La RAE define adicción como la “dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico”. También como esa "afición extrema a alguien o algo”. Laura Calçada (Barcelona, 1988) ha tonteado con las drogas, pero la segunda entrada del diccionario le hace mucha más justicia. De personalidad expansiva, cazadora de almas y tan mística que hace que siempre quieras saber un poquito más de su locura. Es dueña y señora de sus propios silencios, los que la separan de lo que dice a bocajarro de aquello que de veras la hace reflexionar, porque Laura se pone en entredicho muchas más veces de las que su visceralidad la hace aparentar, quizás porque sabe que la vida es mutable todo el rato, símbolo de pisar el suelo. También parece dispersa, algo lunática, pero auténtica y entrañable. La dualidad va a conjunto con sus ojos profundos y la lleva a todas partes, como una armadura, aunque ante el mundo se muestre como un animal sincero que se ha resistido a autocensurar capítulos de su vida; aunque muchos suenen al eje del mal de esta sociedad nuestra tan puritana: sexo, pastillas y prostitución.

Hasta hace pocas semanas, y a ojos de la muchedumbre, Laura Calçada era una periodista cualquiera en una ciudad cualquiera. Ahora es una escritora que ha irrumpido con Fucking New York: Història dels meus límits como un huracán vulnerable, donde cuenta sus años viviendo en la ciudad americana. Ya casi todo el mundo ha comentado este libro, pero más todavía se ha hablado de la autora en una suerte de amarillismo que, en realidad, le ha venido bastante bien a la promoción editorial. Ser la hija de un periodista famoso y de renombre —Miquel Calçada, Mikimoto, de quien ha heredado la voz radiofónica— la ha hecho coger carrerilla en esta dictadura patética en la que se mueve ahora el periodismo, especialmente por el salseo de una relación afectiva complicada. También la ha puesto entre las cuerdas por tener que luchar más frenéticamente por demostrar públicamente que su valía va mucho más allá de su apellido —y de sus excesos—. El encuentro en Sarrià, barrio que la vio crecer, respira camaradería. Laura solo quiere ser escuchada. Como todos, Laura quiere la oportunidad de poder ser al margen del ruido. Y aunque parezca una puñalada trapera, el titular está consensuado.

Foto: Carlos Baglietto

Me parece igual de difícil hacer una panorámica general de Nueva York que tuya. ¿Tu evolución sería diferente si te hubieras ido a Somalia?
Lo pensé y me salía Nueva Delhi, en la India. Seguramente no me habría cogido esta obsesión tan exacerbada y tan fuerte por el dinero —porque dinero igual a poder—, o esta cosa del acceso a ciertos ambientes. Me hubiera vuelto una hippie, que en esencia ya lo soy. Mi carácter tiene mucha espiritualidad y sensibilidad, y al mismo tiempo, me gusta mucho todo lo que brilla, todo lo que es más materialista y superficial. Creo que en Nueva Delhi hubiera caído en el lado espiritual.

¿Te marchas con una mano delante y otra detrás?
Sí. Me voy con 300 dólares, que era la ayuda que me estaba dando mi padre en aquel momento. Pero no salté al vacío porque iba a cuidar a unas criaturas, y me daban de comer, cama y 125 euros para pasar la semana. Yo aterrizaba en un lugar seguro.

Al mes de llegar tienes un accidente, te recoge una pareja americana, te indemnizan con más de 200.000 dólares y empalmas relaciones que te sostienen. Parece una película de Woody Allen.
[risas] Esta todavía no me la habían dicho y me gusta.

Su última película se llama Golpe de suerte. ¿Cómo va tu suerte?
Va muy bien. Soy muy afortunada. Y lo tengo que reclamar, porque a menudo no lo haces porque parece que a la gente que no te conoce le dé rabia que las cosas te vayan bien. En Nueva York estaba fatal, pero también tuve mucha suerte y me encontraba a muy buena gente. A nivel personal he tenido suerte porque he encontrado un piso donde vivo sola y pago correcto. Pero desde que volví, hace 5 años, me pensaba que era muy desafortunada con el tema profesional: ¿por qué si soy una gran periodista no encuentro trabajo? Pero eso ya no es cuestión de suerte o de mi preparación, sino del cúmulo de factores.

