"Estaba chiflado. Entró corriendo al subconsciente de América con un soplete en una mano y una pistola en la otra, gritando como un poseído" dijo de él Stephen King. Su nombre completo era James Myers Thompson y vino al mundo el 27 de septiembre de 1906 en Anadarko, Oklahoma. Su padre, un sheriff corrupto y más tarde un estafador en el campo de las explotaciones petrolíferas, marcó a fuego su infancia, igual que los paisajes y la gente de Oklahoma, Nebraska y Tejas, es decir, del viejo Oeste. A los 17 años se tuvo que poner a trabajar para mantener a la familia, entrando al Hotel Tejas en Fort Worth como botones, donde al cabo de poco ya metía alcohol de contrabando y prostitutas. La lista de puestos de trabajo que ejerció antes de volcarse completamente en la literatura es tan prolija como chocante: jornalero itinerante, detonador de nitroglicerina en pozos petrolíferos, raspador de yeso en una fábrica de aviones, articulista para revistas agrícolas... En paralelo, su conciencia social lo condujo a programar películas antifascistas y recaudar dinero para el gobierno legítimo de la República Española.

Jim Thompson encontró en los artículos sobre crímenes reales no solo un apoyo económico inmediato sino una inspiración temática y un laboratorio formal (y productivo) que resonaría en sus futuros trabajos de ficción. En los años 30 la revista pulp True Detective —la más popular de los 65 de carácter mensual que llegarían a existir en el momento álgido del género— pagaba unos generosos 250 dólares por textos de seis mil palabras. Thompson facturó centenares de piezas en docenas de publicaciones de este tipo para las que reclutó a su hermana y su madre como ayudantes —de cara a que rastrearan casos por ciudades y pueblos—, y no dudando en posar como sheriff o cadáver si no disponía de ninguna fuente gráfica con que ilustrarlas. Aunque su responsable calificaría estos artículos de "pura gasofia", en su colosal biografia Arte salvaje (Es Pop Ediciones), Robert Polito (Boston, 1951) destaca que "Jim Thompson fue el único novelista criminal de primera fila que aprendió el oficio principalmente en las publicaciones de casos reales (...) Le enseñaron a relatar una historia en pocas páginas y con precisión y también le permitieron experimentar con personajes, lenguaje, atmósfera, cadencia y ritmo sin la carga de tener que inventar una trama".

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El autor no debutó propiamente en la novela negra hasta los 43 años con Solo un asesinato. Entre 1942 y 1973 publicaría 26 novelas —todas, excepto tres, directamente en bolsillo— y centenares de relatos, pero fue a lo largo de diecinueve meses de producción febril, entre septiembre de 1952 y marzo de 1954, que escribiría las doce novelas que fundamentarían su leyenda, entre ellas El asesino dentro de mí, Noche salvaje y Una mujer endemoniada, la mayoría fruto de encargos, a partir de sinopsis sugeridas por sus editores.

El último tercio de la vida fue una caída libre. Agudizado su alcoholismo crónico y con el mercado del libro de bolsillo languideciendo, Thompson fue tirando a base de royalties en el extranjero, guiones para series policíacas y del Oeste en la pequeña pantalla, clases de escritura creativa en la Universidad de Carolina del Sur... Atrás quedaban hitos como su colaboración con Stanley Kubrick o el honor que supuso que 1280 hab. —ahora publicado por La Segona Perifèria— fuera escogido como título centenario de la mítica Serie Noire de Gallimard. Cuando murió en Huntington Beach —escenario, por cierto de la explosiva novela noir del mismo título, obra del californiano Kem Nunn— en 1977, no había ningún título suyo en circulación en los Estados Unidos. "Espera y verás —le dijo Thompson a su mujer—, me haré famoso diez años después de muerto". La profecía se cumplió y en los años 80 empezó un resurgimiento póstumo que se ha mantenido incólume hasta hoy.

El más negro, el más amargo

Con una vida así, ¿cómo no hacer de tu máquina de escribir un lanzallamas? O expresado con las palabras del maestro Donald Westlake: "Las novelas de Jim Thompson son como su vida: duras, valientes y complejas". Thompson desafió todas las convenciones de la novela negra, en la que insufló una óptica nihilista, donde no caben concesiones ni mucho menos la redención. Interesado en mostrar hasta qué extremos el hombre es un lobo para el hombre, y en el cúmulo de fatalidades que desembocan en el crimen, en sus libros no hay detectives ni investigación, a la vez que el foco suele ser al asesino. Salvaje y políticamente incorrecto, le gustaba repetir que "hay 32 maneras de escribir una historia y yo las he utilizado todas, pero solo hay una trama: las cosas no son lo que parecen".

