Jean-Paul Marthoz es periodista. Belga. Ha sido corresponsal y enviado especial del diario Le Soir, donde ahora escribe su columna. Hoy es más conocido como activista pro derechos humanos gracias a su trabajo en Human Rights Watch y en el Comité para la Protección de los Periodistas. Enseña periodismo internacional en la Universidad católica de Lovaina. Sonríe mucho, escucha con atención y elabora sus respuestas con precisión quirúrgica en un castellano más que excelente. Ha pasado por Barcelona invitado por el Institut Europeu de la Mediterrània.

En España una mujer acaba de ser condenada a un año de prisión y siete de inhabilitación por unos tuits satíricos sobre el asesinato por ETA de Carrero Blanco, vicepresidente del dictador Franco. También ha aprobado recientemente una llamada Ley Mordaza. ¿Estas restricciones se dan en otros países?
Es un fenómeno global. La tendencia de muchos gobiernos europeos ante los atentados terroristas y la crisis migratoria es aprovecharse de esas situaciones para imponer medidas que, por una parte, restringen la información y, por otra, aumentan su capacidad de monitorear a la población, en particular a los periodistas. Se ve en países como Francia, Hungría o Gran Bretaña, donde leyes recientes permiten a los servicios de seguridad hacer escuchas masivas y no individuales y motivadas. Eso socava la capacidad de la prensa de hacer su trabajo. Implica autocensura y riesgos para las fuentes, sin las cuales la prensa no puede existir.

¿Cómo valora que gobiernos occidentales y la misma UE regulen restrictivamente el derecho a la información?
Acabo de escribir un manual, La prensa frente al terrorismo (pdf), donde opongo dos nociones, una de Margaret Thatcher, la primera ministra británica, y otra de Katharine Graham, dueña del Washington Post durante Watergate y los Papeles del Pentágono. Thatcher decía que la publicidad, la información, es el oxígeno del terrorismo. Graham que la información es el fundamento vital de la libertad. Las democracias no deben entrar en el juego de los que se declaran sus enemigos. Los grupos terroristas o extremistas quieren mostrar que las democracias son una fantasía, una hipocresía. Y tienen éxito si logran empujar a los gobiernos, muchas veces con el apoyo de una opinión pública atemorizada, a tomar medidas que contradicen los valores fundamentales de la democracia, pensando que limitar la libertad de expresión o al acceso a la información es la mejor manera de luchar contra los malos.

¿Y no es así?
Al contrario.  La libertad es la mejor protección de una sociedad democrática contra los ataques. El terrorismo es un tema muy sensible para el público, que se siente amenazado en sus intereses, en su seguridad, en su vida, pero la mejor forma de luchar contra todo eso es abrir las puertas de la información.

"Los medios no son el cuarto poder. Sería como decir que forman parte del sistema. Son un contrapoder permanente a todos los poderes".

¿Qué valores ponen en riesgo esas restricciones?
En el caso de la inmigración, por ejemplo, me parece muy claro que el acceso de la prensa a los refugiados, respetando la dignidad de las personas sin aprovecharse de su fragilidad, es fundamental para que pueda informar de manera plural y completa y ejercer su papel de contrapoder frente a las autoridades. Al negar ese acceso se socava la pretensión de ser democracias reales donde las contradicciones entre poderes permiten proteger los derechos fundamentales de los individuos.

¿Le sorprende la falta de reacción ciudadana ante estas limitaciones de sus derechos?
En momentos de crisis, la opinión pública tiende a seguir la voz del gobierno. Así ocurrió tras los atentados de las Torres Gemelas: la mayoría de la gente seguía los argumentos, incluidas las falsedades, que llevaron a la guerra de Irak. La opinión pública criticaba a la prensa crítica, que ni siquiera era mayoritaria, cuando mostraba dudas sobre la realidad de los motivos esgrimidos por el gobierno. Estos periodistas fueron acusados de traidores y antipatriotas por la mayoría.

¿Por qué la prensa crítica no era mayoritaria?
Para la prensa era un desafío muy duro, porque el modelo económico de los medios incluye no entrar en conflicto con el público, pues del público procede también el negocio. Implica mucho valor de los medios que continuaron haciendo su trabajo contando cosas que no gustaban a la mayoría de la gente. Este es hoy el desafío clave para los medios.

