Son las 12 h de un mediodía de invierno y el abrigo molesta, menos cuando el viento se empeña en hacer olvidar una primavera peligrosamente precoz. Laia Regincós llega y se prepara un cigarrillo de ligar que supura paréntesis, como quien busca la pausa necesaria de una editora solitaria que desde el noviembre pasado es propietaria y trabaja más de lo que puede explicar. Laia es la cara amable, luchadora y comprometida de Idil·lis, una colección de Edicions de la Ela Geminada que se ha convertido en la niña de sus ojos profesionales y que busca abrazar a un género olvidado que todavía genera alguna controversia: la literatura erótica en catalán.
Esta gerundense de 20 y largos años empezó en la editorial como becaria y ahora ya camina, habla y gestiona como la persona de más responsabilidad. El fundador, Oriol Ponsatí, se la vendió por incompatibilidad con otras tareas —empezó a trabajar en Barcelona al lado de Laura Borràs—, y Regincós no solo continuó con el proyecto heredado, sino que apostó por lanzarse a la piscina con una iniciativa que fuera suya al 100% y que no tenía demasiados referentes en que poder reflejarse. "No existía ninguna colección dedicada a libros que hablen de sexo, libros de género erótico, y quería llenar este vacío en que no tenía competencia directa; no es que yo fuera muy aficionada al género, pero te paras a pensar y dices: ¿por qué no tenemos este género específico en catalán"?, explica Laia.
El primer libro de Idil·lis en salir al mercado fue Delta de Venus, de Anaïs Nin y con traducción de Anna Carreras Aubets, precisamente un volumen que la editora no había sido capaz de encontrar en lengua catalana y que pisó fuerte como pistoletazo de salida. Desde entonces, la colección ya tiene dos libros más en el catálogo —Obres públiques, de Manuel de Pedrolo, y Nou animal, de Ella Baxter con traducción de Lara Estany Freire—. El objetivo es fomentar un tipo de lectura que continúa partiendo del estigma conservador que dice que la literatura erótica es literatura de segunda. "El género erótico se ha considerado históricamente de mala calidad literaria, y tenemos que reivindicarlo un poco, porque tiene un valor transformador detrás que a veces se nos olvida", argumenta Regincós. También equipara esta leyenda errónea a unos límites muy preestablecidos. "Cuando pensamos en literatura erótica solo nos imaginamos libros que nos pongan calientes, y también puede ser un libro que te haga reflexionar en torno al sexo y qué relación tenemos con él, o que lo utilice para hablar de otras cosas que nos atraviesan como seres humanos", dice.
Cuando pensamos en literatura erótica solo nos imaginamos libros que nos pongan calientes
Para propiciar esta transversalidad, la editora de Ela Geminada quiere conjurar todo un catálogo que junte clásicos indiscutibles del género que se tienen que tener en nuestra lengua, pero también crear un espacio para que escritores y escritoras de nuestra casa se atrevan a indagar en la literatura erótica, nuevas voces que lleven el sexo contemporáneo al papel y que aporten narraciones frescas, aunque evidencia que "es un reto con la lengua, la escena y el vocabulario, para conseguir que todo esto no sea vulgar ni burdo". También para romper estereotipos y alargar la mano a las sexualidades disidentes u oprimidas. Que las mujeres —y su placer— hayan estado tradicionalmente silenciadas ha hecho que hayan buscado en este tipo de literatura unos universos que en el mundo real les eran negados. Hablar de deseo propio o plantearse qué les gustaba en la cama o cómo tocar sus cuerpos era infranqueable, todavía ahora en muchos lugares del planeta. "De hecho, es muy sintomático de que cada vez haya más mujeres que escriben literatura erótica y hablan sobre su placer; hemos alzado la voz en la calle y en la cama", subraya Laia.
Pero los tabúes no reflejan solo las inquietudes de las mujeres, sino también una sociedad torpe que a menudo todavía se refleja a siglos pasados. A pesar del buen recibimiento de la colección Idil·lis, Laia Regincós evidencia que todavía hay tabú en torno al sexo y que, precisamente, este proyecto nace para provocar y remover el gallinero, para escandalizarse de vez en cuando como una meta positiva. Aun así, la gerundense reconoce que la etiqueta de literatura erótica en catalán puede llegar a ser contraproducente, pero anima a que la gente se atreva y huya de los tópicos, siempre con la prudencia de remarcar que no quiere convencer a nadie de nada y con la tranquilidad de haberse movido mucho para acercar el proyecto a todo el mundo. "Hay mucha gente que dice que el género erótico no le gusta porque libros como 50 sombras de Grey hicieron daño, porque la etiqueta murió de éxito, pero es atreverse".
En este sentido, Laia también da un paso adelante considerando que no solo se tiene que coger el deseo como objeto de estudio, sino también como base de la creación cultural para dejar la vergüenza aparcada y que genere sensaciones en los otros. "Tenemos que coger el deseo como creación para ponernos calientes, incluso crear imágenes sexuales que incomoden", dice, porque cree que quizás por eso la literatura erótica se ha considerado históricamente un género de segunda, así como los espectáculos de strippers o de cabarés, el pole dance, o cualquier expresión que incluye el erotismo en su ADN. "Nos da vergüenza y nos incomoda que alguien haya creado un producto para calentarnos y despertarnos sensualidad porque creemos que no va con nosotros, pero esto también es cultura y se le tiene que dar espacio", señala.
