Joan Vich (Palma, 1972) tenía 23 años cuando empezó a servir bebidas tras una de las barras del Festival Internacional de Benicàssim. Era 1995 y Charlatans, The Jesus and Mary Chain, Supergrass o Cranes eran los principales cabezas de cartel de un festival que apostaba por la música alternativa y que quería competir con los mejores acontecimientos musicales del exterior. No volvió a salir del recinto hasta el año 2019: de camarero pasó a ser responsable de comunicación del FIB, después fue programador y se marchó —le invitaron a irse— siendo codirector: un total de 25 años viviendo dentro de uno de los festivales más importantes de todo el estado español —y de Europa—. Este fin de semana se celebra el primer FIB de una nueva era en la que él ya no pinta nada. Por eso Vich se ha apresurado en publicar Aquí vivía yo (Libros del K.O), una crónica emocional de un cuarto de siglo pasando los veranos en las entrañas de Benicàssim. Ha lidiado con Lou Reed, ha maldecido a Pete Doherty y se ha enamorado de una Amy Winehouse casi desconocida, pero esto no es una recopilación de experiencias jugosas y morbosas: es una historia de familia, de diversión y, sobretodo, de amor.

Joan Vich el año 2014. / Pau Bellido

¿Irás al FIB este año?
No. Este año no he ido a ningún festival. Me pesa logísticamente. El gasto económico y el tiempo necesario para ir a Benicàssim para ver el festival no es una cosa que yo contemple. Pero igual que no fui al Mad Cool ni fui al Primavera Sound. No tengo ganas ahora de ir a un festival.

Tu vida ha cambiado mucho.
Muchísimo, sí. Por ejemplo, ahora estoy hablando contigo y estoy tranquilísimo. Quedan horas para el festival. No estaría tan tranquilo. No tendría tiempo para dedicar a otras cosas que no fuera eso. Ya no tengo esta presión de descuento que supone trabajar en un festival, que haces trabajo todo el año para cuatro días. Y tienes un reloj encima tuyo que te va marcando y que te recuerda que su fecha final se atraca.

¿Te costó la ruptura?
Más que ruptura, fue un despido. Su ruptura implica dos partes y en este caso es unilateral. No me costó, porque yo creo que lo veía venir desde hacía tiempo pero no sabía exactamente ni cuándo pasaría ni como. Lo que no me pareció bien fue el como sucedió. También por una cuestión de edad, igual lo hubiera dejado yo uno o dos años después, porque llegaba un momento que yo ya no tenía fuerza o energía para lo que implica un festival. Pero bueno, creo que todavía lo podía hacer y lo hacía bien, y hubiera seguido unos años más segurísimo.

No creo en la meritocracia, tendríamos que hablar de nepotismo; yo entré en el FIB porque era amigo y me quedé porque era amigo

Tú empezaste de camarero y acabaste de director del FIB.
El leitmotiv del libro no es "empezar de camarero y acabar de director"; es pasar 25 años allí. No es tanto el ascenso como la perseverancia o la costumbre de pasar cada verano en Benicàssim.

Parece que te dé un poco de vergüenza ser ejemplo de meritocracia.
Sí, es que me da un poco de reparo, porque yo no creo en la meritocracia. Creo que todo el mundo parte desde distintos puntos y, por lo tanto, si partes de un punto diferente, tienes más o menos oportunidades que los otros. No depende todo de como de bien o mal hagas tú tu trabajo. En este caso también he intentado quitarle hierro a todo y desmitificar mucho. Más que de meritocracia tendríamos que hablar de nepotismo. Yo entré allí porque era amigo y me quedé porque era amigo. Y de todos los amigos que íbamos quedando, pues yo fui el más indicado para dirigir. Pero fue un poco por eliminación, no por mérito.

¿Funciona por nepotismo el mundo de la música?
Yo creo que funciona así todo el mundo empresarial en España.

Joan Vich en 1996, durante la segunda edición del FIB. / Libros del K.O.

¿Te ha perjudicado empezar desde debajo?
Como persona me ha beneficiado a la hora de mantener una cierta humildad y valorar a todo el mundo esté en el puesto que esté, desde un becario hasta un director. A mí me han ayudado las lecturas anarquistas. Quizás me ha perjudicado por no tener más ambición, pero tampoco creo que eso sea perjudicial.

