Una de las primeras cosas que Jenn Díaz (Sant Feliu de Llobregat, 1988) pone en valor cuando el equipo llega con todos los trastos es que seamos tres mujeres. Dice que no suele pasar, con una fugaz radiografía a medio camino entre el orgullo y la indignación de tener que admirar una paridad que ya tendría que estar superada. Este simple detalle dice mucho de cómo mira la vida esta escritora y diputada en el Parlament de Catalunya. Jenn Díaz tiene una voz dulce y próxima, sonríe mucho y tiene una contundencia discursiva potente que lleva años alimentando, más todavía desde que hizo público delante de toda Catalunya que había sido víctima de violencia machista y empezó otro proceso de reparación a través de la lucha política; un camino arduo que también la ha acercado a muchas otras mujeres. Ahora da un paso más en Violència en tres actes (La Magrana), un libro que mezcla experiencia y reflexión para recorrer el camino de víctima a superviviente, y que quiere servir de acompañamiento para todas aquellas, tantas, que viven bajo la sombra de esta lacra estructural.

Foto: Irene Vilà Capafons

Hace 5 años te abres en canal en el atril del Parlament de Catalunya. ¿En qué momento de gestión estabas?
Había hablado con amigas mías que habían hecho públicos sus casos de abuso sexual en la infancia, de violación o de violencia machista, y les había preguntado cuál había sido aquel clic que les hacía da un paso adelante. Y todas me dijeron que para hacer la denuncia pública y dar tu testimonio tenía que ser un momento en el que, independientemente de la respuesta de las personas con las que estabas —y por lo tanto, en mi caso, toda Catalunya—, tu proceso de reparación no dependiera de eso. Y yo ya estaba preparada. Emocionalmente, si es que se puede tener nunca cerrado, yo lo tenía cerrado.

¿Sufriste condescendencia?
A menudo me pasa que en nombre del amor o de la estima, la gente siente rabia e impotencia de que hayas tenido que sufrir violencia. No recibí condescendencia, pero sí toda la gama: desde el apoyo, la solidaridad y la empatía, pasando por muchas mujeres que se acercaban a mi testimonio, pero también el hecho de ser diputada y decirlo en un atril en el Parlament de Catalunya hacía que mucha gente considerara que había partidizado mi situación. Desde entonces, cuando hablo de ciertas cuestiones sobre violencia machista en el ámbito político, se me presupone como una experta porque hablo en primera persona: si es que la línea entre aquello personal y político existe, en mi caso se había difuminado.

Decirlo en un atril en el Parlament de Catalunya hacía que mucha gente considerara que había partidizado mi situación

El telón de fondo de la época mediatizaba casos como el de Marta del Castillo. ¿Tú qué contexto tenías?
Los casos de violencia sexual o de violencia extrema contra mujeres eran un telón de fondo en las vidas de todas las chicas del país. Yo lo incorporo como que es la sociedad que tenemos y que las mujeres tenemos que aprender a convivir con el miedo porque no se puede hacer nada. Todavía no ha llegado el feminismo a mi vida ni es central en las conversaciones, la política institucional no se ha hecho suyo el discurso feminista y muchos de estos casos no se combaten desde el lugar en el que se combaten ahora. Tú no consideras que sea lo que te está pasando a ti y tomas una distancia emocional de lo que pasa en la televisión, la radio o las redes sociales. En cambio, sí que tengo un montón de productos culturales y publicitarios que lo validan, que es este amor romántico que te deja sin poder vivir, con esta parte de épica de que tienes que luchar contra el mundo exterior para salvar tu amor.

Como mujer, te tengo que decir que esta frase me ha aturdido: "La categoría de mujer maltratada me quedaba grande, como si no la mereciera, porque el síndrome de la impostora se filtra por sitios insospechados".
Tengo muchos mensajes de muchas mujeres diciéndome: "Ostras, a mí también me ha pasado que no me he sentido nunca lo bastante víctima para considerarme víctima de violencia machista". También porque es muy difícil aislar la violencia psicológica. En mi caso, muchas veces he tenido que explicar que la violencia también era física para que entiendan que soy una víctima, porque la violencia física socialmente está más validada como maltrato. Pero eso lo digo ahora, entonces ni siquiera me servía la violencia física, porque no era continuada. Siempre encuentras una rendija o una justificación para rebajar la percepción que tienes de tu vivencia. Y eso me parece terrible.


