9 de agosto de 1992, Piscinas Picornell de Montjuïc, Barcelona. La favorita Italia y la sorprendente España se enfrentan en la final olímpica de waterpolo. A pocos segundos del final del partido, Miqui Oca empata a 7, abriéndose el partido a un tiempo extra que acabaron siendo tres prórrogas agónicas que terminaron con la derrota española en el último suspiro. Lejos de mantener la depresión que aquella medalla de plata provocó en el equipo, la final perdida de los Juegos Olímpicos de Barcelona abrió un periodo triunfal para aquella selección, que se quitaría la espina cuatro años después, con el oro olímpico en Atlanta y con la victoria en el Mundial.
La historia de ese grupo y su preparación casi militar comandada por el croata Dragan Matutinovic, coach de métodos salvajes que apostaba por una disciplina extrema, centran el relato de 42 segundos, una película épica que pone el foco en el choque que, meses antes de la competición olímpica, sacudió los cimientos de la selección: no solo por la entrada del nuevo entrenador, también por el desembarco de un grupo de jugadores madrileños en un colectivo que, hasta aquel momento, estaba fundamentalmente formado por waterpolistas catalanes. Ese impacto de trenes de alta velocidad tuvo a dos representantes claros: por un lado, Manel Estiarte, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, un profesional hasta decir basta; por el otro, Pedro García Aguado, alias Toto, un vivales tan caradura como talentoso, al que ni una cita olímpica le impedía pegarse una buena fiesta.
Dos líderes con dos formas distintas de entender el deporte, y la vida, que chocaron primero, conectaron después, se hicieron amigos finalmente, y compartieron la amargura de una medalla de oro que se escapó por los pelos. Su relación es una de las claves de 42 segundos, y, para reflejarla, el hiperactivo cineasta Dani de la Orden (que este mismo fin de semana estrena otra peli, El test) y su compañero de fatigas en la dirección Àlex Murrull, han elegido a dos actores conocidísimos: Álvaro Cervantes encarna al introvertido Estiarte, mientras que el explosivo Toto García Aguado toma vida gracias a Jaime Lorente, el Denver de La Casa de Papel, el Nano de Élite, el Rodrigo Díaz de Vivar de El Cid.
Conectamos vía zoom con un Lorente que tiene al fondo un móbil colgado del techo y lo que parece una cuna: “Estoy en casa, en el cuarto de mi hija. Está descubriendo el habla y no para... Ese sí es el papel más bonito que me ha tocado hacer. La paternidad lo pone todo en otro sitio, sin lugar a dudas”, afirma, y nos cuenta que acaba de terminar el rodaje de otro bombón televisivo. En Cristo y Rey domará leones y vivirá una historia de amor mediática y turbulenta con una estrella del cine y del papel couché. Sí, esa es la serie sobre Ángel Cristo y Bárbara Rey que tiene a los seguidores de la prensa rosa con los ojos abiertos como platos.
Nunca voy a un rodaje a hacer amigos
Hacer de Ángel Cristo me parece un sueño...
Sí, es una absoluta fantasía (risas). Ha sido un rodaje muy intenso, mucho. La serie no se corta un pelo, ya te lo avanzo, va a levantar polémicas. Se cuenta todo, absolutamente todo.
¿Aparece el Emérito?
Se nombra a todo el mundo que aparece en esas vidas, a todo el mundo. No se corta, de lo contrario... ¿para qué hacerla?
Expectantes estamos. Pero vamos a lo que nos ocupa, el waterpolo. ¿Algún recuerdo de los Juegos Olímpicos de Barcelona?
No. Yo tenía un año, y no viví nada de todo aquello, claro. No tenía más idea que el hecho en sí, lo de saber que hubo unas Olimpiadas que se celebraron en España. Pero era algo muy ajeno. Me acuerdo más de ver a Freddie Mercury y Montserrat Caballé en Youtube que de cualquier otra cosa. Y sobre la historia que cuenta 42 segundos, sí me sonaba, pero a través de la figura de Toto García Aguado, al que conocía por el programa Hermano mayor que él presentaba. Poco más.
42 segundos tiene muchos elementos que la hacen singular. ¿Qué te conquistó del proyecto?