¿Quién dice que el catalán no es sexi?
Esta pregunta se ha repetido por activa y por pasiva en el imaginario del bilingüismo en nuestra casa, como si la sensualidad del follar se pudiera medir exclusivamente en una parámetro lingüístico y no en las sofocaciones pasionales entre las sábanas. Las interferencias del español en la lengua catalana han ido sugiriendo, como una torturadora gota china, que las marranadas en catalán no solo no son sexis, sino que son horteras y ramplonas, alejadas del pleno deseo sexual y castigadas a formar parte del ostracismo del placer. También de unos referentes que ridiculizaron el sexo en catalán, como recuerda Laia Regincós. "Venimos de Les excursionistes calentes —película pornográfica de Conrad Son—, y la gente se reía", dice. Pero fue este mismo prejuicio el que reforzó la necesidad de lanzarse al proyecto, con la convicción de que hacen falta referentes eróticos en la lengua del país, también audiovisuales. "Yo estoy esperando el momento en que Conrad Son y Erika Lust hagan un match y hagan una película porno en catalán".
El tema de la lengua ha sido uno de los retos más mayúsculos para Idil·lis, sobre todo en un momento débil para el idioma en que hay figuras puristas que defienden la normatividad estricta del catalán. Pero este patrimonio de eufemismos a menudo choca con un coloquialismo que Regincós ha querido mantener en toda costa con el objetivo de reforzar y naturalizar el erotismo de las escenas. "Cuando estás follando, dices que quieres comer una polla, no un pal de paller, ¿sabes? Necesitamos salir del formalismo para no enclaustrar al catalán en el ámbito formal, y tenemos que introducir el catalán en este registro informal, que no ha de porque querer decir que esté mal dicho ni que sea un barbarismo". Un hecho que se suma a la realidad de que el catalán se actualiza menos rápido que el resto de lengua por ser menos internacional que de otras. "Retenemos palabras que nos llegan en inglés, y cuando la tienes tragada, cambiarla es mucho más complicado; creo que necesitamos ponernos al día con el vocabulario erótico, porque hay muchas prácticas sexuales que ya se están diciendo en inglés pero nosotros no tenemos un nombre en catalán, y eso es un problema".
Sobre el purismo y la controversia de utilizar informalismos para atacar este género, Regincós matiza ser consciente de ello y reivindica que ella misma intenta "que todo el mundo utilice los pronombres débiles", pero también sentencia un titular tan chocante como reflexivo: "prefiero que el catalán se hable mal a que no se hable, y me sabe muy mal, pero es una cosa que realmente me quita el sueño". Lo dice cogiendo su responsabilidad como editora y gestora de palabras y libros, pero también rechazando la culpabilidad que a menudo se vierte y se atribuye a todos aquellos perfiles que trabajan con la lengua como materia prima. "Sé que estoy haciendo libros, y haciendo libros estamos haciendo lengua, pero no sé si es del todo competencia mía tener que pelearme con los academicistas; asumo mi parte de responsabilidad, pero no toda la responsabilidad del problema del catalán", dice Regincós.
No sé si es del todo competencia mía tener que pelearme con los academicistas; asumo mi parte de responsabilidad, pero no toda la responsabilidad del problema del catalán
Y del conflicto de la lengua y las mil preocupaciones que supone, se llega a otro problema que mancha el esfuerzo y el trabajo de todo el sector: la precariedad. Si a la ecuación se suma que Laia es una mujer y que no llega a la treintena, la dificultad añadida es más que evidente. A pesar de la buena acogida que Idil·lis ha tenido después de una buena campaña de Verkami, confiesa que mantener económicamente una editorial pequeña como la suya es bastante inestable, y que probablemente no podría sobrevivir sin subvenciones, cosa que ya señala un problema estructural. "Es por un problema de qué consumimos, qué leemos y qué libros compramos; a mí me gusta mucho comprar libros, pero me fijo mucho en las editoriales a quienes le compro libros como forma de militancia", denuncia la editora, porque "a las editoriales independientes pequeñas nos cuesta mucho tirar adelante".
Pero Laia no tiene pinta de darse por vencida fácilmente y tiene mucha cuerda por dar. Dice que su intención es publicar un libro al mes y acabar el año con un horquilla de entre 10 y 12 volúmenes. De caras a futuro, tiene muy claro —casi a niveles obsesivos— que quiere apostar por algún libro de temática LGTBI, "porque lo necesitamos todos" y porque quiere que todo el mundo se sienta incluido en una colección que pretende que cada persona pueda reflejarse con ella. Y, sobre todo, Laia Regincós quiere lo que hace, y este detalle imperceptible a los ojos es la fuerza para remar a contracorriente en una realidad, como mínimo, hostil.