Jordi Panyella es curioso por naturaleza. Se le ve en los ojos bien abiertos y las orejas desplegadas, en unos silencios penetrantes que dicen más que lo que callan, y también en una desembocadura de voz robusta y clara que confirma que lo ha cazado todo, como un trampero experimentado. Este periodista de investigación arrastra años de solera a las espaldas, lleva décadas siendo rascador profesional en la prensa escrita —El Punt Diari, L'Avui y ahora El Punt Avui— y se ha inmiscuido en algunos de los episodios con más claroscuros de nuestra historia, como la corrupción de Fèlix Millet en el Palau de la Música o la ejecución de Salvador Puig Antich, seguramente el caso que más horas de sueño le ha robado. Este sábado se conmemoran 50 años de la fatal condena del joven anarquista, y Panyella vuelve a poner sobre la mesa Salvador Puig Antich, cas obert (Angle Editorial), una recopilación de testimonios e información inédita que publicó hace diez años y que ahora vuelve a reeditar con más aportaciones.
🟠 REPORTAJE MULTIMEDIA | La cruel ejecución de Salvador Puig Antich cumple 50 años
Tenías ocho años cuando mataron a Salvador Puig Antich. ¿Te acuerdas?
De aquella época tengo un recuerdo del día que murió Carrero Blanco, de salir de la escuela y estar andando al lado de mi madre y ser consciente de que ella hablaba con otro padre de un hecho muy grave. Y deberían hablar con una gravedad suficiente como para darme cuenta. Es un episodio inmediatamente anterior a la ejecución y que también la condicionó. También tengo muy clara la dureza que suponía la policía. Tengo la imagen de caminar con mi madre por la Avenida de la Catedral y ver a dos policías de la época de Franco que hacían ronda; iban de color gris con unos abrigos que eran como armarios, que parecían de cemento armado, y tuve miedo. ¿Por qué? Porque representaba todo lo contrario de la seguridad.
¿Cómo te enganchas al caso?
Porque creo que es un caso que en este país mucha gente lo hemos sentido como tragedia e injusticia propia, y a través de hacer el oficio de periodista y temas judiciales, tuve acceso a informaciones, así como la suerte de acercarme y tener algún conocimiento de alguien de la familia. A partir de aquí, me interesé por el núcleo del caso, que para mí es el tema judicial y la gran injusticia que supuso el proceso contra Salvador Puig Antich. Y todavía hoy, en época de democracia, hay incapacidad de revisar lo que fue aquello.
Había impactos de bala en el cuerpo del policía muerto que podían proceder tanto de la pistola de Salvador como de los policías
Hace diez años que publicaste el libro. ¿Ha cambiado alguna cosa?
Es una nueva edición ampliada y con un elemento añadido: en estos diez años hay elementos todavía de más peso para ir a fondo con una revisión de lo que supuso el proceso del año 74, pero la justicia española ha sido incapaz de asumirlo. Fíjate en aquellos que se habían apuntado como verdugos de Puig Antich: a José Utrera Molina, ministro de Franco, le cantaron el cara al sol el día que murió (2017) y Carlos Rey, redactor de la sentencia que condenó a muerte a Salvador, se ha librado de cualquier persecución judicial porque el tema ya está prescrito, la ley de amnistía lo protege y porque, aunque hoy lo que hizo sería delito, se ha librado de una persecución judicial porque las leyes nunca se aplican de forma retroactiva, a pesar de haber denuncia firme en contra suya.
¿Tú cuáles dirías que son las claves para ver que el caso de Puig Antiguo fue un montaje?
El núcleo para mí es que parte de un error policial; es un mal dispositivo policial que desencadena con una fatalidad, que es la muerte de un agente en un intento de dos personas por huir de la detención sorpresiva a la cual se ven sometidos. Es decir, Puig Antich y Xavier Garriga, en el momento de ser detenidos, quieren huir y allí hay una pelea, uso de armas y la muerte de un policía en un estadio de confusión absoluto en el cual, después de analizar todas las pruebas, es evidente que hubo uso cruzado de fuego. Había impactos de bala en el cuerpo del policía muerto que podían proceder tanto de la pistola de Salvador como de los policías. Desde el minuto cero la policía enmascara aquellos hechos para librarse de su responsabilidad y no reconocer el error que cometen. Y centran la responsabilidad en Salvador, que no iba ni esposado. Les es muy fácil, porque la estructura del estado español lo dominaba todo: único culpable, todas las pruebas manipuladas en contra suya, condena a muerte y ejecutado.