Tengo 35 años, una carrera, un máster, hablo lenguas y soy escritora de éxito, pero estoy en un momento precario económicamente

¿Sigues trabajando en la tienda de ropa?
Tres días a la semana, de lunes a miércoles. Y este trabajo me da literalmente para pagar el alquiler. El resto de mi dinero, para todo el resto, sale de la indemnización de Estados Unidos. Yo estoy en un momento precario económicamente. Y tengo 35 años. Y tengo una carrera. Y tengo un máster. Y hablo lenguas. Y soy escritora, y escritora de éxito. Es un drama. Y no hay una manera de hacerlo positivo, está mal montado. Pienso que tenemos que pagar por lo que nos gusta y por los contenidos que queremos. Este es un gran problema: no pagamos, y si no pagamos, a nosotros tampoco nos pagan. ¿Te gusta? Pagas. Evidentemente te estoy hablando con un privilegio tan grande y tan antiguo como esta Parroquia de Sarrià que tenemos al lado. Hay gente que no puede destinar 11 euros al mes a pagar un Patreon, pero la solución para que a ti y a mí nos valoren nuestro periodismo es que vean lo que hacemos y lo paguen.

¿Todavía no has tenido ninguna oferta?
Tuve una antes de que saliera el libro, y tengo ganas de sacarlo adelante, pero son 60 euros por artículo y estoy en la dicotomía de cogerlo o no. Creo que me interesa más trabajarme un tema en profundidad y poder venderlo en una revista como The Atlantic o The New Yorker, estoy mirando más hacia los medios exteriores que a los de nuestro país. Y no porque no hagamos cosas de calidad o no me guste la propuesta, pero creo que es mejor bueno y menos que mediocre y mucho.


No te sientes nada impostora, veo.
Yo no lo entiendo eso del Síndrome de la Impostora, sinceramente. Es que no lo entiendo. No. Yo soy una buena periodista y no siento ningún tipo de síndrome de la impostora.

¿Y si estás buscando trabajo, no es un poco kamikaze decir públicamente que te drogas?
[Sonríe y se hace un poco el silencio]. No me drogo. Espera. Ay filleu meu, es una pregunta muy buena y muy complicada. Los buenos profesionales sabrán ver la valía de mi trabajo independientemente de que yo me haya tomado dos gotitas de LSD o tres rayas de speed. Pero ya no bebo. Eso te da una medida de donde yo he puesto el límite. Dejé de beber el 29 de mayo porque la promoción de mi primera obra la quería hacer bien consciente. Ayer hice una presentación muy lograda a tenor del Día Mundial de la Salud Mental y después fuimos a cenar. Me tomé una Coca-Cola y hoy he estado aquí a las 10h fantásticamente. Antes hubiera venido con resaca. Somos profesionales, lo que estoy haciendo ahora es un trabajo.

Pero sabes que hay un handicap social con las drogas. ¿Estamos preparados por tanta sinceridad?
Hay mucha gente que me rechaza y me rechazará. Yo lo noto. Gente que ha salido el libro y no te dice nada, y piensas: "este se me tendría que haber dicho alguna cosa". Ellos lo ven kamikaze, pero si tú te paras a hablar conmigo y me escuchas, verás que no hay peligro. ¿Y si la sociedad catalana está preparada? Pues se tendrá que preparar porque yo estoy aquí y no pienso callar. Hay gente que no está preparada para que se lo digas in their face, y yo he verbalizado que me he drogado, pero es que en todas estas casas que hay por estos alrededores hay mucha gente que ahora mismo se está metiendo una raya, ¿sabes? Hablemos de esto. Stendhal decía que se tiene que entrar en sociedad con un desafío, y teóricamente Nietzsche se la cogió. Pues yo lo hice, y muy orgullosa.

