Barcelona, 2 de julio de 1549. Hace casi 472 años. Joan Malet, maestro carpintero y cazador de brujas, era quemado en la hoguera por orden de la Inquisición. Durante dos años (1547-1549), aquel tétrico personaje había señalado y lanzado a las garras de la Inquisición docenas de mujeres, acusadas de prácticas esotéricas y de ser causantes de todos los males que carcomían aquella sociedad. Los terribles interrogatorios a los que fueron sometidas acabarían demostrando que aquellas acusaciones, en la práctica totalidad de los casos, no tenían fundamento alguno. Malet cobraba por bruja supuestamente desenmascarada, y tanto el contexto del momento, como su desmesurada codicia lo convertirían en uno de los personajes más reclamados y, al mismo tiempo, más temidos y más odiados de aquellos siniestros días.
¿Quién era Joan Malet?
Según las fuentes historiográficas, Joan Malet era un "carpintero remendón" de Flix; de lo que en aquella época se podía considerar mediana edad (entre veinticinco y treinta años); originario de la comunidad morisca local (oficialmente convertido al cristianismo), sin recursos económicos (pobre de solemnidad), y discapacitado físico (afectado por una cojera evidente). Habría podido tener una vida anónima, pero la suma de las circunstancias propias y generales (una existencia miserable, una codicia desmesurada, y el contexto social) lo conducirían hacia un mundo sin retorno. Tuvo la capacidad de convencer a todo el mundo de que poseía una habilidad especial para desenmascarar las brujas y brujos que vivían camufladas entre la sociedad, y se intituló "cazador de brujas".
¿Por qué un "cazador de brujas"?
Catalunya fue el primer país de Europa en tipificar la brujería como un delito. Un siglo largo antes, el año 1424, las Ordenanzas del Valle de Àneu dieron el pistoletazo de salida a la persecución contra las brujas. Serían dos siglos largos (XV, XVI y XVII) con varias etapas críticas de especial intensidad, urdidas por el poder (civil y eclesiástico) como un instrumento para neutralizar el descontento y la movilización populares y para advertir a los disidentes políticos y religiosos sobre cómo las gastaba el régimen. Joan Malet, la versión catalana y siniestra del "Lazarillo de Tormes", se ofrecería a las oligarquías locales de la época prometiendo que "denunciaría a todas las personas que conociese, fueran brujos o brujas y envenenadoras".
La siniestra carrera de Joan Malet
Según las fuentes documentales, Malet empezó su siniestra carrera en Arnes. Allí acusó a dos mujeres, pero la presión social lo obligó a retroceder y desaparecer (1547). Después de aquel intento fallido y de una breve estancia en Tortosa, poco tiempo después (1548) llegaba al Campo de Tarragona con el sorprendente aval de la Inquisición, y era contratado por los consejos municipales de Alcover, de Valls, de Montblanc, de Reus, y de Tarragona. El 27 de mayo de 1548, el Consejo Municipal de Reus decretaba "que mañana cierren los portales y que hagan llamamiento a que todo el mundo (...) salga a sus puertas y que el dicho Malet, con los señores alcalde y jurados con un escribano, realicen dicho examen, (...) siendo los hombres y mujeres que denuncie ser brujas y envenenadoras apresadas".
Brujas ricas y brujas pobres
En Arnes, Malet había señalado a dos mujeres de la élite local. Aquella acusación mal calculada le había costado una huida precipitada y accidentada. Escaldado por la experiencia, en el Camp de Tarragona, se limitó a señalar mujeres de clase popular. En definitiva, mujeres que, debido a su modesta condición social y escasos recursos económicos, no causarían ningún problema ni a él ni a las autoridades municipales. Más de cuarenta mujeres de clase humilde acabaron en las mazmorras de la Inquisición en Barcelona. En aquel paisaje de terror y de excitación, sólo aparece la petición del Consejo Municipal de Tarragona que, lejos de abogar por las brujas locales, solicitaba que las devolvieran para organizar la ejecución pública.
La "bruja" de Montblanc
En Montblanc, la última etapa de aquella siniestra campaña, fue alojado en la casa más rica de la villa. Embriagado por el éxito que lo precedía, olvidó el traspiés de Arnes y se animó a acusar a Magdalena Renyer, la nuera de los propietarios, en un oscuro capítulo que sugiere cierto chantaje de componente sexual. Según otras fuentes, Magdalena era una mujer joven dotada de una intelectualidad extraordinaria, y Malet lo vio fácil: respondía al perfil de amenaza al régimen y al sistema. El marido y suegros de Magdalena, perplejos y asustados, emplearon todos los recursos económicos para ocultarla, y para procurarle una defensa jurídica impecable. Magdalena, fue asistida por el abogado Gallart -de Barcelona-, uno de los más prestigiosos de la Catalunya de la época.
El fin de Malet
El abogado Gallart consiguió la exculpación de Magdalena, y lo que es más importante: el alboroto de aquel juicio llegó hasta Valladolid, sede central de la Inquisición hispánica. Fernando de Valdés, inquisidor general, desautorizó a todo el Tribunal del Sant Ofici de Barcelona. Malet, asustado, huyó a Valencia, pero poco después fue detenido y trasladado de nuevo a la capital catalana. Allí fue ejecutado públicamente en un ceremonial que congregó miles de espectadores. Las supervivientes (atormentadas, lisiadas y mutiladas) de aquella tragedia (murieron un mínimo de diez), fueron liberadas. En cambio, y reveladoramente, Diego de Sarmiento, jefe del tribunal inquisitorial de Barcelona, fue promovido a obispo de la diócesis d'Astorga (León). Murió en la cama en 1571.