Cuando, durante unos meses, se sacó de encima la condición de hijo para hacer de coordinador de títeres a la película Laberinto (1986), aquella fenomenal locura con David Bowie y una jovencísima Jennifer Connelly, Brian Henson lo tuvo claro: "Cuando trabajaba era como una criatura. Nada que ver con cómo estaba en casa. En el plató era libre". Dos palabras de esta declaración, "criatura" y "libre", se convierten claves para comprender la grandeza de un creador irrepetible: Jim Henson, el hombre que se inventó Barrio Sésamo (programa revolucionario que mezclaba el entretenimiento y la diversión de los más pequeños con el aprendizaje y la educación) y se sacó del sombrero los Muppets, que aquí conocimos como Teleñecos. La mente privilegiada que hizo crecer una empresa de la nada y hasta el gigantismo, haciendo lo que mejor sabía hacer: innovar constantemente, experimentar sin miedo, no conformarse y seguir su intuición.

Un inconformista catacaldos

A menudo se reduce la influencia de Jim Henson a un ecosistema infantil, como si fuera el eterno amigo de los niños. Pero Jim Henson: La audacia de las ideas, el magnífico documental sobre su figura que acaba de estrenar Disney+, demuestra que, en realidad, estamos delante de un cerebro que iba tres pasas por delante, de un artista que abrazaba el riesgo con cada una de sus atrevidas, alocadas, múltiples ideas. Dirigido por Ron Howard (Cocoon, Una mente maravillosa, El código Da Vinci), el filme defiende una tesis desde el comienzo: recuperando imágenes de un cortometraje experimental que rodó el año 1965 y que fue nominado a los Oscar, de título Time Piece, donde el mismo Henson se ponía delante de la cámara para convertirse en un hombre encapsulado y asediado por el tiempo, los espectadores recibimos el mensaje. Y tendremos claro que nuestro hombre era perfectamente consciente de que resultaba improbable tener tiempo material para hacer realidad todo aquello que le pasaba por la cabeza.

Un joven Jim Henson dando vida en Kermit / Archivo Disney +

Jim Henson fue un artista que abrazaba el riesgo con cada una de sus atrevidas, alocadas y múltiples ideas

Claro que Henson es el padre de la gallina Caponata, de Epi y Blas, del Monstruo de las Galletas y de Coco (y sus explicaciones de qué es la izquierda y qué es la derecha: quizás hoy nos irían bien unas clases de repaso). Es obvio que Henson parió la rana Kermit (aquí, Gustavo, el reportero más dicharachero, construido con el abrigo de su madre y una pelota de pingpong cortada por la mitad), su enamorada Peggy, Gonzo, Fozzie o el cocinero sueco. Los títeres de fieltro se convirtieron en una inmejorable forma de expresión, educativa y humorística. Y el documental lo valora, no podía ser de otra manera.

Pero también nos explica cómo, a mediados de años 60, desarrolló una ocurrencia para un club nocturno que llamó Cyclia, la experiencia de entretenimiento del futuro: la cosa iba de instalar paneles de cristal en el techo, al suelo y en las paredes sobre los cuales se proyectarían películas, y, una vez cada hora, una mujer con unos leotardos blancos se tenía que levantar de un pedestal en el centro de la pista para que le proyectaran cine en el cuerpo mientras bailaba. Por lo que sea, un concepto tan psicodélico no se hizo nunca realidad, pero ejemplariza a la perfección el inconformismo catacaldos y la ebullición de un cerebro permanentemente activo, que también imaginó espectáculos para Broadway, ballets y parques de atracciones previos a la creación de Disneyland.

