Es curioso como el tiempo pone a cada uno en su lugar pero los lugares nunca se definen a tiempo: les pasa sobretodo a los que han anidado en una ciudad que no es la suya y a los que pretenden convertir sus pueblos de veraneo en propiedad sentimental. Yo soy de las primeras y Jordi Brescó (Barcelona, 1991) es de los segundos. Cuando nos conocimos, inconscientemente fluyó la etiqueta: yo era la de pueblo y él era el urbanita. En ese máster que cursamos empujados por el cribaje académico nos contamos líos mentales y bebimos alguna cerveza y compartimos bastantes ratos con personas de otros pueblos, de otras ciudades, incluso de otros países. Pero a nuestros ojos, probablemente, yo siempre seguía siendo la de pueblo para él y él seguía siendo el urbanita para mí.
Jordi es periodista y, desde hace tres años, también escritor. En 2020 publicó Rivalidades Crónicas (Panenka), un libro a camino entre la crónica deportiva y el periodismo de viajes. El día que lo presentó faltaban 10 días exactos para que Pedro Sánchez saliera por la tele y nos dijera que nos encerráramos en casa. Y claro, a mi amigo el buen sabor de boca le duró demasiado poco. Jordi parece que no sepa donde pisa pero el agua jamás le llega al cuello: mientras en el Mercadona se acababa la levadura para hacer pasteles, él escribía. La mayor parte del tiempo lo hizo en casa de su padrina, su bisabuela, en Castellserà, el pueblo donde residen parte de sus orígenes y que durante 30 años le ha visto a él intentando encajar en sus raíces. De tanto apretarse los sesos nació No se'n surt (Pagès Editors), un thriller de ficción que aborda los entresijos de la amistad y el misterio mientras hila una reflexión sobre la identidad y el sentimiento de pertenencia, sobre la contradicción del deseo y la imposición de la normatividad, sobre la ràbia, la exclusión de clase y el trauma. Una narración escrita en catalán estándar y lleidatà coloquial que mereció el accésit del Premio de Novel·la Breu Ciutat de Mollerussa 2021 y que tendrá un merecido agujero en la 40.ª edición de La Setmana del Llibre en Català.
Seguramente esta no es una entrevista al uso: tiene más pinta de conversación de bar entre dos colegas que hacía mucho que no se veían y de dilación en voz alta sobre aquello que nos separa y aquello que nos une. Probablemente, sólo quien ha vivido realidades diferentes en propia piel se da cuenta de que las verdades absolutas no son amigas de la empatía. Y que ser parte de una comunidad real es mucho más que replicar y dar bola a unas mismas pautas colectivas por miedo al rechazo.
Explícame en qué momento se pone uno a escribir un libro.
Fue durante la pandemia. Ahora ya sabemos cómo ha acabado y relativizamos como nos sentimos, pero en aquel momento nadie sabía cuándo se alargaría. Y recuerdo que pensé: ostras, es que si esto se alarga mucho quizás pierdo mi capacidad de escritura. Nos cerraron justo después de sacar Rivalidades Crónicas y no me quería oxidar escribiendo. Pero tampoco podía hacer un trabajo periodístico, que es lo que había hecho hasta entonces, porque no podía salir de las cuatro paredes de casa ni tenía ninguna otra opción para escribir que no fuera inventarme una historia. Fue tirarme a la piscina totalmente, porque no lo había hecho nunca.
Y ambientas la novela en Castellserà, pueblo de Lleida.
Siempre he leído que los autores noveles hablan casi siempre de cosas que dominan o que sienten como propias. Castellserà no es mi pueblo de nacimiento, pero es mi pueblo de veraneo y tengo raíces de sangre por parte de mis padres. Y encontraba que le debía alguna cosa. Pensé que, si tenía que inventarme una historia, porque no hacerlo en un sitio que quiero y que da muchas posibilidades. Porque existe la idea de que las historias apasionantes pasan siempre en lugares como Nueva York o París cuando, en realidad, en todas partes hay particularidades. Ha tenido que salir una peli como Alcarràs para que la gente se dé cuenta de que puede haber ficciones que pasen en la Plana de Lleida y que molen.
Hay bastantes códigos que son genéricos, pero tampoco quiero sentar cátedra y decir que eso es lo que pasa en todos los pueblos
¿Crees que Alcarràs ha conseguido concienciar sobre una realidad o se ha quedado en una mera romantización?
Tuve este mismo debate interno con el estreno y el despliegue mediático brutal que hubo con las radios y las teles yendo allí para cubrir el estreno. Que dices, qué guapo: Ponent abre los informativos por un hecho que no es una granizada. Pero cuándo ponías cualquiera de esos programas parecía que los periodistas o los presentadores fueran de safari, y puede acabar siendo peor el remedio que la enfermedad. Me gustaría que la persona que mira Alcarràs, o que se lee cualquier libro de ámbito rural, acabe teniendo cierta empatía y pueda reconocer como diferentes ciertos comportamientos sin repudiarlos.