¿No se ha hecho un poco de amarillismo de todo?
Sí, sí, sí. Pero eso es porque somos un país de 8 millones de habitantes y estamos muy aburridos. Estamos aburridos, y tristes, y hasta las narices. Y cada día miramos a qué nos podemos coger que nos distraiga. Ciertamente se magnificó. Pero es que los comentarios de Twitter los hace gente con quien te acabarías entendiendo seguro. Me han dicho cosas como: "Necesita ayuda". O "está enferma". Otros me decían que estaba haciendo apología de las drogas. La gente tiene que leer el libro en su intimidad, porque leer es una cosa muy íntima, y reflexionar. Y pensar antes de hablar.

Foto: Carlos Baglietto

Narras un episodio de prostitución con un sugar daddie. ¿Por qué una chavala de 20 y pocos años siente la necesidad de vender su sexo?
Es una muy buena pregunta. Y no sé qué responderte. La respuesta es que no pensaba. No hay motivo. Yo me lo expliqué como que estaba en el infierno total, hundida total, y era como: ¿qué es lo más denigrante que podemos hacer? Pues hacer que un hombre te pida lo que te pida y te dé dinero. Lo hice porque ya estaba en esta rueda de inconsciencia. Pero yo defiendo la prostitución voluntaria. Todos vendemos lo que queremos y el cuerpo también es una cosa. De hecho, recuerdo que le expliqué al gran Ben Brooks que me había prostituido y el tipo me decía: ¿but you need money?

Pero no los necesitabas.
Es también la sensación de la perversión total. De la idea de: quiero dinero, quiero dinero, quiero dinero. Pero no lo hacía como una compulsión, vender mi cuerpo no era una adicción porque lo hice una vez. Bueno, después hubo otro momento en que vienen los colombianos y les pido 50 pavos. Este día también fue muy heavy, si quieres hablamos de este episodio.

Los buenos profesionales sabrán ver la valía de mi trabajo independientemente de que yo me haya tomado dos gotitas de LSD o tres rayas de speed

Soy toda oídos.
Vienen los dos tipos. Yo ya conocía a Paul, porque me lo había follado y me lo pasaba muy bien con él. Entra con otro amigo suyo, fuerte, vienen con coca, y yo estoy en mi habitación. Y siento que tengo el control. A mí me gusta el BDSM, la sensación de ser sumisa. Es un juego muy heavy en que tú dominas y ellos te dominan. [Es muy chulo porque estamos hablando de todo esto delante de la iglesia donde me bauticé e hice la comunión; me encanta porque mi ancestro es el Marqués de Sade y lo estamos invocando, es maravilloso]. Entran, y yo les digo que me den 50 dólares cada uno, a mí me gustan los billetes. La imagen de la tía en el pool dance me parece maravillosa: que te pongan billetes por el cuerpo mientras bailas sensualmente es un sueño. Los escondí en la librería y empezamos a follar con el amigo y Paul lo grabó; el tipo picándome la cara con la polla, mirando a la cámara. Puse un poco de música clásica en la WQXR —New York's Classical Music Radio Station— para intentar poner un poco de paz a aquella especie de locura en la que yo me estaba dejando hacer un sexo muy duro. Él se me ponía los dedos frenéticamente y yo gemía como una perra. Además, con cocaína. En un momento, me puse en la cama de mi compañero de piso de 70 años, le digo que tiene una polla muy grande y me toca el pecho, y allí veo que no encontraré realmente lo que quiero. Porque yo, realmente, lo que quería era que me dieran un abrazo. Llamo a mi hermano [no de sangre], voy a dormir a su casa, follo con él y aquí se acaba mi noche de locura. Tendría que haber buscado sinónimos de perversión. Pero de todo esto no era consciente. El sábado fui a una fiesta sexual y eso sí que era consciente. Y follé con un tipo mientras a mi alrededor una señora estaba reinando con dos hombres comiéndole los pies; al lado una tía preciosa con un negro comiéndole el coño con una maestría envidiable. Todo eso es consciente. Las dos escenas de sexo son muy diferentes. Mi situación mental es muy diferente.


¿Te daba seguridad traspasar líneas rojas?
Yo creía que sí. Pero no. Hay un momento cuando te estás metiendo muchas rayas que ya no piensas, actúas como un animal. Cuando voy al casa de mi hermano y le pido ayuda es porque ya no puedo más.

