Dicen que es el heredero natural de Ryszard Kapuściński, pero Jon Lee Anderson no es un cínico. Fue un adolescente rebelde, siempre predispuesto a poner en duda las reglas establecidas. Espíritu indómito que ha mantenido a lo largo de su extensa trayectoria como reportero, brindándonos artículos superlativos de los acontecimientos más importantes sucedidos en el mundo las últimas cuatro décadas. Autor de la biografía definitiva del Che Guevara, investigación que le llevó a descubrir dónde había sido enterrado 'El comandante', su nombre es actualidad en nuestro país por partida doble. Por un lado la editorial Destino acaba de publicar He decidido declarame marxista, primer volumen antológico (de título que no induce al engaño) de sus crónicas periodísticas. Novedad que ha coincidido en el tiempo con la aparición de Aventuras de un joven vagabundo por los muelles, breve relato iniciático editado en esas irresistibles gollerías que son los Nuevos Cuadernos Anagrama, en el que nos relata la peripecia que emprendió con 17 añospara llegar desde Inglaterra al continente africano y acabar varado durante meses en los muelles de La Palma de Gran Canaria. Un coming of age en primera persona en el que lo personalisimo acaba resultando, como solo los cuentistas superdotados consiguen lograr, universal.

¿Libros como Aventuras de un joven vagabundo por los muelles es el futuro del periodismo? Y no me refiero al artículo como tal, sino a que el periodismo de larga mirada, el de las crónicas, tal y como lo entendemos, ya no pasa por los medios convencionales sino por poder publicar este tipo de libros.
No creo que una cosa desplace la otra. Yo sigo haciendo periodismo con mis crónicas de largo alcance. De hecho, tengo una sobre Milei que publicará esta semana The New Yorker. Aventuras de un joven vagabundo por los muelles fue un encargo de mis editores de la revista. Me pidieron que escribiera sobre mi juventud. Me encantó hacerlo. Tengo varios coming of age. Todo un ciclo de relatos iniciáticos, de viajes y aventuras de juventud. Yo era un chico al que no le gustaban la reglas habituales del juego. Así que de los 13 hasta los 25, más o menos, me dediqué a hacer lo que me parecía.

Una etapa vital que acaba formándonos como personas: quién seremos en la edad adulta.  
Este tipo de relato me ofrece la posibilidad de volver atrás y mirarme a mí mismo como el chico que fui. Hasta ahora mi vida ha sido una evolución constante. Es recién que he podido volver atrás. He guardado los diarios que escribí en la época y me sirven para verificar las dudas que a veces genera la memoria.

¿Te recuerdas escribiendo desde siempre?
Siempre escribí, aunque nunca publiqué por aquel entonces.

¿Estamos ante la puerta de entrada a tus memorias?
Puede ser, sí. Después de esta experiencia en las Canarias que relato en Aventuras de un joven vagabundo por los muelles, me fui a Honduras a trabajar como machetero.

Jon Lee Anderson en la sede de la editorial Anagrama / Foto: Carlos Baglietto

Aventuras de un joven vagabundo por los muelles acaba justo ahí. Lo dejas un poco como las series de televisión, con todo abierto para una siguiente temporada. 
Sí (risas). Y antes de estas experiencias, anduve un año deambulando por África. Tenía 14 años.

¿Deambulando por África con 14 años?
Siempre luché por mi libertad. No siempre lo tuve fácil con mi familia. Pasaron malos ratos conmigo.