Muy resumido, ¿cómo se programa el cartel de un festival?
Lo primero que haces es ver cuáles son los artistas que pueden vender entradas. Tienes una lista ideal y sobre esta lista miras los que están disponibles y los que están a tu alcance económico. Y lanzas ofertas para estos artistas, para que sean cabezas de cartel. Y a partir de aquí, una vez empiezas a tener los cabezas de de cartel más controlados y decididos, se empieza a programar.

Si un artista tiene 50 millones de oyentes en Spotify y otro tiene 2.000, a la hora de montar el cartel de un festival, tendrán que salir en tamaños diferentes

¿Es más importante vender entradas o cumplir con una lógica musical?
En un proyecto privado, que depende de la venta de entradas, lo más importante es vender entradas. Es imprescindible, porque puedes tener un cartel artísticamente impecable, pero si no vende entradas, eso quiere decir que es un fracaso y que el próximo año te quedas sin festival. Y obviamente, si tú programas un festival que está enfocado dentro de un cierto género, tienes que buscar artistas que vendan entradas dentro de este género.

Algunos artistas programados no entienden que su nombre salga más pequeño en el cartel. Creen que contribuye a la desigualdad y a la competencia.
Si un festival está soportado con dinero público, se tiene que potenciar la igualdad y la distribución y el acceso a la cultura. Ahora, si es un festival privado, su objetivo es vender entradas. Y los grupos que venden entradas, lógicamente, tienen que salir más grandes en el cartel. No creo que sea potenciar una desigualdad, si no que esta desigualdad existe de entrada. Si un artista tiene 50 millones de oyentes en Spotify y otro tiene 2.000, a la hora de montar el cartel de un festival, pues tendrán que salir en tamaños diferentes.

¿Está todo justificado diciendo que los festivales son empresas que quieren beneficios?
Yo doy una explicación, no una justificación. Es obvio que las empresas buscan beneficio, pero claro que no está todo justificado por eso. Este beneficio tiene que tener límites y no sólo se tiene que buscar hacer pasta; es muy importante que su experiencia del público sea buena y que su propuesta sea de calidad. Yo no creo que hacer dinero justifique cualquier otra cosa, pero sí que explica muchas cosas. El matiz es importante.

Joan Vich el año 2019. / Libros del K.O.

El FIB empezó siendo un representante de la música más alternativa o indie, con un nicho de público más o menos marcado, y después ha acabado programando artistas de todos los géneros.
Es que si quieres tener un festival con 40 o 50 mil personas como teníamos nosotros, en el tema de los estilos musicales se tiene que ser mucho más abierto. Puedes tener una cierta horquilla, pero tiene que ser mucho más ancha de lo que era en los años 90 o principios de los 2000, porque ahora todo el mundo escucha muchos géneros musicales y todo está al alcance. Antes tenías que comprar discos y decidías qué estilo te gustaba para seguir comprando. Ahora abres Spotify y puedes escuchar lo que quieras.

Todos los festivales van virando para acá.
Es una cosa que ya está haciendo todo el mundo y que en el FIB quisimos hacer prácticamente desde el 2010. En este sentido fuimos pioneros en España, porque nosotros lo que hacíamos era ver qué estaba pasando fuera de España, y fuera de España hacía muchos años que los festivales, en general, eran mucho más transversales que aquí. Y eran mucho menos puristas.

Los grupos españoles o catalanes siempre saldrán por debajo de un cabeza de cartel internacional, aunque muchas veces aquel grupo nacional venda muchas más entradas

¿Hay un sentimiento de inferioridad respecto de artistas internacionales?
Creo que no. Desde hace unos años, ya los grupos jóvenes que fueron saliendo y los que salen ahora, que tienen entre 18 y 20 años, pienso que no tienen ningún sentimiento de inferioridad y que se mueven perfectamente al mismo nivel que cualquier grupo internacional. Sí que a nivel de programadores y de promotores creo que todavía hay un poco de eso, por lo mismo que te decía antes: los grupos españoles, normalmente, siempre saldrán por debajo de un cabeza de cartel internacional, aunque muchas veces aquel grupo español o catalán vende muchas más entradas que el grupo internacional en aquel territorio. Y creo que eso es tener el complejo que lo que viene de fuera es mejor.

