La quietud es la última novela de Jordi Coca. Conocido para publicar incansablemente, ha recibido muchos y varios reconocimientos por su narrativa. Destacan:La japonesa (1992), Premi Josep Pla; Sota la pols (2001), Premi Sant Jordi; Cara d'àngel (2004), Premi Joanot Martorell; La nit de les papallones (2009), Premi Sant Joan. También ha publicado ensayo, siempre sobre cuestiones teatrales: eatre Nacional Català (1955-1963) (1978), El teatre de Josep Palau i Fabre (2013) y El teatre de Shakespeare en el seu context (2022). Director escénico, gestor cultural y traductor, destapó la caja de los truenos en la presentación de esta novela. Hablamos con él de sus ideas estéticas y políticas. Del legado literario, teatral y político que nuestra sociedad dejará a las futuras generaciones.
Incides en una idea: te gusta escribir cuando no pasa nada, pero pasa todo.
El eje de la novela es una mujer mayor, que habla de todo. Y eso, justamente, me tenía que permitir hablar de todo: como el marido que la quiere con locura, pero es un señor ausente; lo muy enamorada que está de su cuñado o la relación con el padre, que tiene alguna cosa turbia con los negocios. Además, hay una mujer joven que la cuida, que es de piel oscura y que habla otra lengua. Me interesaba el conflicto generacional entre las dos mujeres.
Hablas de La quietud como tu testamento literario.
Hace tiempo que me revisito las cosas que he hecho. Se tiene que entender sin pedantería. De la misma manera que me gusta mucho volver a los griegos, porque me he pasado años enseñándolos en el Institut del Teatre, tenía ganas de escribir una gran novela en extensión, pero no en complejidad. Con el tiempo he querido hacer una literatura más accesible. Mis primeras novelas exigían una complejidad estructural que a veces no sabías quién decía qué.
Tenía ganas de escribir una gran novela en extensión, pero no en complejidad
Qué papel juega el castellano en la novela. Lo has defendido en las otras entrevistas.
Habría podido escribirlo todo en catalán. La diferencia lingüística se da en nuestra sociedad y quería trasladarlo. Eso se puede ver como un conflicto, como una imposición. Alguien lo ha visto como una amenaza. Me han preguntado si ahora me pasaría al castellano. ¿Estamos locos o qué? He hecho eso, esta intervención, porque es libre, aunque esté equivocada. Tenemos un problema, eso ya lo hemos vivido los de nuestra generación, la del falangista que te quería imponer una lengua y una manera de ver el mundo.
Me sorprende cómo entiendes tu vínculo con la escritura.
No quiero ser consciente de lo que escribo. No quiero introducir la reflexión en el proceso de creación. Me da la impresión que alguna cosa esencial se pierde. Sobre todo en novela, en narrativa. Avanzar a tientas me gusta y es estimulante. También es enriquecedor, porque es espontáneo. Acabé de escribir La quietud y no la he vuelto a leer. No he releído nada de lo que he escrito, me da pánico.
Tenemos un problema, eso ya lo hemos vivido los de nuestra generación, la del falangista que te quería imponer una lengua y una manera de ver el mundo
Tus novelas son singulares. Puedes explicar la vida de una mujer mayor o de un gato como incluir citas de grandes autores teatrales. Y no pocas.
Chéjov murió en 1904, pero es el gran autor del siglo XX. Me gusta citarlo, como Ibsen y Strindberg, y como el mal denominado teatro del absurdo. Los cito porque son la base. Me interesa ver el mundo como se lo miran ellos. Pero también me gusta mucho Marguerite Duras. Y no la cito tanto. Es una escritora que ha hecho una evolución muy valiente: de una novela puramente convencional a la pura pasión de escribir de nada. Del mar, de la lluvia, de una casa y después decidirse a comprarla, del incesto, etc. Peter Handke, en los años setenta, me parecía un autor de primera, pero los cuatro o cinco últimos libros no los entiendo. No entiendo la motivación que hay detrás, pero sé por qué escribió El miedo del portero ante el penalti, Desgracia indeseada, La mujer zurda o Lento regreso. A todo el mundo le pasa. Los autores hacen una evolución y como lector también maduras el vínculo.
¿Entiendo que son tus referentes, pero porque que los citas constantemente en las novelas?
Yo siempre tengo el teatro en la cabeza. Para mí, todos ellos son fundamentales porque son el paso del siglo XIX al XX. Son la clave para entender la transformación de nuestro mundo. Para mí cambiaron que una narración cualquiera no es la pura explicación de unas peripecias. Todos ellos hablan de la sociedad, por eso los tengo tan presentes. Hay una cosa que me gusta decir: cuando Ibsen, Chéjov o Strindberg estrenaban las obras, los personajes iban vestidos de la misma manera que el público.
