Tiene 94 años y, cuando todo indicaba que la mediocre Cry Macho (2021) sería un testamento cinematográfico que definitivamente no estaba a la altura, el legendario Clint Eastwood nos da la mejor de las noticias y nos regala Jurado nº2, la cuadragésima película de su prolífica trayectoria como director que hoy llega a las salas de cine. Un inesperado bonus track que, probablemente, sea su mejor obra, junto con Mula (2018), de la última década y media.

Probablemente, sea su mejor obra, junto con Mula (2018), de la última década y media

Desde la sabiduría que le da casi un siglo de vida, y desde una mirada humanista que ha desarrollado en incontestables obras maestras como Million Dollar Baby (2004) o Grande Torino (2008), Eastwood presenta ahora un thriller judicial con un protagonista bien alejado de la rectitud en un contexto que la hace más que necesaria: a punto de ser padre, el periodista Justin Kemp (Nicholas Hoult) es reclamado como potencial miembro del jurado de un juicio por asesinato. El caso parece claro, todo indica que nos encontramos ante un crimen machista. Pero enseguida sabremos que quizás, y solo quizás, la mujer muerta podría haber sido víctima de un atropello con fuga. Y que Justin, que tiene un pasado como alcohólico ahora en rehabilitación, podría estar directamente implicado.

Clint Eastwood nos da la mejor de las noticias y con 94 años nos regala Jurado nº2

A partir de aquí, Eastwood dibuja un relato en tres actos en el que, mediante una serie de escenas que nunca se alargan más de la cuenta, porque ya sabemos que el cineasta es hombre de pocas palabras y de ir al grano, propone una narración clara y contundente bebiendo del mejor cine judicial. Ahora bien, esta no es una historia sobre quien es el asesino, llena de "protesto, señoría", de testigos sopresa y de golpes de efecto. En cuarenta minutos de película, el bueno de Clint ya se ha ventilado el proceso ante el tribunal, y ya nos plantamos en el tuétano del asunto: la deliberación de los doce hombres y mujeres sin piedad que tienen que decidir si el sospechoso ha matado o no a su pareja.

Una red de conflictos morales

La alusión al clásico de Sidney Lumet no es gratuita, porque, de alguna manera, Eastwood ofrece una singular reinterpretación: si allí era Henry Fonda quien no se dejaba llevar por las prisas que sus compañeros del jurado tienen para volver a casa, aquí es Nicholas Hoult el encargado de poner las dudas razonables encima de la mesa. La principal diferencia con respecto a Doce hombres sin piedad (1957) se encuentra en las motivaciones de este Jurado nº2, que, en realidad, vive una infernal lucha contra su propia conciencia. Paralelamente, la película nos muestra la competencia entre un abogado (Chris Messina) que pone toda la carne en la parrilla en la defensa convencida de un cliente a quién cree inocente, y la ambiciosa fiscal (Toni Collette) que intuye que ganar un caso de violencia machista puede convertirse en un perfecto trampolín para promocionarse laboralmente y hacer carrera política.

Jurado nº2, doce hombres y mujeres sin piedad

Si Jurado nº2 toma las sobrias formas de drama judicial más o menos convencional, directo y convincente, poco dado a inverosímiles giros de guion (probablemente porque, de alguna manera, ya necesitamos un salto de fe para comprar su premisa), donde el filme se distingue está en la red de conflictos morales que Eastwood y el guion de Jonathan Abrams plantean y ponen en primer plano: asuntos como las segundas oportunidades y la capacidad (o no) de redimirse, el equilibrio entre la verdad y la justicia, la culpa, los prejuicios y el peso de la (mala) conciencia y de un pasado que siempre vuelve a visitarnos. Habitualmente escéptico con respecto a la eficacia de la ley, una constante a su carrera como su mirada sobre el alcance de la violencia y sus consecuencias, el cineasta no disimula y hace aparecer en varias escenas la figura de Temis, a la diosa griega de la justicia.

Todos los personajes tienen su momento, y a todos les regala matices y contradicciones que los humanizan

Formalmente sencilla y eficaz, con una fluidez que hace que sus dos horas de duración pasen volando, con un abrumador dominio de la narración, profundamente clásica, esta es también una nueva muestra de la calidez y la empatía que Eastwood acostumbra a sentir por muchas de las criaturas que retrata en sus películas: con un reparto de intérpretes de altura (sumamos a los ya mencionados en J.K. Simmons, Zooey Deutsch o Kiefer Sutherland), todos los personajes tienen su momento, y a todos les regala matices y contradicciones que los humanizan.

El plano final de Jurado nº2 remata la película de manera perfecta, sensacional. Y, si como todo parece indicar, estamos delante del testamento fílmico del gigante que firmó genialidades como Bird (1988), Sin perdón (1992), Los puentes de Madison (1995) o Mystic River (2003), este mismo último plano supondría un cierre de altura a una carrera para la cual no hay bastantes adjetivos.