La bandera del león de San Marcos, símbolo de Venecia / Wikipèdia

 

En pleno siglo XXI, Venecia pasa por ser una de las ciudades más singulares de Italia gracias, principalmente, a su característica más evidente, su situación geográfica, un conjunto de islas situada en una laguna que la aísla del mar abierto, cosa que bastantes problemas le genera en la actualidad a causa principalmente del cambio climático.

Es evidente, desde un punto de vista histórico, que esta peculiar geografía ha marcado claramente el desarrollo de la ciudad de los canales a lo largo de los siglos, en especial cuando se convirtió en una república marítima, el stato da mar, un imperio naval construido, precisamente, a consecuencia de la participación decisiva en la conquista efectiva de un imperio real, el bizantino, durante la infausta cuarta cruzada.

Vista aérea de la Venecia moderna / Wikipèdia

Del ascenso y caída de este imperio, en muchos aspectos colonial, habla el libro Venecia ciudad de fortuna, de Roger Crowley (Ático de los libros, 2019), un autor especializado en historia marítima y autor de otros libros recientes como Imperios del mar, sobre el choque en el Mediterráneo de cristianos y musulmanes durante el siglo XVI; Constantinopla 1453, en torno a la batalla final que supuso el fin del imperio bizantino y El mar sin fin, sobre los descubrimientos marítimos portugueses.

Planteado en el habitual tono narrativo que combina pedagogía, un raudal de datos y un lenguaje sencillo al alcance de cualquier lector, Crowley dibuja un retablo de las centurias centrales de la historia de Venecia, desde la participación en la cuarta cruzada que les reportó un imperio marítimo hasta a la llegada del siglo XVI, cuando se consumó la pérdida de parte de los territorios que la habían convertido en un imperio marítimo.

Mercaderes hasta la médula

Lo más destacable del llamado Stato da Mar es que se trata básicamente de una república comercial, donde la conquista militar será en todo caso un aspecto secundario, porque lo que primará en todo tiempo es que "los venecianos eran mercaderes hasta la médula" y su bandera, la del león de San Marcos, era lo más similar en aquel momento al "logotipo de una empresa". "El comercio era su mito fundacional y su justificación", prosigue al autor, que sitúa el inicio de su relato en el siglo décimo, cuando el imperio bizantino, al cual había pertenecido Venecia durante seiscientos años, ya no era más que una resonancia lejana, cosa que permitió a los venecianos extender sus tentáculos por su mar natural, el Adriático.

Enrico Dandolo, el dux de Venecia que conquistó el imperio bizantino / Wikipèdia

 

Con todo, la oportunidad de oro para la república llegó con la convocatoria de lo que pasaría a la historia como la cuarta cruzada (1202-1204), cuando la ambición de los venecianos, personificada en el dux -o dogo, magistrado máximo de la República- Enrico Dandolo, que a pesar de su ceguera y su edad -85 años al llegar al poder, en 1192- les llevó a alquilar su flota a los cruzados, hecho que al final sirvió para un objetivo muy diferente al inicial de la cruzada. Por una serie de vicisitudes e intereses, la flota no se dirigió a Tierra Santa sino a Constantinopla, ciudad que acabarían conquistando dando inicio así al llamado imperio latino, es decir, el control del Imperio Romano de Oriente por parte de europeos occidentales, con los venecianos moviendo los hilos del poder y reservándose para ellos mismos una parte importante del botín.

Un cuarto y medio cuarto

En concreto, el botín conseguido fue definido por la fórmula un cuarto y medio cuarto del imperio, o lo que es lo mismo, tres octavos, que incluían la Grecia continental, Corfú, las islas jónicas -Cefalònia, Ítaca...-, Creta, Negroponte -actual Eubea-, el control de Gallípoli y los Dardanelos y la correspondiente parte, los tres octavos, de la propia ciudad de Constantinopla.

Con todo, los venecianos instalaron su poder con una óptica claramente comercial, y por eso los puntos cardinales de este imperio fueron los puertos de Modona y Corona, en el Peloponeso, y las islas de Negroponte y, especialmente, Creta.

La aventura colonial

Según relata Crowley, Creta fue, en efecto, "la aventura colonial de Venecia", donde tuvo que sofocar hasta 27 rebeliones en un periodo de 200 años de lucha armada. Además, las autoridades de la metrópoli instauraron, ya en el siglo XIII, un régimen colonial no muy diferente al que las potencias europeas instauraron en Asia y África en el siglo XVIII: control directo metropolitano, política estricta de separación racial, explotación hasta el agotamiento de los recursos, trabas a la religión ortodoxa y menosprecio total para la población local.

Al control territorial y la explotación de recursos para abastecer una capital falta de los mismos se añadió el control de un comercio clave, el de la última etapa de la ruta de las especias. Los venecianos consiguieron monopolizar la llegada a Europa de productos exóticos -y como tales, carísimos y deseadísimos-, como pimienta, jengibre, cardamomo, clavo y canela, que se convirtieron en la base de su riqueza. Este control comercial, de hecho, se mantuvo hasta que ya en el siglo XVI los portugueses abarataron decisivamente el precio yendo directamente a buscarlos a la India y eliminando así a todos los intermediarios.

Portugueses, genoveses y otomanos

De hecho, cuando el gran mercado de especias europeo se desplazó de Venecia a Lisboa fue cuando empezó la decadencia de la Serenísima República. Anteriormente sin embargo, Venecia sobrevivió al embate de genoveses y húngaros, que consiguieron entrar en la laguna en la conocida como Guerra de Chioggia (1376-1381) pero sin alcanzar la victoria. Peor fue la amenaza creciente del imperio otomano, que en su expansión -incluida la toma de Constantinopla en 1453- laminó el territorio veneciano.

El Gran Canal de Venecia, en una imagen actual / Wikipèdia

A principios del siglo XVI, Venecia ya había perdido buena parte de su territorio imperial y su influencia comercial. Con todo, resistió gracias a su singularidad, como potencia local -fue significativa su participación en la batalla de Lepanto- y no desapareció como estado independiente hasta 1797 a raíz de la invasión napoleónica.

En resumidas cuentas, aquella república originada por una singularidad geográfica muy específica se convirtió en un imperio de base comercial que no rehuyó las expediciones bélicas y el control colonial y que, además, mantuvo históricamente buenas relaciones con la corona de Aragón, siempre enfrentada a Génova. Una parte de la historia de Europa que Roger Crowley narra de forma brillante en el libro Venecia ciudad de fortuna.