No todos los hijos marchan a deambular por África con 14 años. Vienes de una familia de diplomáticos. ¿Eras un rebelde sin causa?
Sí. O con causa. Era un crío que quería vivir experiencias. Y lo hice. Mi padre era oficial del gobierno norteamericano y vivimos en muchos países. Mi madre era escritora de cuentos infantiles. Una mujer muy creativa que me inculcó el amor por la lectura. Los dos eran personas progresistas en términos sociales. Y mi primera toma de conciencia social fue... Vivíamos en Taiwán. Yo tenía ocho o nueve años y me empezaron a hablar de Martin Luther King. Yo no sabía quién era, ni qué estaba pasando en Estados Unidos. Era americano pero hasta entonces mi vida había transcurrido entre Corea, Colombia y Taiwán, y querían prepararme para mi primera toma de contacto con mi país, porque en nada íbamos a volver. Finalmente regresamos cuando yo tenía 11 años. Nos instalamos en Washington, y en un lapso de 10 meses mataron a Martin Luther King, primero, y a Robert Kennedy, después. Fueron dos hechos trágicos, para mi familia. Como antes lo había sido el asesinato de John F. Kennedy. Aquella fue la primera vez que vi a mis padres juntos llorando. En aquellos años, la policía en el sur de los Estados Unidos era como la policía blanca en Sudáfrica: mataban a gente negra, mataban inclusive a chicos blancos que apoyaban la defensa de los derechos civiles. Había gobernadores racistas como George Wallace. Un país que estaba metido de pleno en un guerra, la de Vietnam, que mi familia entendía como una aventura criminal. Mis padres me llevaron a muchas marchas y manifestaciones contra la guerra del Vietnam y a favor de los derechos civiles. Fue un regreso a los Estados Unidos muy dramático. Yo no quería vivir ahí. Y menos de un años después nos enviaron a Indonesia. 

Una nueva aventura. 
Y fui muy feliz de nuevo, hasta que nos tuvieron que evacuar antes de tiempo y volver a los Estados Unidos. Me fugué. Me fui al campo. No quería regresar a los Estados Unidos. Pero me cogieron.

¿Cómo fue ese segundo regreso a tu país?
No regresé, me mandaron a vivir con un tío a Liberia, a África. Fui extremadamente feliz. De forma sintética, esta fue mi introducción a la concienciación política y cívica estadounidense como estadounidense.

Para mi, la sociedad tenía que ser progresista y quería vivir al límite ese ideario

Pero tu no te revelabas, llevabas al extremo la educación que habías recibido.
No, no me revelaba contra los principios, no. Para mi, la sociedad tenía que ser progresista y quería vivir al límite ese ideario. La mía, además, era era una familia multicultural. Éramos cinco hermanos, dos de ellos adoptados. Éramos diferentes. Además, una experiencia alimentaba la siguiente. Cuando salí de las Canarias, frustrado por no poder llegar a África, tuve la oportunidad de ir a Centroamérica.

A Honduras a hacer de machetero. Pero... ¿qué es un machetero?
Fue la solución que vieron mis padres para contentarme. Tenía 17 años recién cumplidos. No estaba conforme con nada, mi familia se fragmentaba y yo no quería vivir en los Estados Unidos. Así que me plantearon que me fuera con un una especie de tío que vivía en la selva, cerca de la costa, en Honduras. Me fui para ahí extremadamente feliz. Trabajé ocho meses como machetero, sí, recogiendo bananas. Me pagaba un dólar al día, como al resto de trabajadores.  Ahí acabé de perfeccionar el español precario que había aprendido en las Canarias. 

No importa si lo que explicas es falso con tal de sumar seguidores y likes. Qué importa la verdad, si la mentira te hace ganar dinero y presencia. Así es cómo han obtenido todo su poder personajes como Tucker Carlson. Es el signo de los tiempos actuales

Pocos meses estuvo en Barcelona tu colega del The New Yorker Patrick Radden Keefe. En una de las coferencias que ofreció, confesó que se sentía un privilegiado por poder dedicar tres meses a un artículo. 
Yo también me siento un privilegiado. Referido al artículo que comentaba sobre Milei: he estado en Argentina los pasados meses septiembre, octubre y noviembre. Durant aquests mesos me he dedicado escribir, editar y ahora al fact checking del artículo. Quedan muy pocos medios que te permitan trabajar a este ritmo, y The New Yorker es uno de ellos. Ahora este espacio lo han ocupado las redes sociales y los pódcasts. 

