Un sofá desvencijado, un juego de té de porcelana y un viejo abrigo con unas iniciales bordadas que permanece impecable cincuenta años más tarde. Reliquias de una vida robada y exterminada por los nazis. Cuando los protagonistas de Treasure atraviesan aquella puerta, empezaremos a entender el enorme alcance de un viaje que, hasta entonces, parecía encaminado a señalar, y tratar de reparar, sus cotidianas diferencias irreconciliables.

Una catarsis hecha viaje

Empecemos por el principio: en las primeras escenas de esta aventura por la Polonia de 1991, una estresada neoyorquina maldice los huesos de su ausente compañero de trayecto. "¿Dónde estabas? ¿Por qué has perdido el avión?", le pregunta después de horas de espera en el aeropuerto. "Tenía hambre y he entrado en un McDonald's", responde él, como insinuando una "relájate que no hay para tanto", dibujando una personalidad despreocupada, a ratos irritante, de aquellas que hacen poner los nervios de punta a cualquiera. La realidad, sin embargo, dicta que hija y padre se han distanciado desde la muerte de la madre, y ella, en una profunda crisis vital, se ha decidido a rastrear sus orígenes, quizás para entenderse mejor a sí misma. El progenitor se ha apuntado y vuelve a casa después de décadas de ausencia, como quien no quiere la cosa. Pronto conoceremos que el hombre, nacido en Łódź, fue trasladado de joven al gueto de Varsovia con su familia judía, y, después, acabó en el campo de exterminación de Auschwitz-Birkenau. Y entenderemos que, bajo la casi frívola apariencia de relativizador de conflictos, se esconde el trauma de la supervivencia del Holocausto. Lena Dunham (creadora y protagonista de la serie Girls) y Stephen Fry (monstruo de la comedia británica, recordémoslo como el Peter de la fabulosa Los amigos de Peter) interpretan con enormes dosis de humanidad a los dos personajes de esta catarsis hecha viaje. Inspirado en una historia real, con formas de road movie, cómica en ocasiones y emotiva casi siempre, Treasure nos convierte en el invisible tercer pasajero del taxi que contratan para atravesar el país: de Varsovia a Łódź, de Łódź a Cracovia.

Lena Dunham y Stephen Fry interpretan con enormes dosis de humanidad a los dos personajes de esta catarsis hecha viaje

Las neurosis de Ruth, obsesionada con una absurda dieta alimentaria que tapa problemas mucho más severos, y las buenas intenciones de Edek, justificadamente torpe con las emociones, pero casi siempre entrañable, chocan constantemente. Y si la hija no entiende lo que parecen, y son, intentos de boicotear cada una de sus decisiones y cada uno de los itinerarios que ha planeado, el padre se esfuerza en no hundirse utilizando la picaresca y la impertinencia. Tocando el violín ante preguntas incómodas. Intentando aligerar el peso de una herencia imposible de soportar y tantos años de hacer ver que, habiendo vivido una de las mayores tragedias de la historia, no había para tanto.

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Stephen Fry y Lena Dunham, dos personajes con enormes dosis de humanidad

Turismo y memoria histórica

Hay dos momentos claves en Treasure: el primero, cuando Ruth y Edek visitan la casa donde él vivió hasta que los nazis echaron a su familia. En aquella vivienda, que ahora cae a trozos, continúan los mismos que la ocuparon entonces, gente que probablemente miró hacia otro lado ante la masacre de sus vecinos, quizás colaboracionistas, quizás gente que solo vivía aterrada. Y, en aquella casa, todavía se guardan algunas señales de la vida anterior: un sofá desvencijado, un juego de té de porcelana y un viejo abrigo con unas iniciales bordadas que permanece impecable cincuenta años más tarde. Reliquias de una vida robada y exterminada por los nazis. El segundo instante, todavía más fundamental para construir la arquitectura emocional de los personajes, es su visita a Auschwitz. Hartos de que todo el mundo hable de aquel lugar fantasmal como si fuera un museo ("es un campo de exterminación", exclaman a todas horas), quitándole inconscientemente el enorme peso histórico de aquella antigua fábrica de la muerte, los protagonistas pierden cualquier apoyo anímico paseando entre vallas y muros en un cochecito de golf ("un gesto hacia los supervivientes, no hace falta que se paseen andando"). La industria turística en torno a la memoria histórica, hoy completamente ida de madre, daba sus primeros pasos.

Treasure resulta conmovedora desde la humanidad y una cierta contención, sin necesidad de ir a rascar las emociones del público con sensibleros golpes de efecto, más allá de algunos detalles que resultan estrictamente necesarios

La filmación en Auschwitz, el maldito coprotagonista de la brutal y oscarizada La zona de interés, producto de un permiso de rodaje especial combinado con efectos CGI, es una buena muestra del viaje en el tiempo que propone la película, haciendo brillar un sensacional trabajo de diseño de producción, que ayuda a retratar una Polonia en escombros, instalada en la miseria, que trata| de levantar la cabeza después de la caída del Muro y el final del bloque comunista. Dirigida por la alemana Julia Von Heinz, Treasure resulta conmovedora desde la humanidad y una cierta contención, sin necesidad de ir a rascar las emociones del público con sensibleros golpes de efecto, más allá de algunos detalles que resultan estrictamente necesarios. Y contando con la complicidad de dos intérpretes que parecen nacidos para hacer de padre e hija, y de un tercer actor, el polaco Zbigniew Zamachowski (años después de protagonizar la mítica Tres colores: Blanco (de Krzysztof Kieslowski), que llena de vida al simpático taxista que los acompaña, testigo silencioso de las peleas y discusiones, también de las reconciliaciones, entre ellos y con el pasado, de esta extraña pareja de visitantes formada por Lena Dunham y Stephen Fry.

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