A estas alturas, es evidente que Citas Barcelona tiene un problema con el catalán. O con la catalanidad, que a menudo es lo mismo. Siempre acaba volviendo la clásica dificultad lingüística. En este caso la frustración del catalanohablante se ve reflejada en un doblaje que no tiene ningún tipo de sentido. Actores a quien hemos visto decenas de veces hablar catalán doblarse a sí mismos después de grabar todo el serial en otra lengua. Una vez más, Twitter se incendia con la gran pregunta: ¿si podemos hacerlo en nuestra lengua, para que nos encabezamos en no hacerlo?
Pero el problema lingüístico va más allá del doblaje que, sea como sea, es poco digno del producto audiovisual estrella de la corpo de este año. Citas Barcelona es una serie hecha para triunfar en el exterior, no en Catalunya. Que hayan tenido que poner el nombre de la ciudad donde sucede en el título ya explica muchas cosas. La Barcelona de Amazon Prime es la de las calles más anchas del Eixample, la del hotel más caro de la ciudad y la de los restaurantes en miradores. La Barcelona del paseo de Gracia y Las Ramblas. Una Barcelona que, en realidad, no es nada real, o no existe para la gran mayoría de personas que viven allí.
La Barcelona de Amazon Prime es la de las calles más anchas del Eixample, la del hotel más caro de la ciudad y la de los restaurantes en miradores.
Mi objetivo aquí no será abordar la lingüística de la serie. Vivimos permanentemente enfundados al criticar las series según la bondad lingüística que hacen. Más allá del evidentísimo problema con el catalán, Citas Barcelona es el último ejemplo que como país hemos olvidado que podemos hacer series buenas y ambiciosas sin parafernalia. Pulseras Rojas y toda la emocionalidad infantil, Plats Bruts con la risa fácil y políticamente incorrecta, o Merlí y la nostalgia de una adolescencia nunca vivida.
Hemos perdido la confianza en una buena serie de llorera y carcajada fácil, que es lo que nos gusta, y es en lo que somos expertos. Ahora vivimos acostumbrados a la decepción. Siempre que se estrena alguna cosa hecha a Catalunya nos hace sufrir, y no falta nunca el "ya lo dijimos, que sería otra mierda"!. Eso nos vuelve más estrictos, porque no nos podemos permitir otra serie mala. Todavía con más motivos cuando se han hecho buenas.
Citas Barcelona, para decirlo sin tapujos, es la enésima decepción. Ha perdido (al menos en los primeros episodios, que una se niega a verla en Amazon Prime) la sutileza de las primeras temporadas, la química intrínseca que requiere un primer beso. La construcción de unos personajes espectacularizados, con personalidades complicadas e historias trágicas explicadas con calzador hace que flojee lo que es el eje central de la serie: las citas. Todo en detrimento de un casting de actores que es una verdadera delicia, pero que no funciona.
Empezando porque parte de la gracia de las primeras temporadas es que queríamos que todo saliera bien. Deseábamos que Paula y la Sofi se casaran, pero entendimos perfectamente el final que se les dio. Éramos conscientes de que Marcel y Sara se enamorarían, y así y todo nos hizo falta una declaración de amor como un piano para vivir tranquilos. Quisimos a Blanca y Martín desde el primer momento porque era una historia tan fácil que era complicadísima. Y porque, a pesar de las diferencias, había algo que los atraía incondicionalmente.
Tal como no nos podemos permitir otra serie mala, tampoco somos lo bastante valientes para dejar de consumir contenido hecho en nuestro país y en nuestra lengua.
En esta temporada, las dudas que surgen son: ¿Qué hace a este tipo con una tía 20 años más joven? ¿Dónde está la química entre Carlos Cuevas y Clara Lago? ¿Por qué Mimi se vuelve a liar con Tiago si le ha dado a entender que es una guarra? Historias muy alejadas de la sencillez de la trama original enmascaradas en un mar de largas escenas de besos o de reflexiones filosóficas descontextualizadas.
Es evidente que los tiempos han cambiado y que quizás hace falta cierta corrección política con respecto a las antiguas tramas para que una serie sea transversal, pero lo más importante es que ninguno de los personajes de las primeras temporadas era catalogable como mala persona. Solo había corazones rotos, y buenas y malas decisiones. Entonces todos queríamos sentirnos identificados con aquellas historias porque, en cierta manera, podíamos.
A los primeros episodios de Citas Barcelona ha habido muy pocos personajes que me caigan bien. Tiago es un cuñado. Juanqui es prácticamente un pederasta. Laura coincide con Dulceida en el W Barcelona, cosa que, evidentemente, no la hace una mala persona, pero sí alguien con quien el público no se podrá identificar.
Después de nombrar todo lo que no me ha gustado de estos capítulos de estreno, llega el momento de afirmar categóricamente que miraré los seis. Episodio tras episodio, sufriré por las tramas demasiado flojas, las vejaciones lingüísticas y el profundo cringe que me provocan los personajes. Citas Barcelona no ha llegado a las expectativas, pero a todos nos gustan las historias de amor, sobre todo, si acaban bien. Y tal como no nos podemos permitir otra serie mala, tampoco somos lo bastante valientes para dejar de consumir contenido hecho en nuestro país y en nuestra lengua.