Esta no es una entrevista neutral. Ni el tema, ni el discurso, ni este libro pueden serlo. Si hablo por mí, el motivo de la elección y la atracción es evidente. Soy mujer, supero la treintena y he sentido toda la vida que mi deseo sexual estaba rodeado de dudas, carencias y violencia. Un poco lo que le pasa a Judit, la protagonista de Cos, camp de batalla (La Magrana). Un poco lo que le ha pasado a Laia Mauri (Badalona, 1996), comunicadora y articulista, que en esta novela se ha vaciado para radiografiar el descubrimiento de la sexualidad de una joven ficticia con quien comparte algunas vivencias y reflexiones. La hipersexualización, la construcción social del propio cuerpo, la presión estética, los límites de la fantasía, las agresiones o la culpa. Para resumirlo, un remix complejo que plasma todos los debates y los miedos que nos vemos obligadas a afrontar.
Es un miércoles lluvioso y empieza el frío en Barcelona, pero nos sentamos en una mesa resguardada bajo un porche y unos toldos rayados. Vamos haciendo tragos a un café con leche y una manzanilla mientras charlamos de cómo el sistema patriarcal ha modificado y regulado los espacios más íntimos de nuestra existencia. Laia me dice que la gran mayoría de personas que se han leído el libro son mujeres y que muchísimas se han sentido identificadas. Ninguna de las dos cosas me sorprende. "Me ha emocionado mucho porque no pensaba que fuera tan bestia; alguna me ha dicho que algún capítulo parece que hable de su vida, y creo que es una de las cosas más bonitas de haber publicado el libro", me explica. Hay sororidad en su sonrisa, un aliento de esperanza, y se le notan las ganas locas de remar juntas. Con cuántas más, mejor.
¿Las mujeres estamos mejor que antes?
Es evidente que estamos mejor en términos de derechos reconocidos formalmente. Sería naif decir que no es así, pero seguimos viviendo en el mismo sistema, un capitalismo patriarcal que nos sigue oprimiendo. Es un mantra que ha generado una trampa: parecía que, cuando las mujeres nos introdujimos en el mundo laboral, teníamos la promesa de emancipación, y de repente te encuentras con que la mayoría de mujeres trabajadoras dicen que el mundo laboral es una mierda porque estamos explotadas y tenemos situaciones precarias. Este malestar genera reacciones totalmente opuestas y ultraconservadoras, como puede ser el movimiento trad wife. Y de alguna manera se entiende, porque si la gran promesa de emancipación tenía que ser el mercado laboral y es una mierda, parece que no hay ninguna otra posibilidad.
El patriarcado siempre encuentra las maneras de adaptarse y parece que nos quita la esperanza de encontrar la manera de salir adelante.
Muchos de los discursos hegemónicos que ha habido estaban demasiado enfocados en el individuo, en una emancipación individual del empoderamiento de la mujer que no generaba una liberación, porque la liberación no puede ser si no es colectiva. Había una trampa discursiva que genera mucha frustración, y la frustración mal canalizada lleva a lugares muy feos, pero bien canalizada puede llevar a sitios muy chulos. Quizás aquí está la rendija de esperanza, ¿no?
¿Tú cuándo fuiste consciente de que el machismo te influenciaba en tu manera de relacionarte?
No sé en qué momento hice el clic. Yo he tenido bastante suerte porque he tenido una educación familiar muy concienciada. Pero sí que recuerdo una anécdota: cuando íbamos al cine con mis padres, mi hermano pequeño y yo jugábamos al "tú quién eres" cuando acababa la película. De todos los personajes que salían, yo solo podía ser una persona, porque solo había un personaje femenino y tampoco tenía por qué encajarme. Creo que es la primera contradicción que me encuentro de pequeña. Después le hemos podido poner palabras a esta esencialización de género, como si las mujeres siempre fuéramos homogéneas. También pasa mucho con el perfil de niña lista, que destaca y que todo el mundo le dice que hará muchas cosas. Eso nos ha pasado a unas cuantas.
El margen de la duda no se ha permitido ni a las mujeres ni a cualquier persona que no sea el sujeto universal de hombre, blanco y rico
¿El deseo es el campo de batalla donde hay más impunidad?
Es uno de los espacios que todavía nos quedan por abrir y por revolucionar. Creo que a lo largo de la historia hemos ido abriendo muchos melones. Y hemos hablado de la familia, de las parejas, del poliamor o de las parejas abiertas. Incluso nos estamos replanteando las relaciones de amistad, y como estas también operan dentro de un sistema económico y político determinado. Pero el deseo está tan expuesto públicamente que nos sobresatura y no se nos permite debatirlo. Ha habido dos estrategias muy claras al coartar nuestro deseo: una es la censura directa y la moralización, que fuera tabú; y la otra, sobre todo a partir de la cultura pop, una hipersexualización y una sobresaturación de información que no te permite explorarlo de manera reposada. Y estas dos estrategias nos han coartado.
