Jordi Milán llega a la entrevista escondido bajo un elegante sombrero de fieltro y tras un bigote daliniano. Eso y un abrigo largo le dan cierto aire Bergeraquiano. A pesar de sus 70 años destila energía y pasión. La misma energía y pasión que durante 40 (más 1) años ha insuflado como director a La Cubana. Después de dos años de pandemia la icónica compañía teatral nacida en Sitges ha vuelto al teatro, en esta ocasión la sala Coliseum de la Gran Via barcelonesa, donde estarán hasta el próximo 23 de abril, con el espectáculo Adeu Arturo, una de aquellas alocadas comedias de cotidianidad surrealista tan puramente cubana. Con él hablamos de la obra, de estas cuatro décadas de trayectoria y, evidentemente, Les Teresines.
¡Este teatro es maravilloso!
Este teatro no era un teatro sino un cine. Se había hecho alguna obra, pero muy poquita cosa.
Hasta que lo recuperasteis vosotros.
Fue cuando hicimos por segunda vez Cómeme el coco, negro. Pedimos hacerlo aquí. El Coco lo estrenamos por primera vez en el Mercat de les Flors y después en el Victoria, de donde nos echaron.
¿Por qué?
A ver, no es que nos echaran, pero tenían que entrar los Dagoill Dagom con Mar i cel, que venían de haber tenido un gran éxito en Madrid.
Y os quedasteis sin teatro.
Nos reunimos con el Balaña, el padre. Mi idea era ir a Can Pistoles, que es como|cómo se conocía a la sala Capitol.
Can PIstoles porque hacían películas del oeste,
¡Exacto! De salida nos dijo que no porque estaba en obras. A nosotros eso de que todo estuviera patas arriba todavía nos gustó más. Una semana después nos llamó diciendo que se lo había pensado y que nos dejaba el local.
Fue todo un éxito.
Funcionó muy bien, sí. Nos marchamos del Victoria en Semana Santa y estuvimos en el Capitol hasta julio. La cosa se quedó aquí hasta que hicimos Cegada de amor. Yo quería hacer este espectáculo a un cine.
El Coliseum.
Me volví a reunir con el señor Balañá. Pero no entramos en el Coliseum sino que volvimos al Tivoli. Estuvimos ahí un año y medio bien largo. Fue, ahora ya sí, con la reposición del Coco que entramos en el Coliseum, que desde entonces no ha dejado de ser un teatro. Nosotros volvimos años después, en el 2016, con el espectáculo Gente bien, que fue muy bien, y ahora con Adéu Arturo.
¿Hay algun espectáculo vuestro que haya funcionado mal?
Hemos tenido la suerte que el público siempre nos ha apoyado. De subvenciones, más bien poquitas. Cuando el Coco no teníamos un duro y fui a la Generalitat a pedir ayuda. Su respuesta fue que todavía éramos una promesa. Con Cegada el problema fue que ya éramos una realidad. Desgraciadamente, hemos tenido más ayuda del Ministerio que de la Generalitat.
¿Te entristece?
Un poco de rabia da, porque mucho o poco alguna cosa hemos hecho por el teatro catalán. De hecho, actualmente, somos la única compañía catalana que sigue girando por toda la península. Hasta hace nada estaba El Tricicle. Y antes Comediants, Dagoll Dagom, Els Joglars...
Somos la última herencia del teatro amateur catalán
¿Os sentís los últimos de una especie?
Somos la última herencia del teatro amateur catalán. Una tradición burguesa de hacer teatro en los casinos y centros parroquiales de todos los pueblos. Una riqueza que hemos dejado perder. En los años 70 había una revista de teatro que se llamaba Público. Hicieron un catálogo de todas las compañías de teatro de España, Catalunya, era de largo, donde más había. Hemos dejado perder la tradición de hacer teatro después de cenar. Y La Cubana es eso, el teatro de la cotidianidad que pasa inadvertida.
La Cubana siempre me habéis parecido la suma de L'auca del senyor Esteve y el cine de John Waters.
Estoy de acuerdo. Es la hipérbole de nuestra realidad, aunque a la gente no le gusta verse reflejada. Siempre piensa que aquello que nosotros mostramos no son ellas o ellos, sino el cuñado o la cuñada. Las Teresines.
