa ni en las bellezas normativas de silicona y músculos. Sabemos que el amor va más allá de los modelos de pareja y familia tradicionales. De la exclusividad, de los celos. Cuidado qué no sea eso, lo que nos gusta. Mirárnoslo creyendo que somos mucho mejores.