No cabe duda que Los amantes del círculo polar y Lucía y el sexo son dos películas que han marcado a una generación. Y el responsable de las mismas fue un Julio Medem que previamente firmó una trilogía asombrosa (Vacas, La ardilla roja y Tierra). Cine con un punto dramático pero soñador, a veces ubicado en entornos rurales y, casi siempre, con un objetivo final medio enmascarado: hurgar en el romanticismo de esas historias. En efecto, sus películas más señaladas pertenecen a esa época. Luego se recreó en el amor y en el misterio con discursos siempre diferentes, aunque con ese sello que a muchos enamora y a otros irrita.
El director de San Sebastián no ha dejado nunca de buscar su sitio y un mundo propio. Y ahí sigue, sin atender a lo que puedan sugerir otros. Sus películas son las que hablan, como en esta 8 en que, dividida en ocho capítulos, dibuja no solo la vida de dos personas que se encuentran, se persiguen y desaparecen. En efecto, esta también es la historia de España, esa que a partir de la Segunda República se separó en dos. Medem y su estilo inconfundible impregnan la pantalla, con Ana Rujas y Javier Rey como afortunados protagonistas. Nos reunimos con él en un hotel en Barcelona, hay mucho por descubrir sobre la película.

Así de primeras, te quería comentar que me gusta mucho como juegas con los espacios. ¿Era algo que ya sabías qué ibas a hacer?
Fue surgiendo, pues yo quería hacer una película en la que lo importante era explicar cómo podía ser la vida de dos personas conectadas por una especie de hilo invisible, con esa forma de 8 en que entrelazaban sus vidas, sus destinos. Quería contar eso, una película desde que nacen hasta que tienen 90 años. Yo, de alguna manera, no me quería llevar por la razón, sino que actuara la libertad, y ahí me di cuenta que era un 8, por la manera en que nacen los dos. Con lo cual iban a ser ocho capítulos, de plano continuo y sinuoso.
Ese 8 al principio son las dos tripas, y al final son las dos caras.
Claro, es un arco dramático de 90 años, pero contado en ocho ratos. Cada secuencia es un rato que dura poco, lo que ves es lo que dura. Es una vida que se cuenta en dos horas.
Como en Boyhood de Richard Linklater, en la que también hay esos saltos temporales. Y tú además utilizas el recurso histórico, empiezas con la Segunda República.
Yo al principio, al contar esta historia, no sabía que iban a ser 90 años. Y me pareció interesante que tras ellos se explicara qué pasó en España. Sin esas dos Españas, que en guerra estaban en bandos opuestos.
Por eso la canción en los créditos de Israel Fernández, Dos miradas.
Sí, exacto. Y así fue que me la fui encontrando poco a poco. Dejando a un lado la razón y dejándome llevar por el instinto, por el subconsciente. Y siempre pensando en los dos personajes, que por encima de la política, estuviesen ellos. Con sus traumas, pues con 8 años viven algo que les va a acompañar toda la vida.
La película es una vida que se cuenta en dos horas
Tal cual, ver como asesinan a sus padres.
Y sí, como lo ve el otro, la pérdida de tu padre. Y luego me atrae que ellos no saben que están conectados, pero el espectador sí, que lo ve todo y tiene esa visión privilegiada.
En la película hay esa parte más política, pero también la religiosa y espiritual. Hay ese momento en que dicen, “Dios nos quiere a todos por igual”. Aunque no todos lo creemos por igual.
Eso lo dice Mauricio, el marido de Adela. Sí, claro, es que esa era la idea generalizada. Por ejemplo, Franco era el caudillo por la gracia de Dios. Hay un momento en que ves la moneda y pone eso.
Como ese cartel en que pone “patria, pan y justicia”. Me llama mucho la atención que en medio de eso esté el pan… Por otro lado, creo que es una película muy teatral. En los espacios interiores, sobre todo en las casas.
Sí, tiene algo, también por el plano secuencia. Y quizá por donde está ubicado, por esos decorados. Hasta los coches, eso también.