Acabé de escribir La quietud y no la he vuelto a leer. No he releído nada de lo que he escrito, me da pánico
Hiciste estallar una polémica con respecto a los proyectos que nadie te compra.
Me siento contento y satisfecho de mi trayectoria. Yo vengo de una familia muy sencilla. Y he hecho muchas cosas. Soy un picapedrero, me he hecho a fuerza de trabajar. Eso no es obstáculo para que haya cosas que creo que son una lástima. La generación de los setenta: Jaume Cabré, Montserrat Roig, yo mismo; nos encontramos con que la generación anterior nos recibió con los brazos abiertos. Tanto los que se habían marchado al exilio como los que se habían quedado. Con la guerra pensaban que la cultura catalana había acabado. De repente, aparecemos un grupo de jóvenes que acabamos creando novelas y ocupando un espacio relevante en el resurgimiento de nuestra cultura. Para nosotros, ellos eran muy importantes, porque pensábamos que era gracias a ellos que podíamos escribir. Recuerdo el Palau i Fabre cuando me explicaba que al leer Marià Manent se dio cuenta de que ya había una lengua. Con nosotros se produjo un doble fenómeno. Además, éramos todos muy amigos. Tuve una relación de amistad increíble con Joan Brossa, Manuel de Pedrolo o Maria Aurèlia Capmany. Podrían ser mis padres o mis abuelos, pero lo recuerdo como un fenómeno fantástico y que no se ha vuelto a producir. Creo la sociedad catalana ha evolucionado hacia una fractura generacional. ¿Qué la puede haber provocado? ¿El pujolismo? ¿La perpetuación del pujolismo? Por mucho que hayan cambiado los disfraces, actualmente la derecha catalana es pujolismo puro.
Decías que solo se compran los proyectos si eres "mujer, joven o gay".
El titular simplifica, sí. Yo me preguntaba por las negativas que constantemente recibo. Muchos proyectos que planteo, y hablo de proyectos escénicos, se me niegan porque no sigo las modas. Eso es lo que defiendo. Son los temas que están sobre la mesa. El tema de la lucha feminista, la diversidad de género, la relación entre el sénior y el joven, etc. Lógicamente, la gente que programa incide en estos temas. Eso ha pasado siempre. Entonces ya sabíamos perfectamente qué se podía presentar como a proyecto al lliure del Fabià Puigserver o a la Agrupació Dramàtica de Barcelona de Frederic Roda. ¿Qué pasa? Que algunas personas nos sentimos descabalgadas. Siempre me preguntan por qué no hago más teatro. No hago más porque no me dejan hacerlo. No porque no quiera.
Creo la sociedad catalana ha evolucionado hacia una fractura generacional
¿En quién más piensas?
Estamos mutilando una cosa esencial. Tengo la percepción que tenemos un miedo al talento. Un Josep Maria Miró o un Guillem Clua tendrían que tener un papel mucho más reconocido, y me cuesta encontrarlos en los escenarios. Hay directores como Xavier Albertí que son absolutamente fantásticos. Tenemos que ser lo bastante valientes para explicar qué pasa. La democracia, si es alguna cosa, es la libertad de expresión imprescindible.
¿Qué proyectos quieres sacar adelante?
De libros, un libro de ensayo sobre Marlowe, el dramaturgo que ha quedado en la sombra de Shakespeare. Es la figura del precursor de San Juan Bautista, que podía haber sido Cristo, pero llegó un cuarto de hora antes. Marlowe habría podido ser Shakespeare. También me interesa saber quiénes son los precursores del precursor. Y a partir de aquí explicar qué hace Shakespeare. Siempre digo que Shakespeare era como Picasso: lo robaba todo de todo el mundo.
Siempre me preguntan por qué no hago más teatro. No lo hago que no me dejan hacerlo. No porque no quiera
¿Y de teatro?
Tengo varios proyectos. Una versión de Strindberg que cambia a Los acreedores y cambia el problema de base de una familia por un problema de deseo. Me gustaría dirigir a Los persas de Esquilo. La cuestión de la guerra, del conflicto del grande y del pequeño. Dirigir una obra de teatro de la gran autora Dacia Maraini, compañera de Alberto Moravia, amiga del Pasolini. Nos conocemos y la fui a ver a Roma. Quizás un espectáculo a partir de Lorca. Alguna cosa acabará saliendo.