¿Tú cuándo fuiste consciente de que algo no iba bien?
Eso es muy al principio. Pero que tú te digas a ti misma que hay algo que no está bien no quiere decir que consideres que no hay manera de arreglarlo. Desde el primer momento yo veo que aquella relación me tiene consumida; que me tiene la autoestima por los suelos, que voy insegura, que siempre hay un chantaje emocional a través del silencio. O de ponerme contra las cuerdas para hacerme creer que no tenía razón en mi queja o que estaba exagerando. Tú percibes que hay cosas que están haciendo daño en un lugar en que no tendrían que estar haciendo daño, pero igual que percibes eso, tampoco te parece que sea definitivo, sino que tienes que trabajar porque simplemente tienes una relación compleja. Yo sé que alguna cosa no va bien, lo que no sé es ponerle la etiqueta de violencia machista, ni de chantaje, ni de violencia psicológica. Cuando pasa la violencia física tienes menos margen de interpretación, pero entonces pienso que es un hecho aislado, que no es continuado. Y entonces yo creía que la condición era que la violencia tenía que ser continuada y no me percibo como una víctima de violencia machista. El primer capítulo del libro se dice Augurio, y el augurio llega enseguida, lo que pasa es que aprendes a convivir con él.

¿Cómo se acaba la relación?
Se acaba más de una vez, no hay una sola vez en que yo tomo la decisión. De hecho, hay una media de veces que las víctimas de violencia machista se marchan de casa, y son siete. Yo no cumplí siete, pero de forma continuada decido acabar con aquella relación y después volvemos a empezar el ciclo con el perdón y la reconciliación. Pero la vez en que yo hago un punto y aparte definitivo es un momento muy cotidiano y absurdo. Hacemos una cena en que me parece que él tiene un nivel de agresividad y de mala educación hacia sus amigos que me incomoda muchísimo. Es muy curioso, porque a mí me había hecho las mil y una, pero de golpe ver aquella violencia contra otras personas como espectadora me pareció intolerable. Recuerdo que volvemos a casa y le explico cómo me he sentido, y lo que me dice es que tengo celos porque que cuando él habla todo el mundo la escucha y que yo soy una persona mediocre que no tiene nada que explicar. Esta discusión es dentro de un coche con él conduciendo de forma temeraria, y decido fríamente que vuelvo a casa, y que dormiremos juntos haciendo ver que no pasa nada. Y al día siguiente decido que es la última vez que lo veo. Y por primera vez es verdad: desde entonces no lo he vuelto a ver.

Foto: Irene Vilà Capafons

Denunciaste un año después.
Él intenta ponerse en contacto conmigo y la manera de presionarme es extorsionarme con que colgará información y fotografías mías personales en las redes. En aquel momento decido que tengo un indicio para presentar una denuncia, más allá de todo lo que me había pasado antes y que no había denunciado. Aprovecho y explico que no solo me está pasando eso en presente, sino todas estas agresiones físicas y psicológicas. Evidentemente, por el caso de acoso digital no tengo respuesta, porque no tengo herramientas para poder demostrar que la persona que me está extorsionando es mi expareja, ya que hace 15 años el anonimato de las redes era una cuestión muy incipiente —y todavía ahora—; por el resto de cuestiones que denuncio no tengo testigos, informes o pruebas, y todo queda archivado.

¿Te sentiste maltratada por la institución?
Hubo dos fases. La primera, la de denuncia, que hice en una comisaría y con una mosso con quien me sentí muy acogida. Allí nadie dudaba de que aquello era violencia machista, y me encuentro con que ya no me tengo que justificar para acercarme de manera amable a la etiqueta de víctima. Después la denuncia empieza a caminar en el sistema judicial, y allí sí que vuelvo un poco acusada por las preguntas que hacen y la manera como las formulan. Te tengo que decir que la mayoría las he olvidado, pero respondo de forma autómata deseando que aquel momento acabe y volver a mi casa. Pero una cosa es no esperar una condena o una orden de alejamiento, y la otra es tener la sensación de responder como si no me estuvieran creyendo.