Portada de Aquí vivía yo. / Libros del K.O.

Por eso el FIB apostó por poner a Los Planetas como cabeza de cartel.
Fue más una declaración de intenciones que una apuesta para ampliar la música española. La música española no dejó nunca de estar muy presente en el festival, en parte porque el equipo local, nosotros, nos sentíamos obligados a mantenerla y siempre queríamos que hubiera un número grande. Pero es cierto que esta presencia de artistas españoles no solía comparecer en las primeras filas, siempre estaban por el medio o en los nombres pequeños. Así también era más fácil convencer al propietario, que era inglés.

Habrá artistas que se nieguen a actuar en festivales y que no quieran entrar dentro de esta rueda, pero es difícil: todo el mundo necesita cobrar y los festivales pagan mejor

Cuando hicimos cambio de propiedad y entró Melvin Benn, le dijimos que teníamos que hacer un buen trabajo y recuperar la confianza del público español, porque, aparte de la gente que iba al festival, había mucha que hablaba y que se pensaba que era un festival sólo para ingleses. Y esta idea se iba reforzando año tras año, y nosotros queríamos hacer una declaración de intenciones, hacer un golpe encima de la mesa para decir que el FIB tenía interés por la música española. Los Planetas era el grupo perfecto porque era un grupo que había crecido con el festival, que había tocado en su primera edición y que siempre había sido parte de su historia. Y dentro de la escena independiente de la música española eran el grupo más grande. Funcionó muy bien.

Explicas que algunos artistas, como Belle and Sebastian, al principio renegaban de tocar en festivales. ¿Ahora son escaparates necesarios?
Yo creo que siempre habrá artistas que pueden negarse a actuar en festivales y que no quieran entrar dentro de esta rueda, pero sí que es difícil porque, al final, todo el mundo necesita cobrar. Y los festivales pagan mejor que una sala o que cualquier otro escenario. Belle and Sebastian tocaban en iglesias y lugares muy especiales. Y claro, un festival paga mucho mejor. Un artista tiene una carrera que en algunos casos puede ser muy larga, pero en otros casos quizás dura 5 o 6 años, y después vuelve a bajar de la cresta de la ola. Supongo que tienen que mirar por sus intereses y por lo que más les pueda convenir.

¿Es precaria la industria musical española?
Absolutamente. Muchísimo. Muy precaria, tanto a nivel de músicos, como de periodistas, como de sellos discográficos, como de trabajadores en general de la industria del directo. Es muy precario. Y esto ha quedado claro durante la pandemia. Ha sido una situación muy dramática porque todo el mundo vive al día.

Joan Vich durante la presentación del libro en Barcelona el pasado mes de mayo. / Libros del K.O.

Pero está la leyenda de que los músicos viven en una burbuja en la que se embolsan mucho dinero.
Sí que hay un cierto número muy reducido de artistas que viven muy bien. Pero vivimos en un mundo donde todo depende de la imagen que proyectes en tus redes tuyas sociales, y todo el mundo quiere proyectar imágenes de éxito. Eso hace que se finja que hay un mundo muy glamuroso y muy boyante que igual por detrás no lo es tanto. Lo que hay es mucha precariedad, mucho mileurismo —en el mejor de los casos— y mucha gente que compatibiliza la música con otros trabajos.

Y poca inclusividad, por lo que comentas.
Es una industria desconfiada por el tema de su precariedad, y hace que todo el mundo mire por su beneficio individual antes de pensar en el beneficio colectivo. Pero no tiene que ver sólo con egos —que también, hay muchos—, sino con su falta de oportunidades.

¿Sigues teniendo la misma relación romántica con la música?
Sí, sí y sí. Absolutamente. Yo tuve mi primera crisis con el mundo de la música cuando tenía 22 años, antes de mi primer FIB, aquello de decir "ostras, no sé si quiero esto". La superé totalmente y decidí que era más importante la música que la gente mala que pudiera encontrar por el camino. Como industria hay gente buena y gente terrible, gente que sólo quiere hacer dinero y otros que están por pasión real. Pero creo que en cualquier trabajo vocacional encuentras gente así.