Entre los años 1095 y 1291, en tierras de lo que hoy en día conforman Israel, Palestina, Líbano, Siria, Turquía, Jordania y Egipto tuvo lugar lo que por lo común resumimos con el término de las cruzadas, es decir, el intento –finalmente fallido– de la cristiandad de dominar lo que se denomina Tierra Santa, aquellos parajes que fueron testimonio de la vida y los hechos de Jesucristo.
Ahora bien, lejos del relato monolítico que siempre ha rodeado esta época, que presenta el periodo como un enfrentamiento constante entre cristianos y musulmanes, la realidad de aquel momento fue mucho más poliédrica, con muchos más actores que unos simples cristianos de un lado, y musulmanes del otro.
Como ya hizo en su momento el escritor libanés Amin Malaouf a la obra Les croades vistes pels àrabs -en catalán en Ediciones de 1984-, llega ahora a las librerías otro volumen que se afana por romper el relato tópico de los acontecimientos que tuvieron lugar por aquellas regiones del Levante mediterráneo entre los siglos XI a XIII. Se trata de Las Cruzadas. Una nueva historia de las guerras por Tierra Santa (Ático de los Libros, 2019), del británico Thomas Asbridge.
El autor es un historiador medieval suficientemente conocido en el Reino Unido por su participación como guionista y presentador de una serie sobre las cruzadas emitida en la BBC. Asimismo, fue consultor histórico para la película del 2005 Kingdom of heaven, de Ridley Scott –doblada al castellano como El reino de los cielos–. En Las cruzadas, Asbridge plantea un vasto retablo de la historia que, durante doscientos años, enfrentó cristianos y musulmanes, pero prestando atención a dar voz a todas las fuentes y a todos los actores que tomaron parte de aquella historia e intentando rehuir el discurso maniqueo que se conforma con presentar los acontecimientos como una lucha entre dos religiones, es decir, entre el bien y el mal, el choque de civilizaciones.
Bizantinos, cristianos de rito oriental, árabes musulmanes suníes y chiíes, turcos, kurdos, judíos incluso mongoles además de latinos de las más variadas regiones participaron en un retablo histórico compuesto por centenares de personajes históricos –incluido un cristiano catalán y un musulmán valenciano– que marcaron doscientos años de un intento de dominio y colonización que finalmente se resolvió con el fracaso, pero que a lo largo de todo el periodo histórico definió también la manera de relacionarse entre las religiones, empezando por la misma justificación de la guerra santa.
La yihad cristiana
La justificación de una guerra de invasión y colonización gracias a una coartada religiosa se elaboró a lo largo de los años. San Agustín, en el siglo V, ya teorizaba sobre cómo justificar un conflicto bélico hasta que, posteriormente, quedó establecido que una guerra podía ser justa si la proclamaba una "autoridad legítima", respondía a una "causa justa" y se ponía en práctica con "recta intención". A partir de esta base teórica, el Papado pudo, ya al principio del siglo XI, liderar unas guerras que en el mundo musulmán tuvieron su contraparte en el concepto de la yihad, es decir, el esfuerzo por el Islam que impelía a los creyentes a convertir a los infieles.
El choque de los dos conceptos en esta parte del mundo que forma el Oriente Próximo tuvo evidentemente un componente religioso, pero también fueron muy importantes las ambiciones de todos los actores, la capacidad para hacerse la zancadilla entre ellos, los enfrentamientos entre los dos califatos del momento, el abbasida suní de Bagdad y el fatimí chií de El Cairo, la soberbia del imperio bizantino y el menosprecio de todos ellos sobre unos aventureros europeos –denominados latinos o francos– que de forma sorprendente dominaron una buena franja del territorio.
En medio de la nada
El autor también insiste en un aspecto poco conocido. Aunque Jerusalén y Tierra Santa en general es territorio sacro tanto para cristianos como para musulmanes –y judíos, claro– es necesario ponderar en su medida la importancia que tenían aquellas regiones para el mundo musulmán del siglo XI.
