A Lana Bastašić (Zagreb, 1986) le gusta mirar la infancia con otros ojos. Quizás es la herencia de la Guerra de los Balcanes, con cuya presencia su generación se hizo mayor. Quizás es, simplemente, que rechaza idealizarla o reducirla al tópico dulce y gastado de la inocencia. El caso es que Bastašić, que ha vivido siete años en Barcelona, ha publicado Dents de llet (Periscopi, 2022) -Dientes de leche (en su versión en castellano editada por Sexto Piso)-, una recopilación de cuentos que sucede la novela Atrapa la llebre (Periscopi, 2020) -Atrapa la liebre (en su versión en castellano editada por Editorial Navona)-. Es un conjunto de relatos desgarradores, que nos enseñan el mundo de los niños con una mirada fría y magistral, muy lejos de lo que es habitual, y que confrontan y remueven al lector, lo quiera este o no. Conversamos con ella de su infancia en los Balcanes, del progreso en Europa y de los conflictos lingüísticos en su país, Bosnia. "Me gusta molestar a los fascistas", afirma a modo de advertencia.
La infancia está tradicionalmente relacionada con la inocencia o la dulzura pero en Dents de llet es todo lo contrario.
A veces subestimamos el mundo de los niños. Pensamos que olvidarán las emociones fuertes, los miedos, los traumas, pero en realidad son seres humanos tan complejos como nosotros, aunque tengan un lenguaje menos desarrollado. No son sólo un 'antes' de ser alguna cosa más; ya son personas, aunque pequeñas. En el libro me acerqué a ellos como si fueran un personaje cualquiera. No veo la infancia como una etapa inocente. Es una etapa muy formativa, muy educativa pero también están los primeros traumas.
¿Literariamente tenemos a idealizar la infancia?
Totalmente. Son adultos los que lo hacen. Son los adultos quienes hablan de la infancia y hablan de alguna cosa que añoran. Pero viéndolo en los niños es muy diferente. Yo fui muchos años profesora de inglés de niños muy pequeños, que todavía no sabían escribir, y ellos no te dirán: "Estoy viviendo un momento muy duro" pero lo pasarán. Somos nosotros los que hacemos esta proyección. Y yo no quería hacer eso sino sumergirme en el punto de vista del personaje, aunque tenga cinco o diez años, y mirar el mundo con sus ojos.
Quería que el lector pensara qué mundo estamos creando y qué tipo de monstruos tendremos de aquí a veinte años
¿Cómo se entrelaza tu propia infancia con la de los protagonistas de los cuentos?
Creo que, como todo el mundo, he pasado cosas bonitas y duras en mi infancia. Viví la crisis de mi generación, en la que fuimos niños durante una guerra. Y quería hablar de momentos difíciles pero formativos para cada uno de estos niños donde el camino se ha modificado un poco y él puede llegar a ser un monstruo pero en que también hay esperanza de que no sea así. Algunos cuentos también son historias que he oído o me han explicado. Sin embargo, me gusta mucho hacer ficción. Me gusta tener que pensar cuál es la cuestión central y qué voz o qué punto de vista utilizo para explicarla. Eso me importa mucho más que la cuestión biográfica.
¿Quieres decir que algunos relatos están basados en cuentos populares de la zona de los Balcanes?
Puede parecer muy fuerte, pero yo en Bosnia, en Serbia y en Croacia no tengo amigos que dirían que su infancia fue bonita. Yo creo que es por la generación de nuestros padres, que sufrieron una crisis brutal. Cuando tienes que pensar qué comemos, como no tener frío y donde viviremos, tampoco puedes ser un padre o una madre ejemplar. Nosotros crecimos con unos padres que no decían te quiero porque se daba por entendido. Unos padres que tenían que pensar en mil cosas antes que en sus hijos. Eso ha pasado a mucha gente de mi generación y la cuestión no es victimizarnos sino, no repetir algunos errores, no reproducir los mismos traumas.
Vengo de un entorno donde se habla mucho del pasado y de la historia, de Yugoslavia y la guerra. Pero no se habla del futuro
La relación distante y a veces violenta entre padres e hijos que hay en los cuentos forma parte, pues, del universo de tu generación.
Totalmente. Vengo de un entorno donde se habla mucho del pasado y de la historia, de Yugoslavia y la guerra. Pero no se habla del futuro. Y eso no tiene ningún sentido. Se dice mucho que tenemos que tener hijos porque necesitamos más serbios o más croatas o bosnios. También se dice que las mujeres es mejor que tengamos hijos que no hijas. Cómo los criamos y cómo los educamos, sin embargo, no importa. Y creo que eso sí que está localizado geográfica e históricamente. Yo sólo quería que el lector pensara de qué manera hablamos a los niños, qué mundo estamos creando y qué tipo de monstruos tendremos dentro de veinte años.
El de los cuentos es siempre un mundo muy patriarcal.
Sí, todavía hoy es así. Quizás a un lector típico de Barcelona le parece una cosa del pasado pero todavía hay lugares muy patriarcales en nuestro mundo. Y no estamos hablando de Irán o Afganistán, sino de Europa. Nos olvidamos de que Yugoslavia fue el centro de Europa. Después de la guerra y de todo lo que pasó volvimos cincuenta años atrás y eso es brutal. Todo el mundo en Europa tendría que ser consciente. Siempre podemos volver atrás en materia de derechos humanos, el progreso no es una cosa que una vez empieza siempre avanza. Y eso pasó con el papel de la mujer en los Balcanes, por ejemplo. En Yugoslavia, la asociación antifascista de la mujer fue una cosa muy fuerte, las mujeres tenían derecho de voto el año 1945, mucho antes que en Suiza. Y después de la guerra, cuando volvieron los mitos religiosos y nacionalistas, la mujer se convirtió otra vez sólo en madre. Las cosas están cambiando con las nuevas generaciones, sin embargo, y eso me da un poco de esperanza.
