El 5 de junio de 1909 un taxi llega a Horta de Sant Joan y del interior del vehículo baja el portador del primer billete de 1.000 pesetas que se ha visto nunca en el pueblo. El billete es tan desconocido y de un valor tan elevado, sin embargo, que la gente y los comerciantes no aceptan en ningún sitio aquel dinero de un joven cuya cara les resulta familiar: es Pablo Ruiz Picasso, la extravagante mujer que lo acompaña es Fernande Olivier y la pareja acaba de llegar de París con un billete de mil en el bolsillo, una cámara de fotos tampoco nunca no vista en el pueblo colgada del cuello y, sobre todo, el deseo del pintor de reencontrarse con los oficios, la lengua, la gente y unos paisajes que Picasso quiere elevar a la categoría de arte.
La universidad de la vida
Hubo un tiempo, cuando Facebook nació, en el cual la gente sin estudios universitarios ponía que había estudiado en la "Universidad de la calle" en la pestaña sobre la información académica de su perfil en las redes sociales. No sabemos si Picasso, en caso de haber tenido Facebook, habría escrito que estudió a la "Universidad de Horta", pero lo que sí que podemos arriesgarnos a afirmar es que si Horta de Sant Joan se encontrara en Italia o Francia, las riadas de turistas paseando por sus pintorescos callejones serían una tónica constante. Un pueblo medieval, lleno de edificios renacentistas de primer orden, con uno de los museos Picasso más familiares del mundo, cerca de un parque natural y donde, además, se come de maravilla y se elaboran vinos, aceites y olivas de alta calidad. ¿Se puede pedir más? Pocos rincones de nuestro país cumplen tantos atractivos para dejársele caer allí como Horta, pero es que además, el pueblo puede sacar pecho de haber cambiado para siempre la vida a uno de los grandes genios de la pintura universal.
En efecto, ni Horta se ha convertido en un San Gimignano (Toscana) o un Gordes (Provenza) de turno ni Picasso llegó por primera vez en motivo del turismo, sino para cuidarse de la escarlatina. Era el verano de 1898 y el jovencísimo pintor malagueño ya había vivido en Málaga, La Coruña, Madrid y Barcelona, donde estudiando a la Academia de Bellas Artes se hizo amigo de Manuel Pallarès, un joven de Horta que al verlo enfermo lo invitó a pasar una temporada en su casa, Can Tafetans. Con el tiempo, aquella se convertiría en la masía en la que aquel aprendiz de pintor descubrió el mundo rural, las tradiciones ancestrales y las montañas de los Puertos de Beseit que tanto acabarían influyendo en su posterior concepción del cubismo. El impacto de aquella primera y crucial estancia en Horta, de una productividad artística inaudita, no sólo provocó que aquel joven Pablo Ruiz decidiera para siempre adoptar el apellido Picasso como firma artística, sino que años más tarde, en una carta a Apollinaire, confesara que "todo lo que sé lo aprendí en Horta".
El pueblo de los mil nombres
El encanto de Horta de Sant Joan no ha cambiado nada desde aquella época, pero igual que Picasso después de su estancia, lo que sí que ha sufrido cambios ha sido el nombre del pueblo: cuando Picasso llegó a finales del siglo XIX, por ejemplo, conoció Horta (a secas), el maravilloso e imponente pueblo de la Terra Alta que él denominaba Horta de Ebro para no confundirlo con Horta, el barrio barcelonés. La necesidad de crear una coletilla con el fin de no confundirlo con otros municipios o lugares denominados Horta fue precisamente el motivo, el año 1916, para añadir "de Sant Joan" al nombre oficial de la población. Pero antes de eso, Horta todavía había sufrido un cambio en su nomenclatura.
Entre el primer tercio del siglo XX y medios del siglo XIX el pueblo se llamó de tres maneras diferentes, ya que unos cincuenta años antes de Picasso ya alguien había decidido hacer un sutil pero chillón cambio en el nombre del municipio, escrito siempre hasta aquel momento como Orta: a mediados del sXIX, creyendo que etimológicamente el nombre del pueblo deriva de la huerta, se decide añadir una h inicial, convirtiéndolo en Horta. En la actualidad, más de 150 años después del primer cambio en el nombre de la población, la entidad Recuperem Orta lucha con argumentos filológicos para recuperar el nombre original, argumentando que Orta deriva etimológicamente de orto, es decir, la salida de un astro: y es que, desde el Matarraña mismo, indudablemente el sol sale por Horta de Sant Joan. ¿Tiene algún sentido que una población de secano se llame Horta, mirándolo bien? La pregunta es tan retórica como el hecho de interrogarnos sobre si Horta –escrita de la manera que queráis- jugó un papel clave en la vida y obra de Picasso, cuyo museo en el municipio se autonombra Centre Picasso de Orta, sin hache.
Unas vacaciones de postal
Dicen que en la mirada de los pintores, así como también en la de los fotógrafos, está la capacidad de saber apreciar más rápidamente donde radica la belleza de la vida. Si de lo que se trata es de enamorar la vista y hacer que la cámara del móvil heche humo, pues, los paisajes del Puerto de Beseit, la piscina natural del Toll Blau o la siempre imponente vista de Horta de Sant Joan desde la carretera de Arnes, con la sensación que las casas forman un castillo de cartas, son una delicia estética para los ojos, igual que lo fueron para Picasso.
Por si fuera poco, sin embargo, el pueblo se encuentra en el corazón de la Terra Alta, por donde pasa la Vía Verde, tierra de olivos milenarios –como|cómo "Lo Parot", olivo documentado dentro de la lista de Árboles monumentales de Catalunya- y de buen vino, sobre todo de la variedad Garnacha blanca, de la cual la D.O. Tierra Alta es una referencia mundial. Probar cualquier vino de Vinyes del Convent, la bodega más reconocida del municipio, es tanto recomendable como acercarse a comer a Cal Miralles, el mítico restaurante que desde hace décadas ha conseguido hacer de la cocina casera de toda la vida un motivo más por el que tener papilas gustativas sea considerado un motivo de agradecimiento a quien tengamos que agradecer la suerte de haber nacido.
Hablando del más allá: el Convento de Sant Salvador, de origen templario y ubicado en los pies del monte del mismo nombre, es junto con la iglesia de Sant Joan Baptista, el Ayuntamiento renacentista y el Raval de los Ángeles, uno de los rincones más mágicos de Horta, especialmente idóneo si lo que se quiere es disfrutar de una puesta de sol de postal. El edificio enamoró tanto al pintor que, de hecho, no sólo se llevó siempre allí donde iba a vivir un cuadro de la montaña hecho por su amigo Pallarés, sino que en uno de los dibujos que hizo de Fernande Olivier en la segunda visita a Horta, Fernande sobre fondo de montañas, la garganta de la musa de Picasso es la montaña de que se levanta sobre el convento.
En resumen, en el mundo hay tres tipos de turismo: el de ver, el de beber y el de vivir, por eso la gracia de Horta de Sant Joan –u Orta- es la capacidad que tiene para conjugar las tres formas de comprender el disfrute vacacional y enamorar a su visitante hasta el punto de cambiarle la vida. No lo digo yo, sólo. Lo dice Picasso.