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Marthoz intervino en un seminario de l'Institut Europeu de la Mediterrània.

¿Debemos salvar el periodismo de los medios?
Yo soy pluralista en mi concepto de los medios. Entiendo que haya medios cuyo proyecto comercial y político sea tener una línea cercana al gobierno de turno, cercana a lo que la gente piensa. Son medios que se adaptan a los cambios de ambiente en la opinión pública. Quizá es el modelo mayoritario, no lo sé. Hay un concepto en el que creo mucho más: el periodismo de interés público.

¿En qué consiste?
El periodismo tiene un papel particular en la democracia, que es el de dar la información lo más exacta y plural posible para que las personas puedan ser ciudadanos y no solo consumidores. Los medios con sentido cívico consideran que su papel es dar las opiniones más diversas, aunque algunas sean violentas en su expresión, nunca en sus actos. No actúan como un cuarto poder, que sería como decir que forman parte del sistema, sino como un contrapoder permanente a todos los poderes. Yo lo veo así , aunque nunca impondría mi visión.

¿Pude citar algún ejemplo?
He estudiado las transiciones a la democracia en América Latina y allí dividían los medios en cívicos y comerciales. Los comerciales se adaptaron a todos los regímenes. Pero en Chile, por ejemplo, en los últimos años de la dictadura, un grupo de revistas y diarios tenían la democracia como misión y pensaban que su papel era el de alimentar a la población con ideas, pensamiento e investigaciones críticas para crear una población informada que actuaran como ciudadanos y exigieran sus derechos. Esa prensa contribuyó muchísimo a la creación de esa mayoría que al final dijo ‘no’ a Pinochet. Lo mismo ocurrió en México, donde una serie de medios, como [los diarios] Reforma o La Jornada, alimentan a la opinión pública con ideas críticas, con investigaciones que van más allá de la información oficial y contribuyen a la creación de una sociedad de ciudadanos.

"Me parece que hay que recuperar la capacidad periodística de presentar la complejidad de las cosas en términos comprensibles para la gente".

¿Aceptan bien medios y periodistas el hecho de que los ciudadanos tienen hoy más opciones para participar en el proceso informativo?
Hay personas que “cometen actos de periodismo” y no son periodistas. Es una realidad positiva que permite ensanchar el terreno de la información, del periodismo. Pero eso implica una educación mayor sobre qué es el periodismo, qué es la información. Lo vemos mucho ahora con las fake news. Falta preparación para distinguir un hecho de una falsedad, sobre todo de los jóvenes. El mundo está hecho de mensajes, de millones de mensajes que llegan a todos y falta capacidad para distinguir entre noticias y publicidad, entre una declaración parcial y una investigación. Las escuelas también deben impartir esa formación.

En un mundo donde la recomendación social es reina, quizá el periodismo no está entre los mejores prescriptores. ¿Deben los periodistas volver a ganarse la confianza de las personas?
Es verdad que la han perdido. Hubo un momento de esplendor de la prensa, durante los años 60 y 70 en los Estados Unidos. La popularidad de los medios entre la población era altísima. En Argentina después de la dictadura [1976-1983] la profesión de periodista estaba entre las más apreciadas. Ahora casi no existe esa valoración. En muchos países del mundo el periodista está muy abajo en la jerarquía de las profesiones preferidas.

¿Son merecidas las críticas?
Las críticas de los extremismos y el populismo a la gran prensa, como en EE.UU, donde la acusan de enemiga y mentirosa, son una de las amenazas y desafíos mayores para la democracia. Es fabulosa la capacidad que tiene el populismo estadounidense de difundir sus ideas a través de sus propios medios y de las redes sociales. El mismo Trump es un medio en sí mismo. Casi cien millones de personas le siguen en redes sociales.

¿Tiene remedio esa situación?
Es el momento de que los grandes medios recuperen su reputación. No tanto para ser prescriptores pero sí referentes. La gente debe saber que si tiene alguna duda puede acudir a ciertos medios que tienen una disciplina para establecer la verdad y presentarla de un modo que no se dirige a la emoción o a explotar el sentimiento.