¡Qué fenómeno, Les Teresines!
De una manera u otra, siempre habíamos tocado las 'teresines' en nuestros espectáculos. Las Teresines es una filosofía de vida muy catalana. La Vicky Plana, cofundadora de La Cubana, y yo, llamábamos así a un grupo de señoras de Sitges.
Pero la serie pasa en el barrio de Gracia de Barcelona.
Fue una petición de TV3. Cuando empezamos a trabajar, con la Mon Plans, la Mercè Comas..., nos dimos cuenta de que era igual donde ubicáramos la historia, porque de Teresines había en todas partes: Sitges, Barcelona, Reus, Terrassa, Girona, Lleida...
Quizás este es el secreto de su éxito.
Recuerdo que al principio en TV3 tenían dudas. Decían que era una serie en que no pasaba nada. Y no pasaba nada porque era una comedia sobre nuestra cotidianidad.
De Seinfeld dijeron lo mismo, así que quizás las mejores sitcoms son aquellas en que parece que nunca pasa nada.
Mi madre tenía unas amigas que se parecían mucho al grupo de 'teresines' de las series. Unas señoras que trabajaban la piel. Hacían chaquetas, pantalones... Todo en economía sumergida. Eran tres hermanas y en mi casa las llamaban 'las modestas'. Un día, antes de empezar a rodar, las llevé al plató.
Has citado la Mon Plans, Mercè Comes... Ahí es nadae la de gente del teatro que ha pasado por La Cubana. De alguna manera habéis sido escuela.
La palabra escuela no me gusta mucho, porque La Cubana no pretende ser una escuela. Pero sí, hemos tenido la suerte de contar con grandes actores, pero también técnicos, montadores, escenógrafos... No sólo eso, sino que cuando se han marchado siempre hemos mantenido muy buen rollo. Santi Millán, José Corbacho, David Fernández, Juan Ramón Bonet, Yolanda Ramos... ¡La Cati Solivellas, que ahora es delegada de Cultura del Gobierno de las Islas Baleares!
La Cubana es eso, el teatro de la cotidianidad que pasa inadvertida
¿Cuál era vuestro sueño cuando empezasteis?
Yo me dedicaba al diseño. Era decorador de pisos. El teatro... Había hecho algo pequeño, a nivel amateur, como la Vicky, pero ya está. No pasé nunca por el Institut del Teatre. Ni la Comes, ni el Corbacho, ni el Santi Millán. El Santi, de hecho, entró en La Cubana porque no lo quisieron en el Institut y fue a parar al Col·legi del Teatre. En aquella época, el Santi trabaja en un matadero por la mañana y por la tarde iba a clases y después con nosotros. Anna Barrachina es otra cubana que no quisieron en el Institut. La educación es necesaria para aprender la teoría, para ubicarse y saber dónde estás, para dar herramientas para que los actores y las actrices puedan desarrollar su locura.
¿Qué buscas en un actor o actriz?
Que le guste La Cubana, evidentemente. También me interesa saber por qué les gusta el teatro.
Me gusta el teatro porque me hace vivir
¿Y a ti, por qué te gusta?
Para hacer teatro tienes que ser tímido.
¿No es un tópico, eso?
Hacer teatro es una manera de transmitir sentimientos, sacar cosas de dentro. Cuando estás en un escenario no eres tú, eres otro. A mí me gusta el teatro porque me hace vivir. Me hace sentir. Y me gusta actuar y me gusta ir como espectador. De hecho, soy más teatrero que director.
40 años más 1.
La Cubana se fundó el año 1980, pero el proyecto no se va a dar a conocer de verdad hasta el año 1983, cuando nos ofrecieron girar con el espectáculo Delikatessen por toda la península. Dejamos los trabajos con la idea que sólo sería un verano. Aquel verano ha durado cuatro décadas.
Que añoras de aquella época.
Tengo un problema: para mí todo pasó anteayer. El tiempo ha pasado muy rápido.
Adéu Arturo no es el adiós de La Cubana.
¡No! Aunque siempre puede producirse este adiós. De la misma manera que La Cubana también puede seguir adelante sin mí.
¿El público siempre os ha querido mucho, pero os habéis sentido lo bastante valorados por el mundo del teatro?
Somos de una cuerda diferente... Eso y haber tenido siempre éxito...