La Editorial Efadós se ha especializado en libros fotográficos de la sociedad catalana de finales del siglo XIX y del siglo XX ―siempre con fotos en blanco y negro― a través de la colección Catalunya Desapareguda. A lo largo de varios volúmenes se han diseccionado pueblos, ciudades y comarcas a partir de fotografías antiguas, buena parte de ellas rescatadas de archivos familiares y nunca antes publicadas.
Dentro de esta colección, el volumen 44 está dedicado al gran cementerio urbano de Barcelona, el de Montjuïc. Inaugurado el 1883, todavía hoy es uno de aquellos lugares que todo barcelonés ha visitado al menos una vez... aunque seguramente no quisiera ir. En todo caso, este equipamiento de 568.000 metros cuadrados dispone de 150.000 sepulturas, lo cual lleva al cálculo que a lo largo de la historia ha acogido un millón y medio de entierros. Más o menos, el mismo número de habitantes ―vivos― que tiene actualmente la capital de Catalunya. Una cifra para pensar.
El libro El cementiri de Montjuïc es obra del periodista, escritor y activista cultural Albert Torras, autor de otros volúmenes de la editorial como L'Abans de Sants, Hostafrancs i la Bordeta y Sants Desaparegut, y recoge a través de unas 150 fotografías la historia del cementerio desde sus inicios hasta bien entrado el siglo XX.
La primera actuación moderna en Montjuïc
Inaugurado el 1883, dado que el cementerio del Poblenou ya no daba más de sí, el cementerio de Montjuïc, también llamado Nuevo o del Suroeste, fue diseñado por el arquitecto Leandre Albareda en una zona inhóspita de la ciudad y con una disposición en terrazas, para aprovechar la vertiente de la montaña. De hecho, se convirtió en la primera actuación moderna en la montaña más allá del Castillo, a la espera de las grandes transformaciones que viviría Montjuïc con ocasión de la Exposición Internacional de 1929 y mucho más modernamente, de los Juegos Olímpicos de 1992.
En el momento de la inauguración sólo tenía cerca el barrio marinero de la Marina, el hipódromo y las playas frecuentadas por los vecinos de Sants y l'Hospitalet, casi todo ello desaparecido por obra y gracia de las instalaciones portuarias y la Zona Franca. A su alrededor, a lo largo del siglo XX aparecieron y, por suerte desaparecieron, barrios de barracas y poblados donde la degradación y la drogodependencia hicieron estragos hasta finales del siglo pasado.
Vida social en el cementerio
Aunque no parezca posible, a lo largo de los años Montjuïc ha sido un punto de encuentro de la sociedad civil y de su evolución. Cada año, en torno a Todos los Santos y en una tradición que todavía se mantiene, la calma del cementerio se ve rota por un alud de visitantes que contrasta con la afable quietud de su infinitas calles durante el resto del año.
Precisamente, el libro constata como la sociedad barcelonesa se ha mantenido fiel a lo largo de los años en la celebración de Todos los Santos, y en las imágenes se ve como grandes gentíos se acercaban en aquel día, ya fuera en carros de caballos, tranvías, los primeros coches o incluso los 'modernos' ―para su momento―, Seat 600.
Reflejo de la vida del país
Además, el cementerio no ha sido ajeno a la convulsa historia de Catalunya a lo largo del siglo XX, dada la gran cantidad de personajes ilustres ―hombres en su inmensa mayoría― que estan allí enterrados.
A modo de ejemplo, Francesc Macià, Jacint Verdaguer, Francesc Layret, Salvador Seguí El Noi del Sucre, Enric Prat de la Riba, Àngel Guimerà, Santiago Rusiñol... O Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Francesc Ferrer i Guàrdia, que comparten los tres el mismo panteón, y los alcaldes Josep Collaso i Gil, Joan Pich i Pon, Bartomeu Robert (el doctor Robert) y Domènec Sanllehy.
Y también muchos otros representantes de la sociedad civil (masculina), como el ciclista Joaquín Montero, el confitero Pere Llibre, el catedrático Francesc Farreras, el hilandero Mariano Regordosa, el cacahuetero Augusto Urrutia, el indiano Josep Gener ―que tiene el panteón más grande del cementerio―, el impresor Josep Thomas, el guitarrista Francesc Tàrrega y el tenor Francesc Viñas.
Todo ello, pues, la otra cara de la moneda de una ciudad bien viva que tiene en el regazo de Montjuïc uno de sus finales de trayecto que vale la pena repasar a partir de imágenes de una época hoy ya desaparecida.