Josep Maria Pou se despide hoy de Viejo amigo Cicerón en el escenario del Romea. En la misma sala del barrio del Raval nos encontramos unos días antes para hablar del espectáculo dirigido por Mario Gas que ha venido represendo los últimos dos años. En realidad es una mala excusa para revivir el recorrido vital de uno de los actores más mayúsculos de nuestras artes escénicas. De eso y de su verdadera vocación (medio frustrada): el periodismo. "Tú venías del Español, verdad"?. Resuelto el enredo confiesa que "antes, cuando sólo había prensa de papel, tenías todos los diarios controlados. Ahora, con los digitales, es imposible. Es una locura".

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Josep Maria Pou en el teatro Romea / Foto: Sergi Alcàzar

Es bien sabido que es un lector de prensa voraz.
Os pido disculpas por adelantado, pero sigo siendo de la vieja escuela y sólo leo los diarios de papel. Pero, sí, soy un enfermo de la información. Sea la hora que sea, incluso antes de tomar el café, no puedo empezar el día sin haber leído, como mínimo, tres diarios.

¿Cuáles son sus cabeceras de referencia?
Hay tres que son los que intento leer siempre: El Periódico, La Vanguardia y El País.

De hecho, usted hace años que practica el columnismo en las páginas de El Periódico.
Ahora ya hace 12 años que escribo una columna semanal. Me lo pidieron y acepté con la condición que fuera sólo durante unos meses: ya llevo una década larga. Más allá de la curiosidad que cada uno siente por lo que pasa en el mundo, supongo que esta pulsión para estar informado también se hereda.

Intuyo que usted lo heredó.
En mi casa, recuerdo a mi madre y mi padre leyendo el diario a todas horas. De hecho, leyendo los diarios, porque entraban muchos diarios en casa. Recuerdo esperar que mi padre llegara del trabajo, por la tarde, con los vespertinos. Porque en aquella época, también se publicaban diarios por la tarde. Él siempre traía dos: El Noticiero Universal y La Prensa. Y más tarde, cuando apareció, el Tele/eXprés. Y por la mañana, leíamos El Correo Catalán.

¿En una época en que todo parecía estar muy lejos, los diarios eran una puerta en el mundo?
Y en mi casa, una de las maneras que mi padre encontró para educarnos a los cuatro hermanos más allá de lo que nos enseñaban en la escuela.

La suya, pues, era una casa con interés por aprender, descubrir y conocer.
Tuve la suerte de nacer en una casa donde se leía mucho. Somos de Mollet del Vallès, pero mi padre era trabajador de una fábrica de Barcelona. Y mi madre se encargaba de las tareas del hogar. Una familia obrera, vaya. Vivíamos en una casa típica de pueblo de dos plantas. En la de arriba, en la habitación central, había una biblioteca, con libros ocupando estanterías que iban del suelo al techo.

Soy actor por pura casualidad

De hecho, de pequeño usted no quería ser actor sino periodista.
Lo tenía claro. Junto con los diarios, lo que más me gustaba era escuchar la radio. Volvía a casa de colegio y me pasaba la tarde enganchado al transistor, escuchando todo tipo de programas. Aunque el teatro también estaba muy presente en casa, ya que mi padre formaba parte de la directiva del grupo de teatro del Centre Parroquial de Mollet. En casa, ir al teatro los domingos era un hecho habitual, pero no sólo en Mollet sino que, de vez en cuando, también bajábamos a Barcelona, a salas como el Romea, justamente. Pero yo soy actor por pura casualidad.

Explique.
Ya lo he dicho: mi intención siempre fue dedicarme al periodismo. Mis padres me consiguieron uno beca para la Universidad Laboral de Tarragona. Allí estuve unos años, donde se afianzó mi vocación periodística. Cuándo acabé, vine a vivir a Barcelona y me paseé por todas las emisoras pidiendo trabajo.