¿Se puede saber a ciencia cierta que Salvadir no fue quien mató al policía?
Se puede asegurar con toda contundencia que hay dudas suficientes sobre la responsabilidad que llevaba a emitir una sentencia en un sentido diferente a la que fue. No se le podía condenar a muerte. Hay un principio en el derecho que es el de in dubio pro reo, que quiere decir que si tienes dudas, tú siempre tienes que fallar a favor del acusado. Y la confusión allí dentro es tan grande, y la certeza de que los policías también dispararon es tan evidente, que no puedes responsabilizar solo a Salvador. Yo resumo el caso con la frase siguiente: Salvador Puig Antich no era inocente; un joven que voluntariamente había entrado a militar en una organización revolucionaria, iba armado, quería cambiarlo todo, no es un tío inocente, pero no era culpable del crimen por el que lo condenan a muerte. Un proceso tan irregular no podía acabar con la máxima y fatal condena de enviar al garrote a un joven.
¿Cuántas veces se ha intentado abrir el caso?
Dos veces. El primer tiempo de revisión lo hizo Francesc Caminal, que ya había sido abogado de Puig Antich entonces, fundamentado con aportaciones periodísticas que ya había. Y la segunda revisión es del 2005, que es el que centra el núcleo de mi libro, con aportaciones de testimonios nuevos y de prueba infográfica nueva, que preparan el bufete de abogados Martínez Ramos y De la Cruz. Hacen un recurso muy bien hecho, realmente con prueba nueva. De hecho, es tan nueva que el Tribunal Supremo, cuando emite la resolución denegando la reapertura, dice: "la prueba que se ha traído es en parte nueva, pero". Una cosa, si es en parte nueva, ya es nueva. Ellos reconocían que la prueba era nueva, pero a la vez desestiman el recurso. El libro aporta pruebas nuevas en base a testimonios inéditos suficientes como para que si este país realmente fuera un país donde la democracia fuera plena, ya no por instancia de la familia, pero de oficio, la fiscalía hubiera tenido que instar a una revisión del caso.
Salvador Puig Antich no era inocente, pero no era culpable del crimen por el que lo condenan a muerte
¿La Ley de la memoria democrática ha servido para algo?
Era y es necesaria. En este país no ha habido una revisión de lo que supuso el franquismo, hay decenas y centenares de personas perjudicadas por la represión franquista que todavía esperan justicia. Hay un elemento que para mí es muy importante, que es que se crea una fiscalía especial para estos casos. La ley acota, pero la fiscalía tiene bastante capacidad de maniobra para, si quiere, intervenir. Y yo creo que en el caso del Puig Antich, como hay tantas evidencias de irregularidades, si la fiscalía quisiera —es decir, si el estado español quisiera— podría actuar de forma proactiva forzando una revisión.
¿Y no ha habido ningún acercamiento?
De momento, no.
¿Por qué crees que hay personas que todavía no se atreven a salir del anonimato para hablar?
O eso, o que ves que lo hacen todavía con el corazón compungido. El franquismo fue muy bestia, era silencio, y lo que inocula a la ciudadanía es un miedo absoluto a hablar. En las casas no se hablaba de nada. La gente que había ido a la guerra callaba por lo que habían sufrido y por miedo a nuevas represalias. Y hay gente que hoy en día, aunque vivimos en democracia, este sentimiento de callar todavía lo tienen. Y eso es sorprendente, y estremece. El caso Puig Antich y la denegación de su revisión es la demostración evidente que la Transición en el estado español, donde no se ha hecho de forma evidente, es en la justicia. Uno de los objetivos del libro —y yo creo que cumplido— es retratar a los personajes jueces que intervienen en la decisión de si había derecho o no a revisar el caso Puig Antich y constatar sus vínculos con el franquismo, no solo familiares sino ideológicos o laborales, y por lo tanto es un blindaje imposible de romper. El franquismo pervive todavía en estamentos como el de la justicia y en una sala tan importante como es la sala militar del Tribunal Supremo, con una barrera que es insalvable.
Teniendo en cuenta que el régimen franquista estaba en las últimas, ¿la ejecución de Puig Antich fue una excepción o era la norma?
