Una cama incómoda, un cubo metálico y una pequeña ventana que apenas deja pasar la luz del sol. Así nos solemos imaginar las celdas de una prisión donde maleantes, perdedores o asesinos maquiavélicos pasan las horas, minutos y segundos de condena, redimiéndose o pensando en el vacío, recreándose en sus desgracias y fechorías o elucubrando cómo sería su vida de haber tomado mejores decisiones. En nuestra mente las cárceles huelen a sudor y a hombre, a agua sucia mezclada con lejía y a sopa de sobre. Ni rastro de pintalabios ni de carcajadas banales que alegran el alma. Las prisiones son aquel lugar donde los malos se pudren: eso es lo que creemos.
Para hablar de cárceles es importante practicar el don de no generalizar. Ni están repletas de mala gente ni tienen esa imagen gris y retrógrada de las pelis de los ochenta. Algunas tienen patios espaciosos, gimnasio, zonas recreativas, habitaciones más confortables, bibliotecas, salas de actividades donde consumirse requiere más tiempo: algunas tienen algo de dignidad. En las prisiones también hay mujeres, pero muchas menos, pocas: en España, son solo un 7,3% de la población reclusa. Los centros penitenciarios están diseñados para hombres y no tienen en cuenta las necesidades singulares de las madres, las jóvenes inquietas o las parturientas; el sistema no se fija en nada que no sea castigar o reinsertar al macho cabrón. Y es aquí donde la asociación sin ánimo de lucro teta&teta ha visto un nicho de esperanza, una oportunidad para acercar la cultura a aquellas desterradas de la sociedad por tener una doble tara en una sociedad altiva y patriarcal: ser delincuente y ser mujer.
Esperanza dentro y conciencia fuera
Lo dijo Ana Frank, que las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes viven encerrados. Con esa idea camina A las olvidadas, una iniciativa que convierte los libros en un lugar de libertad infinita donde, allá dentro, las mujeres reclusas pueden sentirse apaciguadas, un poco más conectadas con el mundo que no pueden vivir. También para que fuera, en la calle, haya más conciencia de lo que sucede entre rejas. Curiosamente, el proyecto nació en Tipos Infames, una librería de la calle madrileña de San Joaquín, cuando María Rufilanchas, fundadora de la marca y creadora del proyecto, se quejó en voz alta de la cantidad de libros que tenía en su casa mientras compraba ejemplares nuevos. Fue entonces cuando una mujer, lectora y clienta habitual del lugar, le dijo que los donara a una biblioteca o a una cárcel. La abrazó. “De camino al estudio la idea empezó a hacerse grande y cuando buscamos reclusas España en Google, descubrimos el pastel, la situación real de las reclusas en las prisiones”.
A las olvidadas es una iniciativa que convierte los libros en un lugar de libertad infinita, para que las mujeres reclusas puedan sentirse conectadas con el mundo que no pueden vivir
Su funcionamiento es el siguiente: se van abriendo convocatorias - siempre se avisa a través de las redes sociales - en las que se recolectan novelas, ensayos o cuentos - nuevos o de segunda mano, en cualquier idioma, pero en buen estado - y se distribuyen por distintas prisiones o módulos de mujeres. Solo hay una condición insalvable: los libros deben estar dedicados. Así, cuando llegan a las manos de las reclusas, estas reciben un cálido abrazo de otra lectora o lector que empatiza con su situación. “Si necesitas hacer un Marie Kondo, lo sentimos, pero no somos una opción; siempre puedes buscar en Google lugares donde sí necesiten libros al peso”, se matiza en su página web. La primera vez que se abrió la convocatoria, consiguieron recibir 680 libros en tan solo 4 semanas. Desde ese abrazo en esa librería de Madrid, ya han llegado a ocho módulos de mujeres en cárceles de hombres (Soto del Real, Estremera, León, Córdoba, Granada, Picassent, Alicante Cumplimiento y Alicante Villena), y a una cárcel solo de mujeres, Alcalá Meco. Hoy en día, en total, ya se han podido repartir más de 8.000 libros.
Lo que empezó como una idea embrionaria e ilusionante, se ha ido profesionalizando y ahora hasta se puede replicar a otras ciudades, incluso a otros países: ya ha sucedido en México, Francia o Colombia. El almacenaje de los libros que se reciben en el local de teta&teta se lleva al dedillo. Cuando llegan, se hace una selección del material, se descartan los rotos, manchados o sin dedicatoria, se documenta todo en un Excel (incluidas las dedicatorias) y se hacen fotos tanto de la portada como del escrito. Los que sobran, se guardan para la siguiente convocatoria. No hay una estrategia clara en la elección de un sitio u otro para distribuir las lecturas, sino que los destinos beben un poco de la elección personal, la facilidad de gestión o las ayudas externas que reciben.
En este caso, empezaron por las de Madrid por cercanía y luego fueron ampliando sus posibilidades gracias a diferentes soportes, como por ejemplo Mercedes Milá y su programa Scott y Milá para la prisión de Córdoba o la Fundación Federico García Lorca para Granada. A veces, cuando se puede, las entregas se acompañan de microshows culturales, como monólogos, lecturas o recitales de poesía. Tras dos años autofinanciándose, A las olvidadas por fin ha conseguido una subvención de Fundación Daniel y Nina Carasso y otra del Ministerio de Cultura. Ahora mismo - y hasta el 31 de diciembre - todavía está abierta la 9ª convocatoria para mandar libros dedicados a las reclusas de Galicia.
No hay espacio para las mujeres
Las mujeres sufren discriminación en la calle, y esa desigualdad se refleja indudablemente en el sistema penitenciario. No hay espacio para ellas en unas paredes diseñadas estrictamente para los hombres. De las 69 prisiones que hay en España, solo 4 son de mujeres, y en los 41 módulos que hay por el país, las internas no están clasificadas por edad, reincidencia o penas. Los hombres sí. Y no se tiene en cuenta que el 80% de las internas son madres o que el 56% tienen entre 20 y 41 años, la franja de edad reproductiva. Tampoco no hay prisiones que admitan mujeres hasta en 10 comunidades autónomas: esto significa que la gran mayoría de ellas deben cumplir condena lejos de su casa y su familia, con todo lo que eso implica a nivel emocional y logístico. Pero es que, además, los hombres tienen una relación directa con los delitos que cometen ellas. Lo dice el Instituto de la Mujer e Instituciones Penitenciarias, también con cifras: el 88,41% de las mujeres que ingresan en prisión ha sufrido violencia machista y la mayoría de sus delitos se relacionan con ellos, ya sea por encubrimiento o por coacción. Estas secuelas psicológicas impactan en la historia delictiva de las reclusas, pero tampoco tampoco parece que esto sea suficiente para que el modelo de cárceles abra los ojos.
A las olvidadas es el recordatorio social de un problema intrínseco al régimen y un hilo de aire fresco para las que sufren diferentes penas. Ellas, encasilladas en el papel de malas del argumento, también quieren encontrar tesoros perdidos, subir montañas verdes, investigar el sexo que tienen entre las piernas y reír sin parar con las amigas tomando unos vinos. Por una vez, también quieren ser protagonistas de su historia. Ellas y solo ellas son las destinatarias de una iniciativa que pretende eliminar la brecha cultural y emocional que sufre este colectivo de mujeres, siempre relegadas al fondo del cajón, allí donde los libros se llenan de polvo sin perderse jamás.