Jim Henson, un creador a la búsqueda del tiempo perdido / Foto: Arxiu Disney +

Ejemplariza a la perfección el inconformismo catacaldos y la ebullición de un cerebro permanentemente activo

Como nos explica Jim Henson: La audacia de las ideas, el padre de los Muppets decidió bajar la persiana de un show que ninguna gran cadena norteamericana (santa Lucía les conserve la vista) le quiso comprar, y que se convirtió en un éxito despampanante hecho desde Londres, para vender el producto acabado a todas aquellas televisiones que se subían a un carro que se movía a la velocidad de la luz. Solo duró cinco temporadas, entre 1976 y 1981, y The Muppets Show lo sacudió todo: mucho antes que Pixar hiciera animación con varias capas de lectura según si el espectador tenía seis o treinta y seis años, nuestro hombre ya proponía un espectáculo de variedades en un viejo teatro, con música y esquemas cómicos protagonizados... ¡por títeres! Hacedme caso porque no encontraréis nada mejor: si sois clientes de Disney+, el infinito catálogo esconde las completas cinco magistrales temporadas de un original que después se expandió en películas como Los Teleñecos conquistan Manhattan (Frank Oz, 1984) o la sensacional Los Teleñecos Cuento de Navidad (Brian Henson, 1992), con el grandísimo Michael Caine haciendo del execrable Mr. Scrooge.

Jim Henson y sus criaturas / Foto: Arxiu Disney +

Mucho antes que Pixar hiciera animación con varias capas de lectura según si el espectador tenía seis o treinta y seis años, nuestro hombre ya proponía un espectáculo de variedades en un viejo teatro, con música y esquemas cómicos protagonizados... ¡por títeres!

Pero el fenómeno televisivo, que contaba cada semana con una estrella invitada (había bofetadas entre las celebrities de Hollywood para ir: por el show pasaron de Julie Andrews a Christopher Reeve, de Roger Moore a John Cleese, de Liza Minnelli a Johnny Cash, de Mark Hamill en Elton John), no hizo cambiar ni un ápice la decisión de Henson que ya tenía suficiente, y era hora de hacer otras cosas. Aunque se tratara de largometrajes tan marcianos como Cristal oscuro (1986) o Laberinto (1986). Conocer proyectos tan iconoclastas como Youth 68, The Cube o The Muppets: Sex and Violence (uno de los pilotos del futuro show) sirven para entender que el amigo de los niños era también amigo de los adultos más inquietos.

El hombre, no el mito

Cualquiera que tenga una criatura cerca sabe cómo se cansan enseguida de las cosas, y cómo buscan nuevos estímulos sin descanso. Y Henson, como buen niño mayor, necesitaba la adrenalina de levantar un nuevo proyecto de los mil que le pasaban por la cabeza cada quince minutos, en una lucha contra el tiempo finito, quizás consciente de un final prematuro. Porque James Maury Henson vivió siempre con el trauma del accidente que acabó con la vida de su hermano, con solo 24 años. Y porque, en un infinito carpe diem, y quizás producto del estrés de trabajar más horas que un reloj, él mismo murió a los 53 años por una infección bacteriana después de una neumonía mal cuidada, con todo hecho y todo por hacer.

El universo Henson al completo / Foto: Arxiu Disney +

Henson, como buen niño mayor, necesitaba la adrenalina levantar un proyecto nuevo de los mil que le pasaban por la cabeza cada quince minutos, en una lucha contra el tiempo finito, quizás consciente de un final prematuro

Jim Henson: La audacia de las ideas es un homenaje, sí. Utilizando a los testimonios de su familia, de colaboradores como Frank Oz, su eterna mano derecha, o como la actriz Jennifer Connelly, y contando con un material de archivo que es un verdadero tesoro, el documental reivindica su figura, por descontado. Pero Ron Howard no mitifica, más bien humaniza la leyenda desde la honestidad y el amor, y no evita mostrar Henson como alguien que no supo trasladar la hiperactividad y brillo creativo al mundo real: lo amamos con sus imperfecciones, con sus cuestionables decisiones financieras y con un cierto abandono de las obligaciones familiares.

El documental Jim Henson: La audacia de las ideas se puede ver en Disney + / Foto: Arxiu Disney +

Ron Howard no mitifica, más bien humaniza la leyenda desde la honestidad y el amor, y no evita mostrar Henson como alguien que no supo trasladar la hiperactividad y brillo creativo al mundo real

El retrato que nos hace Jim Henson: La audacia de las ideas resulta tan divertido como conmovedor, y pone en el lugar que se merece este titiritero visionario que, sin pretenderlo, se acabó convirtiendo en poco menos que una estrella de rock construyendo un universo alocado y salvaje que nadie más se imaginó. Henson, sí, nos hizo un poco más felices.