El escritor mostró el reverso oscuro del sueño americano, aliándose con los desposeídos y los desclasados

Descarnado, crudo y amoral, explícito en materia de violencia y sexo, el escritor mostró el reverso oscuro del sueño americano, aliándose con los desposeídos y los desclasados, retratando al loco, al enfermo, al desesperado. No en vano los críticos franceses lo saludaron como "el más negro, el más amargo, el más pesimista de todos los novelistas policíacos americanos". Su huella es evidente en el cine de Quentin Tarantino o los Hermanos Coen, entre muchos otros, por la manera como penetra en la psique del criminal, por los ataques delirantes de incontinencia verbal de los fuera de la ley y su capacidad de acercarse con humor socarrón, sarcasmo e ironía a momentos incómodos, marcados por la tensión y el derrame de sangre. Además, decidido a que el entretenimiento no estuviera reñido con la reflexión profunda y la experimentación formal, Thompson fue "el enlace entre la literatura popular y la vanguardia", según el periodista Luc Sante.

Ágil, seco, mordaz, cáustico, jocoso... su estilo se beneficiaba de la inmediatez y la voluntad de impactar. Amo de un gato que bautizó Deadline (fecha límite), "Thompson escribía igual que bebía, a base de atracos (una novela en cinco semanas, media docena de artículos sobre crímenes reales en un mes)", en palabras de Robert Polito, que también apunta que "leer una novela de Thompson es como encontrarse atrapado en un refugio antiaéreo con un maníaco que no para de charlar (...) Sus libros se entregan de la manera más imaginativa en las materias más degradantes". Las novelas de Thompson como una fuente inagotable de frases lapidarias, observaciones agudísimas, réplicas fulminantes y diálogos envenenados. Se puede decir que utilizaba las palabras con la misma ligereza y precisión que tantos de sus personajes usaban la munición letal de sus pistolas y escopetas.

Agujeros y vengadores

Jim Thompson sentía predilección por poblaciones de mala muerte: Central City, localidad petrolera en el norte de Tejas en El asesino dentro de mí, Peardale en Noche salvaje, Beacon City en La huida, el condado de Potts de 1280 hab., o el decadente pueblo costero en El exterminio. Estas ratoneras encajaban a la perfección con la sensación de claustrofobia, fatalidad y ahogo existencial que atenazaban a sus criaturas, dispuestas a menudo a sacrificar el presente detrás de un futuro desconocido. "No es que quemara en deseos de matar —argumenta Joe Wilmot en Sólo un asesinato— pero si aquella era la única manera de llevar una vida feliz y decente, en fin...". Tal como leemos en Arte salvaje: "Thompson concibió prácticamente tantas clases de infiernos como novelas escribió". "El fracaso acabaría siendo el gran tema de Thompson. Sus libros más desoladores irradian empatía por los marginados y fracasados, chafados todos por la maquinaria americana del individualismo, el progreso y el éxito.

1280 hab frontal

El arquetipo del autor es un ser lleno de heridas o traumas, un avispero de rabia y frustración, ansioso por canalizar sus males a través de la violencia, para el cual la venganza es siempre la respuesta. Por sus obras pululan pues asesinos a sueldo (Noche salvaje), sheriffs monstruosos (El asesino dentro de mí, 1280 hab.), ex boxeadores fugados de un psiquiátrico (Un cuchillo en la mirada), atracadores de bancos (La huida), estafadores profesionales (La sangre de los King) o mujeres pérfidas (Una mujer endemoniada, El exterminio). Los antihéroes de Thompson son muchas veces lobos con piel de cordero pero de lo que no hay duda es que sus conciencias corrosivas se convierten por defecto en sus peores enemigos. Muchos de estos arquetipos surgen de modelos reales con que el autor se cruzó a lo largo de su vida demencial y trashumante. Gente perturbada, depravada, de sangre caliente y manipuladora. "Lo que convierte los libros de Thompson en literatura —apuntó Stephen King— es su disección clínica de la mente enajenada, de la psique trastornada hasta convertirse en una bomba de nitrógeno, de personas con unas vidas que nos hacen pensar en unas células enfermas y situadas en el intestino de la sociedad norteamericana (...) Mi autor policíaco favorito, a menudo imitado pero nunca superado".

