Si la magnitud de un artista se midiera por la longitud de las colas que congrega en el exterior del recinto una hora antes del concierto, ya se podría haber adivinado que el inicio de la nueva gira mundial de Residente en Barcelona sería un éxito abrumador, incluso sin haber interpretado ninguna canción.

Lo que importa es el contacto humano

Las caras de resignación del público mientras esperaba pacientemente para pasar los controles de seguridad del Palau Sant Jordi contrastaban con los colores alegres de las banderas de varios países latinoamericanos que muchos llevaban colgadas del cuello. Las animadas charlas que se escuchaban dejaban claro que lo que se iba a ver era mucho más que un espectáculo musical. Era una experiencia colectiva que traspasa fronteras gracias a una banda sonora formada por himnos generacionales y las esperadas nuevas canciones del álbum Las letras ya no importan, que salió a la venta a principios de este año. Aunque, paradójicamente, las letras y el mensaje sean la base sobre la cu al se sustenta el éxito de la carrera en solitario del exlíder de Calle 13.

Residente en Barcelona, una experiencia colectiva / Foto: Carlos Baglietto

Era una experiencia colectiva que traspasa fronteras gracias a una banda sonora formada por himnos generacionales y las esperadas nuevas canciones del álbum Las letras ya no importan, que salió en venta a principios de este año

La primera sorpresa de la noche fue entrar en el recinto con la canción La Violetera de Sara Montiel sonando a todo volumen por los altavoces y comprobar que el escenario en forma de U era más propio de una obra de teatro experimental que de un concierto multitudinario. La música enlatada acabó a la hora precisa, las luces se apagaron de golpe y una introducción de violonchelo y contrabajo en directo acompañó la entrada a escena de los siete músicos que forman la banda. Residente apareció calmado, sin gestos exagerados, traje con camisa y sin su habitual gorra de béisbol. Se puso ante uno de los dos atriles que formaban el atrezzo discreto del escenario, cogió el micrófono con las dos manos y empezó a cantar la canción autobiográfica René, con el pulso temblón y los ojos cerrados. Detrás, una mecanógrafa escribiendo en tiempo real la letra de la canción y una ilustradora que iba dibujando con lápiz y acuarela las imágenes que le evocaban los versos.

Fueron cinco minutos intensos que pasaron como un suspiro por la cantidad de estímulos visuales y musicales que salían disparados del escenario. Cinco minutos que supusieron un reencuentro entre el artista puertorriqueño y su público. Cinco minutos que demostraron la vulnerabilidad de René Pérez Joglar antes de transmutarse en Residente y hacer elevar el concierto hacia la estratosfera. Cinco minutos que acabaron con un primer plano de los ojos llorosos del artista a tamaño XXL proyectados en la pantalla, seguido de una ovación que puso todas las piezas del rompecabezas en su lugar. Ahora sí, la fiesta estaba a punto de empezar.

Cinco minutos que demostraron la vulnerabilidad de René Pérez Joglar antes de transmutarse en Residente y hacer elevar el concierto hacia la estratosfera

Gracias a una precisión milimétrica después de haber ensayado durante una semana en un estudio de Barcelona, el espectáculo se desarrolló según lo soñado por todos los asistentes. Fue una presentación en mayúsculas de las nuevas composiciones, aunque también dejó espacio para corear los grandes himnos que han convertido Residente en una de las figuras más importantes de la música latinoamericana actual. No en vano, desde que inició su carrera en solitario el 2017 con su álbum homónimo, ha ganado cinco premios Grammy Latín, que se suman a los 24 que ganó con Calle 13. Una hazaña que lo convierte en uno de los artistas más premiados de todos los tiempos con este prestigioso galardón.

Residente inició ayer su nueva gira mundial en Barcelona / Foto: Carlos Baglietto

Sin embargo, lejos de vivir en el recuerdo de épocas pretéritas, el artista permitió que las nuevas canciones crecieran en directo y decidió adaptar sus clásicos a este momento tan especial de su carrera. El resultado: cambió algunos ritmos (ya no había tanto reguetón), dejó brillar a los músicos (a pesar del sonido enredado que acompañó durante todo el concierto), se apoyó en su fabulosa corista cuando la voz no le llegaba para seguir escupiendo versos a ritmo de hip-hop, y no tuvo problemas a mostrarse exultante, vulnerable o reivindicativo a medida que avanzaba el espectáculo.

Gracias a una precisión milimétrica después de haber ensayado durante una semana en un estudio de Barcelona, el espectáculo se desarrolló según el soñado por todos los asistentes

Temas nuevos como Problema Cabrón, This is not America y Que Fluya compartieron protagonismo con himnos consolidados de su repertorio como Guerra (con la cual nos llevó hasta el infierno de Ucrania, Gaza y el Congo), No hay nadie como tú y El aguante (que fueron de la mano en un medley de su anterior banda), Muerte en Hawái y Latinoamérica (seguramente la canción más coreada y emotiva de la noche).

Hasta llegar a un final apoteósico con la reciente 313, donde contó con la complicidad de una Sílvia Pérez Cruz soltada en un registro vocal poco habitual en la cantante catalana.

Hasta llegar a un final apoteósico con la reciente 313, donde contó con la complicidad de una Sílvia Pérez Cruz soltada en un registro vocal poco habitual en la cantante catalana

Con el mismo silencio con que habían entrado en escena dos horas antes, Residente y su banda salieron del escenario acompañados por una enorme ovación del público. Oficialmente, la gira mundial de presentación del álbum Lao letras ya no importan ya había empezado y, en las próximas semanas, hará parada en varias ciudades latinoamericanas hasta llegar a su gran final en San Juan de Puerto Rico, ciudad natal del artista. Una gira que transita por sonoridades conocidas, pero que nos presenta una nueva versión de Residente más alineada con los tiempos convulsos que vivimos.

Residente, las letras aún importan / Foto: Carlos Baglietto

Una dicotomía que atraviesa el escenario en forma de bonitas contradicciones estratégicamente buscadas: la explosión del hip-hop mezclado con ritmos latinoamericanos, las letras nuevas y los clásicos reinventados, y el ego concentrado en rimas incendiarias y las reivindicaciones globales que lo han hecho famoso. Sin olvidar la idea romántica que lo que importa es el contacto humano y con aquello que es humano, representada por el poder del mundo analógico ante el universo digital gracias a la ilustradora que convierte en imágenes las inquietudes del artista y la máquina de escribir que proyecta los versos cantados en una pantalla gigante hasta que se acaba la tinta y la mecanógrafa decide tirar todos los papeles en el aire porque, realmente, las letras sí que importan y forman parte de la experiencia vital de todos los asistentes.