En ningún momento pensé en el sistema judicial como un espacio donde alguien me daría la razón

Da la sensación de que, desde las instituciones, se responsabiliza a las víctimas pidiendo que denuncien, pero después no se las escucha.
En la reforma de la ley contra la violencia machista catalana que hicimos la pasada legislatura incorporamos la violencia institucional como una forma de violencia machista, porque si después todo decides acogerte a tu derecho de buscar justicia y resulta que en tu proceso de reparación judicial encuentras más violencia, lo que hacemos es negar a las víctimas este derecho legítimo que tienen. Y hace que miremos con un cierto pesar a un sistema judicial que al mismo tiempo es una de las piezas para que los espacios sean seguros. Fíjate que en mi caso, yo en ningún momento pienso en el sistema judicial como un espacio donde alguien me dará la razón: yo estaba convencida de que ni era la primera ni sería la última, y en cambio esta persona tenía un expediente limpio, y yo necesitaba que la próxima vez que alguna mujer decidiera denunciarlo como mínimo hubiera una denuncia archivada. Yo solo busco dejar una huella institucional de mi situación, pero no busco en ningún caso que mi reparación venga de parte del sistema judicial.

¿Y qué se tiene que hacer para que las víctimas tengan garantías reales?
Formación de valoración de estos casos y de cómo se tiene que preguntar a una víctima de violencia machista. Yo entiendo que tienen que certificar que lo que tú estás diciendo es verdad, pero la manera como lo enfocan, revictimiza. También pasa por que las personas que acompañan estén especializadas, porque resulta que hay una manera de ejercer la abogacía que es especializada en violencia machista. La otra pata es un cambio social y cultural: si eres la víctima de La Manada, la sociedad te revictimiza y cuando se mediatiza tu caso hay una ola feminista que sale a la calle, evidentemente te fortaleces. Y no digo que valga la pena, pero te das cuenta de que a nivel comunitario y colectivo estamos tomando conciencia de que ya no es solo aquella violencia feroz que hemos sufrido, sino que cuando la institución y la administración interviene, también está generando esta violencia. Y que le podemos poner remedio.


Dani Alves, Saül Gordillo o Carlos Vermut. ¿Son casos aislados o las cosas están cambiando?
Hay mujeres decididas y dispuestas a denunciar a hombres que tienen una proyección pública, que saben que será difícil, que quizás no se las creerán y que automáticamente la gente empatizará con ellos. Que las mujeres se puedan plantear hacer estas denuncias es un éxito colectivo. El problema es el precio que pagan por buscar esta reparación y esta justicia en nombre de todas. Sabe muy mal que tengan que pasar por todo eso, pero creo que socialmente nos hacen avanzar. Un agradecimiento eterno a todas las mujeres que han decidido politizar, mediatizar sus casos y atreverse también a ir contra los poderosos, porque si ya es difícil hacerlo con personas más o menos anónimas, imagínate cuándo el personaje fuerte, poderoso y jerárquicamente superior a la víctima tiene una exposición pública, y que automáticamente salen todos los camaradas a defenderlo. En el caso de Dani Alves, lo que decían era que él no necesita violar a una mujer. Es que eso no va de impulso sexual. Y evidentemente esta no ha sido la primera mujer que ha sido forzada, violada y violentada por un futbolista ni por cualquier hombre poderoso.

Tú ahora compartes hemiciclo con personas que niegan que haya violencia machista.
Los primeros días era muy impactante. Tú ya sabes qué piensan, qué dicen y qué votan, pero verlo en directo es impresionante. También es verdad que tres años más tarde es un sonsonete y acabas normalizando que la diputada de Vox en la Comisión de Feminismo dirá su ABC y ya no esperas nada más. Yo creo que siempre habrá un reducto que creerá que la violencia machista no existe, pero lo que me preocupa es que el mensaje que envían desde aquí aleja a las víctimas de su autopercepción. Hecho desde altavoces muy poderosos, este mensaje va llegando a las casas y va calando: si te están diciendo que eso no existe, que tu violencia es intrafamiliar —como mucho— y que tu condición de mujer no tiene nada que ver, y tú dudas de si aquello que estás sufriendo tiene un nombre, la manera como te acercarás a tu condición de víctima será mucho más lenta. Me gustaría que no existieran las personas que piensan que la violencia machista no existe, pero incluso sin contar con eso, sobre todo me gustaría que no fuera tan contraproducente para tantas víctimas.