De la mano del mundo patriarcal, también viene la presencia de la religión, que sale por todas partes a las historias.
En los años noventa, cuando nacías y te daban una identidad, una religión particular venía asociada con ella. Si tú eras croata quería decir que eras católico, no se podía pensar una sin la otra. Por eso yo siempre lo digo cuando me preguntan por el independentismo catalán, que lo veo como una cosa muy diferente, porque aquí no veo esta cosa exclusiva. Y allí no podías ser una niña serbia sin ser ortodoxa. Los niños pueden ser todo el que somos nosotros. Pero nosotros tenemos la autoridad en el universo de la casa, que durante muchos años es básicamente lo que ellos conocen.
Cuando tienes que pensar qué comemos, como no tener frío y donde viviremos, tampoco puedes ser un padre o una madre ejemplar
¿Hablando de casa, cómo abordas la idea de la familia en los relatos?
Es precisamente esta cosa que para un niño la familia es todo el que hay y no se puede cuestionar. Es como una monarquía en un universo pequeño donde la autoridad no se cuestiona y donde está la política del personal, con papeles repartidos para cada uno. Y esta política se convierte en prácticas reales. Por eso siempre digo que tenemos responsabilidad de adentrarnos más a la hora de corregir aquello que vemos que no está bien dentro de las familias.
¿Cómo ha sido la recepción de estas historias que retratan este mundo a veces desagradable y cruel en tu propio país?
Es extraño porque hay personas que han leído el libro y me han dicho 'yo he vivido eso' o 'eso es mi padre'. Pero también he conocido a gente que me ha dicho que no le había gustado nada el libro y que no lo había podido leer porque lo encontraba un horror. Pero eso también me gusta. Lo prefiero a la indiferencia porque sé que ha pasado alguna cosa, alguna cosa se ha movido.
Has escrito Dents de llet en serbo-croata. ¿Ha habido el mismo conflicto lingüístico que cuando salió Atrapa la liebre?
En primer lugar, se trata de un conflicto político sobre cómo nombramos a la lengua. Allí pasa como con el valenciano o el catalán. El serbio, el croata, el bosnio y el montenegrino son dialectos que, por interés político, se han convertido lenguas. Políticamente estos dialectos se ven como entidades muy diferentes, aunque son muy similares, y si utilizo una palabra en un dialecto y no otro se ve como un acto político que te sitúa en una posición política determinada. Lo que hago es utilizar pocas de estas para las cuales no me puedan encasillar en una categoría. Yo pertenezco a la tradición yugoslava y no quiero que me separen de determinados escritores por utilizar un dialecto y no otro. Yo lo veo porque hice filología y para mí tendríamos que tener nombres diferentes por lenguas y naciones. Porque nación o estado son construcciones y las lenguas son mucho m´s grandes. Lo que he hecho en los cuentos es escribir alguno en dialecto croata puro, otro en serbio, etc. Tengo problemas también para optar a algunos premios.
Nosotros crecimos con unos padres que no decían te quiero porque se daba por entendido, que tenían que pensar en mil cosas antes que en sus hijos
¿Si no escribes en dialecto serbio, hay premios en los cuales estás excluida a pesar de sea la misma lengua, quieres decir?
Sí, por ejemplo en la edición francesa digo que el libro está traducido del serbo-croata, que en realidad no existe como lengua. Lo hago porque, como siempre digo, me gusta molestar a los fascistas. Es como con el valenciano y el catalán, que también son dialectos, pero imaginado si hubiera pasado una guerra entre Valencia y Catalunya. En los Balcanes, la política entra en la lingüística y eso no tendría que pasar.
¿Cuando dices 'fascistas', te refieres a un tipo de fascista en particular?
A todos. Aquí tenéis una historia de fascismo brutal también, pero a nosotros, que luchamos contra él en los años 40 y lo derrotamos, lo que nos queda es la preocupación por la pureza. La idea de que hay que limpiar cosas: el lenguaje, ciudades, sociedades, los cuerpos, etc. Y eso pasa en Zagreb, en Belgrado y en algunos lugares de Bosnia también. Por ejemplo, en Zagreb, el Ministerio de Cultura no quería comprar libros para bibliotecas que no estuvieran en dialecto croata. Es como si en Madrid no quisieran comprar libros de alguien argentino. Para mí eso es fascismo, la paranoia con la pureza.
¿Qué te ha acercado a los cuentos después de escribir Atrapa la liebre, que era una novela?
En realidad, yo empecé a escribir cuentos, porque empecé a publicar en mi lengua recopilaciones de cuentos y relatos cortos en revistas. Pero antes de la novela nadie se interesaba. Escribí la novela porque tenía una historia que era demasiado compleja como para ponerla en un cuento pero después pensé que no quería escribir otra porque que sí. Los cuentos son un lugar donde el escritor o escritora vuelven a su taller. Es como un cineasta que vuelva a hacer sólo fotos para ver qué cosas le interesan o para corregir algunas.