Hay autores que escriben como si te abrazaran, hay autores que escriben sacudiéndote los hombros y hay que lo hacen a navajazos. Jordi Benavente (Martorell, 1980) es claramente uno de los terceros. De los que necesitan las palabras justas para dejar cicatriz. Un movimiento en la sombra, un giro de muñeca, y un golpe seco y punzante por la espalda, cuando menos lo esperabas. Un ataque de mínimos, pero letal. Así te captura, así te desploma.

Detectando el talento

Recuerdo cuando, entrevistado por un diario, un periodista deportivo muy reconocido confesó que, a pesar de sentirse afortunado de poder ganarse la vida comentando el enésimo gol de Messi o una final del Mundial, a él lo que le gustaba de verdad, y lo que más echaba de menos, era sentarse en la grada de cualquier campo de barrio y jugar a detectar, de entre todos los anónimos, el futbolista con más talento. Evidentemente, su carrera no lo habría llevado tan arriba si sólo se hubiera dedicado a aquello, pero aquella experiencia -la droga de la novedad, del descubrimiento, del deslumbramiento repentino- era el rasgo definitivo de su oficio y lo que lo ponía nostálgico.

No hay nada más divertido y reparador en literatura que tropezar con una voz con la que no habías tropezado nunca, y que te fascine

Una cosa parecida sentimos los lectores cuando leemos por primera vez a alguien que acabaremos admirando. Cuándo una amiga nos lo recomienda, o pescamos su nombre en una reseña, o chocamos de casualidad. No hay nada más divertido y reparador en literatura que tropezar con una voz con la cual no habías tropezado nunca, y que te fascine. Algunos sábados, la felicidad no es nada más que asaltar la librería en busca de todo lo que haya escrito y encerrarse en el piso a devorarla. Como quién se hace con un diamante y se esconde en un rincón para estudiar a fondo cada una de sus caras.

Un hallazgo emocionante

Tots els focs totes les pistoles es un hallazgo emocionante. Tots els focs totes les pistoles, de Jordi Benavente, es, según han anunciado los entendidos, uno de los libros independientes más esperados del año. Lo publica un sello modesto y cuidadoso, Lleonard Muntaner Editor, que imprime en Palma de Mallorca. Y el aura alternativa que rodea la obra parece situar al escritor a la contra de las grandes corrientes establecidas, detalle que todavía lo hace más interesante.

Tots els focs totes les pistoles son 41 piezas cortas y afiladuras, casi postales literarias, que cortan como si fueran navajas. Tots els focs totes les pistoles son 41 textos a medio camino de la poesía y la prosa, que hablan de bosques, de lágrimas, de balas y de mariposas. Tots els focs totes les pistoles es sólo el segundo título que lanza su autor, licenciado en Periodismo y en Historia y colaborador habitual de varios medios, después de ver la luz hace siete años Martorell negro (Curbet), una novela de no ficción. Tots els focs totes les pistoles tiene sólo 75 páginas.

JORDI BENAVENTE by ANDREA BALLBÉ
Jordi Benavente es el autor de Tots els focs, totes les pistoles, la novela independiente de la temporada. Foto: Andrea Ballbé

Matemático, geométrico y escultórico

Hay quien presupone que un libro corto es un libro que ha supuesto menos trabajo al autor. Se equivoca. De hecho, si vale la pena, pasa el contrario. El lenguaje tiene que ser matemático, geométrico, escultórico, bramaba Pla. Y respetar su famosa máxima: "la idea tiene que encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no se pueda sacar nada de la frase sin sacar aquello mismo de la idea", conlleva tiempo y sacrificios.

Lo que no ves ni te imaginas: eso es escribir

Benavente ("cuanto más breve lo haces, más lo tienes que clavar") se rompe la cara con cada frase como si le debiera pasta. La casca, la desmenuza, la afila, la direcciona. Sólo de esta manera, cuando queda grabada en el folio, pequeña y compacta, resuena como un disparo. Benavente ("el reto es decir el máximo con el mínimo") escribe, pero sobre todo reescribe. Y quien dice reescribe, dice sintetiza. Y quien dice sintetiza, dice borra, que es aquello que Marsé tanto disfrutaba de su condición de narrador: coger el manuscrito, extenderlo en la mesa y pasarle el cortacésped por encima, una vez y otra, hasta que quede exquisito. Es extraño, pero a menudo, como más limpia y placentera es una lectura más horas y más hostias oculta el texto. Lo que no ves ni te imaginas: eso es escribir. "La única obligación de un escritor es manejar un estilo bello, duro y elástico", sentenciaba a Casavella, "a que preserve su ficción de la ficción general".

Con amargura

Benavente ("escribo porque leo, y leo para sobrevivir. Y si tengo que escoger entre leer o escribir, escojo salir a caminar") recurre a formas breves para hablarnos de un mundo. Porque también hay un mundo, más allá del escabechina de las palabras. En este caso, un mundo terrenal, herido. Que nace entre los árboles ("no existen los bosques encantados, pero que no se te haga nunca de noche") y los matorrales ("yo ya sólo respeto la autoridad de las zarzas, la ordalía de sus espinas"). Y que se empieza a pudrir cuando lo pisa el hombre ("tres mil aplicaciones en el móvil sin embargo, a pelo, somos incapaces de identificar el árbol que hace la flor lila"). Hemos descuidado las canciones de los abuelos, dice. Con amargura. Porque no hay épica ni lirismo, en este manifiesto. Más bien una queja áspera, adulta. Un gesto curtido. Y una mirada única, como define Anna Gual en el epílogo: "de cowboy de medianoche". Por muy buenas que sean las historias que lo explican: cuando el verde de los caminos lo embadurnan el gris de las máquinas o los colores llamativos de los envases, es que hay alguna cosa que acabará mal.

Benavente acude a las metáforas y a las montañas como quien aparta los ojos de un futuro que le asusta

"Busco palabras para atarlas a la página, necesito sus alas". Benavente acude a las metáforas y a las montañas como quien aparta los ojos de un futuro que le asusta. Todos tenemos nuestros trucos para esquivar los miedos. Abrir un buen libro, por ejemplo. Coronar un nuevo referente. Y enterrarnos dentro, las patas, los brazos, la cabeza, hasta que pase la tormenta.

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