¿Y lo consiguió?
No. Pero sí que gané un concurso de talentos organizado por un programa de Radio Barcelona muy popular en la época que se llamaba 'La comarca nos visita', una magacín que empezaba a las 8 de la mañana y se alargaba hasta las 3 de la tarde. Tenía 17 años y no pude aceptar el premio, que era entrar a formar parte del cuadro de actores de Radio Barcelona porque era menor de edad. Paralelamente a eso, en el pueblo, con un grupo de amigos tan apasionados por la radio como yo, montamos una emisora, embrión de lo que hoy es la radio local de Mollet.

Y el teatro...
No me lo planteaba, hasta que tuve que ir a la mili. Me tocó la marina, todo un castigo, porque la mili normal entonces duraba 18 meses, pero en marina tenías que hacer 24. La hice en Madrid.

¡Pero en Madrid no hay mar!
Ni mar ni barcos. Pasó que primero me destinaron a Cartagena. Allí hice unos días de instrucción y me enviaron a Cádiz. Y de Cádiz, a Madrid, a la secretaría del ministro del Ministerio de Marina. Allí hacía horario de mañanas y me encontré que a las 12 del mediodía ya no tenía nada que hacer.

Y empezó a hacer teatro para no aburrirse.
Tenía 21 años y no podía perder el tiempo. Todas las tardes iba al teatro y al cine, pero quería aprovechar el tiempo estudiando, también. Primero intenté entrar en la escuela de periodismo, pero me encontré con la circunstancia que ya había empezado el curso y no me admitieron. Descartada la primera opción, me decidí para probar suerte en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza. Me aceptaron. Pero no me matriculé con la intención de ser actor.

¿¡No!?
No. En el programa de estudios había unas asignaturas que eran dicción, pronunciación de la voz, técnicas de la voz... que creí que me irían bien para cuando acabara la mili y volviera a Barcelona, entrar, entonces sí, en la escuela de periodismo.

¿Qué pasó?
Cuando acabé la mili, ya con las maletas hechas, decidí que no, que me quedaba en Madrid para acabar los tres años de estudios. Hasta entonces había ido de un lado a otro probando 50 cosas diferentes. Quería acabar alguna cosa, tener un título. Y aquello del teatro empezaba a gustarme. Acabé los estudios en junio del año 1970, y el mismo día del examen final de carrera me contrataron para mi primer trabajo.

Y hasta hoy. No ha parado nunca.
Nunca. Soy un privilegiado, siempre he tenido trabajo. Ahora, con la pandemia, y no querría sonar pendante, porque tengo muchos compañeros que lo han pasado muy mal, he descubierto una cosa maravillosa: se está muy bien sin hacer nada. Nunca había sido tanto de tiempo sin ninguna obligación.

He descubierto una cosa maravillosa: se está muy bien sin hacer nada

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¿Qué hacía?
Ser feliz. No me creía que me podía ir a la cama sin tener que repasar la agenda del día siguiente, porque durante aquellos días no existía ni al día siguiente ni las agendas. Y cuando me levantaba no tenía que salir corriendo porque no había lugar donde ir, más allá de ir al súper o tirar la basura. Fueron unos días en que descubrí que se está muy bien dedicándose tiempo y encontrándose en uno mismo. Y con eso, leer. Por primera vez en mucho tiempo pude leer por placer. La pandemia, también es cierto que me ha cogido a una edad...

En qué ya no se tiene que preocupar.
Llevo más de 50 años de oficio. Mi carrera ya está cumplida. Pero esta parada obligatoria me ha hecho replantearme muchas cosas.

¿Cómo?
De repente me di cuenta de que tenía 77 años y que hacía 10 que me podría haber retirado. El paro no formaba parte de mi vida. Ha estado ahora que he empezado a darle vueltas.

Sorprende que una persona de 77 años que ha sido actor toda su vida, con lo que eso implica de autoexploración, admita que durante la pandemia se descubrió y encontró a sí mismo.
Soy un producto de las cenizas de todos los personajes que he interpretado. Ante cada personaje estás haciendo un estudio psicológico de ti mismo, y eso deja huella. Y todo lo que aprendes de los personajes, sobre todo cuando son interesantes, acaba dando forma a tu personalidad. Si un personaje no te deja marca es una perdida de tiempo. También he de admitir que he tenido la suerte de hacer grandes personajes dentro de grandes textos, especialmente en el teatro. Nunca he hecho un espectáculo que fuera una imbecilidad, ni he hecho un personaje que no me interesase lo más mínimo.

