No sabemos cómo sería Laia Viñas (Xerta, 1997) si hubiera vivido la ruta del bakalao, pero sí que poca gente ha definido tan bien los estímulos sensoriales, psicodélicos, psicotrópicos y alucinógenos de quien se acaba de drogar. Las descripciones son tan reales que se hace casi imposible pensar que quien lo ha escrito no estuvo ahí. Pero Aquí baix (L'Altra Editorial) no pretende diseccionar la ruta: es una novela sobre la amistad y el declive de la adolescencia, aquel impás en que te das cuenta de que tienes que empezar a responsabilizarte de la vida. Cuando abren las luces de la discoteca y la euforia y el desconsuelo conviven por un segundo. Habla de un grupo de amigos de las Terres de l'Ebre que se movilizan para bajar a Valencia y huir de la monotonía y la falta de expectativas. Para Laia —Premio Documenta 2021 con Les Closques (L'Altra)—, la locura de aquella época de pastillas, coches, discotecas y días sin dormir es la misma que la de la adultez y la inestabilidad del futuro. Y con eso empatiza mucho.
La ruta del bakalao te queda lejos. ¿Qué le ves de interesante?
El nacimiento de la ruta en los años 80 fue un fenómeno cultural inesperado, porque entonces en Valencia tampoco pasaban grandísimas cosas culturalmente, y allí nació este movimiento. Al principio era un espacio muy centrado en la música y en la contracultura, muy abierto y donde tú podías encontrarte con gente igual que tú que se quería mover fuera del mainstream. Pero tengo que decir que me interesaba más la decadencia de la ruta. A partir de los 90, la cosa estaba muy masificada, se demonizó muchísimo por los medios de comunicación y se convirtió en un movimiento que seguramente se ahogó de su propio éxito, de la masificación que sufrió. Y supongo que también me llamaba la atención porque, de alguna manera, siempre se oye todavía hablar de la ruta como algo muy loco, y hay muy poca ficción sobre ella.
¿Y que tus padres hubieran participado más o menos en la ruta no ha sido una motivación?
Sí, sí, lo han hablado siempre. Mis padres han salido mucho de fiesta y la viven de una manera muy desacomplejada, muy saludable y natural. No son gente que la hicieran muy asiduamente, sí que bajaban a veces y la hacían, pero también salían más cerca de casa. Pero que ellos me explicaran cosas me ha ayudado a hacerme una idea de cómo era el ambiente o qué les suponía a ellos.
¿La ruta ha dejado huella en tu territorio?
La música más comercial y reciente, de la década de los 90 sobre todo, sigue sonando. Yo lo escucho siempre en las fiestas mayores de mi pueblo y a los pueblos del lado, la última noche siempre suenan. De alguna manera sí que está presente.
La música de la ruta sigue sonando, yo la escucho siempre en las fiestas mayores de mi pueblo
¿Y se ha vivido con estereotipo y prejuicio?
Yo creo que sí, al menos en las Terres de l’Ebre. En general el estereotipo ha quedado muchísimo. Cuando tú hablas de la ruta, enseguida son drogas y mucho personaje, una cosa mucho estereotipada y de cliché que marcó los últimos años. También es verdad que yo he escogido que los protagonistas vivieran esta ruta muy masificada y algo decadente, en consonancia con la decadencia de su propia primera juventud.
Los personajes están constantemente drogados. ¿Te preocupaba banalizar o que pareciera que hacías apología de las drogas?
No me lo planteé mucho porque creo que lo que yo tuviera que decir no es importante. Es ficción, y yo como escritora no tengo absolutamente nada que decir, ni tengo mi opinión, y lo que yo escribo no tiene ninguna validez sobre este tema. Pero sí que intenté ni romantizarlas ni demonizarlas. Los personajes toman drogas porque es una cosa que se hacía en la ruta del bakalao, es un movimiento que, sobre todo al final, estuvo marcado por la toma de diferentes sustancias. Entonces, ellos las toman, pero no son el centro de su vida. El efecto de tomar drogas no los acondiciona ni hace que les pasen cosas ni demasiado buenas ni muy malas.
¿Son felices?
A ratos sí y a ratos no. Hay momentos felicísimos, de mucho éxtasis, sobre todo cuando toman drogas es evidente que están muy arriba. Pero a mí me interesaba retratar los momentos de decadencia, los momentos en que no son felices para nada y tienen resaca y se tienen que levantar a las seis de la mañana para ir a currar, en trabajos que no les gustan... Y vivir esta vida cotidiana de la cual se tienen que escapar corriendo hacia adelante. Yo creo que los fines de semana viven momentos con sensaciones muy intensas que, quizás al final, acaban confundiendo con esta felicidad. Creo que son felices y después son bastante infelices, o están aburridos. Tienen cierta apatía.
Es paradigmático que esa generación de jóvenes no supiera plasmar esa utopía de felicidad absoluta en su día a día.