El arquetipo del autor es un ser lleno de heridas o traumas, un avispero de rabia y frustración, ansioso por canalizar sus males a través de la violencia

Entre sus mayores éxitos en la composición de personajes escalofriantes hay que citar a los inolvidables: 1) Lou Ford (El asesino dentro de mí). Un sheriff mentiroso y sádico, un psicópata de la cabeza a los pies. Esclavo de lo que llama "la enfermedad", que le despierta el hambre por las relaciones violentas, se trata con diferencia del agente de la "ley" más sádico y enfermizo que ha dado la historia de la literatura, el mismo diablo con una placa patrullando por un pueblecito de Tejas. Así describe como asesina a una prostituta: "La arrinconé contra la pared, golpeándola, y fue como picar una calabaza. Dura y después toda deshecha". Resulta de lo más comprensible que Stanley Kubrick declarara que: "El asesino dentro de mí es probablemente la historia en primera persona más escalofriante y creíble de una mente pervertida y criminal que haya leído nunca"; y 2) Nick Corey (1280 hab.): Otro sheriff sin ningún indicio de escrúpulos si bien a ojos del pueblo parece un individuo pusilánime y manipulable. Con el fin de perpetuarse en el cargo, Corey, una especie de reformulación de Jekyll y Hyde aunque desde la plena conciencia de sus actos, activa un plan astutamente diabólico y elimina cualquier obstáculo que le sale al paso. Un rodillo diabólico en un páramo ya de por sí mismo amoral, ya que los habitantes del condado de Potts no son precisamente almas caritativas, sino un pelotón de egoístas e hipócritas. Un agujero de mala muerte, el primitivismo del cual el sheriff atribuye la afición de la gente a linchar al prójimo y gastar alegremente en sogas, gasolina y alcohol.

Thompson probablemente llevó  su nihilismo hasta el extremo en 1280 hab., pues nadie se salva de la quema, de manera que al lector se le invita a hacer suya la reflexión del sheriff cuando apunta que es mejor no sentir lástima por nadie. Sirva este extracto de la edición en catalán de La Segona Perifèria como síntesis del mundo sin Dios que retrató el autor:

Li vaig dir que tenia tota la punyetera raó. Jo només m’estimava a mi mateix i estava disposat a fer el que toqués, càgon la sang, i a continuar mentint, estafant, bevent whisky, fotent-me les dones que empaités i anant a l’església cada diumenge amb la gent respectable.

—I encara te’n diré una altra —vaig afegir—, i és molt més sensat que les paraules de les Escriptures que he pogut llegir. Val més el cec, oncle John, val més el cec que pixa per la finestra que no pas el que se’n burla i l’hi fa fer. I saps qui se’n burla, oncle John? Doncs som quasi tots, redeu! Tots els malparits que giren el cap quan la merda comença a surar, qualsevol podrit que s’asseu sobre la cigala amb un dit al forat del cul i un altre a la boca resant perquè no li passi res, els que van de putes que es pensen que pixen colònia, tots els fills de sa mare que se suposa que han estat creats a imatge i semblança de Déu i que jo no em voldria trobar ni boig en una nit fosca. I fins i tot tu, especialment tu, oncle John; la gent que es passegen amunt i avall ensumant la merda amb la boca ben badada i queden sorpresos de collons quan algú els etziba un cagarro. Sèèè, no hi tens cap culpa de ser un pobre negre. Això és el que dius tu, oncle John, i saps què dic jo? Jo et dic que et bombin. Dic que no hi pots fer res de ser com ets i que jo no hi puc fer res de ser com soc, i llamp me mati que saps el que soc i el que tinc l’obligació de ser. A més, què collons!, tu no en tens pas, d’amics blancs. I no en tindràs mai, oncle John, perquè puts i perquè vas pel món esperant que et cardin. Ara em diràs qui pot tenir un amic sent així!

I li vaig disparar els dos cartutxos.

Gairebé el vaig deixar partit pel mig.