No os explico esto para que me podáis entender, porque no hay nada que entender. Ni siquiera para pedir un poco de empatía, ni para “dar explicaciones", que suelen decir. No soporto a la gente que "da explicaciones", porque víctimas y verdugos, hoy, aquí y en vuestra casa, se mezclan de manera tan sutil y tan natural que es imposible distinguir a uno del otro. Víctimas y verdugos, hoy, aquí y en vuestra casa, se mezclan de manera tan sutil y tan natural que es imposible distinguir a uno del otro.

Me da absolutamente igual lo que penséis, "pensar es de burros" decían los campesinos de mi pueblo. Me da absolutamente igual qué parte de vosotros admiráis, porque sé que el instinto de supervivencia os obliga a adornar con flores y guirnaldas la imagen de lo que realmente sois. Y me encantaría, lo reconozco, ver vuestros remordimientos pequeños pequeños estrujados entre las sábanas, susurrándoos antes de ir a dormir nombres y fechas concretas.

Me encantaría, lo reconozco, ver vuestros remordimientos pequeños pequeños estrujados entre las sábanas susurrándoos antes de ir a dormir nombres y fechas concretas

El mal y el bien no existen

Sé que he estropeado la vida de individuos que no conozco, ni conoceré nunca, sé que alguien en algún lugar muy remoto de cualquier geografía me ha hecho el hombre más afortunado del barrio. Es así como se transmite todo, sin orden ni concierto, sin ninguna voluntad de hacer el mal o el bien, porque ni el mal y ni el bien existen, ¿Lo has entendido bien, chaval?

Esta fue la pregunta que no paraba de repetirme al alcalde mientras me cogía por el cuello.

¿Lo has entendido, chaval, o te lo repito más despacio?

Habíamos esperado pacientemente toda la noche. "Tú no sufras que no es responsabilidad tuya. Mañana, a primera hora, quiero que me rompas la cara". Y fui obediente, vosotros también lo habríais sido. El aliento le apestaba a ansiedad y a tabaco negro. Cuando la madrugada se volviera azul, teníamos que salir de casa puntuales, y lo hicimos. Habría un coche mal aparcado en la esquina, y ahí estaba. No teníamos que decir nada, no podíamos pronunciar ninguna palabra, y sellamos los labios. Las cámaras estarían preparadas días antes, dentro de los comercios, alguien sacaría el móvil, tres o cuatro viandantes serían los testigos que después lo explicarían en las televisiones y entonces aparecimos nosotros con ropa negra y encapuchados.

Y encontramos al alcalde, evidentemente, a primera hora de la mañana, sonriente y encorbatado, acompañando a su hija de la mano a la escuela. No lo sabíamos que estaría la niña, y cuando le clavamos el primer puñetazo, el idiota se echó a llorar. Era un llanto fingido, pero muy real.

La sangre, decía en voz baja, la sangre.

¿Qué le pasa a la sangre?

Más fuerte, decía, sí, a la cabeza, fuerte y directo a la cabeza, decía, dos o tres veces, hasta que me salga sangre, ¿entendido? La sangre es muy importante. La sangre quiere decir: yo sí, tú no. Es más importante dar pena que tener razón, imbécil.

Él ganó las elecciones que tenía que ganar, yo gané el sobre cerrado que tenía que ganar

Y le golpeé con los puños y con los codos, y cuando la sangre marrón le manchaba las mejillas y la niña empezó a chillar, huimos con el coche mal aparcado mientras las heridas del alcalde quedaban inmortalizadas en todas las pantallas del país. Vosotros tampoco daríais explicaciones, él ganó las elecciones que tenía que ganar, yo gané el sobre cerrado que tenía que ganar y ahora vosotros, que perdéis siempre y solo os quejáis, tendréis otra buena excusa preparada en el altar de la superioridad moral mientras seguís con estas vidas insignificantes de siempre.