¿Desafías las convenciones porque te gustaría ser más convencional?
Sí, tienes razón. Porque yo lo que quiero es tener mi piso en Sarrià e ir a comprar mis verduras, pero mi carácter ha hecho que muchas veces me haya sentido encorsetada en la convención, y se da esta paradoja, que soy una niña muy bien educada y con unos fundamentos muy sólidos. Ahora estoy en una encrucijada, en un momento de impás, de acabar entendiendo que seguramente no me casaré con un sugar daddie o con un empresario. No soy una mujer de estar en casa, nunca se me ha podido domar en este sentido, y no sé ser cínica de esta manera. Hay una frase muy buena que me dijeron: "tú no necesitas un sugar daddie, tú necesitas éxito literario".

¿Tienes algún límite que no estarías dispuesta a traspasar?
Cortarme. Hacerme daño a mí misma, el dolor físico. A que vinieran y me cortaran, como se lleva en el sadomasoquismo dentro del terreno sexual, creo que no llegaría. Paso mucho las cosas por el cuerpo y por el físico. A nivel profesional, y en un momento de necesidad, haría cualquier cosa.

Pero tú intentaste asfixiarte.
Sí.

Foto: Carlos Baglietto

¿Te da más miedo la soledad que morirte?
Sí. Sí. Porque a mí no me da miedo la muerte. Hacerse mayor es un regalo, porque vas aprendiendo que la soledad es un estado transitorio. Igual que la euforia o la felicidad. Y cuando descubres eso, que aquella soledad profunda que estás sintiendo pasará, ya está. Por lo tanto, volvemos atrás: la muerte no me da miedo, pero creo que es mejor la soledad que la muerte, porque de la muerte no vuelves y de la soledad sí. Mi miedo es la soledad y también la enfermedad.

¿Por qué volviste?
Hubo un punto de madurez. En lenguaje esotérico se dice retorno de Saturno. Sentí que la fiesta se había acabado. Me podía haber casado por los papeles, pero sentía que alargarlo sería como una mala segunda parte. Sentí: soy la directora de esta película, y si la alargas serás una directora mediocre; si quieres ser una buena directora, vuelve a casa. Me costó mucho, porque yo lo veía claro pero no quería volver a la mediocridad catalana, mediocridad en el sentido de pequeño: no quería volver a esta pequeñez. Pensaba que aquí no me valorarían a nivel profesional, que es lo que ha pasado, porque hay mucha gente buscando lo mismo. Pero la parte del amor está aquí. Ahora estamos en el meollo. El amor está en Barcelona.

Mi carácter ha hecho que muchas veces me haya sentido encorsetada en la convención

¿Cómo has vivido la etiqueta de ser la 'hija de'?
Me gusta que sea una de las últimas preguntas. Estoy muy harta de eso. Cuando eres pequeña tú lo que quieres es que te abran la puerta de la juguetería. Y tú decías el nombre de mi padre y no es que se abriera la juguetería, es que se abría todo. Una vez estábamos en una pista de esquí y estaban haciendo una acción de marketing, estaban dando caldo. Y yo fui al principio de la cola a pedirlo diciendo que mi padre era Mikimoto. Cuando mi padre lo vio me echó una bronca... "No lo vuelvas a hacer nunca", decía. Mi padre me ha educado mucho en la meritocracia y el esfuerzo, en el "calla niña, y gánate las cosas". A los 16 años, borracha en la puerta del Apolo, me acabaron echando y yo gritaba: "que tú no sabes quién es mi padre, que tú no sabes quién es mi padre". Mi amiga estaba avergonzada. Lo he llevado mal y eso son ejemplos de llevarlo mal. Cuando me marcho a Nueva York es una liberación porque allí nadie sabe quien es Miquel Calçada. Y llega un punto que hago el exorcismo completo. También lo he llevado mal porque yo me quería dedicar a lo mismo que él y no salía de la manera que pensaba que me tenía que salir. Lo que es positivo es lo que dicen todos los hijos de personas conocidas: las personas a las que has tenido acceso. Y eso lo agradezco mucho. Aparte de estos ambientes que has podido pisar, no hay nada bueno, porque vives en otra realidad.