Había el convencimiento de que finalmente sería indultado. Y yo creo que era porque el régimen franquista había dejado de ejecutar. La última ejecución es en 1966 y hasta 1974 solo había habido una en Valencia el año 1972. Como el régimen había dejado de utilizar este elemento tan bestia como represión, había un estado de ánimo que hacía pensar que no se atreverían y que seguirían con la tendencia de perdonar en última instancia. Pero no fue así, y es muy bestia, porque en última instancia a Salvador se lo utiliza como un elemento más del juego político. La última decisión fue del Consejo de Ministros con el famoso enterado, y lo que hace Arias Navarro en un momento de presiones entre el sector inmovilista y el renovador es decir: oye, todavía somos un gobierno fuerte y no nos tiembla la mano para ordenar la ejecución de este crío de 25 años.
¿Que lo ejecutaran con garrote vil demuestra esta voluntad de venganza?
El garrote vil lo que demuestra es que había la voluntad no solo de agarrotar a Salvador, sino de atenazar a toda la sociedad. Es un mensaje general: la ley nos dice que lo tenemos que ejecutar fusilado —"los condenados a muerte van a ser pasados por las armas"— pero él es agarrotado con este sistema tan bestia que es añadir un refuerzo al mensaje político que se enviaba a la sociedad.
¿Y fue efectivo?
Con respecto a la reacción política y social, hay un doble momento. Antes, políticamente, Salvador no recibe apoyo o recibe muy poco. La política organizada en la Assamblea de Catalunya en la clandestinidad no se mueve de forma activa por Salvador. La gente de su entorno o algún sector social sí, pero estamos en el franquismo. Y después de la ejecución, sí que hay una reacción más importante, con más acciones en la calle y más denuncia política, pero una de las cosas que se critica, y con razón yo creo, es la poca implicación del movimiento político. Cabe decir que era clandestino, que una parte estaba encerrada en la prisión y que la Assamblea de Catalunya había tenido un golpe fuerte, pero desde esta vertiente hay poca implicación para intentar hacer ruido y salvarlo.
¿Y ahora?
Yo estoy convencido de que como entonces no se estuvo a la altura, ha quedado en el ADN de la clase política catalana como una insatisfacción, como un malestar que se ha querido suplir al cabo de los años. Entonces sí, están a su lado, y en su día el Parlament de Catalunya aprobó una dotación de fondos económicos para poder apoyar un recurso de la familia. Después sí que se ha reivindicado políticamente la figura de Salvador, aunque quizás no como se tendría que reivindicar, porque Salvador era un revolucionario, era un tipo que quería cambiarlo todo. Tenía una lucha más social que nacional, aunque él era consciente del país en qué vivía y venía de una familia catalanista, pero su lucha era revolucionaria al 100%. Sería un antisistema y estoy convencido de que hoy Salvador quemaría contenedores como elemento de lucha de calle.
Como entonces no se estuvo a la altura, ha quedado en el ADN de la clase política catalana una insatisfacción que se ha querido suplir al cabo de los años
¿Otra arma política?
Sí, todos estos personajes históricos que se acaban convirtiendo en símbolos a su pesar, porque Puig Antich seguro que no quería ser ningún símbolo, varían en función de quién los coja. La gente que reivindica aSalvador, que son gente libertaria y del sector anarquista, son muy críticos con según qué lecturas y según qué usos se hacen de su figura. Y al contrario también. Es uno de los temas no resueltos en este país.
Las caras visibles de la lucha son sobre todo las hermanas de Puig Antich. Para ellas, ¿cuál sería la manera de acabar haciendo justicia?
Siempre hablo de Imma, de Montse, de Carme y de Marçona, porque se han convertido en las hermanas como un ente, como una institución del país, cuando tienen su vida particular y son personas. Pero es cierto que la historia las ha puesto en una tesitura que ellas no habrían querido nunca, que es la de reivindicar permanentemente la figura de su hermano. No la lucha, sino la figura de un tipo que no era un asesino y que el franquismo lo hizo pasar a la historia como tal. Su afán es el de reivindicarlo. Yo creo que, por desgracia, han perdido la fe en la justicia. Para ser escuchadas cara a cara por un juez tuvieron que ir a Argentina, en el marco de la querella argentina, pero yo sí creo que cada vez se sienten más reconfortadas por la sociedad, que es la que las apoya y reconoce quién son y el sufrimiento que han tenido. Evidentemente habrían querido otro final para el periplo judicial, pero también son muy conscientes de dónde viven, en qué país viven y con qué mierda de justicia nos las tenemos que ver.