¿Cómo?
Acabo de ver en un diario belga una foto del barrio de Molenbeek, en Bruselas, que ilustra un título donde afirma que ese barrio esconde a los yihadistas. ¿Eso sólo ocurre en Molenbeek? Esa información refleja una falta de discusión en el diario sobre Molenbeek. Es apenas un foco de una ciudad: se ha comprobado que en otros municipios se da el mismo fenómeno, lo que permite dar una visión más seria y veraz de lo que pasa.

¿Por qué no se hace ese periodismo?
Porque nuestras rutinas como periodistas nos llevan a simplificar. Creo que debemos aceptar la complejidad y ofrecérsela a la gente. Cuenta el director de la BBC internacional, John Simpson, que toda su vida pensó que el papel del periodista era investigar una situación compleja y tratar de simplificarla para que el público la entendiera. Ahora lo ve al revés. Hay que aceptar la complejidad. No todo es blanco o negro. Me parece que hay que recuperar la capacidad periodística de presentar la complejidad de las cosas en términos comprensibles para la gente. Ojalá entre los periodistas existiera la disciplina de esclarecer, no de simplificar. Esclarecer significa respetar la complejidad. En cambio, simplificar lleva muchas veces a polarizar, a dividir.

"Trump es un medio en sí mismo. Casi cien millones de personas le siguen en redes sociales".

¿El periodismo actual está demasiado dominado por la velocidad y los contenidos emocionales? Un reciente estudio hecho en Gran Bretaña indica que ese tipo de contenidos genera más suscripciones.
En la historia de la prensa, los grandes tirajes casi siempre corresponden a diarios que explotan las emociones. Al mismo tiempo, la emoción es parte del llamado periodismo de calidad. Hay momentos en que la emoción es un punto fundamental de la realidad y los periodistas deben reflejarlo. Es imposible, y sería erróneo, no cubrir la parte emocional de los atentados, por ejemplo. Pero el desafío es demostrar que el periodismo puede integrar la emoción en un sistema de representación de la actualidad. La emoción no da sentido a la actualidad, pero sí se puede usar para atraer a la gente a la complejidad de la actualidad. En este sentido no hay que temer a la emoción.

Algunos dicen que quizá el periodismo necesita un público mejor.
Hoy los periodistas tenemos más necesidad de entablar una conversación con otros sectores de la sociedad, en particular con los educadores. Nuestra función depende en gran parte de la manera en que la gente sale del proceso educativo, de las escuelas y de las familias. Porque los medios hoy ocupan un lugar en el tiempo y el espacio de los jóvenes que nunca ocuparon antes. Si no hay una visión conjunta entre los educadores, formales e informales, y los periodistas no sé si podremos adaptarnos a esta nueva realidad con inteligencia y con respeto a la ética del periodismo. Por ejemplo, los jóvenes sí se interesan por la actualidad internacional. Hay que escuchar lo que dicen y usar instrumentos y maneras para adaptarse a esos jóvenes sin hacer concesiones sobre los fundamentos de la profesión. Jóvenes y niños tienen otra manera de ver el mundo y acceder a él. Los periodistas tenemos que aprender cómo lo hacen y adaptar nuestra manera de hablar, de escribir, de filmar.

¿Importa el periodismo?
Sí importa. Es una profesión que puede ayudar a la sociedad a avanzar hacia una democracia más real. Con información, con la investigación; por su papel de contrapoder; por su capacidad de explicar las cosas en un mundo muy complejo; por su pluralidad en un mundo diverso. Los periodistas, aunque estemos muy fragilizados por la crisis económica y profesional, tenemos que convencernos de que el periodismo importa. Veo a muchos profesionales que quieren asumir este comportamiento porque advierten que la sociedad está maltrecha. Debemos tener la convicción íntima de que, si queremos una sociedad diversa, equilibrada y dinámica para legarla a nuestros hijos y nietos, el periodismo debe creer en el poder de la libertad de expresión y de información, no retraerse demasiado frente al poder y no actuar como su cómplice.