En unas declaraciones recientes, Kirk Hammett de Metallica, dijo que, sin duda, Judas Priest eran los arquitectos del heavy metal. Un reconocimiento, que a estas alturas quizá no sea necesario. Solamente hay que remitirse a las pruebas para corroborarlo. Sin embargo, esta declaración honra al guitarrista de los de San Francisco, pues ellos, junto a Black Sabbath e Iron Maiden (e incluso Motörhead), también están en esa quiniela. De hecho, en 2022 Judas Priest entraron en el Rock n´Roll Hall Of Fame, un hito que va más allá del género musical: a partir de entonces ya juegas en la liga de los más grandes de la historia.
Con sus más y sus menos, con sus entradas y salidas, Judas Priest siempre han estado ahí. Lógicamente, la segunda mitad de los setenta, fue una toma de contacto, pero sobre todo, se consolidó en la década de los ochenta que comienza con British steel y un disco tan revolucionario como Painkiller en 1990. Esta es la época dorada del grupo. Luego solo quedaba estirar el chicle, ¡durante otros casi 35 años! Con el paréntesis de la salida de Rob Halford (sustituido por un clon de marca blanca, Ripper Owens), los de Birmingham han resistido, y aunque han sacado discos (el último hace tres meses, el más que correcto Invincible Shield), su fuerza está en los directos. Es más, muchos de esos grupos son todavía el reclamo para los grandes festivales.
La regla sagrada del metal
De hecho, una pregunta recurrente es, ¿cuándo estos desaparezcan hay relevo para ellos dentro del heavy metal? La respuesta, como todo, será diferente en función de a quién se la plantees. Lo cierto es que bandas hay, pero quizá no con esa magia y el componente extra de pertenecer a una era irrepetible. Las circunstancias ahora, ni mejores ni peores, son otras. Lo mismo se puede decir de Saxon, quienes han permanecido en segunda línea, pero muy cerca de los que se llevaban los grandes elogios y los titulares. Ese sí es un ejemplo de honestidad y resistencia. Nunca han hecho un mal concierto, tampoco el de esta noche (anteriormente estuvieron Uriah Heep, a los que vimos solo al final). Y el público (el del heavy metal es el más fiel y agradecido que hay) sabe que Saxon no están ahí de pegote o para rellenar un cartel, son incombustibles y los más currantes de la clase. A ver, no es nada que no hayamos visto antes, una banda profesional que cumple con esa regla básica: no salirse del guion y cumplir con lo exigido. No obstante, el plato fuerte es Judas Priest. Esa es la razón por la que se reúnen más de 4.000 personas en el recinto de Montjuic.
Con esa pose encorvada, esa barba blanca que le da aura de mago, Halford parece sacado de un capítulo de Juego de tronos
Con esa pose encorvada, esa barba blanca que le da aura de mago, Halford parece sacado de un capítulo de Juego de tronos. Y hacía él se dirigen todas las miradas, sigue siendo el principal reclamo. Y su voz, es la del Dios del Metal, todavía llega a registros imposibles para cualquier otro cantante y no digamos ya, para cualquier humano corriente que intente imitarlo. No hay otro como Halford (esta noche está muy cómodo y sobrado de facultades). Luego, claro está, ese dúo de hachas a la guitarra eléctrica, con esos duelos tan efectivos, tan visuales. Otra imagen icónica, no solo de Judas Priest (toque quién toque), sino del heavy metal. Y a esa ceremonia, con una devoción digna de estudio, se unen unos seguidores que, en mayor medida, visten de negro y entre los que hay pocos millennials (si acaso, el hijo de algún parroquiano y los relegados de turno). O sea, la media de edad es alta. Pero tanto da, nunca se es lo suficientemente mayor para hacer air guitar. Ni para sonreír, ni para beber cerveza (la de litros que se llegarían a despachar), ni para compartir la experiencia con ese amigo del instituto con el que en su día, hiciste alguna trastada que otra mientras te pasabas cintas de casete grabadas (algunas, obviamente, de los Judas).
Nunca se es lo suficientemente mayor para hacer air guitar
A todo esto, las canciones, que son muchas, himnos que hemos escuchado un millón de veces, y que nunca serán vencidos. Ya saben, You´ve got another thing coming y Breaking the law (estas al principio del set), Painkiller (la canción más celebrada con un Halford desatado) o Living after midnight (el colofón festivo con esa histórica motocicleta), con las que no cae el confeti (ni siquiera truenos y centellas), pero ni falta que hace. De alguna manera, lo que ofrece Judas Priest son píldoras de la felicidad. Con lo cual, de allí nadie sale decepcionado. Otra regla sagrada del heavy metal.