¿Y estaba intencionado?
Sí, porque toda la película está en una especie de burbuja. No hay que exigirle estrictamente la realidad, por eso la mentalidad de un 8, por esa atracción entre los personajes, por las conexiones que tienen sus destinos. En ese sentido, esa es la mentalidad. Por eso, entiendo lo de teatral.
Luego hay muchas intrahistorias dentro de la misma historia. Por ejemplo, en 1992, que surge lo del catalán, lo de ese complejo de superioridad. Que es algo que se siente en el resto de España.
Lo conozco bien, es que es algo que se sigue diciendo. Es que, que en ese momento los catalanes tengan las Olimpiadas subyace ese sentido malvado, el de las envidias. Sobre todo, de un lado de España, de la más reaccionaria. De repente se dice que la organización va a ser un desastre y luego en realidad no es así. En el fondo, es solo un deseo. Esos lenguajes están ahí presentes. Y luego ocurre, en el capítulo anterior, que ella va a divorciarse, porque no puede más.
Eso pasa en 1977, que lógicamente es otra situación.
En 1992 ella ya vive con su hijo, tiene la editorial, y ella habla en catalán, con su acento. Y su hijo también.
Luego, en la separación de él hay aquella frase que le dicen los hijos al padre: “¿No ves que su único consuelo es odiarte?”.
Esa es una especie de transición, que les lleva a que puedan llegar al amor, pero antes tienen que pasar por el perdón. Tienen un trauma que van a tener toda la vida, con esa forma tan violenta de morir. Y es que en España tuvimos una guerra en la que nos enfrentamos entre hermanos. Y como terapia, los traumas hay que visibilizarlos. Es la única manera de curarlos. Lo que no se puede hacer es negarlo o esconderlo. Y es peligroso, ya que puede ocasionar que todo se permita. Y ahora estamos ahí, en un estado de preguerra ideológica. Y yo entonces me voy a otro sitio con mis personajes. Y cuando se pide perdón se hace, y hay que saber hacerlo. Y ellos lo hacen muy bien.
Esa escena es brutal, cuando uno de los hijos se arrodilla y pide perdón. Dice aquello de “en el nombre de mi familia y de toda mi existencia”.
A partir de esa escena del perdón, que además ella perdona, que también hay que saber, hay una ceremonia en que lo hacen muy bien todos. Y entonces ya queda el camino allanado para el amor.
Que va de los 77 años que ellos tienen hasta los 90. Y sí, parece que han perdido demasiado tiempo, pero no, deciden aprovecharlo. Es una de las lecciones que me da la película.
Y que estos son los mejores años de sus vidas. Evidentemente, este es un deseo. Que, además, es un poco utópico. La historia al final se acaba revelando como una historia de amor.

Luego, otro aspecto a destacar, es la evolución de la mujer durante ese tiempo. Al principio es parir y obedecer, después cuidar y educar, y finalmente es cuando se liberan y empiezan a ser ellas mismas.
Primero, y sin ser el marido una mala persona, no la deja estudiar ni trabajar y, sobre todo, desearía que fuera más devota. Y ahí ella no entra, ese es su primer momento de fuga. A mí, por ejemplo, la escena del chiringuito cuando están los dos me parece sensacional.
A mí también, cuando están los dos en la barra, ella con el vermut y él llega y pide una Coca-Cola, algo que por otro lado parece muy moderno. Algo que él justifica diciendo que le despeja más que el café. Esa conversación, ese momento, es fascinante.
Ahí los dos están espléndidos. Y luego ella, que ves que ya no puede más. Están en el año 1977 en que con la Transición llega la democracia, entonces decide separarse y divorciarse, eligiendo otro tipo de vida. Es esa mujer que se ha encontrado a sí misma. Y además, ellos aún siguen separados, hasta que aparece el magnetismo del azar que los une. La de las dos Españas. Hay también ahí un homenaje encubierto a Almudena Grandes. Es la novela de sus vidas que ella decide escribir, aunque no del todo completa.
Luego él, con el libro publicado, le da más pistas. De hecho, llega para que le firme el libro todo con notas marcadas en post-it.
En este caso, además, ves que ha llegado ese momento, el del reconocimiento que se han merecido.
En España tuvimos una guerra en la que nos enfrentamos entre hermanos; y como terapia, los traumas hay que visibilizarlos
También es muy importante la parte musical, es muy chulo cuando ella va conduciendo su coche cantando esa adaptación en castellano del Be my baby de The Ronettes. Y la parte de palmas y taconeo de Sara Baras, que sirve como hilo conductor entre escenas para romper dinámicas. Es un recurso fabuloso.
Pues en esto estaba Lucas (Vidal), componiendo la música, y yo le propuse un vals. En el capítulo 8, en el momento del cruce de los dos, con un piano muy delicado y suave. Y él estaba en esas cosas, hasta que un día se encontró casualmente con Sara Baras, y el caso es que él le dijo que estaba con una película mía y le propuso colaborar. Entonces vino al estudio. Es ahí donde la conocí, y viendo la película, se le ocurrió eso. Empezó a improvisar y ahí estábamos todos llorando de la emoción y alucinados. Entonces pensé que lo podía utilizar para contar los fondos-trasfondos, cuando aparece ese blanco del que todo surge. Un blanco que está ocupado y que es el subsuelo, y ahí aparece Sara Baras, con su arte, con sus taconeos. Es como si opinara. Ella está alerta y muy pendiente.
Y para acabar, te quería preguntar por la premisa de la pesca, ese símil sobre la paciencia y la esperanza. ¿Cuánta hay que tener para hacer una película como la que has hecho?
Muchísima [risas]. A Ver, yo siempre empiezo a escribir de una manera que no es racional, que deja salir al niño que hay ahí siempre. Cosas que surgen del subconsciente, como lo de ir a la pesca. Y yo creo que al final he hecho con la película una especie de poema cinematográfico, es trágico y tiene versos, que son duros, y en los que está la muerte.