Alejada de los centros efectivos del poder de Bagdad y El Cairo y bajo la influencia de potencias regionales como Damasco y Alepo –hoy en día, las dos principales ciudades de Siria–, Tierra Santa tenía una importancia relativa por el mundo musulmán, más como lugar de paso entre Egipto y Arabia. Eso sin embargo, no evitó que unos y otros lucharan por conservar o conquistar aquello que consideraban suyo.
Tres cruzadas de verdad
Aunque se considera que hubo nueve cruzadas, las importantes fueron las cuatro primeras, aunque la cuarta lo fue todo menos una guerra contra el musulmán, ya que bajo el mando veneciano se convirtió en una expedición de conquista de Bizancio por la cual la república de Venecia conquistó un imperio.
Las tres primeras sin embargo, son las que hay que tener en cuenta. La primera, iniciada en 1097, tuvo como puntos culminantes las conquistas de Antioquía –actual Antakya, Turquía– en 1098 y de Jerusalén en 1099, más el establecimiento de cuatro estados cristianos, los condados de Edesa y Trípoli, el principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén.
La segunda, un rotundo fracaso, tuvo lugar entre 1147 y 1149, con la intención de recuperar Edesa –actual Sanliurfa, Turquía– y conquistar Damasco, hitos que no se consiguieron.
La tercera es quizás la más célebre, porque es la que reunió los nombres icónicos del periodo, Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, y Saladino, sultán de Egipto y de Siria. Los cristianos tampoco triunfaron en su objetivo, que era recuperar Jerusalén.
Los hechos importantes pasan entre cruzada y cruzada
Y es que en realidad, excepto en la primera cruzada, los hechos más importantes pasaron entre cruzada y cruzada, de manera que las expediciones orquestadas desde Occidente son respuestas a hechos ocurridos en momentos en que técnicamente no había cruzada. Ya se ha visto que la segunda fue para recuperar Edesa, conquistada por el atabeg de Mossul, Imad ad-Din Zengi en 1144, o como la tercera fue para recuperar Jerusalén, conquistada –o si se quiere, reconquistada– por Saladino en 1187. Tanto es así que la citada película El reino del cielo, el mejor filme contemporáneo sobre las cruzadas, ficciona hechos que pasaron años después de la segunda cruzada y se cierra, precisamente, en los albores de la tercera.
También el fin de toda la aventura acaba fuera del espacio estricto de las expediciones cruzadas, cuando en el año 1291 la última bastión cristiana, San Juan de Acre –actual Acre, Israel– cayó en manos de la potencia emergente del momento, los mamelucos egipcios.
Hasta la derrota final
En todo caso, el periodo de presencia cristiana duró exactamente doscientos años y dejó un legado que todavía permanece hoy en día. El autor intenta no municionar la teoría del choque de civilizaciones, pero insiste que las cruzadas fueron "actos de agresión cristiana" delante un supuesto ultraje, la caída de Jerusalén, que tuvo lugar cuatrocientos años antes, aunque todo podía tener, también desde el punto de vista cristiano, un poso de "guerra defensiva".
En todo caso, la lección que se extrae es que "al final, los latinos perdieron la guerra por la dominación de la Tierra Santa", pero mientras que sobrevivieron supieron adecuarse a la "realidad pragmática y política" estableciendo relaciones de todo tipo con los vecinos. Hasta que fueron, literalmente, lanzados al mar.
Las cruzadas, hoy
La obra se cierra con unos apuntes sobre la percepción actual de las cruzadas, con interés especial a la manera de verlas desde el mundo musulmán, particularmente desde el establecimiento del Estado de Israel en 1948, un hecho que cambió los equilibrios de poder de la región y que abrió unas heridas que todavía sangran hoy.
Y es que si desde el punto de vista cristiano y occidental las cruzadas han pasado de ser una epopeya religiosa a un semiolvidado episodio histórico, desde el punto de vista árabe y musulmán no se puede evitar la visión que transmuta a los croatas de hace 900 años en el actual estado de Israel. La historia de este enfrentamiento sin embargo, ya no es motivo de este libro.