Antes estaban Britney Spears y Christina Aguilera; ahora, Taylor Swift o Ariana Grande.
Este tipo de roles y de imágenes triunfan porque son útiles para el sistema. Todos hemos sido socializados en un contexto determinado, y eso ha modulado nuestros gustos o a quién idolatramos, y hay toda una serie de elementos que lo condicionan. Que sea exitoso tiene que ver con unos códigos que están permitidos. Cuesta que lo que queda en los márgenes dé este paso hacia el pop o la cultura mainstream.
¿Y cómo podemos abordar la hipersexualización sin señalar o estigmatizar a las mujeres que recurren a ella?
La clave pasa por la lucha colectiva. Las estrategias de supervivencia de cada uno son eso: estrategias de supervivencia. Hay quien optará por no sexualizarse o por una sexualización muy abierta y descarnada, pero cuando son estrategias individuales es muy poco probable que sean transformadoras porque siempre se encontrarán con los límites del sistema. En el momento en que compartimos estas experiencias y las trabajamos en colectivo, las ponemos en común y nos podemos imaginar alternativas. Creo que aquí es donde se generan los espacios que nos pueden llevar a un camino hacia la libertad.
¿Hablamos poco del deseo entre nosotras?
Creo que el deseo se ha moralizado mucho. Y en esta sensibilización de género se asume que las mujeres son buenas por naturaleza, o que si mandaran las mujeres no habría guerras —que no es cierto—, o que el deseo de las mujeres es civilizador. Eso supone una carga que no te permite experimentar. Creo que nos tenemos que permitir y reivindicar el espacio de la duda y de las contradicciones, del entender que vivimos en un sistema muy opresivo y que tenemos que poder cambiar de opinión y reflexionar las cosas. Históricamente, el margen de la duda no se ha permitido ni a las mujeres ni a cualquier persona que no sea el sujeto universal de hombre, blanco y rico. Además, en un mundo de inmediatez, de tuit y de respuesta rápida, todavía se nos permite menos. Por eso los espacios colectivos nos permiten avanzar más.
También está la idea de que las feministas tenemos que ser consecuentes y cumplir con la teoría como una imposición. No tenemos mucho margen de maniobra.
Totalmente. Y creo que en otras luchas no ha pasado tanto. Cuando hablamos de cambio climático, en su momento hubo esta moralización de que todos teníamos que reciclar. Después hemos ido viendo que hay unas estructuras, y que quizás no es tanto que tú compres en un sitio, sino que las empresas que más contaminan no hacen nada. Incluso se asumen ciertas contradicciones en términos de clase: ser comunista no quiere decir hacer voto de pobreza, sino trabajar para cambiar el sistema. En el feminismo, como históricamente los temas que abordamos han sido relegados al espacio íntimo, todavía recae mucho este peso de la responsabilidad.
En una escena de sexo, a Judit le dicen que una postura no es feminista. En Mujeres que follan, una testimonio anónima explicaba que le excitaban las violaciones grupales. ¿Qué es legítimo cuando hablamos de deseo?
La falta de representación nos ha llevado a confundir la ficción con la realidad. Es decir: si cuando tú empiezas a experimentar con el sexo la única referencia que tienes es la pornografía mainstream, eso modula cuáles son tus gustos, pero también te lleva a confundir el pensamiento de la acción. El pensamiento no constituye un delito porque no es una acción, y tú puedes pensar lo que quieras. La peli Salve María, por ejemplo: tú puedes pensar toda la vida que quieres matar a tus hijos, mientras no lo hagas. Es un pensamiento legítimo. Tú puedes explorar unas ficciones o fantasías que incluso pueden excitarte. Para mí es el elemento diferencial. Igual que las prácticas sexuales por sí mismas no tienen porque que ser negativas o positivas, pero cuando las llevas a cabo tiene que haber unas reglas del juego que tengan un sentido ético, de responsabilidad y de consentimiento.
Ser la pionera revolucionaria que lo rompe todo es muy cansado y da mucho palo
¿Y este empoderamiento individual del deseo sexual está reñido con la validación masculina?
Es una tensión constante. Esta dicotomía entre el deseo de reconocimiento y el reconocimiento del deseo existirá siempre, porque no está solo estrictamente en el ámbito sexual, sino en el hecho de vivir en sociedad. De decir: yo estoy disputando constantemente quien soy y como quiero que me vean, porque al final no sé hasta qué punto eres quien eres si el otro no te reconoce. Pero en el ámbito sexual este abismo es mucho más bestia, sobre todo en la sexualidad femenina, por una falta de representación. Es una tensión muy bestia que tenemos que combatir día a día.
