Este jueves, 31 de octubre, para celebrar la castañada, Juan de la Rubia ofrecerá un concierto singular en el Palau de la Música. Se trata de una improvisación mientras se proyecta El gabinete del Dr. Caligari de Robert Wiene. Es una oportunidad única para escuchar a uno de los organistas más reconocidos del país.

El suyo es un caso muy particular. De la Rubia ha dado conciertos por toda Catalunya, pero a diferencia de compañeros de gremios, él se tiene que desplazar en búsqueda del instrumento. El órgano tiene esta peculiaridad, que en la mayoría de los casos eres tú el que tienes que ir a buscar el instrumento.

Juan, no es la primera vez que improvisas para una película.
Hace muchos años que hago películas de cine mudo. Seguramente, hace más de trece años que empecé a hacerlo. Lo debo haber hecho más de veinte o treinta veces, en total. He hecho unas siete u ocho películas diferentes. Esta, concretamente, El gabinete del Dr. Caligari, de Robert Wiene, la hice en el Festival de órgano de Toulouse, en colaboración con la Cinémathèque de Toulouse. Fue una propuesta suya. Y aunque, evidentemente, conocía la película, había oído hablar, incluso había visto imágenes, pero no la había visto nunca entera. La verdad es que fue un reto muy interesante. La relación de la música y la imagen es muy compleja.

Entrevistamos al organista Juan de la Rubia / Foto: Carlos Baglietto

La música es improvisada porque no está escrita, pero siempre hay una preparación

¿Te lo preparas? ¿Cómo es el proceso previo al concierto?
Sí, hago una preparación a conciencia. Quizás alguien puede pensar, que uno se puede tirar a la piscina. La música es improvisada porque no está escrita, pero siempre hay una preparación. Esta entrevista es improvisada, pero tú has pensado unas preguntas y yo he pensado unas temáticas de las cuales hablar. Las películas no las estudio ni las memorizo, iría en contra de lo que se espera. Lo planeo de una manera diferente. La escritura musical puede ser una limitación, y muchas veces hacemos cosas que serían muy difíciles de escribir. Cosas que son más frescos, diferente: espontáneas. En este caso, me estudio la película: la veo como quien quiere entender y memorizar qué sucede y en qué orden. Por ejemplo, necesito saber si en una escena hay un personaje, cuál es su estado de ánimo , si camina o está estático, si hay acción, si sube escaleras y cuántos peldaños... Eso es lo que analizo. La música no acompaña, sino que refuerza la imagen. En momentos tensos, lo tiene que reflejar. El problema que puede haber, si no entiendes la película, es que vayas siempre al remolque.

El órgano del Palau de la Música lo conozco de otras veces, somos viejos conocidos

Hablas de la preparación conceptual. ¿Sin embargo, la material? Cada órgano es un mundo.
Otra manera de prepararme es conocer muy bien el instrumento. Los órganos no son del organista que los toca. Se trata de dominarlo para que puedas utilizarlo tan rápido como se pueda. El órgano del Palau de la Música lo conozco de otras veces, somos viejos conocidos. Me gusta dialogar con el órgano del Palau de la Música. He ensayado varias veces y he pensado varias sonoridades. Cuando llega la hora de la verdad, quizás pasan otras cosas que son mucho más interesantes: en directo todo puede cambiar.

He visto que has hecho otras películas, como Faust y Nosferatu de Murnau o Metropolis de Lang.
No todas son de miedo. En realidad, hay un cierto misterio en todas ellas. Todas tratan temas muy complejos. Las asocio a una estética muy relacionada con el mundo del teatro que tenían las primeras películas. Eso las hace expresionistas. El gabinete del Dr. Caligari está considerada la película que inaugura el género de terror, pero con Faust de Murnau, solo por el hecho de que aparezca Mefisto, el demonio, corriendo por allí, en tono cómico, no lo tendríamos que hacer, pero también lo hacemos. Metropolis nos ha acabado dando miedo por la relación con el Gran Hermano. En cualquier caso, el misterio ayuda mucho a comprenderlas y a encajar la emoción. Estas combinaciones tienen mucho éxito, cuando se funde música e imagen.