¿Te hubieran publicado si no fueras 'hija de'?
Sí que me habrían publicado, porque a mí me publicaron por un epílogo que escribí en el libro Excuses barates, de Clara Moraleda, una artista querida por mí. Me pidió que hiciera el epílogo y, a través de él, me puse a trabajar en mi libro. Sí que me habrían publicado.

¿Es un grito de atención a los padres?
Es un grito a todo el mundo. Ellos están dentro de los receptores del grito.


¿Estás cansada de hablar de tu padre?
Es que si van haciendo esta referencia constante, la gente no se da cuenta de que está alimentando una mentira. Me siento como una madre queriendo proteger a su hijo. Dejadlo en paz. A mi padre dejadlo en paz. Porque él tiene su vida, y él hace su vida, y el libro lo he escrito yo. Basta. Bastante de hablar de una persona que no está hablando. Dejémoslo al margen, tanto a él como a Carme; dejad al margen a mis padres. 

Pero tú los has puesto en la palestra.
Ya, pero solo hablan de Miquel, no de Carme. Porque él es famoso y ha sido un personaje público. Supongo que es normal, decir "la hija de este", porque es lo más fácil. Ahora lo que yo tengo que hacer es trabajar. Seguir escribiendo y que ya se hable de mí por lo que hago, y que no se me asocie con mi padre. Pero no quiero entender que lo pongan en el titular. "Laura Calçada, hija de". Es que da igual, también soy sobrina de Cristina Barres.

Sí, pero en un mundo de clics, no es lo mismo.
Entonces ya no piensas en la calidad, piensas en el clic. Los periodistas estáis siendo tiburones y no pulpos.

Lo que queremos es que la gente tenga ganas de leerse la entrevista. No me gusta la dictadura del clic, pero desgraciadamente la dinámica digital y el exceso de contenidos te empuja a eso.
Estamos de acuerdo. [me estrecha la mano] Pon el titular que quieras para tener muchos clics. Como tú dices, son modelos diferentes y cada uno tiene su lenguaje. Lo entiendo.

Cuando eres pequeña tú lo que quieres es que te abran la puerta de la juguetería; y tú decías el nombre de mi padre y no es que se abriera la juguetería, es que se abría todo

¿La literatura te ha salvado?
En honor a las personas que se están suicidando, en honor suyo, yo digo que mi medicina ha sido la literatura y que gracias por haberla encontrado.

El libro está también lleno de referencias culturales. ¿Qué cultura consumes?
Soy como una esponja. Miro muchas cosas. Aquí al lado me he puesto un libro de Montserrat Roig: Digues que m'estimes encara que sigui mentida. Me está atrapando que flipas, es una recopilación de artículos suyos. Todo lo que dice esta mujer lo podría firmar y todo lo que leo lo marco mucho: pongo todos los sentidos y lo hago como un trabajo. Compro muchos libros y tengo muchos por leer. Tengo muchas ganas de coger Fortuna, de Hernán Díaz, el ganador del Pulitzer, que lo tengo en inglés firmado por él. Me estoy leyendo ahora un ensayo de Philippe Sollers sobre Sade. "Deshacerse de la pulsión de muerte sobre un objeto exterior" [lee, en francés]. La literatura es lo más importante para mí, y para mí vertebra todas las otras expresiones artísticas. El pódcast de Casablanca me gusta mucho. En cine, Albert Serra y todo el movimiento underground. El otro día fui al Zumzeig a ver la película Afterwater —de Dane Komljen—, que son tres películas en una. Y ahora tengo ganas de ir a París para ver la exposición de Rothko y ver la que se hará en Barcelona de Miró y Picasso. De literatura catalana me ha gustado mucho lo que ha hecho Irene Solà y el Matar el nervio de Anna Pazos, que ya no la puedo recomendar más. La diseñadora Adriana Zalacaín y el proyecto de ropa sostenible CUS. Y he sido gran visualizadora de Com si fos ahir. Es fantástico para desconectar. Es un guilty pleasure. Los seriales de TV3 son maravillosos, en Nueva York miraba La Riera y se lo tragaban todos mis amantes.
 

Foto: Carlos Baglietto