¿Y cómo empezamos a liberar el deseo?
La verdad es que no lo sé, si lo supiera seguramente hubiera escrito otro libro. Lo que quería era plantear estas dudas, porque creo que son dudas que existen y que las tenemos que hablar mucho más para encontrar una respuesta colectivamente. Evidentemente, empezar a hablar desde bien pequeñas y poder tener referentes diversos, y tener ficciones, literatura y cultura que habla nos permite tener unas bases para empezar a liberarlo. Porque hasta que las dudas no se plantean en voz alta, no podremos ir encontrando soluciones.
Pero, por ejemplo, la presión estética sí que se ha puesto encima de la mesa. Y sigue imperando.
Sí, porque es evidente que las herramientas que podemos tener desde la lucha feminista no son las herramientas que tiene el sistema. No tenemos el mismo dinero ni los mismos recursos, no tenemos los medios de comunicación que tiene el sistema. Es una lucha de subida, porque tú estás en una clara desigualdad de medios. Como cualquier lucha que sea contrahegemónica, es muy de picar piedra. Tenemos que intentar dar este salto a la cultura de masas e ir manteniendo toda una batalla cultural permanente, hasta que algún día por fin podamos destruir el sistema y funcionar de otra manera. Mientras tanto nos corresponde vivir como personas que queremos transformar la realidad.
¿Las mujeres estamos preparadas para afrontar lo que supone dejar de seguir estas convenciones, como depilarse o maquillarse?
Yo creo que de manera individual probablemente habrá quien sí y quien no. Insisto en este sentido: por eso es tan importante la práctica colectiva, porque el peso individual es demasiado grande. Y habrá días que podrás y habrá días que no. Hay días que me da igual todo y puedo ir sin depilar, sin maquillar y como me ha salido del papo, y hay días que se me hace una bola increíble. Cuando lo puedo compartir con otras personas que también están luchando contra esta idea, la fuerza colectiva es mucho mayor que una decisión individual, y creo que la historia lo avala. Además, si no, la decisión individual acaba siendo heroica y se romantiza, y también es un peso que no tendríamos que tener que cargar sobre nuestros hombros: el ser la pionera revolucionaria que lo rompe todo es muy cansado y da mucho palo. Seguramente tenemos que habilitar el máximo de espacios colectivos, sea por militancia o entre amigas y compañeras de trabajo, porque creo que por aquí es donde pasan siempre los caminos hacia la liberación.
¿Se ha utilizado demasiado esta confrontación de ser la más feminista, entre las mujeres?
Quiero pensar que no es una decisión, digamos, premeditada, sino una cuestión con la que te encuentras, porque si tú quieres tener una voz en el espacio público seguramente se te obliga a entrar en unos códigos que a menudo son útiles para el sistema. Y, si no, se te rechaza de estos medios. Pero sí que creo que ha habido estas figuras heroicas que generaban presión hacia el resto. Al mismo tiempo, dentro del feminismo ha habido varias corrientes: hay algunos esencializadores del género y otros que son moralizadores y que se ponen a juzgar sobre cuáles son las prácticas sexuales correctas, y creo que eso hace falta debatirlo y hay que dar respuesta. Yo entiendo el feminismo como un proyecto emancipador de la humanidad. En este sentido, hay que combatir todos los elementos que puedan ser moralizadores o que puedan ser excluyentes, y ha habido tensiones que generaban esto.
Hay sectores feministas en que impera la estrategia del o estás conmigo, o estás en mi contra.
El feminismo no es ajeno a las prácticas del momento, que ahora son desde el ego, la personalización y el debate enfrentado, y en que la duda se permite muy poco. También hay dinámicas que no son ajenas al feminismo, como las centralizadoras. El movimiento feminista catalán, históricamente, ha sido un movimiento de reconocimiento de derechos. Los años 60 y 70, no tenía ningún problema con el trabajo sexual; garantizaba los derechos de las personas, más allá de cuál era su opinión sobre la prostitución. En las dinámicas centralizadoras hacia el estado español de repente hemos adoptado unos debates que aquí no se estaban dando, y eso ha creado toxicidades en muchos debates que aquí estaban superados.
El feminismo catalán vendía de una tradición política del socialismo y del marxismo, teniendo en cuenta la clase como factor determinante
Y la globalización de las redes sociales.
Totalmente. Y la adopción de discursos que se han trabajado en países como los Estados Unidos, que son claramente de tendencia liberal y que entran en contradicción con discursos que aquí estaban arraigados. El feminismo en Catalunya vendía de una tradición política del socialismo y del marxismo, teniendo en cuenta la clase como factor determinante.
El libro plantea la agresión sexual de unos chicos "decentes". ¿No hemos superado el relato del violador encapuchado que te viola en una esquina?
