Esta historia no me pilla demasiado lejos. No porque me haya pasado a mí, afortunadamente, sino porque convivir con personas que sienten un dolor inexplicable siempre te acerca un poco más a los motivos por los que sufren. Fue en septiembre del 2015 cuando conocí a Javier en el cuarto piso de la Avenida de la República de Lima, justo en el rellano del departamento que me había alquilado durante 6 meses en el barrio más cosmopolita de la capital de Perú. Mi nuevo compañero de piso, de treinta y pocos y natural de Arequipa, sólo tardó tres días en soltarme sin demasiada importancia que había formado parte del Sodalitium durante más de 10 años. Sólo cuando vi este nombre repetido en televisiones y diarios entendí que todo aquello era mucho más que un comentario de pasillo.
Sobre papel, el Sodalicio de Vida Cristiana (Sodalitium Christianae Vitae o SVC) es una Sociedad de Vida Apostólica ligada a la Iglesia Católica y fundada en 1971 por Luis Fernando Figari. A simple vista, nada grave ni destacable: una comunidad religiosa que reza y hace cosas de creyentes que quieren adoctrinar con su fe sin hacer daño a nadie. El maltrato, las violaciones y los abusos sexuales se escondieron durante más de 40 años.
Un libro con una treintena de testimonios de abusos
Cuando un compañero le dijo a Pedro Salinas que Germán Doig había abusado de él tres décadas antes, todo empezó a cambiar. ¿Cómo era posible escuchar semejante barbaridad del número dos del Sodalicio, guía espiritual idolatrado por todos y en proceso de canonización en Roma? Se le atragantó el café cuando descubrió que la depravación manchaba toda la cúpula, incluido su fundador, venerado como un Dios. Cuatro años después, el periodista peruano publicaba Mitad monjes, mitad soldados, una investigación periodística que da voz a 30 víctimas más y que pasea tanto por su doctrina como por la historia de esta sociedad apostólica. También es su propia lucha y redención porque Salinas sobrevivió a la comunidad sodálite durante ocho años.
En principio, era una opción más que contentaba a madres y padres devotos que querían hijos obedientes y disciplinados. Podías entrar en el SVC siendo bastante joven si eras un niño y Luis Fernando Figari te había puesto el ojo encima. Tenías más números si eras de clase alta, rubio, de piel blanca y mirada azul porque se llevaba la idea hitleriana de crear un "hombre nuevo". Después, se iniciaba un entrenamiento militar y disciplinario propio de una milicia y se cantaba el Cara al sol porque el fundador idolatraba el ideario de la Falange Española. En paralelo, manipulaciones, insultos, quemaduras, patadas, sometimientos, humillaciones. Tocamientos. Felaciones. Penetraciones.
El libro levantó mucha polvareda pero sus (pocos) efectos tardaron al llegar: el Sodalitium reconoció los abusos sexuales cometidos por Figari en 2017, nueve años después de haberle dado ampara y refugio extraoficialmente desde que dejó el cargo de Superior General por la puerta de atrás en 2010. Ahora mismo las investigaciones están paradas, el Vaticano no ha dado la espalda a esta sociedad apostólica y nadie ha sido encarcelado: los delitos hace tiempo que han prescrito.
La cultura como portavoz de la barbarie
Lamento decirte que esto tampoco te pilla demasiado lejos a ti, a nosotros, a toda la sociedad. Hace sólo tres semanas que la Iglesia española publicó por primera vez las denuncias contra sacerdotes acusados de haber abusado sexualmente de menores: 220 clérigos denunciados desde el 2001. Mi indignación es tal que si escribo lo que pienso corro el riesgo que me veten el artículo. Y es en momentos en así que una tiene que saber parar, respirar hondo y citar referentes culturales que seguramente se explicarán mejor que tú.
Como John Boyne, autor de El chico con el pijama de rayas, que hace sólo un año publicó Las huellas del silencio (Salamandra), una novela de ficción protagonizada por el padre Odran Yates, un sacerdote prudente y honesto que tiene que gestionar unos casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia irlandesa. No es una historia autobiográfica pero el peso del argumento recae en recuerdos reales del propio autor y eso siempre tiene un valor añadido. También Netflix sacó Examen de conciencia, una serie documental de tres episodios que trata la pederastia en colegios españoles de los Hermanos Maristas. Periodistas, expertos, víctimas y verdugos hacen un retrato muy personal y cruento de lo que pasa puertas adentro de las instituciones eclesiásticas.
Pero a mí personalmente Spotlight (2015) me parece indispensable. Ganadora del Óscar a Mejor Película, plasmó el escándalo de pederastia de la Iglesia católica de Boston destapado en 2001 por el diario The Boston Globe con una armonía perfecta. Particularmente me impactó mucho y lo sigue haciendo todavía, supongo que porque 1. se estrenó el mismo año que descubrí el caso de Perú y 2. me recuerda porque escogí este oficio. Y también por esta frase del personaje interpretado por Mark Ruffalo: Lo sabían y dejaron que pasara. Podías haber sido tú, podía haber sido yo, cualquiera de nosotros.