¿Cambia alguna cosa que Javier Milei sea presidente para salir adelante con la querella argentina?
No, porque eso es una acción judicial de la jueza María Servini de Cubría. En todo caso, el drama no es quien manda en Argentina, sino quien manda aquí: mandando el PP o el PSOE, la falta de colaboración del Gobierno español en la investigación de la jueza ha sido siempre nula. Cuando la jueza ha pedido detener, interrogar o extraditar a personas encausadas por delitos de lesa humanidad, que se pueden perseguir siempre y allí donde estén, la respuesta de los gobiernos españoles siempre ha sido la misma. En tiempo del gobierno Zapatero se hace un reconocimiento de víctimas del terrorismo en el estado español, y una de las víctimas es el policía Anguas, muerto en el episodio del caso Puig Antich. Es decir, el PSOE da categoría de víctima de terrorismo a un policía muerto en una circunstancia muy extraña durante el franquismo y en un episodio de represión. Acaban todos allí mismo. Garantías, por parte del estado español de revisar el pasado y las injusticias flagrantes del franquismo, ninguna.
Mandando el PP o el PSOE, la falta de colaboración del Gobierno en la investigación de la jueza ha sido siempre la misma
Dices que no confías demasiado en las autoridades policiales. El caso 4F pasó en 2006 pero tiene bastantes similitudes con el caso Puig Antich. ¿Son posibles ahora los montajes policial?
Ahora está muy de moda poner los micros a los policías. Los policías van a los programas de true crime y se explican mucho. Realmente la policía, en algunos casos, hace trabajos brillantes y te protegen. Pero yo, por la razón de que sea, y también por mi experiencia profesional, tiendo a desconfiar de las versiones de la policía sobre según qué hechos. ¿Qué problema hay? Que, con un hecho noticiable, puedes acceder a varias fuentes. Cuando se trata de un hecho delincuencial, la fuente es siempre la policía y ellos te dan la versión unidireccional sobre aquel hecho, con pocas posibilidades de contrastarla, a no ser que pasen unos días y puedas acceder al abogado o familiares de la víctima, del agresor o del detenido. Y a veces son informaciones que les interesan. También tiene la lógica que son investigaciones complicadas y lo que prima es resolver el caso, pero yo me he encontrado con mentiras de la policía en democracia, y eso te hace desconfiar de lo que te informan.
Hablas de precariedad dentro del oficio. ¿Sale muy caro hacer este tipo de periodismo?
Sí, claro. El periodismo de investigación tiene una lógica de producción: durante mucho tiempo estás investigando unos hechos que quizás el resultado es cero, porque tú partes de una hipótesis y no sabes cómo acabará, y si aquello que produces al final no tiene ningún resultado, es muy caro. Habitualmente acaban con resultados, pero quiere decir que desapareces un tiempo porque estás centrado solo en aquello. Y eso quiere decir que las empresas crean en ello, y no tiene nada que ver con lo que hoy nos toca hacer en el oficio, que es esto [hace el gesto de chasquear los dedos]: inmediato, inmediato, inmediato. Que también tiene su beneficio económico, pero esto inmediato tendría que servir para vestir buenos equipos y buenos profesionales de investigación, que son los que acaban levantando temas.
¿Se ha perdido la ilusión?
Yo no. Y creo que no, pero claro, las condiciones son tan precarias que no ayuda. Una mejor situación del oficio general ayudaría a que la ilusión fuera más clara.
Me he encontrado con mentiras de la policía en democracia, y eso te hace desconfiar de lo que te informan
¿Cómo se puede separar la rabia personal del rigor periodístico cuando se habla de un caso con impacto emocional?
Yo creo que, en este oficio, es tener clara la línea roja que no puedes traspasar nunca. Siempre te tienes que mirar los temas desde una línea que no puedes traspasar, y si la traspasas, si tienes una implicación excesiva en aquello, te puedes traicionar a ti y traicionar el oficio, y puedes entrar en una dinámica errónea. Tienes que tratar siempre de tener una frialdad emocional, aunque tú puedas tener una implicación con temas como este, que es evidente, porque te remueve y te subleva. Pero siempre tienes que ser capaz de poner esta distancia.
¿Has tenido la sensación de obsesionarte demasiado con el caso Puig Antich?
No, pero trabajos como este te piden mucha dedicación, y estás pensando en ello siempre. A mí se me han ocurrido títulos de noticias durmiendo, porque cuando entras mucho en una historia, te metes.