Juan de la Rubia actúa este jueves en el Palau de la Música improvisando sobre la proyección del filme El gabinete del Dr. Caligari / Foto: Carlos Baglietto

He acabado creando un estilo propio, si eso existe. Me gusta tener un lenguaje que sea solo mío

Ahora hemos hablado de improvisar para una película. Pero de por sí, das conciertos de improvisaciones.
Improviso en los conciertos, sí. Es diferente, porque el órgano siempre es diferente. Pero siempre soy yo el músico, por lo tanto, acabo mostrando mi estilo adquirido con el tiempo. He tenido muchísimas influencias, muchos maestros; pero también influencias que yo he asumido, porque me han gustado o porque las he trabajado y las he hecho mías. He acabado creando un estilo propio, si eso existe. Me gusta tener un lenguaje que sea solo mío, como la improvisación. Es decir, lo que yo improviso la gente tiene que poder reconocerlo, y eso es muy diferente de lo que entendemos por composición. Ahora, parece que si tú no compones con un estilo muy moderno y contemporáneo, tu música no valga nada. En cambio, cuando improvisamos, puedes imitar otros estilos, y forma parte del espectáculo: "Eso parece una fuga de Bach y eso una sonata de Mozart". Si las hago, es porque seguramente son las mejores sonoridades que he sabido encontrar. Cuando doy un concierto para una película, tengo que entender el estilo del filme, pero también tengo que dejar pasar el filtro de mi estado de ánimo. La acústica es condicionante: la reverberación hace que el concierto tenga una textura diferente. Hay muchos factores en juego, en los dos casos.

Hacer algo nuevo, para mí, es no perder la espontaneidad

¿Y eso no te ha llevado a repetir fórmulas que te funcionan?
No acostumbro a repetir nada. Me he encontrado con que, cuando lo he querido hacer, me sentía poco creativo y no me satisfacía. Y me ha generado un cierto rechazo, esta sensación. Hacer algo nuevo, para mí, es no perder la espontaneidad.

¿Qué relación histórica tiene la música con la improvisación?
La improvisación está presente en todos los instrumentos. Un músico, históricamente, componía, improvisaba, tocaba varios instrumentos. La especialización ha hecho que seamos todos mucho más especialistas. No podemos ser solo buenos músicos, tenemos que ser geniales y de nuestro instrumento. La vertiente creativa, con el paso del tiempo, la hemos perdido. El corpus de repertorio ahora es enorme, hay mucha música por tocar. En el caso del órgano, también ha pasado eso, pero no siempre. La improvisación ha permitido hacer sonar el órgano en la misa, donde tiene un vínculo muy grande. Y la misa, porque la oración es más corta o más larga, ha mantenido este vínculo entre órgano e improvisación que con los otros instrumentos se ha perdido. La improvisación además se trabaja mucho. En las últimas dos décadas se ha recuperado esta tradición: ahora se enseña en conservatorios, en el ESMUC...

Juan de la Rubia, el músico que dialoga con los órganos / Foto: Carlos Baglietto

Tener organistas revierte directamente con la conservación del patrimonio

Actualmente, eres profesor.
Soy profesor de improvisación para organistas y para pianistas. En el ESMUC la improvisación es muy importante y siempre se tiene que luchar, porque son asignaturas para muy pocos alumnos. Nosotros no solo formamos improvisadores, trabajamos muchas otras cuestiones que les facilitan la comprensión, la rapidez... Hacemos música en mayúsculas.

Es muy difícil tener un organo en casa.
El órgano nunca ha sido un instrumento ni mayoritario ni popular. La casuística no es normal: no se puede tener en casa, cuándo quieres estudiarlo, te tienes que desplazar, quien te recibe y te deja el instrumento te tiene que permitir utilizarlo. Sin embargo, tener organistas revierte directamente con la conservación del patrimonio. Los órganos no son piezas de museo, necesitan ser tocados. Son instrumentos, muchas veces, del siglo XVII, XVIII y XIX y se necesitan organistas que los toquen: tenemos un tesoro musical en este país que tenemos que cuidar. El organista no solo es un concertista. Hacen falta organistas a las pequeñas parroquias. Hacen falta organistas amateurs que puedan concienciar su entorno para conservar muchos órganos que lo necesitan y valorarlos.