Es de todos conocido que el reggaetón es el más potencialmente bochornoso de los gustos musicales y del que más gente se empeña en desvincularse a toda costa, y sin embargo es lo que más se escucha, lo que suena sin tregua en todos lados. Ya no hay tanto prejuicio pero quedan manchas. Muchos odian el género y afirman con superioridad no escuchar semejante ruido, pero, qué curioso, siempre se saben el estribillo. Porque el reggaetón ya forma parte de nuestra cultura popular y J Balvin es uno de los pocos que ha conseguido entrar en la lista de reggaetoneros a los que se asocian todas las canciones del género. Tego Calderón, Don Omar, Daddy Yankee, Wisin & Yandel, Nicky Jam, Bad Bunny. Ivy Queen, por feminizar la lista. Y el colombiano salió al escenario del Palau Olímpic de Badalona con esta exclusividad a cuestas, sobrado, y dispuesto a ofrecer un show para todos los gustos.
Todo empezó con esa comunión fraternal que es Mi gente —"¿y dónde está mi gente?"— para inaugurar el primero de sus dos conciertos en España dentro de la gira Qué bueno volver a verte, un título que ya es toda una carta de intenciones. Le siguieron Colmillo y Dientes, para hincar la mandíbula desde el inicio y morder fuerte. José Álvaro Osorio Balvin salió de fulgurante plateado, como una estrella del firmamento metida en un cubo universal o como un extraterrestre de la rima, adoctrinando incluso a los forasteros alienígenas con su aura de chico malo, desde Medellín pa'l mundo entero incluído el universo. Acompañado de un equipo de seis bailarines y un par de compadres detrás de la tabla de mezclas, Balvin desató su arsenal armamentístico, sus dotes melódicos y hasta su lengua inconsciente, confirmando ya al inicio que lo que pregona en sus letras es su patria heterobásica —no tardó en preguntarse que "¿dónde estan las mujeres solteras?"—: ni rastro de ninguna deconstrucción, ni por puro postureo.
Con el público más en mood de martes que de sábado, in crescendo con el devenir de los temas pero sin llegar al sold out, el cantante recordó sus raíces y a sus parceros, y se refirió a Barcelona más veces de lo esperado. Loco contigo, Con altura, Blanco, 6AM, Ay vamos, un paseo de trabalenguas que el séquito se sabía, miraculosamente, al pie de la letra, enmarcado en un espectáculo demasiado próximo al karaoke y al Tik Tok. Una se piensa que un concierto de reggaetón estará lleno de perreo y culos al suelo, y las únicas que se menean son las lucecitas rojas de los aparatos. Si algo no ha conseguido adoptar el género, como mínimo en pequeño formato, es la espectacularidad que ofrecen las estrellas de rock o de pop en sus conciertos, seguramente condicionados por la adicción a las pantallas que ha reformateado completamente la experiencia de la música en directo. Balvin se limitó a pasearse, afinar lo suficiente sin autotune y dejar el gran peso de la acción en el equipo de baile; ni un par de cambios de vestuario ni su tatuado torso al descubierto lograron el efecto eclipse deseado en los miles de ojos presentes, que parece que ya no van a ver al artista, sino que van a verse a sí mismos con el susodicho de fondo.
Una se piensa que un concierto de reggaetón estará lleno de perreo y culos al suelo, y las únicas que se menean son las lucecitas rojas de los aparatos
Y es que los nuevos mecheros son los móviles alzados, los reels en directo y los posados en modo retrato, inmediatez condensada en a penas hora y media y la particularidad de no interpretar ninguna canción de principio a fin, con la estrategia del remix evidenciando la relevancia de los feat en toda esta generación de artistas salidos de los suburbios. También la cercanía teatral cobra importancia en la era del todo se graba. El colombiano interpeló a los de la primera fila y leyó los carteles, lanzó algún "te amo" fingidamente personalizado y prometió abrazos, perfectamente consciente de la importancia del usuario y la empatía. Igual que Rosalía hablándole a la cámara en pleno directo o Aitana explicando las mismas penas en cada actuación, porque la humanización del artista cotiza en bolsa. También se sucedió algún paréntesis tierno al son de La canción o No me conoce, aunque lo musicalmente mas superlativo de la jornada fue cuando un conjunto de cuerda interpretó Rojo mientras un coro bailongo complementaba la escena a lo secta de gospel.
Tras subir a un par de chicas al escenario y coronarse con grandes hits mainstream como I like it, Safari, Ginza u Otra vez —y tras volver a apelar a la Triple S (mujeres solteras, sueltas y sin compromiso en argot Balvin, qué pesado)—, llegaba el colofón con sabor a electrónica y los navegantes galácticos del ovni se convirtieron en seres marcianos preparados para la abducción final. RITMO, Qué calor y In da getto subieron los colores del público y por fin pusieron a brincar a los 6000 fiesteros de la platea, hasta que el suelo se tragó a J Balvin con la rapidez que se bloquea un celular.