“¿Te cortarías un dedo para estar en nuestra banda?”, le preguntó Poison Ivy. Él lo meditó un instante. Era una petición extremada, sin duda, más teniendo en cuenta que pretendían que tocara la guitarra con ellos. Pero qué cojones, solo era un dedo. Tenía diez. Y lo mejor era… que sería uno de los Cramps, el grupo al cual le había dedicado una infinidad de fanzines, los padres del psychobilly, la pareja más cool del punk rock, su puñetera banda favorita del mundo mundial. El joven Brian Tristan, finalmente, respondió un temeroso pero sincero “creo que sí”. “Entonces, puedes ser de la banda”, dijo Ivy. Así de fácil. Sin prueba ni hostias. Los Cramps no querían músicos virtuosos, sino acólitos. Al final, ni siquiera le cortaron el dedo. Solo tuvo que renunciar a su libertad y cambiarse el nombre por el de Kid Congo Powers, extraído de una inscripción que Lux Interior leyó en una vela votiva de santería.
Si no eres un/a p*** enfermo/a de la música más subterránea que se ha facturado en los últimos 40 años (cosa que, si has llegado hasta aquí, no descarto), es probable que este mote de resonancias yorubas y hollywoodescas no te diga absolutamente nada. Y sin embargo, Kid Congo Powers (La Puente, California, 1959) ha formado parte esencial de, al menos, tres de las bandas más influyentes de la historia del rock contemporáneo: The Gun Club, Nick Cave and The Bad Seeds y los antedichos The Cramps (a quienes los más jóvenes han tenido la oportunidad de redescubrir gracias a la secuencia más memorable de Wednesday). No problemo. Para eso está el ‘Criaturas ocultas’, la presente columna. No hay de qué. Sin duda, a pesar de su carisma, ha permanecido siempre —o hasta hace poco— a la sombra del ego de los respectivos líderes de estas sectas musicales. Pero es que, además, la historiografía lo ha ignorado gracias a (como diría Maria-Mercè Marçal) tres dones que el guitarrista tiene que agradecer al azar: haber nacido chicano, de clase trabajadora y queer.
Ese vicio delicioso
Kid Congo Powers & The Pink Monkey Birds, la banda que capitanea desde hace poco más de una década, ha visitado recientemente nuestro país realizando dos escalas. La primera, en el Funtastic Drácula Carnival de Benidorm, donde además el artista presentó sus trepidantes, divertidas y conmovedoras memorias: Ese vicio delicioso (Liburuak, 2023). Este impresentable articulista llegó tarde y en un estado deleznable (aunque muy acorde con el título del libro) a la rueda de prensa. Por suerte, entre las conversaciones informales mantenidas, entre bambalinas, con el amigable músico y que el día siguiente nos fuimos a Barcelona para volver a disfrutar de su arrebatador directo en el Marula Café (de la mano del A Wamba Buluba Club y el Psycho Club), conseguí sacarle a esta leyenda viva del underground californiano la siguiente entrevista. Va por ustedes.
Y entonces llegó el punk rock y cambió las reglas de todo. Los que empezábamos a afirmar nuestra sexualidad en la adolescencia tardía nos encontramos, de golpe, en una tribu de outsiders que no se identificaban con nada
Articulista Impresentable (AI): Este es tu primer libro, pero antes que escritor (incluso antes que músico), fuiste presidente del Club de Fans No Oficial de Los Ramones y editor de fanzines. ¿Es este libro una suerte de fanzine de ti mismo, una forma de reivindicar tu destacado papel en la historia de la música?
Kid Congo Powers (KCP): Siempre me ha interesado escribir. Ya de pequeño me gustaba leer y las palabras me fascinaban. Necesitaba saber qué significaban. Así que, de manera natural, empecé a escribir críticas musicales para los periódicos de mi instituto para difundir los grupos que me gustaban. Cuando los fanzines punk se convirtieron en una herramienta de comunicación, decidí autopublicarme para poder ser leído por mucha gente con gustos parecidos a los míos. Crear comunidad. Esto hizo que escribir me fuera muy satisfactorio. Supongo que el libro sigue la misma trayectoria, ¡pero ha sido mucho más difícil escribir sobre mi propia vida!
