Valencia, primera semana de mayo de 1885. Las autoridades sanitarias locales detectaban un foco importante de cólera que estaba afectando a centenares de personas y que podría ser el resultado de la propagación de una epidemia que, el año anterior (1884), había causado 3.500 muertes en Marsella. En Valencia, en el transcurso de las semanas inmediatamente posteriores, se diagnosticaron casi 8.000 casos en una ciudad de 160.000 habitantes (el 5% de la población de la ciudad). La Junta Municipal de Sanidad, alarmada, contactó con el médico bacteriólogo Jaume Ferran i Clua, que el año anterior (1884) había probado con éxito la primera vacuna contra el cólera de la historia.
Aquella vacuna no era oficial. La forma en que Jaume Ferran Clua (Corbera d'Ebre, 1851 – Barcelona, 1929) la había obtenido no había gustado en el Gobierno y se interpretó como un desafío al poder. Ferran, antes del episodio pestilente de Valencia, ya era un reconocido bacteriólogo. Y cuando estalló la crisis sanitaria de Marsella, el Ayuntamiento de Barcelona lo comisionó para obtener unas muestras con el propósito de ensayar una vacuna. Se desplazó a Marsella y poniendo en riesgo su vida consiguió unas muestras, las introdujo en cinco frascos, e inició el camino de retorno a Catalunya, más concretamente a Tortosa, donde tenía instalado su laboratorio.
En este punto empezó una siniestra película de terror con dos papeles principales: el del protagonista, representando por el doctor Ferran, que reunía los valores de la ciencia y del servicio a la comunidad; y el del perverso partenaire, el poder español, que asumiría los contravalores del atavismo y de los intereses personales. Con una figura invitada —un guest star— imprescindible para completar el thriller: el doctor Ramon y Cajal, que encarnaba el pecado capital de la envidia. Cuando el doctor Ferran llegó a la aduana de la Jonquera, fue retenido y los frascos que contenían las muestras del bacilo Vibrio choleare fueron confiscados, con todos los riesgos que eso representaba.
Durante aquella semana, la película de terror viró claramente hacia el género tragicómico. Los aduaneros de la Jonquera entraron en pánico y mientras las muestras de Ferran se pudrían en el depósito del Puesto de Carabineros del Reino, se entregaron a un esperpéntico intercambio de telegramas con las autoridades civiles y militares del momento. Una larga lista de personajes que se atribuían patentes de corso en aquel asunto y donde sólo faltaban las ratas del laboratorio de Ferran. Finalmente —y pasada una semana de retención— sería el monárquico y conservador Francisco Romero Robledo —ministro de Gobernación del gabinete Cánovas del Castillo— quien ordenaría la destrucción de todas las muestras.
Ferran, no se sabe cómo, ocultó uno de los frascos en un calcetín y lo pasó de contrabando. Con esta muestra "salvada" desarrollaría una vacuna y la probaría con él mismo y con su familia. El éxito se divulgaría en varias publicaciones médicas; y este detalle explica el porqué de su relación con la primera vacunación masiva: la del País Valencià. A principios de 1885, el cólera ya había llegado a la península Ibérica, y no por los "peligrosos" frascos de Ferran, sino a través de un mercante procedente de Marsella que —sin ningún tipo de control preventivo— algunas fuentes dicen que desembarcó en Andalucía y lo relacionan con el fenómeno llamado "diarrea granadina".
El Ayuntamiento de Valencia, presidida por el alcalde José María Ruiz de Lihory y Pardines, barón de Alcalí y líder local del pintoresco Partido Liberal y Conservador; y la mitra valenciana, representada por el cardenal Antolín Monescillo, un integrista que había estado en la prisión condenado por urdir la restauración de la Inquisición, no les ocurrió otra cosa que sacar a pasear a la Virgen de los Desamparados. Es decir, la celebración de una procesión extraordinaria y multitudinaria que concentraría a miles de personas. Reveladoramente, los casos de infectados se multiplicaron hasta el extremo que, entonces sí, por miedo al contagio, las Fallas (19 de marzo de 1885) fueron desconvocadas.
