Abrázame hasta que me ayudes a entender cómo puede ser que yo, con ocho apellidos catalanes y criado en un pueblo de la Catalunya interior, haya podido aprender a leer y hablar sin problemas en una lengua perseguida, discriminada y en peligro como lo es el castellano en Catalunya. Abrázame, porque es un misterio. Un enigma. Un error del sistema, casi, pues alguien como yo habría tenido que estudiar un 25% de su tiempo en la lengua de Cervantes con el fin de alcanzar las competencias lingüísticas en este idioma, pero no fue así, y a pesar de eso, muchos años después, frente al pelotón de jueces del Supremo, el articulista que firma este artículo había de recordar aquella tarde remota en que su profesora de parvulario de la clase de los canguros le llevó a conocer la lengua castellana.
Abrázame hasta que a seiscientos kilómetros de aquí entiendan que lanzarme a Cien años de soledad con diecisiete años vino a ser lo mismo que haber aprendido el castellano de niño: mejor que descubrir el hielo para Aureliano Buendía. Abrázame hasta que alguien entienda eso. Hasta que alguien comprenda que nunca necesité un traductor cuando con veintilargos participé en un coloquio en Madrid, o que nunca tuve que leer la Don Balón con el diccionario de la RAE cerca para comprender el significado de una palabra, o que ni siquiera yo, que soy de los que en casa tenía TV3 en el número 1 del mando ―y el 33 en el 2―, nunca, de niño, tuve que dejar de mirar Farmacia de guardia porque me fuera imposible seguir el argumento. Abrázame porque no lo entiendo, por eso te lo explico, y como quizás tú tampoco entiendes cómo es posible que hables fantásticamente el castellano habiéndote educado en este rincón de mundo dominado por el nacionalsocialismo catalán, aquí te ofrezco mi brazo, porque sólo abrazándonos podremos superar el dolor de saber que somos protagonistas de una mentira.
Nos dijeron que los alumnos de Catalunya sacaban, de media, notas de selectividad más altas en Lengua y literatura castellana que los alumnos de comunidades como Castilla-La Mancha o Murcia, pero se ve que no era verdad
Abrázame y recuerda. Nos dijeron que la inmersión lingüística era un éxito, nos dijeron que haciendo una asignatura de Castellano desde P4 hasta los 18 años dos días por semana bastaba para dominar la lengua vecina y nos dijeron que los alumnos de Catalunya sacaban, de media, notas de selectividad más altas en Lengua y literatura castellana que los alumnos de comunidades como Castilla-La Mancha o Murcia, pero se ve que no era verdad. Que no basta con eso. Abrázame hasta que comprendas que hemos vivido equivocados, y que si cada vez que afirmas desear la libertad para tu país te llaman nazi, es en realidad porque en vez de ser socios del Club Super3, se ve que aquel carné significaba formar parte de una comunidad muy grande de pequeños hitlerianos con barretina, ya que mirar TV3 es nazi y hacer preguntas trascendentales a un tomate que habla es nazi, al igual que también es nazi pedir una barra en la panadería en catalán cuando te atienden en castellano. O también es nazi exigir pasar la ITV, recibir una visita en el CAP o firmar los papeles de una herencia en catalán, ya que todo lo que a unos les parece lógico y normal para el castellano, les parece nazi cuando se trata del catalán. Nada que no supiéramos, claro. En el país de al lado, todo, incluso reclamar una cosa tan democrática como votar en un referéndum, es nazi.
Darse cuenta de todo esto es duro, lo sé. No llores y abrázame. Abrázame hasta que alguien, quien sea, consiga explicarnos cómo diantres hemos conseguido disfrutar de la literatura castellana habiendo nacido en Catalunya y habiéndonos educado en este sistema discriminatorio e intolerante con el castellano. Abrázame, por favor, porque no lo entiendo. Abrázame y dime cómo puede ser que Enrique Vila-Matas sea mi escritor favorito, Joaquín Sabina mi cantante preferido y Lorena G. Maldonado mi articulista de cabecera. Abrázame y dime cómo conseguí leer a Machado, reflexionar con María Zambrano, soñar con Cortázar o vibrar con Alejandra Pizarnik habiéndome escolarizado bajo la tiranía educativa de Jordi Pujol. Abrázame y dime cómo explico a los demás que soy quien soy porque he visto las pelis de Julio Medem, he releído mil veces poemas de Santa Teresa de Jesús, he llorado con la Oda a Venecia ante el mar de los teatros de Gimferrer, me declaré a la mujer que amo con un verso de Bodas de sangre de Lorca y todavía hoy, cada mañana, leo algo de Francisco Umbral después de desayunar, casi como quien hace gimnasia matinal para ejercitar el cuerpo antes de trabajar. Abrázame y explícamelo, porque yo no lo entiendo, pero sobre todo no lo entienden los que día tras día se niegan a entender quiénes somos.
Abrázame y escúchame. Ahora que un tribunal ha dictaminado que el 25% de las clases en el colegio se tendrían que dar en castellano, he tenido una idea que quiero explicarte. Como la inmersión era mentira y ha quedado patente que los alumnos catalanes necesitan este 25% de presencia del castellano para saber decir carpintero en vez de fustero, pongámosle solución, de acuerdo, pero de una manera muy concreta: que cada día, al inicio de cada clase, se lea en voz alta durante cinco minutos el breve fragmento de un libro en castellano. Por imperativo legal, como en las dictaduras. Ya que somos nazis, hagamos cosas de nazis. Cuando se acabe el libro, al cabo de seis o siete días, que se empiece a hacer la lectura de otro. Y así infinitamente, pero eligiendo con mucho cuidado cada libro. Que todos los alumnos de Catalunya pasen un 25% de su tiempo en el colegio en castellano, pero que sea leyendo Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, o bien quizás A sangre y fuego de Chaves Nogales, o todavía mejor la Crónica auténtica de la conquista de Nueva España, de Díaz del Castillo, o la poesía de José Hierro y el teatro de Valle Inclán, o un librazo como es España: historia de una frustación de Josep Colomer, o quién sabe, quizás la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Bartolomé de las Casas, o sencillamente los libros de memorias de Jorge Semprún, que estos sí que explican qué hacían los nazis.
Abrázame mientras nuestros hijos aprenden la lengua castellana, pero hazlo mientras aprenden, también, qué ha significado a lo largo de la historia de la humanidad la nación que bautiza el nombre del idioma. Abrázame hasta que aprendan todo lo que Castilla hizo en América del Sur, abrázame hasta que conozcan el cainismo sin freno de la España moderna y abrázame hasta que comprendan, leyendo por ejemplo la poesía de Jaime Gil de Biedma dentro de este 25% de clases en castellano, que la de España es una historia sin duda la más triste, porque termina mal. Nosotros lo sabemos muy bien, porque hace más de tres siglos que lo sufrimos muy de cerca y somos la última colonia de un país que nunca ha superado la miseria de haber dominado el mundo y tener que conformarse, ahora, con imponernos cosas sin sentido, insultarnos permanentemente y construir día tras día con nuestra realidad una verdad de mentira. Pura literatura de la farsa de quien ve enemigos donde solo hay personas cívicas, puntos estratégicos de conquista donde solo hay escuelas y, en definitiva, gigantes donde solo hay molinos. No te muerdas la lengua y abrázame. Abrázame fuerte y resiste hasta que nos libremos de todo esto.