La diferencia es que cuando tú escribes un artículo sobre Milei, el trabajo es tuyo, evidentemente, pero tras de ti hay todo un equipo de editores y correctores que hacen que la versión final del artículo sea impecable en su forma y totalmente contrastados los datos que se exponen. El periodismo actual, en general, lo único que premia es publicar el primero. Y en el caso de las redes, sin ningún tipo de rigor sobre si lo que se dice es verdad o mentira. 
Sí, así es. Estamos ante una dinámica que es peligrosa. Y esto mismo que acabas de decir sobre el periodismo, lo vemos también en la política . No importa si lo que explicas es falso con tal de sumar seguidores y likes. Qué importa la verdad, si la mentira te hace ganar dinero y presencia. Así es cómo han obtenido todo su poder personajes como Tucker Carlson. Es el signo de los tiempos actuales. 

Jon Lee Anderson, un no tan joven vagabundo que sigue viviendo aventuras por los muelles del periodismo / Foto: Carlos Baglietto

Peor aún. Tú puedes estar trabajando tres meses en un artículo sobre Milei, hablando con decenas de fuentes, comprobando y corroborando todos los datos que expones en la pieza, que solo hace falta que salga el Trump de turno y diga: "Fake news", para que tu trabajo se quede en nada, porque una gran mayoría de la masa social le creerá antes a él que a ti. 
No me ha pasado hasta ahora, pero podría haberme sucedido. Es uno de los grandes riesgos que corremos los periodistas actualmente: puede salir cualquier iluminado y decir que lo que has escrito es falso y su hinchada se lo creerá sin rechistar. Es como si les hablara un mesías. 

Yo era un chico que no creía en las normas. Veía los gobiernos y las sociedades establecidas con cinismo y escepticismo. Hay que incentivar a la juventud a hacer algo parecido y que no se contenten con un mundo liderado por Trump

¿Cómo podemos contrarrestar esta tendencia?
De manera intuitiva o instintiva, he llegado a la conclusión que nos toca hacer algo más. Ya no es suficiente con que simplemente publicamos nuestro video, nuestro pódcast o nuestro artículo escrito. Ya no. Tenemos que ir a pelear la verdad y no lo estamos haciendo. ¿Hasta cuándo estaremos preguntándonos cuán rápido se hunde el Titanic mientras todavía estamos en el bote? Tenemos que acercarnos a la gente, no solo quedarnos con la élite. Hay que salir de la burbuja, ir más allá de nuestras zonas de confort. Tenemos que hacer un esfuerzo adicional. Y por ahora, en este mundo en que todo se ha vuelto virtual y todo es digital, no lo estamos haciendo. Yo era un chico que no creía en las normas.Veía los gobiernos y las sociedades establecidas con cinismo y escepticismo. Hay que incentivar a la juventud a hacer algo parecido y que no se contenten con un mundo liderado por Trump. ¿Qué pasará si algún día Abascal llega a gobernar en España? ¿ Y Le Pen en Francia? ¿O Putin en Ucrania? ¿Vamos a seguir escribiendo artículos no más, o qué vamos a hacer? 

La derecha se ha adueñado en las formas de ese espíritu rebelde y transgresor al que te refieres.
Mientras las izquierdas están perdiendo el tiempo en guerras semánticas, los reaccionarios se han disfrazado de revoltosos. Actualmente, ellos tienen la batuta, sin duda. De nuevo, tenemos que llegar a la gente. No podemos dejar esta tarea a los políticos que nos han arrebatado la palabra y que, inclusive, como tienen las redes sociales a mano, quieren desplazarnos como comunicadores. Tenemos que pelear. Lo que no puede ser es que Trump, desde la sala de prensa de la Casa Blanca, nos diga a la cara a los periodistas que somos los enemigos del pueblo. Esto sucedió y nadie se levantó y le replicó. Luego escribieron un correo electrónico, pero no es lo mismo que dar la cara ahí mismo, levantarse e irse desafiando a ese hombre que acaba de desprestigiar el oficio desde del puesto más poderoso en la faz de la Tierra. Aquello minó mucho la credibilidad del periodismo. Actos así sólo los cometían anteriormente dictadores autoritarios en lugares francamente despóticos, no en las democracias occidentales. No podemos permitir que los políticos actúen así, pero había periodistas más interesados en mantener su posición y la libre entrada en la Casa Blanca y tragaron. Pero la gente, afuera, lo vio. Hay que recuperar ese espacio.

