Empiezo a escribir este artículo el último día del año, pero no se publicará hasta el día 3. Ya nos habremos vestido bien la noche del 31 y habremos hecho una cena de aperitivos, de los buenos. Nos habremos levantado con un poco de resaca puesta entre las sienes, habremos pensado (o dicho) "pues un año más", con tono sentencioso para llenar el vacío evidente de la frase. Escribo sobre una cosa que todavía no ha pasado, pero que ya sé que pasará e incluso cómo irá. La adultez debe ser eso: saber cómo ocurrirá el futuro (y que ir conociéndolo sea proporcional a rebajar las expectativas de los fines de año de los veinte). Este texto es un poco como el artículo Schrödinger, pero ahora que lo leéis ya se ha abierto la caja, ya estamos en el 2025, ya no tenemos resaca de un vino que yo todavía no he bebido.

La adultez debe ser eso: saber cómo ocurrirá el futuro (y que ir conociéndolo sea proporcional a rebajar las expectativas de los fines de año de los veinte)

Hace unas cuantas semanas la profesora de biología me explicó un proceso del cerebro que me pareció absolutamente poético. Con Marta siempre aprendo cosas que me parecen muy literarias y que después quiero explicar en los textos que escribo. Como, por ejemplo, por qué niños y niñas nacen con pezones si a ellos no les tienen que hacer la función de amamantar. Esta última vez me habló de la poda neuronal. Es el proceso por el cual se eliminan las conexiones entre neuronas que no se utilizan o se utilizan poco. Se fortalecen las que utilizamos y las otras mueren. El cerebro es eficiente. Cuando nacemos y en los primeros años de vida tenemos más conexiones neuronales que nunca (y eso que entonces el encéfalo es pequeñín), pero las iremos perdiendo a lo largo de los años, mientras aprendemos cosas. Esta sobreproducción neuronal permite que durante las primeras etapas, en las que el aprendizaje es fundamental, se establezcan las conexiones sinápticas adecuadas. La poda empieza a los tres años, más o menos, y culmina en la adolescencia, cuando perdemos la mitad de las conexiones en ciertas regiones del cerebro. Más allá de las que no sirven, las que no aportan nada. Y espacio para las necesarias.

Lo que no nos hace falta

Me pareció una idea bonita que hasta entonces desconocía por completo. Y ahora que acabamos el año y hacemos aquello de sopesar la existencia, he pensado en estas conexiones del cerebro perdidas de manera indolora y pragmática. Más allá de la cabecita, es mucho más complicado deshacerte de lo que un día tenías y que ahora ya no necesitas. Aquella amistad extraña, aquel miedo indisoluble. La cicatriz que todavía cuece más de la cuenta. Las inseguridades, las dudas. Qué difícil, podarlos. Qué difícil que mueran con el objetivo noble de hacer más fuerte aquello que sí que necesitamos. Aquello que anotamos en la lista mental odiosa de inicios de año (que hoy día 3 quizás ya habrá muerto como una conexión sináptica inutilizada) y que hacemos empujados por la rueda del ciclo, de la obligación de nuevos propósitos, de acabar diciembre con alguna reflexión más profunda que "pues un año más".

Más allá de la cabecita, es mucho más complicado deshacerte de lo que un día tenías y que ahora ya no necesitas

Me gusta saber que hay enlaces de mi cerebro que han dejado de existir. Y que justamente lo han hecho a medida que yo he ido aprendiendo cosas, como por ejemplo que existen conexiones neuronales perdidas a lo largo del tiempo. Y ahora me podría ir enredando en esta retórica metaneuronal para no decir nada más de lo que ya he dicho. Que seamos felices, este año que empieza (que vosotros ya lo habéis empezado). Y que nos sea fácil dejar atrás lo que no nos hace falta.