Precisamente, lo importante de No se'n surt no es el misterio, si no todos los polos de identidad que tú has recreado.
La trama es una especie de red de seguridad y el misterio es una excusa, un truco. En realidad, son dos libros en uno: está la parte más costumbrista de dinámicas pueblo-ciudad y la parte más de thriller, de saber qué pasó. Pero lo que me lleva a escribirla es esta dualidad pueblo-ciudad y las dinámicas de un pueblo de la Plana de Lleida. En realidad, es un libro muy específico sobre como se vive eso en Castellserà. Creo que hay bastantes códigos que son genéricos de pueblos y ciudades, y creo que mucha gente de pueblo puede llegar a compartir según qué opiniones o comportamientos, pero tampoco quiero sentar cátedra y decir que eso es lo que pasa en todos los pueblos.
¿Y qué realidades duales querías mostrar?
Quería hablar de la cuestión de identidad en los dos sentidos: de tenerla muy marcada y hacer tu modus vivendi y de la falta de identidad, que es lo que representan los dos personajes en términos generales: el que ha nacido y vive en el pueblo ha hecho de su lugar de nacimiento su identidad y la fuerza que le hace moverse, y el otro se encuentra constantemente buscando un hogar donde sentirse realizado. Este era el tema más clave. Y cómo se relacionan y chocan estas dos maneras de relacionarse con la identidad.
¿Cómo es tu relación con la identidad?
Podríamos decir que todos los quebraderos de cabeza que me ha llevado no sentirme del pueblo a lo largo de mi vida, en lugar de destinarlos a terapia, los he escrito en un libro (risas).
¿Por no haber nacido allí?
Es que no es sólo haber nacido allí, es haber crecido y comportarte según una especie de estándares que son los característicos de Castellserà. Y yo, de estos estándares, cumplo pocos. Cuando voy allí, cambio el acento, y seguramente es el mayor ejercicio de mimetización de cara a formar parte de la tribu. A veces no sé hasta qué punto hago algunos comportamientos para sentirme del pueblo o para sentir que la gente de allí me acaba aceptando. Seguramente hay un elemento inconsciente de pensar que llevo toda la vida intentando querer formar parte de esta tribu, que o es muy cerrada o se ha encargado de dejarme claro que es muy difícil que se te acepte. Sin embargo, creo que formo parte de ella.
Cuando voy a Castellserà, cambio el acento, y seguramente es el mayor ejercicio de mimetización de cara a formar parte de la tribu
No sé si escribir el libro también te ha servido para empatizar con los que no son de ciudad y llegan a Barcelona, tú que eres de aquí.
Sí. De hecho, a mí me gustaría que los lectores que son de Barcelona y se lean esta novela se interesen por esta procedencia que no es la suya y acaben entendiendo estas dinámicas que se crean cuando eres de estos pueblos. De hecho, siempre he admirado o he tenido mucha curiosidad por la gente de mi pueblo, por su manera de hacer, y me interesaba desarrollar diferentes perfiles de personajes de pueblo que acaban siendo una construcción de todo lo que he ido viendo a lo largo de estos años.
¿En Barcelona se ridiculiza la figura del de pueblo?
Probablemente. Creo que es una ridiculización mutua: aquí se ridiculiza al de pueblo, y en el pueblo se ridiculiza al de ciudad. Pero creo que no es un debate equitativo, porque creo que el de ciudad ridiculiza desde un punto de vista de superioridad y el de pueblo lo hace desde el ridículo puro y duro. Nunca he tenido la sensación que alguien de pueblo se sienta superior a uno de ciudad. Se siente diferente y se esfuerza en dejar clara esta diferencia. Pero de alguien de ciudad sí que he notado muchas veces esta constatación de estar por encima del otro.
¿Y no te genera contradicciones?
Seguramente he bajado a las páginas lo que siempre me había pasado por la cabeza. Siempre me he comportado bastante igual en esta dicotomía pueblo-ciudad: en Barcelona me gusta dejar claro que tengo raíces de pueblo y constatarlo, y en Castellserà no me ha gustado nunca dejar claro que soy de ciudad. Seguramente aquí he querido fardar de las raíces de pueblo y allí he querido esconder las raíces urbanas. Es curioso.
Lo que es curioso es que estemos hablando de un lugar que sólo está a una hora y media de Barcelona como si habláramos de otro continente.
Creo que es porque, como la gente basa su personalidad en esta identidad de pueblo, fortalecen unas características que buscan los puntos de separación con los otros. Una actitud de: "si en Barcelona se ha puesto de moda cierto comportamiento, y yo quiero demostrar que soy del pueblo, ya me encargaré yo de que este comportamiento no llegue nunca a la zona".
Y eso es lo que más se ridiculiza fuera.
Es el gran paradigma y la gran metáfora de todo: los mismos motivos por los cuales alguien de ciudad ridiculiza a alguien de pueblo son motivos de orgullo para alguien de pueblo. Y seguramente son motivos de orgullo del pueblo en buena parte porque son los motivos que utilizan los urbanitas para ridiculizarlos. Refuerzan aquello que los identifica como diferentes por mucho que los otros lo vean ridículo.