Muchas cosas. Primero estaba el reto que suponía el propio waterpolo. Cuando empecé a entrenar pensé: "¿En qué momento me he metido en esto?". Es un deporte durísimo, me parece el más difícil de ficcionar, de interpretar. Hemos trabajado mucho para intentar dar el pego. Después también fue importante el equipo que había tras la película: tenía muchas ganas de currar con Dani de la Orden. A Àlex Murrull no le conocía y ha sido la gran sorpresa del rodaje. Y Álvaro Cervantes, con el que todavía no nos habíamos enganchado, también me apetecía, y se ha convertido en un hermano, literal. Es que el proceso ha sido tan bonito, tanto...
Más allá de la épica deportiva y de la propia intrahistoria (la preparación salvaje, las drogas, los malos rollos), esta es una peli que habla de puntos de encuentro: Estiarte y Toto como representantes de dos formas de entender la vida unidas por un objetivo común.
Ese fue otro de los motivos que me impulsaron a hacer la película. Ese equipo formado mayoritariamente por jugadores catalanes, que eran la élite del país, y al que de pronto llega una oleada de jóvenes madrileños sinvergüenzas, vive un choque tremendo. Luego, esos dos grupos se acaban encontrando por el amor a un deporte. Y por elegir abrirse y aceptarse. Como todo en esta vida. Esa lucha por la medalla de oro es la lucha por la unión.
Esa lucha por la medalla de oro es la lucha por la unión
En el contexto que vivimos hoy no sé si aquello se podría repetir...
Al final, la única manera de afrontar juntos un objetivo común es la escucha. Pero es verdad que estamos en un momento en el que escuchamos muy poco. Es que hace falta el entendimiento, el respeto, el amor, así se conquista cualquier oro.
Dices que Álvaro y tú os habéis hecho hermanos después del rodaje. ¿Eso suele suceder?
Yo nunca voy a un rodaje a hacer amigos. Creo que en los rodajes, o en los ensayos de una obra de teatro, se crea una especie de Gran Hermano en el que uno se ancla a lugares que después no son reales. Duran lo que dura el rodaje. Pero esa no disposición de ir a hacer amigos hace que, cuando una relación surge de manera natural, veas claramente que es de verdad. En 42 segundos ocurre, por ejemplo, en los personajes secundarios, que son puro apoyo, te das cuenta que lo están dando todo, porque en ese rodaje había mucho amor. Y con Álvaro... me encontré con un compañero que trabaja desde un lugar muy parecido al mío, siendo tan diferentes: él es muy fino trabajando, y yo soy una cabra loca. Pero tenemos algo en común muy bonito, no sé, ha sido un placer currar con él...
¿Qué es eso tan bonito que tenéis en común?
Pues que de alguna manera queremos que las cosas pasen de verdad. Cuando trabajo con un actor bueno, a mí me hace mejor. Es como los focos cuando estás en un escenario, cuando tienes un buen foco y te iluminan bien. ¡Y Álvaro es un pedazo de foco!
Comentabas lo titánica que fue vuestra preparación. Pero ya habías hecho personajes muy físicos...
Sí, pero en seco (risas). Soy poco acuático. Es que el estado neutro de un waterpolista, que es estar quieto en la piscina flotando, para nosotros era una odisea. Y ellos pueden estar así horas. Solo eso ya es complicadísimo, así que la preparación ha sido muy dura. Hicimos muchos largos, nos hinchamos a ejercicios específicos, pero después te dabas cuenta que jugando un partido no durábamos más de tres minutos. ¡Tres minutos! Estábamos agotados: "me quiero ahogar, me ahogo aquí y se acabó" (risas). Pero podemos decir con orgullo que, más que en algún plano general, no hemos necesitado dobles.
No me imagino ese esfuerzo físico combinado con no perder de vista personaje y guion...
Es que con todo el cansancio, después tienes que calcular lo específico de la cámara: estás en el agua con un rango de foco de 10 centímetros, no puedes echarte ni hacia adelante ni hacia atrás... Con la preparación teníamos que llegar a un nivel en que el deporte no fuera un obstáculo ni un impedimento para rodar. De todas formas, a los tres días de rodaje, la mitad ya estábamos lesionados. El fisio era uno más del equipo, empezaba con mi rodilla, el hombro de Álvaro, el otro... aquello parecía un club de deportistas jubilados.
¿Te quitas una espinita con el cine?
La verdad es que no. Soy más amante de los proyectos que de otra cosa, no puedo elegir entre cine, televisión o teatro, me da un poco igual. Claro que me hace ilusión estar en una película como esta, que se estrenará en muchos cines. Yo soy muy defensor de las salas, del rito que supone ir al cine, eso no existe en otro lugar, y eso me emociona. Pero no me quita ninguna espina.