Supongo que si vuelcas tantísima energía en tres o cuatro días de fiesta, donde pierdes el mundo de vista y solo te interesa estar bailando y estar pendiente de ir haciendo cuba libres e ir tomando pastillas... no te queda para dedicarle a tu carrera profesional, por ejemplo. También se creaba cierta comunidad con toda la gente que había allí, eran como creyentes de una misma religión.
Precisamente este paralelismo entre psicodelia y religión me ha recordado a La Mesías de los Javis y a la máxima que todo el mundo necesita creer en algo.
Quizás alguien que sea creyente se me ofendería, pero es verdad que hay como un cierto paralelismo en eso de tener que creer en algo. Hay gente que cree en Dios y hay gente que cree en salir de fiesta y en sus amigos y el pasarlo bien. La religión la he tenido muy presente escribiendo este libro. Al ser de un pueblo tan pequeño la religión está en cosas tan simples como que tú vuelves de fiesta y hay gente que está entrando en misa. Hay una escena en que se hace un trapicheo dentro de misa, o una de las protagonistas es súper creyente y ella llega de fiesta drogada y después se va a misa. E incluso eso le maximiza el sentimiento que tiene hacia Dios y se siente más conectada con él. Me lo he pasado muy bien escribiendo este paralelismo entre la fiesta y la religión, el tema de los excesos también creo que va súper ligado con las dos temáticas.
La generación actual también está en la cima de la apatía y de la incertidumbre, sin muchas perspectivas de futuro. Todo vuelve...
Sí, de hecho también quería retratar mucho este paso de la primera juventud, cuando tú cumples 18 años y eres adulto sobre el papel pero después vienen unos años en que eres medio independiente. La vida adulta realmente llega cuando tienes una hipoteca, o cuando ya tienes un curro indefinido, tienes un hijo o te quedas embarazada. Ellos están empezando esta etapa en la que se dan cuenta de que la vida ya va en serio y tienen que dar el siguiente paso. A algunos les está bien, algunos se frustran muchísimo y algunos están en contra. Y yo creo que eso pasa en todas las generaciones, que idealizamos esta vida adulta y cuando llegamos no mola tanto.
Creo que eso nos pasa a todas las generaciones, que idealizamos esta vida adulta y cuando llegamos no mola tanto
Tú tienes casi la misma edad que los protagonistas.
¡Sí! Y coincido mucho en el momento en que me encuentro ahora mismo, lo veo a mi alrededor que hay cierto desencantamiento. En esa época no se tenían que preocupar por si podían comprarse una casa o no, y en nuestra generación tenemos una situación completamente diferente y mucho más precaria. Pero sí que es verdad que este desencanto de la juventud está y seguramente pasa en todas.
¿Y también es un grito anti-individualista, no? Haces este ritual de la comunidad y del colectivo y la amistad funciona como un personaje que los vehicula a todos.
La amistad es lo más importante del libro. Yo tenía en la cabeza que quería escribir sobre la amistad, y ellos siempre ponen el grupo por delante de todo. Hay un sentimiento de comunión y comunidad no solo entre ellos, sino entre todo el mundo que hizo la ruta. La mayoría de gente que se encuentran es gente que no conocen, que se encuentran en el parking o en el lavabo mientras van pasadísimos. Todo el mundo está aparentemente de buen rollo y la gente está muy abierta. La discoteca acaba siendo como un pequeño pueblo o una pequeña ciudad, una especie de ecosistema propio.
Ahora hemos cambiado las discotecas por las redes sociales. ¿La juventud de ahora es menos libre?
En absoluto estoy en contra, pero sí que es verdad que limitan. Ya solo el tener que vivir de cara a la galería y tener siempre el móvil preparado para hacer Stories ciertamente te limita, y es una limitación tan pequeñina que seguramente no nos damos cuenta en el día a día, pero sí que es verdad que te expones muchísimo, y el hecho de exponerte te saca la libertad. La ruta tenía una cosa muy flipante, que es que tú te ibas tres o cuatro días y si tu madre estaba preocupada ya podía llamar a todos los bares de carretera de Valencia si quería, que no te podía encontrar.
Me ha sorprendido que, a pesar de que sí que hay algunos tics reprobables, no describes ninguna agresión machista en un contexto de fiesta.
Yo como mujer que estoy saliendo ahora mismo de fiesta, y que llevo una década haciéndolo, evidentemente tienes que estar cien mil veces más atenta que tu amigo hombre. Eso es así y en todos los sentidos. Lo mínimo que te puede pasar es que te toquen el culo en la discoteca. No quiero decir en absoluto que en la ruta no hubiera agresiones machistas, y creo que sería una chorreada decirlo, pero sí que es verdad que leyendo lo libro de Oleaque, él explica muy bien que las mujeres de alguna manera pasaron de ser un trozo de carne a ser sujetos activos. Seguramente no estaba en equidad de condiciones para nada, pero pasaron a ser personas que salían de fiesta y que podían experimentar con la estética y con las drogas o el alcohol de una manera muy parecida a los hombres.
Las mujeres sostienen el peso de la historia. ¿Es una posición política?