¿No te daba miedo caer en la caricaturización de la gente del pueblo?
Absolutamente. Y quien tenía más miedo era mi madre. Ella se leyó el manuscrito de casualidad y me dijo que quizás tenía que aflojar un poco; no lo hice. Por eso no quería enseñárselo ni a ella ni a mi familia, porque estaba convencido de que ellos se lo mirarían desde el prisma de "qué dirán en el pueblo de Jordi cuándo salga la novela". Y si yo hubiera escrito la novela con esta perspectiva, me hubiera salido una novela muy diferente que interpelaría mucho menos. Por eso sí que necesité la aprobación de los del pueblo.
El de ciudad ridiculiza al de pueblo desde la superioridad
¿Y qué te han dicho, allí?
Mucha gente me ha dicho que le ha gustado plantearse cosas que quizás no se había planteado nunca porque ellos no habían aparecido en el debate. Hemos estado hablando todo el rato de cómo los de ciudad ven a los de pueblo, pero siempre desde mi dinámica de quererme integrar en el pueblo. Pero claro, después hay una cosa que es bastante paradigmática también: seguramente hay muchas preguntas que los de allí que no se han hecho nunca y que son incómodas de hacer. Piensa que nadie habla de Castellserà en ningún sitio, y la gente que ha hablado lo ha hecho desde dentro. Quizás eso les ha hecho plantearse que hay otras maneras de abordar o entender esta identidad tan fuerte, que es sobre la cual ellos basan su personalidad.
Otros temas que pones sobre la mesa: el poliamor, la masculinidad frágil...
Cogí temas que no se suelen hablar allí y los he colocado en el comportamiento de los personajes. Está la masculinidad frágil clarísima de los protagonistas —sobre todo de Magí— o el racismo en el campo de fútbol. No es que en Castellserà nadie sepa qué es la masculinidad frágil ni qué son el racismo o el poliamor. Pero sí que estoy bastante convencido de que son temáticas que se han tratado poco en conversaciones de café en los bares.
O quizás se han tratado poco en todas partes pero los pueblos se utilizan para hacer un muestreo sociológico, como si fueran un zoo.
Absolutamente, sí. Pero en Barcelona el antirracista ya no va a según qué sitios donde se pueda encontrar este tipo de comportamiento. En la ciudad, tú puedes escoger ciertos ámbitos o puedes escoger reunirte con una serie de personas que puedan ser más afines a tu manera de ver las cosas; y en el pueblo, o vas al bar, o vas al campo de fútbol, o vas a las piscinas. También te digo: que yo haya escuchado más conversaciones sobre ciertos temas en terrazas de Gracia seguramente no me convierte ni en más tolerante ni me hace tener comportamientos menos racistas o frágiles, pero sí que sé de su existencia y de lo que suponen.
Alguien podría decir que hablas desde la superioridad moral.
Yo no soy nadie para juzgar según qué comportamientos habiendo vivido mi vida. Si yo hubiera vivido todos los inviernos de mi vida en Castellserà, quizás tendría otra opinión respecto del consumo de drogas, la violencia o la mera forma de vida. A mí me pueden chocar según qué comportamientos o según qué hábitos de consumo, pero no soy nadie para juzgarlos, porque yo no he vivido allí. Lo que no me gustaría es que se interpretara como que hay una buena manera de hacer y una mala manera de hacer. Yo lo que expongo es que hay algunas dinámicas propias de un lugar y propias de otro, y como interaccionan entre ellas. Ni una es la buena ni la otra es la mala, ni mucho menos. De hecho, te diré que, seguramente, las dos —las expuestas en el libro— son horrorosas.
Seguramente hay muchas preguntas que los de allí no se han hecho nunca y que son incómodas de hacer
Y las dos te definen un poco.
Yo trato de coger esta dualidad en positivo para que sea enriquecedora. No sé si me gusta mi personalidad, pero una parte enorme está marcada por esta dualidad y por haber mamado cosas de todas partes. Y quiero creer, o tengo la esperanza, de que me he ido quedando con lo más nutritivo de un sitio y del otro. Quizás yo hubiera querido ser de pueblo y me tocó nacer en la ciudad, y hago todos estos esfuerzos por ser aceptado por el pueblo donde nunca nací. Hay una serie de dinámicas que se dan allí que a mí me tienen alucinado y siempre había querido formar parte de eso.
¿Te ves viviendo allí?
No, ni en broma. Me moriría (risas). Y aquí es donde voy. Es una cuestión de tiempo de convivencia. Para mí, convivir con estas dinámicas del pueblo en los términos en que yo he convivido (fines de semana, veranos, pandemia), son cosas que valoro muy en positivo. Muy probablemente, son exactamente las mismas cosas que acabaría valorando muy negativo si pasara mucho más tiempo allí.