Si un personaje no te deja marca es una perdida de tiempo

¿Y eso de la pandemia?
No me ha ayudado a conocerme mejor, pero sí que es verdad que es como si me hubieran puesto las manos delante y me hubieran dicho: "para y no hagas nada que no quieras hacer".

No querría ser irrespetuoso, pero cada día que pasa el tiempo es menos.
Por descontado. Y tienes que ser consciente y no autoengañarte. Ya he vivido la mayor parte de mi vida y lo que me queda a partir de ahora es, cada día que pasa, cierto, menos. Precisamente por eso, en el balance vital y profesional que he hecho durante este tiempo de pandemia, me he impuesto esta máxima: hacer lo que realmente quiera hacer.

Entre otros proyectos, este Viejo amigo Cicerón que hoy se despide de los escenarios.
Este es un espectáculo prepandemia. Lo estrenamos en Merida en el 2019 y habíamos hecho gira por España, incluyendo una primera estancia en el Romea. Ahora hemos decidido que el final lógico de este Cincerón fuera en Barcelona.

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¿Por qué?
Más allá de ser una producción propia del Romea, nuestra primera estancia en Barcelona coincidió con la publicación de la sentencia al Procés y todo el estallido de revueltas que se vivió a raíz de las condenas. El hecho es que Viejo amigo Cicerón es un texto que reflexiona sobre la salud y el estado de la democracia y el respeto a las leyes. Un texto con frases de Cicerón escritas hace más de 2.000 años, pero que resuenan completamente actuales. Pocas veces he visto el teatro tan fusionado con lo que estaba pasando en la calle. Estábamos en el escenario y escuchábamos las sirenas de los furgones de los Mossos cuándo pasaban por la calle Hospital y los gritos de los manifestantes. Dos años después, teníamos que acabar en Barcelona.

¿Dos años después de las sentencias del Procés, a qué conclusiones ha llegado?
Es un tema que ya me cansa. He opinado abiertamente en mis columnas. Mi opinión sigue siendo la misma de dos años atrás: respetando la opinión de todo el mundo, nunca he sido partidario del independentismo más salvaje. Soy partidario de hacer las cosas sin decir mentiras ni engañar a la gente, que los procesos se inicien cuando realmente se esté preparado. Yo soy mucho de Cicerón y creo que las leyes se tienen que respetar. Unas leyes que se pueden cambiar, pero siempre desde el diálogo.

¿Llegados a este momento de trayecto vital, tiene el sueño de Molière?
Lo que se tiene que decir primeramente es que Molière no murió en el escenario, sino que enfermó en el escenario y murió en su casa, en su cama. Querer morir en el escenario me parece una grosería. No pienso seguir trabajando hasta no poder más. Quiero morir en casa, en mi cama, tranquilamente. Ya he hecho todo lo que tenía que hacer. Si tenía una misión en esta vida, ya la he realizado. El propósito vital ya está alcanzado.

Ya he hecho todo lo que tenía que hacer. Si tenía una misión en esta vida, ya la he realizado. El propósito vital ya está alcanzado

Tiene que ser maravilloso llegar a este punto con esta serenidad y satisfacción interior.
Es tranquilizador. Me da una gran paz interior. He llegado a un punto en qué me merezco poder quedarme en casa leyendo todos los libros que quiero leer, hacer todas las charlas con amigos que tengo pendientes y hacer todos los viajes que todavía no he hecho. Dicho esto, no me decido a decir "basta, hasta aquí hemos llegado". El problema es que salgo de casa y no recuerdo la edad que tengo. Salgo con la misma energía con la que lo hacía cuando tenía 18 años. Diez minutos después, es cuando me doy cuenta de que tengo 77 años.