Es verdad que perteneces a una generación para la que la ficción televisiva tiene un peso que antes no tenía.
Sí, totalmente. En cualquier caso, yo lo que he hecho toda la vida es teatro. Entré en la ficción audiovisual haciendo series que ya se ruedan como el cine. En un rodaje hay muchos aspectos que no se diferencian. Al final el cine es tiempo, con cuántas cámaras se rueda, lo que le dedicas, y realmente todo eso cada vez se parece mucho más a series. Pero sí, es verdad que antes la meta del actor consagrado era el cine. Yo eso no lo he vivido.
¿En qué punto de tu carrera crees que llega 42 segundos?
Estoy tranquilo, también en un momento en el que actoralmente me emocionan muy poquitas cosas, aunque hay alguna cosa que me pone...
Estoy en un momento en el que me emocionan muy poquitas cosas
¿Cachondo?
Cachondete... Gracias por el permiso (risas). Mira, tengo muchas ganas de dirigir, estoy preparando mi primera peli, tenemos una primera versión del guion cerrada. Ese es mi sueño. Rodando soy mucho más amante de lo que pasa en el combo que lo que ocurre en la acción. Me encanta la técnica. Gozo actuando, eh, me pego unos viajes muy intensos, me encanta el escenario, sin duda lo que más me gusta. Pero tengo muchas ganas de dirigir, muchas, ahí me pilla este momento, con esta gran ilusión y pasión.
Hay todo un tema en la imagen que los actores proyectáis y lo que hay detrás. Creo que podrías escribir dos o tres libros sobre ello...
Totalmente, pero con ese tema ya me he rendido. Siempre digo que no hay nada peor que un éxito: un éxito es terrible porque la gente te va a ver siempre de una manera muy condicionada y determinada por ese éxito. Yo llegué a La Casa de Papel después de haber hecho mucho teatro, me he formado muchísimo en los escenarios, dirigiendo e interpretando, mi currículum es todo teatro. Y fíjate que el año pasado hice un monólogo en el Kamikaze, Matar cansa, y mucha prensa me preguntaba por qué ahora me había dado por hacer teatro, si me apetecía probar... Es que me han visto en La Casa de Papel y suponen que soy un chaval al que han sacado de la calle para hacer ese papel. ¡Pues no es el caso! Me he formado mucho, y todas las cosas que hago existen porque considero que puedo hacerlas con todo el respeto que este oficio se merece. Ya he abandonado lo que supone mi imagen en relación a lo que soy, me he dado cuenta que hay mucha distancia entre una cosa y la otra.
Las nuevas generaciones de intérpretes y directores habláis de la gestión del éxito y de cómo afecta a la salud mental sin ningún pudor...
Creo que sí, que las nuevas generaciones tenemos tendencia a romper una serie de estructuras que nos han oprimido durante mucho tiempo, y a mí me parece imprescindible poder hablar de lo que me ha sucedido después de un éxito desenfrenado como el de La Casa de Papel, lo necesito. Poderle explicar a la gente que, desde un lugar muy falso, se ha hecho una imagen de mí que no tiene nada que ver conmigo. Eso me ha hecho sufrir, porque hemos depositado el éxito en un lugar completamente irreal.
Y después está el peligro que un éxito como ese te encasille en personajes de canallita...
Eso me preocupa menos, y tampoco sé responderte muy bien, no lo tengo muy claro. Al final es evidente que uno tiene un perfil, y que durante un tiempo lo fusilan a más no poder. Y de pronto aparece un personaje que rompe con eso y la gente se da cuenta de lo bueno o buena que eres. Es que esa es la historia del 90 por ciento de actores y actrices (ríe). A mí me gusta, aunque haya interpretado a varios canallas siempre intento darles un toque diferente. Y al final yo de lo que estoy encantado es de poder tener trabajo, que es un lujo enorme.
A romper con tu imagen también contribuye todo lo que has hecho fuera de la interpretación. Has publicado un libro de poesía y un disco. ¿Tiene que ver con una falta de complejos o...
... yo creo que con mi identidad. Yo me considero un intérprete de las cosas que me pasan. Desde la música, la actuación o la escritura, que son códigos distintos. A través de ellos doy forma o expreso cosas que en mi cabeza son inasibles, están desestructuradas. Al final utilizo lo que tengo más a mano para contarme. Y sin ningún tipo de complejo: yo puedo ser lo que me dé la gana, como todos podemos serlo. Falta que nos convenzamos, que es lo más difícil.