Siempre he sentido una profunda simpatía por la gente como él, autoconsciente de sus limitaciones, y dispuesta, aunque sea de vez en cuando, a reírse de aquel al que ven en el espejo cada mañana. Me ocurre con Sylvester Stallone y me pasaba con Victor Mature. Hoy prácticamente nadie le recuerda. Pero fue una de las estrellas más populares del cine estadounidense de los años 40. Y, más allá de péplums y westerns, protagonizó una de las anécdotas más explicadas del Hollywood clásico. Cuenta la leyenda que Victor Mature (Louisville, 1913 - Santa Fe, 1999), apasionado del golf, se presentó un día en la recepción del exclusivo Los Angeles Country Club, dispuesto a hacerse socio para disfrutar de su afición favorita. Si esta condición se relaciona hoy con unas estrictas normas de comportamiento, con fuertes limitaciones de vestimenta o en el uso de los teléfonos móviles, décadas atrás no se permitía la entrada en el campo a los actores. Una profesión estigmatizada por los pijos de la época.

Ante la negativa, y ni corto ni perezoso, nuestro hombre regresó unos días más tarde con una carpeta bajo el brazo y, cuando le reiteraron que su profesión suponía un impedimento impepinable a la hora de formar parte del club, el amigo Mature respondió: “¡No soy actor! Y he hecho unas sesenta películas que lo demuestran claramente. Pregunten a cualquiera, sobre todo a los críticos”, dejando en el mostrador un puñado de recortes de prensa con textos que coincidían en dar una salvaje patada en el culo a sus cualidades interpretativas.

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Victor Mature, el actor que no querían en los clubs de golf

Hoy prácticamente nadie lo recuerda, pero Victor Mature fue una de las estrellas más populares del cine estadounidense de los años 40

Desconocemos, así son las leyendas, si logró convencer a los responsables del club de golf o si tuvo que irse a casa con el rabo entre piernas. Tampoco sabemos si quizás, en caso afirmativo, les envió a la mierda, siguiendo aquel inolvidable consejo de Groucho Marx: “Nunca formaría parte de un club que me admita como socio”. Lo que sí forma parte de los libros de Historia es que Victor Mature nunca se tomó muy en serio a sí mismo. Más le valía, porque sus queridos críticos de cine llegaron a escribir que no era más que un pastel de carne.

Paradójicamente, mantenía muy buena relación con la prensa: continuando con las leyendas, parece que de vez en cuando, y por tener contentos a aquellos a los que cualquier otro consideraría enemigos mortales, concedía entrevistas en medio de pequeñas fiestas con alcohol y muchas chicas. Las organizaba expresamente para los periodistas, que después eran mucho más benevolentes cuando se trataba de publicar cualquier asunto que afectara a su vida privada.

La tarta que todas se querían comer

Victor Mature era un hombre corpulento y musculado, que superaba el metro noventa, de facciones durísimas, ojos entrecerrados y labios carnosos. La mítica Betty Grable, con la que formó pareja en ¿Quién mató a Vicky? (1941), decía que tenía cara de pez. Pero, como afirmaba Clint Eastwood haciendo de Harry el Sucio, “los gustos son como los culos, y cada uno tiene el suyo”. Y la revista Life publicó los resultados de una encuesta realizada a trescientas modelos que le escogieron como primera preferencia para perderse con alguien en una isla desierta.

Como decíamos, la anécdota del club de golf era solo una muestra del sentido del humor y de la autoconciencia de Mature con respecto a su talento: "Nunca tuve demasiado interés en la actuación. Yo lo que quería era ganar dinero. Tuve la oportunidad de hacer de actor y la aproveché hasta que pude permitirme jubilarme. A mí me gusta hacer al vago. Todo el mundo me decía que me moriría si dejaba de trabajar... ¿Sí? Pues qué bonita manera de morir".

La etiqueta de peor actor de Hollywood era una exageración que a menudo alimentaba él mismo

En todo caso, la etiqueta de peor actor de Hollywood era una exageración que a menudo alimentaba él mismo, y no debería esconder que Victor Mature fue un actor inmensamente popular que dejó un puñado de personajes y películas para la historia. El ejemplo más recordado fue Sansón y Dalila (Cecil B. DeMille, 1949), y, dirigiéndonos de nuevo a las palabras de nuestro pensador favorito, Groucho Marx dijo: “No me gusta ninguna película en la que EL protagonista tiene los pechos más grandes que LA protagonista”. Es obvio que el físico de Mature le condicionó muchísimo, y él sacó rédito luciendo falda en otros clásicos del péplum como Androcles y el león (Chester Erksine, 1952), La túnica sagrada (Henry Koster, 1953), Demetrius y los gladiadores (Delmer Daves, 1954) o Sinuhé, el egipcio (Michael Curtiz, 1954). Ninguna prueba, y ninguna duda, que era uno de los actores favoritos del piloto de Aterriza como puedas.

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Victor Mature, el rey del péplum

Pero si todavía queda algún escéptico en la sala, dos películas demuestran que el bueno de Victor era mucho más que un pastel de carne con cara de pez. Y este artículo quedará rentabilizado si un único lector se anima a verlas. Por un lado, el grandísimo John Ford le dio el papel de su vida en el maravilloso western Pasión de los fuertes (1946), donde encarnaba al tísico Doc Holiday, compañero de fatigas y tiroteos del lacónico Wyatt Earp interpretado por Henry Fonda. Su productor, Darryl F. Zanuck, lo tenía claro: “Creo que Mature ha sido uno de los artistas más subestimados de Hollywood. Pero el público está loco por él y cada una de sus películas ha sido un gran éxito de taquilla”. Pasión de los fuertes es una induscutible obra maestra tras la que llegó un noir de referencia, El beso de la muerte (Henry Hathaway, 1947).

Reivindicamos la figura del peor actor del Hollywood clásico y, por extensión, la de tantos malos actores que solo necesitaban un personaje que sacara lo mejor de sí mismos

Reivindiquemos, pues, la figura del peor actor del Hollywood clásico y, por extensión, la de tantos malos actores que solo necesitaban un personaje que sacara lo mejor de sí mismos. Jubilado a principios de los años 60, su legendaria holgazanería no impidió que volviera ocasionalmente, como cuando se mofaba de su propia imagen en Tras la pista del Zorro (Vittorio De Sica, 1966), con Peter Sellers, o cuando apareció en un remake para televisión de Sansón y Dalila (1984) donde interpretaba, tres décadas después, al padre del protagonista. Cuando alguien le preguntó cómo se sentía con el personaje, respondió: "Hubiera hecho de su madre si me lo hubieran pedido". Genio y figura. Y cara de pez.