Que las mujeres se puedan plantear denunciar hombres con proyección pública es un éxito colectivo

Hay dos diputadas que han alzado la voz y que han denunciado haber sufrido acoso. ¿Se podría hacer un Me Too en la política?
En todos los espacios donde hay poder, hay abuso de poder, y aprovecho para volver a decir que tienen todo mi apoyo. Todo se ha mediatizado porque tenemos el Protocolo contra el acoso y el Plan de Igualdad del Parlament de Catalunya, que aprobamos por unanimidad la pasada legislatura y que ahora por primera vez se ha activado. Que se haya mediatizado ha puesto sobre la mesa la dificultad que el abuso de poder sea probado y puedas demostrar que aquella violencia tiene que ver no solo con discrepancias políticas, ideológicas o de familias dentro de tu grupo parlamentario, sino con el hecho de que tú eres una mujer en un espacio hostil para las mujeres. Es muy difícil demostrarlo. Por lo tanto, estamos en un momento en que tenemos bastante fuerza y poder para denunciarlo, tenemos bastante apoyo institucional como para tener estas herramientas, pero no tenemos la cultura política y organizativa necesaria para poder hacer un abordaje adecuado a estas situaciones.

No es muy consecuente.
El mensaje que estamos dando es que cuando las mujeres denuncian se quedan solas, son expulsadas de su grupo parlamentario y todo el mundo opinará de sus casos. No olvidamos que el protocolo del Parlament lo gestionan de manera externa, por lo tanto, alguien que no está en nuestro día a día ha hecho que la privacidad que se requiere haya saltado por los aires. Hemos visto otra vez como los espacios de poder dinamitan derechos y herramientas que tenemos las mujeres y que hemos pactado entre todos los grupos parlamentarios, y ahora estamos hablando de si el protocolo se tiene que suspender. ¿El protocolo era necesario mientras no se aplicaba, pero una vez se activa lo tenemos que poner en entredicho? No, se tiene que quedar y se tiene que mejorar, revisar, repensar y estar dispuestas a que sea una herramienta viva, porque cada vez que se ha activado —y quiero recordar el caso de Mireia Boya— ha sido complejo. Porque no es fácil. Lo que no puede ser es que cuando no nos gusta, se tenga que suspender.

Foto: Irene Vilà Capafons

¿Es por cosas como esta que dices que a veces todavía te sientes víctima?
Es que tú has hecho un camino, tienes un grupo inmenso de mujeres por todo el mundo que están haciendo este camino, y al mismo tiempo ves esta reticencia. Cuando se cuestiona a ciertas mujeres, de alguna manera, te están cuestionando a ti. Yo ahora soy diputada y se me presupone un principio de autoridad, y como el agresor es el anónimo nadie ha cuestionado que yo no estoy diciendo la verdad; pero es que la justicia no me dio la razón. ¿A todas aquellas mujeres que la justicia dice que sus hechos no son probados —como los míos— las tenemos que no creer automáticamente?

Ahora la víctima perfecta ya no es la que calla, sino la que se reivindica más.
Sí, y también me parece muy injusto. Es importante que la víctima perfecta no tenga que reunir una serie de condiciones. También, como hemos sido muchas las que hemos decidido politizar y mediatizar nuestros casos, automáticamente generamos en muchas otras mujeres que para que se las considere valientes también lo tienen que hacer. No estamos obligadas, no le debemos a nuestro testimonio a nadie. No somos más o menos víctimas o supervivientes, ni más o menos valientes en función de si decidimos ponernos un micro en la boca y gritar que sufrimos violencia machista. Puedes no decírselo nunca a nadie y ser una superviviente igualmente.

No le debemos nuestro testimonio a nadie; puedes no decirlo nunca y ser una superviviente igualmente

¿Tú has necesitado recibir un perdón de tu victimario?
No. Hay un momento en qué tú, igual que los demás, tienes una mirada muy crítica hacia ti, y hay un momento en que este perdón no lo necesitas de nadie más que de ti misma. Con este libro, lo que he querido es acercar este perdón y que las víctimas se puedan reconciliar con ellas mismas, que sea como este golpecito de amiga que te dice que le podría haber pasado a cualquiera, que no es una cosa tuya, que por más que tú te quedaras no eras responsable, que tu condición de víctima no te define como persona y que la responsabilidad siempre la tiene el agresor.

Suena todo tan familiar que asusta.
Cuando tú, como mujer, explicas una cosa y ves la cara de la persona que tienes en frente, tomas conciencia de la gravedad de lo que te ha pasado, porque lo has normalizado durante mucho tiempo. De tanto explicárnoslo entre nosotras, tenemos un nivel muy alto de tolerancia con la violencia porque siempre nos han dicho que éramos unas exageradas y unas histéricas. Y no queríamos ser víctimas. Pero es que lo que te había pasado resulta que le ha pasado a todas tus amigas, por lo tanto, no eres tan especial. ¿En cambio, aquella a quien han violado, a quien terminaron asesinando, aquello sí es ser víctima, ¿no? No hace falta todo eso para ser una víctima.