Empecemos hablando claro. Si estás leyendo esto quiere decir que el titular te ha parecido interesante, que en más de una ocasión tú también has perdido los papeles con el alcohol y que, por lo tanto, quieres conocer la manera de conseguir evitar que los efectos de una noche etílicamente apoteósica se tengan que medir con la escala de Richter. Pues bien, estás leyendo el texto adecuado, ya que si eres catalanohablante existen dos maneras muy sencillas para no tener que decir nunca más que tienes resaca. La primera, la correcta, es tan fácil de decir como difícil de hacer: sencillamente, beber con moderación. Ciertamente, como esta primera opción es demasiado difícil de cumplir, siempre queda apostar por la segunda, tramposa como el titular de este artículo y basada en enterrar la palabra 'resaca' de tu vocabulario personal. No para que decidas abrazar ferozmente la abstinencia, sin embargo, sino para decidir abrazar el término genuinamente catalán para referirse al malestar general provocado por una ingesta desenfrenada de alcohol: 'caparra'.


Dolor de cabeza, mala cara y ojeras de oso panda son síntomas de la 'caparra'. Aquí, un chico de Granollers después de beberse demasiados gintonics. (Prince Patel)

Cuando el beber no deja vivir

"Hay un funeral dentro del espejo y se ha detenido delante de tu rostro", escribió Leonard Cohen al lavarse la cara al día siguiente de haber bebido bastante güisqui como para hacer aumentar el PIB por cápita de media Escocia. Si el alcohol y las borracheras han hecho correr respetados ríos de tinta desde que el mundo es mundo y la poesía es poesía, la 'caparra' también se ha convertido en un tema literario, eso sí, más ínfimo y modesto en la historia del arte que el consumo de agua natural en una fiesta en Luz de Gas con Joel Joan y Joan Laporta de anfitriones. En un célebre verso de Inici de càstig al fetge, del grupo berguedà Brams, el gran Francesc Ribera "Titot" afirmaba que levantarse resacoso le hacía sentir "com si tingués a dins un niu de ratolins que amb abrics de pell d'eriçó ballessin ska". Sin duda, cualquier mortal que haya bebido la "barreja" de moscatel y anís o el "mau-mau" de vermú tinto y gaseosa en alguna noche de Patum sabe que, desgraciadamente, abrir los ojos al día siguiente por la mañana es sentirse protagonista de un terremoto permanente, con o sin ratones, como si la vida fuera consecuencia de una devastación suprema o de un tsunami. Precisamente de aquí deriva el origen el término 'resaca', un castellanismo que hace años aceptamos normativamente en catalán -como también aceptamos 'fatxada' por façana, 'desvelar' por revelar o 'bragas' por calces- y que se remite etimológicamente al movimiento de las olas al retirarse de la orilla del mar.

Después de habérselo bebido todo, incluso el agua de los floreros, uno percibe ciertamente aquel embrollo de espuma blanca, aquel ir y venir agresivo del agua y aquella mancha encima de la arena de lo que fue y ya no es, como un recuerdo maldito o un arrepentimiento tan propio del náufrago que pierde de vista el horizonte después de haber naufragado dentro de demasiadas copas de vino blanco. Janis Joplin, Mecano o Diana Ross también pusieron voz al naufragio del que hablamos, plasmando en una canción aquello que todos sabemos, desdichadamente: el mal beber desvirtua el buen vivir, por pena del bonvivantismo. Lo sabe todo el mundo que no hay cosa más dolorosa para cualquier persona con el pasaporte hedonista de la República de los Placeres Sencillos que chocar con los peligros de enzarzarse demasiado con la bebida y ver, de repente, cómo el gran placer de beber se transforma en un gran sufrimiento: el malestar del día siguiente, ese que tan bien glosó León Benavente en Ayer salí. O incluso del día siguiente del día siguiente, ya que hacerse mayor es sinónimo de hablar con añoranza del Cobi, no saber qué significa el adjetivo "semado" o matar los viernes por la noche mirando el Món 3/24 del Graset, pero sobre todo, es sufrir 'caparras' de dos días. Resacas de la hostia, vulgarmente hablando. O sea, en catalán, 'caparrasses', palabra todavía viva en el Empordà y que como buen aumentativo de 'caparra' -que a su tiempo es un aumentativo de 'cap' -, tiene un deje más resacoso, más agresivo y más magnánimo.


Una fan del grupo Slipknot a quien no le gusta oír heavy-metal dentro de la cabeza el día siguiente de beber demasiada cerveza. (Elyas Pasban)

Tiene toda la lógica del mundo, mirándolo bien, que a un dolor de cabeza de mil demonios se le llame 'caparra', ya que todos sabemos que una buena 'caparra' provoca principalmente un malestar físico que nace en la cabeza, pero que desgraciadamente va mucho más allá de sufrir una rave techno ilegal entre frente y cogote. En aquel estado permanente de soldado herido en una peli de la II Guerra Mundial que la única cosa que desea es un poco de morfina para dejar de sufrir, la única oportunidad de curarse pasa por beber toda el agua habida y por haber, comer vitamina C, hacer uso de bebidas isotónicas, cocinar alguna cosa con proteínas, prepararse una bañera y, sobre todo, reflexionar con nuestra propia voz interior y preguntarnos, cómo hace David Carabén en la canción de Mishima, si queremos que aquel sea la última vez que nos levantamos siendo los protagonistas malheridos, arrepentidos y magullados de una mañana con decorado de plomo y terciopelo. Que sea la última resaca depende de este artículo. Que sea la última caparra, sin embargo, sólo depende de ti.