Pero, en cambio —y, también, muy reveladoramente— no se quiso anular la fiesta religiosa de Sant Vicent (3 de abril de 1885), y aquella concentración se convertiría en el segundo gran foco de propagación. El 22 de abril de 1885 se registra la primera víctima oficial en Valencia capital: una mujer que vivía en la desaparecida plaza de los Pellicers (ante el Mercado Central). El pánico se apoderaba de la capital y el catedrático de medicina de la Universidad de Valencia Amalio Gimeno Cabañas —aprovechando el contexto— forzaría la Junta Municipal de Sanidad a prescindir de tótems religiosos, y a acudir al doctor Ferran. En pocos días empezaba una vacunación masiva en Valencia y en Alzira, principales focos infecciosos.
Efectivamente, a mediados de mayo de 1885, el equipo del doctor Ferran iniciaba la inoculación de 30.000 dosis de vacuna anticolérica con un éxito rotundo: tan sólo 53 casos reactivos. La prensa internacional se rindió a la determinación y a la eficiencia del doctor Ferran. Y eso es lo que provocó otro tipo de reacción que no tenía relación con las bacterias que inoculaba Ferran, sino con la cultura —elevada a la categoría de institución— de la españolidad castiza, que no aceptaba —y no acepta— la genialidad catalana. En este punto es donde entró en juego la figura de Santiago Ramón y Cajal, en aquellos momentos catedrático de medicina de la Universidad de Valencia.
Y de nuevo, la película gira hacia el género tragicómico. Ramon y Cajal, que ya era una figura médica reconocida, tuvo un colosal ataque de cuernos que por su monumentalidad pasaría a la historia. Conviene aclarar, sin embargo, que aquel episodio ha sido oportunamente marginado y sólo figura en su "historia negra". Ramón y Cajal se hizo inocular la vacuna de Ferran. Pero, poco después, redactó un informe dirigido al ministro a Romero Robledo (el que un año antes había ordenado la destrucción de los frascos de Marsella), poniendo a Ferran de vuelta y media. No hay que decir que Romero Robledo, atacado en su más profundo ego político, cultural y personal, ordenó detener las vacunaciones.
Lo peor de todo es que aquel indecente informe lo redactó pocas semanas después desde su nuevo destino en Zaragoza, mientras se producían los primeros casos de cólera en la capital aragonesa. Según los datos del Ministerio de Gobernación que dirigía Romero Robledo, Zaragoza sería la capital provincial española porcentualmente más afectada por aquella pandemia. Y no por el contagio que habría provocado Ramon y Cajal, que ya estaba vacunado; sino porque, sencillamente, Romero Robledo justificándose perversamente en el informe de Ramon y Cajal, había proscrito la vacunación.
Sólo en Zaragoza, entre el 21 de julio y 17 de septiembre de 1885, se contabilizaron decenas de miles de casos (algunos estudios afirman que afectaría a la mayoría sus 95.000 habitantes), y se saldaría con la muerte de más de 2.100 personas. En el conjunto del estado español, aquella pandemia provocaría la muerte de más de 66.000 personas. Ni Cánovas del Castillo, ni Robledo Romero, ni Ramon y Cajal, ni nadie de la larga lista "de malos" de los créditos de aquella película de terror, dimitirían. Después de aquel episodio, concretamente Romero Robledo —conocido popularmente como "el pollo de Antequera"-— sería nombrado ministro de Ultramar (1891) y de Justicia (1895).
El año siguiente a la vacunación masiva de Valencia, el doctor Ferran fue nombrado jefe del Laboratorio de Microbiología de Barcelona, y de esta forma, la capital catalana le reconocía públicamente su aportación primordial al mundo de la medicina. La vacuna anticolérica del doctor Ferran, la primera de la historia que inmunizaba a los humanos contra una enfermedad, sería utilizada por todas partes inmediatamente después de la experiencia valenciana. En cambio, en el estado español no fue oficializada hasta pasado un cuarto de siglo de (1909), doce años después de la muerte de Cánovas del Castillo, y tres de la desaparición del "pollo de Antequera" —figuras paradigmáticas del caciquismo político español.