¿Existe alguna relación entre los independentistas de Nuevo Hampshire, en Estados Unidos, y los independentistas del 1 de octubre de 2017 en Catalunya? Un libro que acaba de llegar a las librerías en español, Un libertario se encuentra con un oso. El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos), de Matthew Hongoltz-Hetling, pone el foco en este curioso movimiento libertario en uno de los estados de Estados Unidos donde más han echado raíces las ideas favorables al derecho de los individuos a alzarse contra el Estado mediante una secesión.
Entre los independentistas de Nuevo Hampshire y los catalanes no existe conexión alguna, pero el libro recoge que, para algunos líderes libertarios, lo que pasó en Catalunya, el Brexit y otras experiencias independentistas (como las de Eslovenia, Bosnia, Croacia y Estonia) fueron inspiradoras y reforzaron sus ideales para conseguir su utopía particular: la secesión pacífica de Nuevo Hampshire de Estados Unidos. Su ideal pivota sobre dos ideas: el individuo es dueño de sí mismo y el dominio estatal les condena a sufrir injusticias fiscales, que les roba los recursos para una vida más feliz.
Proyecto independentista en Estados Unidos
Este proyecto independentista, que apenas tiene apoyo, se bautizó con el nombre de Free Nation, que, a su vez, era la evolución natural de un experimento libertario en Nuevo Hampshire que no acabó bien: el Proyecto Free Town, cuyo epicentro fue el pueblo de Grafton. Libertarios atraídos por las ideas de mínima intervención estatal en los asuntos públicos intentaron establecer en este pueblo su forma de ver el mundo, lo que, con el tiempo, causó problemas en aspectos como la gestión de la población de osos. Precisamente, el libro toma esta situación y los problemas derivados de la falta de intervención pública sobre la presencia de estos animales como base para explicar la evolución del movimiento.
Es en la parte final del libro donde se describe el anhelo independentista y la defensa de los procesos de secesión que acabaron dividiendo al movimiento libertario. El paso del Proyecto Free Town de Grafton al más ambicioso Free Nation se produjo un sábado de junio de 2016, cuando un grupo de libertarios se congregó frente a un edificio federal en la ciudad de Manchester, liderados por uno de los representantes de la corriente secesionista, Dave Ridley. Así arrancó una campaña y nació una nueva causa: la hoja de ruta de una nueva utopía basada en la secesión pacífica de Nuevo Hampshire de Estados Unidos.
Cortar con el gobierno federal
No era el primer intento de lograr la independencia. La campaña arrancó 238 años después de un intento fallido en Grafton de separarse de Estados Unidos. A los nuevos independentistas también los movía el interés por decretar la independencia de Nuevo Hampshire y cortar cualquier vínculo con el gobierno federal. A partir de ahí, ejerciendo su soberanía, podrían desplegar un programa político que les permitiera construir el mundo que anhelaban: tomar decisiones sobre la moneda y las criptomonedas, las carreteras interestatales, la segregación racial y la venta de heroína.
Sobre el proyecto político de la secesión, Ridley ha dicho: “La secesión es como una cirugía. Da miedo. No apetece y no se hace porque sí. Pero, a veces, como una cirugía…, es necesaria”. Durante los hechos del 1-O en Catalunya y la represión policial contra los votantes del referéndum, este libertario mostró sus simpatías con el independentismo catalán. Incluso de esa época existe un vídeo en el que grabó una llamada que él mismo hizo a la embajada española en Washington para recriminar los hechos.
La idea de secesión causó controversia entre los círculos libertarios. A algunos miembros del Partido Libertario les preocupaba que se tratara de la típica idea extravagante que los mantendría en los márgenes del poder. Así pues, según explica Matthew Hongoltz-Hetling, “para apaciguar a miembros como Ridley, a veces estos libertarios les concedían alguna que otra migaja política: la secesión podía ser una idea demasiado extremista, pero la amenaza creíble de la secesión podía granjearles concesiones del Gobierno federal en una miríada de temas relacionados con la libertad”. Es decir, lo que vendría a ser una especie de peix al cove de consolación.
Las iniciativas de este movimiento llegaron a captar la atención de los medios en un momento en el que los focos también se dirigían hacia la votación del Brexit en la Unión Europea. Este eco mediático envalentonó a Ridley, quien, junto con otros, trató de impulsar todavía más su campaña secesionista. Repartieron panfletos y organizaron festivales por la independencia. Celebraron más manifestaciones secesionistas y más numerosas, incluida una en Portsmouth, que congregó a simpatizantes de todo el estado.
Llegaron a abrir una oficina que se convirtió en la sede de la Fundación para la Independencia de Nuevo Hampshire, dirigida por Carla Gericke. Pocos meses después, el Partido Libertario de Nuevo Hampshire rompió con el Partido Libertario Nacional al añadir formalmente a su plataforma oficial una medida política a favor de la secesión. Después de unas cláusulas que definían los impuestos como un robo y el trabajo sexual como una expresión de los derechos humanos, la plataforma estatal reivindicaba ahora que “las gentes de Nuevo Hampshire tienen el derecho único y exclusivo de gobernarse como individuos soberanos, libres e independientes”. “La idea se había convertido en parte de la cultura popular; en los márgenes, claro está. Pero era un principio”, escribe el autor del libro.
Con la secesión como principal objetivo, los libertarios siguieron presentándose a cargos públicos y empujando a Nuevo Hampshire “hacia aguas que podían resultar inexploradas o inhóspitas para la gente razonable”, pero, a pesar de todo, no lo lograron. Entre sus propuestas estaban la aprobación de impuestos voluntarios y la legalización total de las drogas.