Tenía muy claro que quería a una chica narrando en primera persona, y tenía muy claro cómo sería. Es una tía muy independiente, tiene una gran noción de sí misma, se conoce muchísimo. Y también tiene muchísimos defectos, es una tía muy cínica y a veces es poco sincera, y me gustó hacerla muy imperfecta, porque parece que las mujeres tengamos que cumplir siempre con el prototipo. También se me interesaba mucho el personaje de Úrsula, que me encanta, y es una tía que tiene un carácter todavía más fuerte que la protagonista. Está embarazada, y me interesaba mucho que hiciera lo que le diera la gana y que el lector intentara no juzgarla, que creo que pasa y que es un personaje que no cae mal; y es curioso, porque no la odias aunque haga cosas que no tendrían que pasar. Y también la relación entre ellas dos: dos mujeres jóvenes que tienen mucho carácter y una relación de admiración mutua y sin la competitividad que sufrimos entre nosotros, sobre todo cuando también hay hombres en el grupo. Ellas valoran mucho su amistad, seguramente más que la que puedan tener el resto de chicos del grupo.
La protagonista es de Barcelona.
Porque quería que, de alguna manera, fuera externa, aunque ella forma parte del grupo porque siempre ha ido al pueblo y se siente muy atada a él. Me interesaba que ella estuviera tan fascinada por el grupo de amigos y por el pueblo, por esta vida lenta, que lo dejara todo. Encuentro que ya dice mucho de ella, que es una tía valiente que se ha hecho la vida a medida. Y también por el lenguaje. Me siento más cómoda escribiendo en estándar, porque toda la vida lo he hecho y no te enseñan a hacerlo de otra manera.
¿Cómo se vive el centralismo desde las Terres de l'Ebre?
Mal. El tema de la infraestructura es de locos y venir a Barcelona es una locura. El otro día tenía una entrevista a las 10 y me levanté a las 5 de la mañana. Ahora está el pitote de Renfe, hay poca alternativa y siempre escasea muchísimo. Se tiene que poder acceder a todos los puntos del país en transporte público de una manera cómoda y no hace falta venir a Barcelona para todo. Todo está aquí y obligan a la gente de fuera a venir constantemente. Y, cuando vienes a la ciudad, no está preparada para asumir el montón de gente que viene. Todo mal. [risas]
Por ejemplo, ¿hoy cuándo tardarás en volver a casa?
Vengo en bus, porque no me fío nada de la Renfe. Ahora cogeré un autobús, estaré unas dos horas y cuarto viajando, llegaré a Tortosa y cogeré el coche 15 minutos hasta casa. En total, casi 3 horas.
Hay mucha gente que no sabe dónde están las Terres de l'Ebre; y en la tele o la radio pública se escucha muy poquito el acento tortosino
¿El centralismo se nota también a nivel moral?
Sí, sí, sí. Hay mucha gente que no sabe dónde están las Terres de l'Ebre, ninguna de las cuatro comarcas. Creo que ya se ha aceptado muchísimo que meterse con los dialectos de la gente es de muy mala educación. Pero hay muchos comentarios del tipo "no habláis bien", "habláis mediante el castellano" o "no se os entiende". Ves que no es con malicia, pero a veces la gente no te entiende y es porque tampoco hay representación en los medios. Por ejemplo, en la tele o la radio pública se escucha muy poquito el acento tortosino, y sería una decisión de país que todos los dialectos tengan cierta representación para que todos los habitantes de este país estén familiarizados con todas las formas de hablar catalanas. El centralismo se nota en absolutamente todas las facetas de la vida.
El fenómeno Alcarràs acercó un poco la mirada hacia las periferias y parecía que se empezaba a generar cierta concienciación. ¿Quedó en una mera romantización?
Sí que hay mucha. Con esta promo también me lo he encontrado mucho, que cuando digo que soy de Xerta —un pueblecito de unos mil habitantes—, me dicen "que bien tenéis que estar allí, que tranquilos". No sé, cojo el coche, voy a trabajar, quiero decir, la gente trabaja y tiene dolor de cabeza, no está todo el día mirando el paisaje y haciendo pícnics. Y vivir en un pueblo y en una zona rural también tiene cosas negativas, que muchas vienen por el mismo centralismo. Yo cuando empecé a estudiar tenía que ir a Tarragona o a Barcelona, hace que te tengas que marchar de casa y estar moviéndote constantemente. De hecho, una de las cosas que hace el centralismo es que piensas que las cosas importantes pasan en las ciudades, y después ves que de historias interesantes hay en todas partes; de hecho, las dos novelas que he escrito están súper ligadas a mi territorio.
Ganaste el premio Documenta con 23 años y te compararon con Mercè Rodoreda. Qué vértigo.
Sí, pero no me lo he tomado muy seriamente, y tampoco las etiquetas. En aquel momento, muchos de los que ganamos premios literarios rondábamos los 20 años y nos dieron bastante de bombo, que es genial porque te mete en la palestra. No me quejo en absoluto, pero sí que es verdad que genera una etiqueta de escritor joven.