Lo que no puede ser es que Trump, desde la sala de prensa de la Casa Blanca, nos diga a la cara a los periodistas que somos los enemigos del pueblo. Esto sucedió y nadie se levantó y le replicó

¿Por tu trabajo periodístico, has sido víctima de la censura? 
No he sufrido censura, pero ataques, sí. De hecho, actualmente existe una censura mucho más sutil y, consequentemente, más peligrosa. Yo estuve durante una década en Twitter y cada día experimentaba el troleo. Abandoné las redes sociales hace dos años y me siento feliz de la vida. Casi como un ex fumador. Soy evangelista de ser ex Twitter. No estoy en ninguna red social y no lo necesito. Muchos colegas periodistas me dicen que yo me lo puedo permitir por trabajar en un medio como el New Yorker y que ellos necesitan una ventana como la de las redes sociales para dar a conocer su trabajo. Lo entiendo. Yo lo probé durante un tiempo, especialmente para mantenerme informado, pero he comprobado que puedo seguir estando al día sin tener que recurrir a las redes sociales: si incluso ahora entras en un ascensor y te encuentras con una pantallita con las últimas noticias. No hay escapatoria a la actualidad.  

¿Cómo te informas actualmente?
Leo mucho, casi todo en mi teléfono. Formo parte de un grupo de periodistas que compartimos artículos. Si hablamos de prensa, principalmente leo el New York Times. Estuve subscrito al Washington Post, pero me di de baja.

Jon Lee Anderson, un periodista que decidió declararse marxista  / Foto: Carlos Baglietto

¿Por su no apoyo a Kamala Harris?
Fue inclusive antes de la controversia con Kamala. Tomé la decisión cuando me di cuenta de que Jeff Bezos había puesto a un tipo de Rupert Murdoch (Will Lewis) a cargo del Washington Post. Un periodista de muy mala fama en Inglaterra. Tuve el presentimiento que se olían que Trump volvería a ganar y era una manera de acercarse a él. Dicho esto, mis colegas del Post siguen haciendo una gran labor, pero yo no voy a pagar nada por un periódico como este. Tampoco leo el Sunday Times, de Inglaterra, ni el Wall Street Journal, porque tienden a tener una cobertura ideológica. The Guardian, pese a su tinte ideológico, está bien. Más que diarios, leo artículos. Intento hacerme con un abanico de fuentes sobre un tema y sacar mis conclusiones. Me preocupa el futuro inmediato, más a partir de lo que ha pasado en Estados Unidos con la reelección de Trump y con dos guerras cruentas en marcha que no es descabellado pensar que pueden extenderse a otras partes del mundo. Por no hablar del cambio climático. Me inquieta el mundo que dejaremos a los más jóvenes. Recuerdo cómo eran los años 60, cuando yo era todavía muy chico. Fue un época en la que se vivía con mucha preocupación la amenaza nuclear y recién despertaba también la inquietud en torno al mundo natural. Todavía no se llamaba cambio climático, pero empezaba a haber una constatación de la contaminación del aire, de los ríos, del mar... Por aquel entonces se inció lo que ahora denominamos medioambientalismo, con grandes periodistas realizando investigaciones excepcionales. 50 años después hemos logrado algunas cosas, pero también ha irrumpido una política negacionista que es muy peligrosa. Eso me preocupa. Algunos comparan el momento actual con los años 30 del siglo pasado con el auge del fascismo. Y sí, creo que ha revivido una especie de fascismo refrito. Lo que no veo es la contraparte a esta amenaza.

El futuro será socialista o será Vox: qué curioso que tantos años después se vuelva a plantear básicamente lo mismo

Ya no hay Che Guevaras.
Lo que no veo es la contraparte. En los años 30 y en los años 60, la juventud dio la cara. Necesitamos que las nuevas generaciones también la den. 

Tú que conoces bien el territorio, ¿qué futuro intuyes para Catalunya y España?
España sigue peleando sumergida en los conflictos de siempre: un sector de la sociedad quiere ser cerrada, tradicional y volver al pasado. Y otra parte de la sociedad quiere ser abierta y más progresista. Y esa puja está muy viva, más aún debido a las corrientes que arrastran actualment al mundo. Así que el futuro será socialista o será Vox: qué curioso que tantos años después se vuelva a plantear básicamente lo mismo.