Yo creo que no porque, precisamente, los casos que más se mediatizan son los más cruentos o morbosos, y que precisamente tienen que ver con esta imagen del monstruo social. Creo que también se hace porque es útil: genera este discurso del terror sexual, que es un arma muy útil al sistema, porque es coercitiva. Si las mujeres asumimos que estamos en un estado permanente de peligro, la autocensura nos imposibilita vivir nuestra sexualidad libremente. Intentar vivir nuestra sexualidad de manera libre nos puede llevar a violencias sexuales, pero si de entrada evitamos vivir nada, ya estamos sufriendo esta coerción de nuestra libertad.
Y supongo que poner el foco en este encapuchado abstracto también lo quita de los agresores que tenemos al lado.
Sí, absolutamente. Y también de poder desarrollar herramientas transformadoras. Es decir: cuando el agresor puede ser tu hermano o tu pareja, o tu padre, es probable que las herramientas que quieras utilizar no sean tan punitivas, sino que tengan una voluntad de reinserción social. Son herramientas que estamos intentando desarrollar y que claramente todavía no tenemos, pero sí que hay una voluntad de hacerlas. Si tú generas un sujeto ajeno a ti es muy fácil caer en el "que se pudra en prisión". Pero esto, ¿hasta qué punto es transformador? Puedo entenderlo y es totalmente legítimo, y evidentemente defiendo que tiene que haber una justicia, una reparación de las víctimas y una garantía de no repetición. ¿Pero el sistema penal es la mejor herramienta?
Precisamente, Íñigo Errejón ha sido uno de los grandes paradigmas: hombre de izquierdas y comprometido con el feminismo, pero misógino. Y dan ganas de tirar la toalla.
Yo creo que hay muchos espacios políticos feministas que están intentando encontrar cuáles son las mejores herramientas, aunqque quizás no de manera pública porque no encajan en las dinámicas mediáticas. Mientras no las encontramos, se tiene que poder garantizar que todas las mujeres puedan denunciar o acceder a una justicia, la que considere la víctima que es la mejor reparación del daño. Pasar por la prisión no te garantiza que esta persona no vuelva a hacer lo mismo, y seguramente hacer un cursillo tampoco, pero busquemos las herramientas y encontrémoslas.
¿Cuál es el papel que tienen que tener los hombres?
La verdad es que no lo tengo claro y creo que es un debate que no tenemos resuelto. Pero la implicación en el movimiento feminista tiene que estar. Los hombres están interpelados, hay toda una serie de malestares desde la propia masculinidad que se tienen que abordar y politizar. Se tiene que hacer, porque si no la masculinidad la está politizando lo extrema derecha. Hay una desigualdad galopante en que muchos hombres se sienten la última mierda, porque su situación vital es muy precaria, o porque su clase o situación económica son elementos muy conflictivos. El malestar se tiene que politizar de alguna manera, porque si no la extrema derecha se los dice que el problema son las feministas. Politizar esta masculinidad es una vía clara de emancipación, y aquí los hombres que tengan conciencia feminista pueden hacer mucho.
El malestar de la masculinidad se tiene que abordar, porque si no lo politiza lo extrema derecha
¿Conoces a muchos predispuestos a enfrentarse a sus colegas de bar o de trabajo?
Yo creo que los hay. Las mujeres también hemos hecho un proceso de aprendizaje. Quizás antes yo no me atrevía a decirle a mis amigas según qué, y a medida que emergen más discursos y tenemos más representaciones culturales, tenemos más herramientas. Todas cuando éramos adolescentes participamos de esta competitividad femenina, y decíamos que aquella era una puta porque se había liado con el que a mí me gustaba. Pero hemos ido evolucionando y lo hemos hecho colectivamente. Creo que existen hombres dispuestos a hacerlo, pero que hacen falta más referentes y más herramientas culturales que puedan poner palabras a las cosas.
Y si yo sé que tu amigo es uno baboso y un misógino, ¿qué hago? ¿De mujer a mujer, nos lo tenemos que decir?
No lo sé. Hay muchísimos debates que no están resueltos. Por suerte, hay un movimiento feminista que se plantea estas dudas y que genera debates alrededor. No lo tengo claro porque, insisto, creo que poner la responsabilidad en el individuo es muy tramposo y peligroso, porque al final estamos hablando de prácticas sistémicas y estructurales. No sé cuál es la mejor salida. Probablemente, empezar por generar el máximo de espacios colectivos que nos permitan abordar estas cosas y que generen esta chispa interna de reflexión, pero no tengo clara cuál es la salida. También está el elemento de no querer responsabilizar a otra mujer por lo que está haciendo un hombre. Porque eso es muy duro, ¿no? ¿Hasta qué punto esta mujer se tiene que hacer responsable de lo que está haciendo aquel hombre que existe en su vida?