La actriz Lara Díez Quintanilla, conocida sobre todo por sus imitaciones al programa televisivo Polonia –suya es la parodia de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso–, es también una sólida dramaturga, con obras como Herència abandonada (Premi Serra d’Or 2018), la trilogía El buit de la parcel·la oblidada (2019-2020), Eufòria (2021)y El sensespai (2022), aparte de haber interpretado algunas piezas suyas –con la compañía La Volcànica– y de autoras como Marta Aran (La noia de la làmpada, 2017), entre otros. Como autora, nunca repite fórmula, y eso la honra. Sin duda, su obra más personal de todas es esta Mary, escrita prácticamente en estado de posesión, tal como declara en el prólogo de la obra publicada (Edicions Sala Flyhard, 2024) – adquirible en la misma Sala Flyhard, que produce el espectáculo y el programa hasta el 20 de enero–.

Vocación autoficcional

El germen de la obra fue la minipieza que escribió como respuesta a un encargo de la revista Entreacte, que desde 2018 tiene la costumbre de incluir en cada uno de sus números un breve texto teatral –los recoge el volumen recopilatorio Entreacte(s) (Editorial Comanegra / Institut del Teatre, 2024). En el momento en que se lo pidieron, ella se encontraba inmersa en un acompañamiento intensivo a su abuela, gravemente enferma, y empezó a escribir sobre los vínculos familiares durante el tiempo suspendido de la espera. Después tuvo la necesidad de completar el proceso y de escribir una obra entera.

Foto 2. Lara Díez Quintanilla caracterizada y con un retrato de su abuela Mary. Foto de Noemí Elias Bascuñana
Lara Díez Quintanilla ha escrito y protagoniza Mary, hasta el 20 de enero en la Sala Flyhard / Foto: Noemí Elias Bascuñana

A través del discurso de Mary, personaje polifónico y aglutinador de la tríada abuela-madre-hija, la autora repasa los mitos fundadores de la familia, anécdotas y palabras de la tribu transmitidas como si fueran folclore o leyenda

A través del discurso de Mary, personaje sublimado y aglutinador de la tríada abuela-madre-hija, la autora repasa los "mitos fundadores" de la familia, anécdotas y palabras de la tribu transmitidas como si fueran folclore o leyenda y que, en cierta manera, solo se activan dentro del ámbito privado. Se trata de una operación de escritura parecida a la de Lessico famigliare (1963) de Natalia Ginzburg, reivindicado por Lara Díez como una de sus fuentes de inspiración. En la figura polifónica de esta Mary queda delegada la vocación autoficcional de la autora, convertida en canal de la historia de sus ancestras. La genealogía de mujeres que traza la obra permite reivindicar y repensar la experiencia de las generaciones precedentes. Se trata de un motivo propio de la escritura feminista, que encontramos también en dramaturgas como Carla Rovira o Denise Duncan, entre otras.

Recuerdos que se transforman en leyenda

Lara Díez especula sobre la naturaleza de los recuerdos, que, fijados a base de repetición en determinadas frases, gestos y pequeños detalles, se transforman en leyenda. Sin embargo, por encima de todo, lo que quiere transmitir es la sensación de magma indiferenciado, "porque hemos estado tan confundidas / tan enganchadas / y tan indiferenciadas / que quieres que quien lo lea experimente / la misma sensación" de "batiburrillo". Esta unión en tres, hecha de afectos y complicidades insondables, se amplía en cinco Maríass –es el nombre que comparten todas, incluidas Rosario y la tía Adela-, en una historia sobre segundas madres y vínculos nieta-abuela que se replican a través de las generaciones, como eslabones que hacen más fuerte la cadena de transmisión. Para acabar de redondearlo, la actriz protagoniza el espectáculo embarazada de una niña que contribuirá a continuar la secuencia de "matrioskas infinitas".

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Mary o los mitos fundadores de la familia / Foto: Noemí Elias Bascuñana

La actriz protagoniza el espectáculo embarazada de una niña que contribuirá a continuar la secuencia de "matrioskas infinitas"

Hay mucha verdad en esta recreación, que genera altas dosis de empatía, ternura y reconocimiento. Resulta enormemente significativa la declaración inicial sobre la decisión de no utilizar puntos –le parece que son arrogantes, que cierran sentido y nos ponen ante el abismo–, con el fin de poder pasearse libremente por una biografía expandida. La actriz-autora, con uno recogido de época y flequillo postizo –tanto el vestuario como la escenografía van a cargo de Luna Albert, habla tras una estructura fucsia, escalonada como un pastel de bodas y hecha de cajones de secretero, que se convierte en altar familiar a medida que se llena de figuritas y otros objetos para representar a los personajes aludidos. El personaje de Mary explica hechos de infancia y adolescencia, anécdotas y rumores, el idilio sostenido con su marido –a pesar del papel siempre un poco externo de los hombres respecto del núcleo familiar– y su condición de viuda, "una categoría triste y muy bonita a la vez".

La mitología familiar, un lugar habitable

Mary, que ha hecho del cuidado su forma de estar en el mundo, vive a través de la hija y la nieta, reza por ellas y chilla de alegría cuando les va bien. Es una gran observadora, y su capacidad de captar la esencia o "el verdadero fondo" de las personas le permite elaborar "oráculos" sobre amigos, conocidos y saludados. En este sentido, resulta muy divertida su opinión-prejuicio sobre la gente de la farándula, que salen de noche "más rato / del que han trabajado" y mantienen relaciones "abiertas y polideportivas". Cada uno de los cinco actos de la obra consta de un grueso de recuerdos –entre los cuales hay "grandes titulares" y "grandes intimidades"– y de un tramo que alude a los preparativos para la muerte o la despedida. Hay que señalar la importancia del meta-relato en un discurso atravesado por los conceptos feministas y los epítetos glamurosos de la nieta-autora, y donde "parece que todo está permitido / porque es una sublimación artística / del dolor por mi pérdida".

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Mary, la autoficción como ejercicio para explicarnos / Foto: Noemí Elias Bascuñana

Mary, comedia tierna escrita en leridano con injertos de castellano, rescata un entramado de historias familiares y de vínculos, a través de un remolino de bromas internas, melodramáticos desaires, énfasis e inflexiones particulares, en un tono que nunca incurre en el lacrimógeno

Mary, comedia tierna escrita en leridano –aparecen verbos como "toquinejar" y "paracontar"– con injertos de castellano, rescata un entramado de historias familiares y de vínculos, a través de un remolino de bromas internas, melodramáticos desaires, énfasis e inflexiones particulares –un lenguaje propio, en definitiva–, en un tono que nunca incurre en el lacrimógeno. A menudo el personaje, cuando está a punto de acabar un razonamiento, lo interrumpe para reanudar un hilo anterior, deleitándonos así con la anticipación y el ritornello. La repetición –fijadora de la estructura que garantiza el recuerdo– hace de la mitología familiar un lugar habitable. El tiempo se ha vuelto circular, y Mary ya ha entendido que "la fiesta no se acaba, / simplemente / cambiaremos de fiesta".