AI: Tu juventud y adolescencia transcurrieron en los años 60 y 70. En aquella época, por lo que cuentas, ser descendiente de inmigrantes mexicanos, punkrocker y queer era una combinación equivalente a ser un friki total…
KCP: De pequeño siempre asocié a las estrellas del rock con un cierto aire de extravagancia. El primer disco que me compré fue de los Rolling Stones, el sencillo de Ruby Tuesday. En la portada, Keith Richard luce unas gafas de sol negras gigantescas, y eso me pareció tan guay y escandaloso que me lo compré por esa razón. Toda esa gente como Jimi Hendrix o Janis Joplin, vestidos con ropa de muchos colores y volantes y joyas eran exóticos y maravillosos. Y después, en los 70, cuando empezó el glam rock, con David Bowie, Lou Reed y T. Rex, me sentí realmente identificado con ellos porque eran andróginos y extravagantes en su estética, pero también en las temáticas de sus letras: cantaban sobre la decadencia y la desviación sexual, y hacían de aquello algo glamuroso. Y entonces llegó el punk rock y cambió las reglas de todo. Los que empezábamos a afirmar nuestra sexualidad en la adolescencia tardía nos encontramos, de golpe, en una tribu de outsiders que no se identificaban con nada. El único requisito era ir en contra del sistema.
AI: El título elegido para la traducción de tu libro al español dista mucho del original (Some New Kind of Kick: A Memoir, en un evidente guiño a los Cramps). De hecho, a raíz del título en castellano, has escrito una canción de tintes afrolatinos: Ese vicio peligroso. Las drogas ocupan un gran espacio a tus memorias.
KCP: Para mí, a la hora de elegir el título en español, el “vicio” podía ser la música o la aventura o la fantasía… Pero, por supuesto, las drogas también se me pasaron por la cabeza, porque parte de esta fantasía era creer en el “sexo, drogas y rock’n’roll” como una especie de religión o billete gratis para el autoabuso. Más tarde, supe que estaba enmascarando el dolor y el trauma, pero en aquel momento creí que estaba viajando a otro mundo. Romanticismo juvenil, supongo. Las drogas me llevaron a un callejón sin salida, y al final me di cuenta que no eran la mejor forma de vivir la vida apasionadamente.
Las drogas me llevaron a un callejón sin salida, y al final me di cuenta que no eran la mejor forma de vivir la vida apasionadamente
AI: Has tocado en al menos tres de las bandas más decisivas de la historia del rock. ¿Qué te llevas de cada una de ellas?
KCP: Tocar en cada uno de estos grupos me enseñó algo: a ceñirme a mi propia visión artística y a mandar a mi musa, y a no abusar de esa musa comprometiéndote con nadie, ni siquiera conmigo mismo. Cada uno de los líderes de estas bandas tenía una visión muy fuerte de lo que quería hacer, y se agarraba a ella como a un clavo ardiendo. Y la defendieron para que no se alterara de ninguna manera. Y eso es lo más valioso que aprendí de cada uno de ellos.
AI: Tus memorias acaban en 1997. ¿Por qué decidiste dejarlas aquí?
KCP: Porque Jeffrey Lee Pierce murió y yo tuve que formar mis propias bandas, y eso significó un gran cambio en mi vida. Desde el momento en que nos conocimos y me pidió que estuviera en The Gun Club, hasta 1997, no nos separamos nunca. Tras la muerte de Jeffrey, sentí como una separación en el tiempo. Me he inspirado en el libro de Patty Smith Just Kids para narrar un pedazo específico de mi vida, muy marcado por la juventud, hasta la edad adulta.”
AI: ¿Y ahora que eres todo un superviviente que ha llegado a la adultez, eres feliz?
KCP: ¡Estoy muy contento de estar aquí hablando contigo, gracias! Hago mi propia música y trabajo con músicos que me encantan, haciendo todo tipo de proyectos diferentes. Tengo una buena vida en casa, junto a mi pareja y un par de gatos increíbles. Eso me hace feliz.